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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Aventuras, Fantastico, Juvenil

El retorno de los Dragones (28 page)

BOOK: El retorno de los Dragones
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—Yo estaba con mi hermano en la torre —explicó Caramon. En su rostro, habitualmente alegre, brillaba una expresión de furia—. Le vi enfrentarse a magos y a hechiceros poderosos, utilizando sólo unos sencillos encantamientos. Los venció, pero le destrozaron el cuerpo. Me lo llevé agonizante de aquel terrible lugar, y... —el inmenso guerrero titubeó.

Raistlin, acercándose rápidamente a su hermano gemelo, posó su huesuda y gélida mano sobre su brazo.

—Ten cuidado con lo que dices

Caramon respiró entrecortadamente y tragó saliva.

—Yo sé lo que mi hermano sacrificó—dijo con voz ronca levantando orgullosamente la cabeza—. Nos está prohibido hablar de ello, pero tú me conoces desde hace muchos años, Sturm Brightblade, y te doy mi palabra de honor de que puedes confiar en mi hermano tanto como confías en mí. Y si llegara un día en que esto no fuera así, que a ambos nos sobrevenga la muerte.

Al escuchar esta promesa, los ojos de Raistlin empequeñecieron. Contempló a su hermano con expresión sombría y pensativa. Sus labios se torcieron y un serio semblante fue diluyéndose, apareciendo de nuevo su mueca de cinismo habitual. El cambio era sorprendente: un segundo antes, el parecido entre ambos hermanos era notable, ahora, eran tan diferentes como las caras opuestas de una moneda.

Sturm dio un paso hacia delante y, sin decir una palabra, estrechó con firmeza la mano de Caramon. Luego se volvió hacia Raistlin, incapaz de mirarle sin revelar su repulsa.

—Acepta mis disculpas, Raistlin —dijo escuetamente el caballero—. Deberías estar orgulloso de tener un hermano tan leal.

—Oh, claro que lo estoy.

Tanis miró al mago de reojo, dudando si el tono de sarcasmo que había creído percibir en sus palabras era sólo imaginación suya. El semielfo se pasó la lengua por sus resecos labios y notó un amargo sabor.

—¿Puedes guiamos por este lugar? —le preguntó con brusquedad.

—Podría si hubiésemos venido antes del Cataclismo —contestó Raistlin—. Los libros que estudié se remontaban a cientos de años atrás. Durante el Cataclismo, cuando la montaña ígnea cayó sobre Krynn, la ciudad de Xak Tsaroth cayó desde el acantilado. Por lo que veo, esta escalera está todavía intacta, pero más adelante... —se encogió de hombros.

—¿Hacia dónde conducen estas escaleras?

—A un lugar llamado la Cámara de los Antepasados, donde yacen las criptas de los antiguos obispos y reyes de Xak Tsaroth.

—Mejor que sigamos adelante —dijo secamente Caramon—. Lo único que conseguimos de esta forma es asustarnos todavía más.

—Sí —asintió Raistlin—. Debemos irnos, y rápido. Nos queda tiempo hasta la noche, mañana esta ciudad será invadida por los ejércitos del norte.

—¡Bah! —Sturm frunció el ceño—. Puede que sepas un montón de cosas, ¡pero esto es imposible de saber! De todas formas Caramon tiene razón, debemos marchamos. Yo iré delante.

Sturm comenzó a descender cuidadosamente por las resbaladizas escaleras y los ojos de Raistlin —empequeñecidos y destellando hostilidad— siguieron atentamente al caballero.

—Raistlin, ve con él, ilumínale el camino —ordenó Tanis, haciendo caso omiso de la enojada mirada que Sturm le dirigía al oírle—. Caramon, tú baja con Goldmoon. Riverwind y yo iremos en la retaguardia.

—¿Y nosotros, qué? —rezongó Flint dirigiéndose al kender mientras ambos descendían tras Goldmoon y Caramon—. En medio, como de costumbre. Unos fardos que no sirven para nada...

—Puede que allá arriba haya algo —dijo Tas mirando hacia el pedestal. Evidentemente, no había oído ni una sola palabra de la conversación—. Una bola de cristal para la adivinación, un anillo mágico como el que tuve una vez... ¿Alguna vez te hablé de mi anillo mágico? —Flint gruñó y el kender siguió parloteando mientras bajaban por la escalera.

Tanis se volvió hacia Riverwind.

—Tú has estado aquí, seguro que has estado, hemos visto a la diosa que te dio la Vara. ¿Bajaste por aquí?

—No lo sé —contestó abrumado el bárbaro —. No recuerdo nada. Lo único que recuerdo es el dragón.

Tanis se quedó callado. El dragón. Todo remitía al dragón. La criatura amenazaba los pensamientos de todos ellos, ¡Y qué débil parecía el pequeño grupo contra un monstruo surgido de las más oscuras leyendas de Krynn! ¿Por qué nosotros? Pensaba Tanis con amargura. ¿Existe algún grupo con menos aspecto de héroes que nosotros? Siempre disputando, refunfuñando y discutiendo; la mitad desconfía de la otra mitad. «Hemos sido elegidos». Esta idea tampoco le reconfortaba demasiado. Tanis recordó las palabras de Raistlin: “¿Quién nos eligió y por qué?” El semielfo comenzaba a hacerse la misma pregunta.

