Read El retorno de los Dragones Online
Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman
Tags: #Aventuras, Fantastico, Juvenil
Al llegar al final del corredor, Raistlin se detuvo. Los enanos gully le miraban con curiosidad, sin prestar atención al resto del grupo. El mago, sin decir palabra, metió la mano en una pequeña bolsa que llevaba atada al cinturón y sacó varias monedas de oro. Los ojos de los enanos gully brillaron. Uno o dos de los que estaban al frente de la fila se acercaron a Raistlin para verlo mejor. El mago sostuvo en alto una de las monedas para que todos pudiesen verla, luego la lanzó al aire y la moneda... desapareció.
Los enanos gully dieron un respingo. Raistlin, después de hacer girar su mano, la abrió enseñándoles la moneda. Los enanos aplaudieron en desorden y, boquiabiertos, se acercaron más al mago.
Los enanos gully —o Aghar, como también se les denominaba—, eran realmente una raza de miserables. Dispersos por todo Krynn, eran la casta más baja de la estirpe de los enanos, y vivían sucia y miserablemente en lugares que otros seres vivos, incluso animales, habían abandonado. Como todos los enanos, se agrupaban en clanes, y algunas veces convivían varios juntos a las órdenes de los diferentes reyes de cada uno o de un solo rey, que ostentaba todo el poder. El resto de sectas de los enanos siempre se había avergonzado de los enanos gully, puesto que a la habitual seriedad y laboriosidad característica del enano, los gully anteponían la indolencia y la vida disipada y, ni siquiera, eran buenos herreros, el máximo orgullo de un enano.
En Xak Tsaroth vivían tres familias: los Sluds, los Bulps y los Gulps. Raistlin estaba rodeado por miembros de estos tres clanes. Había enanos de ambos sexos, a pesar de que no resultaba nada fácil diferenciarlos. Las mujeres no tenían pelos en la barbilla, pero los tenían en las mejillas y llevaban unas deshilachadas faldas, abrochadas a la cintura, que les llegaban hasta las huesudas rodillas. Aparte de esta diferencia, eran exactamente igual de feas que sus compañeros masculinos. Los enanos gully, al margen de su desastrosa apariencia, llevaban normalmente una vida risueña y alegre. Sin embargo, todo parecía indicar que no estaban atravesando un período de tiempo demasiado feliz.
Raistlin, con una destreza maravillosa, hizo bailar la moneda sobre sus nudillos, haciéndola bajar y subir por sus dedos. Después la hizo desaparecer y en unos instantes, reaparecer en la oreja de uno de los asombrados enanos gully, quien contempló al mago absolutamente fascinado. Este último truco produjo una momentánea interrupción en la actuación, pues los Aghar agarraron a su compañero y le miraron escrupulosamente la oreja; uno de ellos incluso metió el dedo para ver si había más monedas dentro. Esta actividad cesó cuando Raistlin extrajo de otra bolsa un pequeño pergamino enrollado. Lo abrió con sus largos y delgados dedos y comenzó a leerlo recitando pausadamente:
—Suh tangus moipar, ast akular kalipar.
—Los enanos gully lo observaban cautivados.
Cuando el mago acabó de leer, el pergamino comenzó a arder y se hizo cenizas, apareciendo un humo de color verdoso.
—¿Qué significa esta escena? —preguntó Sturm con aire de sospecha.
—Ahora están hechizados —replicó Raistlin—. He formulado un encantamiento de amistad.
Tanis vio que la expresión del rostro de los enanos había cambiado, pasando de un tibio interés a un abierto y desenfadado afecto por el mago. Lo tocaban y acariciaban con sus sucias manos y parloteaban en su amorfo lenguaje. Sturm miró a Tanis alarmado. Tanis adivinó el pensamiento del caballero: Raistlin hubiese podido formular ese encantamiento sobre ellos.
Tanis oyó un ruido de pasos y se giró hacia donde estaba Riverwind. El bárbaro señaló a los enanos gully, indicándole con los dedos que diez más se dirigían hacia ellos.
