El primer apóstol (34 page)

Read El primer apóstol Online

Authors: James Becker

Tags: #Thriller, Religión, Historia

BOOK: El primer apóstol
3.52Mb size Format: txt, pdf, ePub

Bronson temblaba, pero no de frío. Miró alrededor de la tumba (una tumba tan antigua como el tiempo mismo) casi con temor, luego volvió a bajar la mirada hacia los huesos, huesos que habían yacido allí intactos durante dos milenios. Los huesos de dos hombres. Uno decapitado, y el otro, crucificado.

III

El piloto movió el helicóptero para que su morro estuviera en la dirección del viento, luego bajó el colectivo y posó el helicóptero en tierra. Se giró ligeramente en su asiento y asintió con la cabeza mirando a Mandino.

—Adelante —dijo Mandino, y señalo a su derecha, hacia el lugar donde el cuatro por cuatro que habían visto desde el aire permanecía aparcado, a unos sesenta metros de distancia a través del escarpado terreno.

Uno de los hombres abrió la puerta lateral y saltó a tierra. Volvió a entrar en el helicóptero, cogió un rifle de asalto Kalashnikov y soltó el seguro. Esperó a que apareciera su compañero, y luego ambos hombres comenzaron a correr a toda prisa en dirección a su objetivo, con las armas preparadas.

Mandino y Rogan observaron a salvo desde el helicóptero cómo se aproximaban. Tenían la esperanza de que Bronson y la mujer los hubieran conducido a la tumba. Mandino estaba impresionado ante su tenacidad. En otras circunstancias, incluso les habría perdonado la vida.

Los dos hombres se separaron cuando estuvieron a unos treinta metros del vehículo, a fin de aproximarse desde diferentes lados, y para que hubiera dos blancos, en caso de que se produjera un tiroteo.

Mandino observaba con ojo crítico cómo se aproximaban, pero el resultado no fue el esperado. Casi de inmediato, los dos hombres se colgaron los rifles por encima del hombro, miraron en el interior del todoterreno, y corrieron de vuelta al helicóptero.

En el momento que se abrocharon el cinturón de seguridad y se colocaron los cascos, Mandino comenzó a preguntarles.

—¿Qué ha ocurrido?

—Es otro todoterreno —contestó uno de ellos, con un ligero jadeo—. Estamos buscando un Toyota Land Cruiser, ¿no es así?

—Así es —contestó Mandino.

—Bueno, ese es un Nissan Patrol de batalla corta. Tiene un aspecto muy similar, pero se trata de un vehículo diferente. Ese tiene un porta rifles y el capó está frío. Probablemente pertenezca a un cazador o a algún granjero local que haya venido hasta aquí arriba esta mañana y esté todavía en algún lugar de las colinas.

—Mierda —masculló Mandino, y volvió a dirigirse al piloto—. Volemos de nuevo. Deben de estar por algún sitio cerca de aquí.

Con la escena registrada en la tarjeta de memoria del interior de su cámara, Bronson volvió a echar un vistazo alrededor de la cueva. No podía entender por qué un par de cadáveres putrefactos (aunque uno de ellos hubiera sido decapitado y el otro crucificado) pudieron haber sido de tal importancia para el emperador romano. Los cadáveres no eran precisamente algo extraño en la antigua Roma, por lo que, o bien había algo realmente especial en torno a estas dos víctimas, o había algo más escondido en la cueva.

Bronson se volvió a guardar la cámara en el bolsillo e iluminó la estancia con la linterna, observando con atención cada milímetro de roca. Pero no fue hasta que inspeccionó el interior una segunda vez cuando, en el extremo más alejado de la cueva, vio lo que parecía ser una piedra tallada, con forma cuadrada, en la que quizá hubiese una inscripción o algo que explicara su hallazgo.

Avanzó a gatas por el suelo, pero al llegar a ella, descubrió que la piedra no contenía nada. Parecía como si alguien hubiera aplanado la superficie superior para realizar una inscripción, pero nunca hubiera terminado el trabajo.