Los
recién llegados pasaron a su lado, casi sin mirarlos. Cuando vieron la conmoción que había alrededor del mago, se detuvieron bruscamente.
—¿Qué pasar? —preguntó uno de ellos mirando a Raistlin. Los enanos gully hechizados se agolpaban alrededor del mago, tirando de su túnica y arrastrándolo por el corredor.
—Amigo. Este nuestro amigo —todos hablaban una tosca variante del idioma común.
—Sí —dijo Raistlin con voz suave y amable, tan suave y tan amable que Tanis le miró sorprendido—. Todos sois mis amigos —continuó el mago—. Ahora decidme, amigos, ¿a dónde lleva este corredor? —Raistlin señaló hacia el este. Inmediatamente se oyó un murmullo de respuestas.
—Corredor llevar esa dirección —dijo uno señalando hacia el este.
—¡No, llevar esa otra! —dijo otro señalando hacia el oeste.
Se originó una pelea, y los enanos gully comenzaron a darse empujones y a pegarse. Empezaron a volar puños y un enano gully derribó a otro, pateándole y gritando a todo pulmón:
—¡Esa dirección! ¡Esa dirección!
Sturm se volvió hacia Tanis.
—¡Esto es ridículo! Conseguirán que acudan todos los draconianos que haya en los alrededores. No sé qué es lo que ha hecho ese mago loco, pero tienes que detenerlo.
No obstante, antes de que Tanis pudiese intervenir, una gully se ocupó del asunto. Metiéndose en la reyerta, comenzó a repartir puñetazos entre los dos combatientes con tal ímpetu que ambos quedaron tumbados en el suelo. Los demás, que habían estado animándolos, se callaron inmediatamente y la recién llegada se giró hacia Raistlin. Tenía una nariz gruesa y bulbosa, y un cabello tieso y desordenado. Vestía un traje deshilachado y lleno de parches, zapatos gruesos y unas medias caídas a la altura de los tobillos. Sin embargo, parecía ser alguien importante entre los enanos gully, pues todos le obedecían con respeto, tal vez porque llevaba una bolsa inmensa y pesada colgada del hombro. Al caminar arrastraba la bolsa por el suelo, lo que le hacía tropezar de tanto en tanto. Evidentemente, la bolsa era muy importante para ella ya que cuando uno de los enanos gully intentó tocarla, se giró en redondo y le cruzó la cara de un bofetón.
—Corredor llevar a grandes jefes —dijo indicando con la cabeza en dirección al este.
—Gracias, querida —le dijo Raistlin alargando una mano para tocar sus mejillas. Pronunció unas palabras:
—Tan- lago, musalah.
Mientras las decía, la enana gully lo contemplaba fascinada. Lanzando un profundo suspiro, lo miró con adoración.
—Dime pequeña, ¿cuántos jefes hay?
La enana gully frunció el ceño, concentrándose. Alzó una sucia mano.
—Uno —dijo levantando un dedo— y uno, y uno, y uno. —Mirando satisfecha a Raistlin, levantó cuatro dedos y dijo —: dos.
—Empiezo a estar de acuerdo con Flint —rezongó Sturm.
—Shhhh —dijo Tanis. En aquel momento dejó de oírse el sonido chirriante. Los enanos gully miraron inquietos hacia el corredor y, nuevamente, el agudo chasquido rompió el silencio.
—¿Qué es ese ruido? —le preguntó Raistlin a su hechizada adoradora.
—Latigazo respondió la enana gully sin emoción alguna. Alargando una sucia mano, agarró la túnica de Raistlin y comenzó a tirar de él hacia la parte este del corredor—. Jefes enfadarse. Nosotros ir.
—¿Qué trabajo realizáis para los jefes? —le preguntó Raistlin intentando no moverse de donde estaba.
—Nosotros vamos. Vos veréis. —La enana gully tiraba de él—. Nosotros abajo. Ellos arriba. Abajo. Arriba. Abajo. Arriba. Venir. Vos acompañarme. Venir abajo.
Raistlin, transportado por un tropel de enanos gully, se giró hacia Tanis y le hizo una señal con la mano. Tanis repitió la indicación a Flint y a Riverwind, y todos comenzaron a caminar tras los enanos. Aquellos que habían sido hechizados por Raistlin, permanecían apiñados a su alrededor, intentando estar lo más cerca suyo posible; los demás trotaban por el corredor. El chasquido restalló una vez más. Los compañeros siguieron a Raistlin y a los Aghar hasta una esquina donde volvió a oírse el chirrido, esta vez mucho más fuerte.
Al oírlo, a la enana gully se le iluminó el rostro. Ella y los demás enanos se detuvieron; algunos se sentaron, apoyándose contra las paredes cubiertas de limo, otros se dejaron caer al suelo como sacos. La enana permaneció cerca de Raistlin, asiendo una de las mangas de la túnica del mago con su pequeña mano.
—¿Qué ocurre? —preguntó él—. ¿Por qué nos hemos detenido?
—Esperamos. Turno nuestro no aún —le informó la enana.
—¿Qué haremos cuando sea nuestro turno?
—Ir abajo.
Raistlin miró a Tanis y movió la cabeza. Decidió intentarlo de nuevo.
—¿Cuál es tu nombre, pequeña?
—Bupu.
Caramon resopló e inmediatamente se tapó la boca con la mano.
—Bien, Bupu —dijo Raistlin en el más dulce de los tonos—, ¿sabes dónde está el cubil del dragón?
—¿Dragón? —repitió Bupu atónita—. ¿Queréis dragón?
—No. No queremos el dragón, queremos el cubil del dragón, saber dónde vive el dragón.
—Oh, mi no saber esto —Bupu negó con la cabeza, y al ver la desilusión que se reflejaba en el rostro del mago, le apretó la mano—. Pero yo llevaros ante el Gran Bulp. El saber todo.
Raistlin arqueó las cejas.
—¿ Y qué camino hemos de tomar para ver al Gran Bulp?
—Abajo —dijo ella sonriendo alegremente. El sonido chirriante se detuvo y se escuchó el chasquido del látigo—. Ser nuestro turno de ir abajo ahora. Vos venir. Vos venir ahora. Ir a ver Gran Bulp.
—Espera un momento —Raistlin se desembarazó del agarrón de la enana gully—. Debo hablar con mis amigos— Caminó hacia Tanis y Sturm—. El Gran Bulp debe ser el jefe del clan, tal vez sea el jefe de varios clanes.
—Si es tan inteligente como toda esta pandilla, no sabrá ni dónde tiene la cabeza. Será mejor que no le hablemos del dragón —dijo Sturm malhumorado.
—Lo más seguro es que lo sepa —dijo Flint de mala gana—. Los enanos gully no tienen muchas luces, pero recuerdan cualquier cosa que hayan visto u oído, aunque lo difícil es conseguir que lo expresen con palabras de más de una silaba.
—Entonces será mejor que vayamos a ver al Gran Bulp —dijo Tanis apesadumbrado—. Si pudiésemos saber qué significa toda esta historia del arriba y abajo, y ese chirrido...
—¡Yo lo sé! —exclamó una voz.
Tanis miró a su alrededor. Había olvidado totalmente a Tasslehoff. El kender llegó corriendo desde la esquina, su coleta danzaba de un lado a otro, y sus ojos brillaban de regocijo
—Es un mecanismo elevador, Tanis —dijo—. Como en las minas de enanos. Una vez estuve en una mina, fue maravilloso. Tenían un elevador que trasladaba las piedras arriba y abajo. Bueno, pues éste es exactamente igual. Bueno, casi igual. ¿Sabes...? —De repente le entraron unas risitas y no pudo continuar. Los demás se le quedaron mirando mientras el kender hacía un esfuerzo para controlarse.
—¡Utilizan una gigantesca marmita de cocina! Cuando una de esas cosas, esos monstruos draco-algo, chasquea su inmenso látigo, los enanos gully, que están en la fila esperando su turno, corren hacia allí y saltan todos dentro de la marmita, la cual está enganchada a una inmensa cadena enrollada a una rueda dentada. Los dientes encajan con los eslabones de la cadena... ¡eso es lo que chirría! La rueda comienza a girar y la marmita desciende, y al poco tiempo sube otra marmita..!