Fue al comenzar a retroceder marcha atrás cuando observó una línea de un material más oscuro que recorría la parte inferior de la piedra. Volvió a aproximarse a gatas para analizarla con mayor detenimiento, y pronto se dio cuenta de que lo que había supuesto que era una piedra tallada era en realidad una piedra plana que reposaba sobre otra, de mayor tamaño, una losa a modo de tapadera. El hueco entre las dos había sido sellado con algo que le parecía una especie de cera gruesa.

El pulso de Bronson comenzó a acelerarse. Era evidente que las dos piedras formaban una especie de caja fuerte, y lo que se encontrara oculto en su interior había sido guardado en secreto, permaneciendo protegido frente a los elementos durante dos milenios. Eso tenía sentido. No solo eran importantes los cadáveres, sino también lo que se había enterrado junto a ellos.

Realizó un par de fotografías de las dos piedras, y luego intentó levantar la de arriba, pero se quedó atascada. Necesitaba aumentar la fuerza de la palanca para poder mover la piedra que hacía las veces de tapadera.

Bronson gateó hasta la entrada de la cueva y llamó a Ángela.

—He encontrado algo más —dijo él—, pero necesito una palanca para ver su interior.

—Espera un momento.

Durante unos segundos se hizo el silencio, y luego Bronson oyó el tintineo del acero contra la roca y el extremo de la herramienta apareció por la estrecha entrada de la cavidad.

—Gracias. —Volvió a gatas al otro extremo de la cueva y deslizó el extremo de la palanca en el interior de la cera que actuaba a modo de sello, pero la cera, o lo que fuese, estaba mucho más dura de lo que había imaginado, así que lo volvió a intentar, pero esta vez clavando la herramienta con firmeza entre las dos losas de piedra, y luego intentando levantar la piedra superior haciendo palanca.

Pero no había forma de moverla. Iba a tener que romper el sello de cera que rodeaba la mayoría del borde de la piedra antes de poder moverla. Supuso que el sello era hermético, lo que al menos quería decir que lo que hubiera en el interior de la «caja fuerte» de la piedra estaría en buen estado. Bronson volvió a introducir la palanca en la cera y forcejeó, moviéndola a ambos lados hasta que logró sacarla.

Del interior del objeto salió una ráfaga de aire, casi como una exhalación; el sonido, un leve suspiro, provocó que Bronson se inclinara hacia atrás, alarmado. Luego recuperó la calma, era evidente que solo se trataba de aire atrapado.

Continuó con el proceso alrededor del borde completo de la piedra.

—Hay otro —gritó el piloto, y una vez más Mandino miró por la ventanilla en la dirección que el hombre estaba señalando.

Junto a la pared de una roca, a unos tres kilómetros de distancia, se encontraba la inconfundible forma de un vehículo apartado de la carretera. Era el tercero que veían, y Mandino comenzó a preguntarse si había esperado demasiado de Bronson. Puede que alquilara el Toyota para prepararse para la búsqueda, pero que aún no hubiera identificado la ubicación por la que iba a comenzar.

—Comprobadlo —ordenó Mandino, y el piloto giró el helicóptero en dirección al distante vehículo y comenzó a descender.

Bronson había logrado romper la mayor parte del sello que rodeaba la piedra, y una vez más, introdujo la palanca por debajo del borde delantero y ejerció presión hacia abajo. Esta vez la piedra se movió ligeramente. Aumentó la presión paulatinamente con la palanca, y con un repentino chasquido, el sello de cera cedió y la tapa de piedra se movió de costado y cayó al suelo de la cueva.