—Grandes jefes. Olla llena de grandes jefes —dijo Bupu.
—¡Llena de draconianos! —exclamó Tanis alarmado.
—No venir aquí —dijo Bupu—. Ir hacia allá... —señaló con un vago movimiento.
Tanis se sentía inquieto.
—O sea que esos son los jefes. ¿Cuántos draconianos hay junto a la marmita?
—Dos —dijo Bupu agarrándose firmemente a la túnica de Raistlin—. No más de dos.
—En realidad hay cuatro —dijo Tas con una mirada de disculpa por contradecir a la enana gully—. Son de los pequeños, no aquellos grandes que formulaban encantamientos.
—Cuatro —Caramon flexionó los brazos—. Creo que podremos manejar a cuatro.
—Sí, pero hemos de hacerlo de forma que no se presenten quince más —opinó Tanis.
Volvió a sonar el restallido del látigo.
—¡Venir! —Bupu tiró de Raistlin con impaciencia—. Nosotros ir. Jefes enfadarse mucho.
—Supongo que tanto da que vayamos ahora como que vayamos más tarde —dijo Sturm encogiéndose de hombros—. Dejemos que los enanos gully actúen como de costumbre. Los seguiremos y sorprenderemos a los draconianos. Si una de las marmitas está aquí arriba esperando para ser cargada de enanos, la otra deberá estar en el nivel inferior.
—Sospecho que sí —dijo Tanis volviéndose hacia los enanos gully—. Cuando lleguéis al elevador, eh..., a la olla, no subáis a ella. Simplemente apartaos a un lado y no os metáis en medio, ¿de acuerdo?
Los enanos gully observaron a Tanis con suspicacia. El semielfo suspiró y miró a Raistlin. Sonriendo levemente, el mago repitió las instrucciones de Tanis. Al momento, los enanos gully comenzaron a sonreír y a asentir entusiasmados.
El látigo restalló de nuevo y se oyó una voz severa:
—¡Dejad de haraganear, escoria, o cercenaré vuestros asquerosos pies para que tengáis una excusa para ser tan lentos!
—Bien, veamos quien acaba con los pies cercenados —dijo Caramon.
—¡Esto ser divertido! —exclamó con solemnidad uno de los enanos gully.
Los Aghar trotaron por el corredor.
Lucha en la marmita.
El remedio de Bupu para la tos.
Por dos grandes agujeros subía un espeso vapor que inundaba toda la sala. Entre ambas aberturas había una gran rueda dentada que arrastraba una inmensa cadena de la que pendía una gigantesca marmita de hierro negro; el otro extremo de la cadena desaparecía por la segunda abertura. Rodeando la marmita había cuatro draconianos ataviados con armaduras, dos de los cuales empuñaban látigos de cuero e iban armados con espadas curvas. Sólo pudieron verlos un instante, pues la niebla los envolvía. Tanis oyó el chasquido de un látigo y el bramido de una voz gutural.
—¡Tú, enano, parásito, sabandija! ¿Qué estás haciendo ahí parado? ¡Métete en la marmita antes de que desolle tu asquerosa piel y la separe de tu nauseabunda carne! ¡Te voy a...!
El draconiano se detuvo a media frase. Los ojos se le salieron de las órbitas al ver que Caramon, lanzando su grito de guerra, aparecía entre la niebla. El draconiano lanzó un alarido que fue convirtiéndose en un sofocado gorgoteo cuando Caramon lo agarró por el cuello, lo levantó del suelo y lo lanzó contra la pared. Se oyó un crujir de huesos estremecedor que, incluso, asustó a los enanos gully.
Mientras Caramon atacaba, Sturm, balanceando su gran espada de doble puño y vociferando el saludo de los caballeros, cercenó la cabeza de un draconiano. La cabeza rodó por el suelo, convirtiéndose en piedra.