Bronson introdujo la mano en el hueco poco profundo, y sacó dos tablillas de madera, del tamaño y la forma de un libro moderno, y un pergamino muy pequeño, bastante similar en apariencia al que habían recuperado del skyphos, pero nunca había visto antes nada parecido a las tablillas. Cada una estaba compuesta por dos fragmentos lisos de madera, y uno de los lados estaba asegurado con una cinta de algo que parecía una especie de alambre a modo de bisagra rudimentaria. Los tres otros bordes tenían orificios, que estaban atravesados por fragmentos de hilo, aparentemente a fin de evitar que el objeto fuera abierto. Las tres reliquias parecían estar en excelentes condiciones.

Sacó su cámara digital, comprobó que aún tenía capacidad suficiente en la tarjeta de memoria, y realizó algunas fotografías más.

En el exterior de la cueva, Ángela estaba apoyada en una roca, de cara al sol.

De repente oyó el inconfundible ruido vibrante por detrás de la roca. Todavía a alguna distancia de ellos, pero sin duda avanzando en su dirección, había un helicóptero.

Se dirigió a la entrada de la cueva y gritó en su interior:

—¡Chris! Hay un helicóptero que se aproxima a nosotros.

—Hay alguien moviéndose entre esas rocas —dijo el piloto—, junto al todoterreno. Parece una mujer.

—Excelente —masculló Mandino—. Ya los tenemos. —Se giró en su asiento y asintió con la cabeza dirigiéndose a Rogan—. Prepárate —le ordenó.

Bronson cogió los dos objetos que se parecían a un libro y el pergamino, y retrocedió a toda prisa. En la entrada, se los entregó a Ángela, y luego se arrastró hasta la entrada tan rápido como le fue posible.

Cuando salió a la luz del sol, pudo ver que el helicóptero se disponía a aterrizar a unos cincuenta metros de distancia.

—Metámonos en el todoterreno —gritó.

Corrieron en dirección al Toyota y entraron de un salto. Ángela alargó la mano hacia el asiento de atrás, cogió una toalla que había traído, y con sumo cuidado envolvió las reliquias en ella, luego introdujo el paquete en la guantera que tenía enfrente. Bronson arrancó el motor, puso la palanca de cambio en primera y se alejó con el gran vehículo de la cueva.

—Por el amor de Dios, aterrice —gritó Mandino, mientras observaba cómo el Toyota se alejaba de la pared de roca.

No le preocupaba que Bronson hubiera arrancado el todoterreno, ya que sabía que la carretera pavimentada estaba a más de un kilómetro y medio de distancia y que el helicóptero podría dar caza fácilmente al vehículo antes de que llegaran allí. Su principal prioridad ahora era ver lo que el inglés había descubierto.

—No puedo —dijo el piloto—. El suelo es tan irregular que no me puedo arriesgar a descender. Hay rocas por todas partes. Lo único que puedo hacer es sostenerlo en el aire a poca altura para que usted y sus hombres puedan saltar a tierra.

— ¡No me lo explique, gilipollas! ¡Hágalo!

El piloto bajó la palanca del colectivo hasta que el freno derecho entró en contacto con el suelo, entonces mantuvo el helicóptero en el aire.

Mandino se quitó los cascos y saltó, seguido de Rogan y de dos picciotti, y los cuatro hombres se dirigieron a la entrada de la cueva que había quedado expuesta.

—Hic vanidici latitant—dijo Mandino, mientras observaba las tres letras que se encontraban talladas por encima de la entrada de la cavidad. Si habían provocado que Bronson huyera antes de poder inspeccionar toda la cueva, eso sería el fin del asunto, pero si el inglés se había llevado algo del lugar, tendrían que detenerlo, y tendrían que hacerlo antes de que abandonara la ladera—. Tú —ordenó señalando al más pequeño de sus dos hombres— entra y averigua qué hay ahí dentro.

Cumpliendo sus órdenes obedientemente, este se quitó la chaqueta y la funda de pistola que llevaba al hombro. Rogan le entregó una linterna, y avanzó culebreando hacia el interior de la cueva.

Menos de medio minuto después, su cabeza apareció por el hueco.

—Aquí solo hay dos esqueletos —dijo a voces—. Muy antiguos.

—Olvídate de eso —ordenó Mandino—. Lo sé todo acerca de ellos. Lo que tienes que encontrar son libros o pergaminos, algo así.

El hombre volvió a desaparecer en el interior de la cueva, pero reapareció transcurridos escasos minutos.

—Aquí no hay nada de eso —dijo él—, pero en el rincón más profundo hay una especie de caja de piedra, una roca hueca con otra plana que se ha utilizado a modo de tapadera. Está vacía, y hay algunas huellas en el polvo de dentro. Creo que había algo en su interior que se han llevado.

Mandino maldijo.

—De acuerdo, volvamos al helicóptero —ordenó—. Tenemos que detener a Bronson, cueste lo que cueste.

CAPÍTULO 24
I

Ángela se había puesto el cinturón bien fuerte, pero se había dado la vuelta en su asiento para comprobar si alguien los seguía.

—¿Hay rastro de ellos? —gritó Bronson, a un tono más elevado del ruido del motor y del impacto de la suspensión mientras el Toyota rebotaba por encima del terreno irregular y plagado de surcos.

—Todavía no —gritó ella—. ¿Cuánto queda para la carretera principal?

—Joder, aún está lejos. Ese helicóptero puede adelantarnos en cualquier momento.

El helicóptero se elevó en el aire en cuanto los cuatro hombres se pusieron los cinturones de seguridad, y giró de inmediato en dirección oeste, hacia el borde de la meseta y hacia la ruta que Mandino sabía que Bronson debía tomar para volver a la carretera principal.

Mandino se giró en su asiento.

—Debemos detenerlos antes de que lleguen a la carretera —dijo él, y señaló al hombre que se encontraba sentado junto a Rogan—. Tú eres el que más puntería tiene. Cuando estemos enfrente de ellos, usa tu Kalashnikov e intenta inutilizar el todoterreno. Apunta a los neumáticos y al motor, si puedes. Si eso no los detiene, dispara a la cabina, aunque los prefiero a los dos con vida, si es posible.

El hombre cogió su rifle de asalto AK47, retiró el cargador y extrajo la bala de la recámara. Comprobó que los cartuchos estaban correctamente cargados, volvió a colocar el cargador en su posición y montó el arma.

—Ya estoy preparado —dijo él.

El otro hombre extendió la mano, deslizó hacia atrás la puerta lateral del helicóptero y la aseguró, dejándola abierta.

En el asiento delantero, Mandino se inclinó hacia delante, para ver si veía el vehículo desde el helicóptero. Entonces señaló en línea recta delante, hacia una columna de humo que se alzaba desde el sendero escarpado y apenas visible que recorría el lateral de la colina que tenían enfrente.

—Ahí está —gritó.

El piloto asintió con la cabeza, hizo cabecear el morro del helicóptero hacia abajo, y se dirigió a un lugar más bajo de la ladera.

Bronson conducía más bruscamente de lo que lo había hecho en toda su vida. No tenía duda alguna de quién iba en el helicóptero, y también sabía con seguridad lo que les sucedería si no lograban escapar.

Ángela se agarró al brazo de Bronson y apuntó hacia la izquierda, por donde pasaba el helicóptero, a aproximadamente cincuenta metros de distancia volando bajo, y los adelantaba sin ningún problema.

—Ahí está —gritó.

Bronson apartó los ojos de la carretera durante apenas un segundo. El helicóptero estaba lo suficientemente cerca como para ver que uno de los hombres llevaba un rifle de asalto.

Other books

A Train in Winter by Caroline Moorehead
Fatlands by Sarah Dunant
Eye Candy by R.L. Stine
A New Day (StrikeForce #1) by Colleen Vanderlinden
Shamrocks and Secrets by Cayce Poponea
Tweet Me by Desiree Holt
Larry's Party by Carol Shields