Descendieron lentamente por la empinada escalera que giraba y giraba, penetrando cada vez más en el interior de la montaña. Al comenzar el descenso, la oscuridad era total, pero más adelante comenzó a clarear y Raistlin pudo apagar la luz de su bastón. Al poco rato Sturm levantó la mano, indicándoles que se detuviesen. Ante ellos se extendía un corto corredor que desembocaba en una gran puerta arqueada a través de la cual se entreveía un amplio espacio. Por la puerta se filtraba una luz grisácea así como un hedor húmedo y putrefacto.

Los compañeros aguardaron durante unos instantes, escuchando atentamente. Se oía un sonido de agua que parecía provenir de abajo, de más allá de la puerta, y que casi ahogaba cualquier otro sonido. No obstante, a Tanis le pareció oír algo más —un chasquido agudo— y más que oír, sintió en el suelo golpes y vibraciones. Pero no duró mucho, y el chasquido no se repitió. Luego fue aún más extraño; se oyó un sonido metálico salpicado de estridentes y repentinos chillidos. Tanis dirigió a Tasslehoff una mirada de interrogación.

El kender se encogió de hombros.

—Yo no tengo la clave —le dijo inclinando la cabeza y escuchando con atención—.Nunca había oído nada igual, Tanis, excepto una vez... —hizo una pausa y sacudió la cabeza—. ¿Quieres que vaya a ver qué es?

—Sí, ve, pero ten mucho cuidado.

Tasslehoff se deslizó por el corredor, saltando de sombra en sombra. Cuando un kender quiere pasar desapercibido, hace menos ruido que un ratón corriendo por una mullida alfombra. Tas llegó a la puerta y se asomó al exterior. Ante él vio lo que en otro tiempo debió haber sido una amplia sala de ceremonias. Raistlin la había llamado la Cámara de los Antepasados. A la derecha, parte del suelo estaba destruido y agujereado, y de allí salía una bullente neblina blanca que despedía un olor fétido. Había más grietas de gran tamaño y grandes pedazos de baldosas colocados a modo de mojones de tumbas. Tanteando cautelosamente sus pasos, el kender entró en la sala. A través de la niebla, podía entrever en la pared sur una oscura puerta... y otra en la pared norte. Aquel sonido extraño y estridente venía del sur, por lo que Tas caminó en esa dirección.

De pronto, detrás suyo, oyó de nuevo los golpes y vibraciones y sintió que el suelo comenzaba a temblar. El kender regresó a la escalera rápidamente. Los demás también habían oído los ruidos y estaban todos arrimados contra la pared con las armas en la mano. El ruido aumentó y se convirtió en un crujido prolongado. En aquel momento, diez o quince redondeadas figuras cruzaron apresuradamente la puerta arqueada. El suelo tembló y las figuras se evaporaron en la niebla. Se oyó otro agudo chasquido y luego... silencio.

—¡En nombre del Abismo! ¿Qué ha sido eso? —exclamó Caramon—. Esos no eran draconianos, a menos que ahora resulte que existe una especie baja y voluminosa. Además, ¿de dónde venían?

—Venían de la zona norte de la sala —dijo Tas—. Hay una puerta allí y otra en la zona sur. El sonido estridente viene del sur, que es hacia donde se han dirigido esas cosas.

—¿Qué hay en el este? —preguntó Tanis.

—A juzgar por el rumor de agua cayendo, supongo que un gran salto de agua —respondió el kender—. El suelo está destrozado, yo no aconsejaría tomar esa dirección.

Flint olisqueó.

—Huelo algo... algo que me resulta conocido. Pero no sé que es.

—Yo huelo a muerte —dijo Goldmoon estremeciéndose y apretando la Vara contra su pecho.

—No, es algo peor —murmuró Flint. De pronto sus ojos se abrieron de par en par y su rostro enrojeció de rabia y de furor—. ¡Ya lo sé! ¡Un enano gully! —exclamó, asiendo el hacha—. ¡Esas miserables criaturas son enanos gully! ¡Pues no lo serán por mucho tiempo...! ¡Los convertiré en pestilentes cadáveres!

Comenzó a correr tras ellos, pero Tanis, Sturm y Caramon consiguieron sujetarlo antes de que llegase al final del corredor.

—¡Cállate! —ordenó Tanis al farfullante enano—. ¿Estás seguro de que se trata de enanos gully?

El enano, enojado, se deshizo del agarrón de Caramon.

—¡Seguro! ¡Tan seguro como que me tuvieron prisionero durante tres años y

—¿Es verdad eso? —preguntó Tanis asombrado.

—Por eso nunca te dije dónde estuve estos últimos cinco años. Pero juré que me vengaría. Mataré a todos los enanos gully que se me crucen en el camino.

—Esperad —interrumpió Sturm—. Los enanos gully no son malvados; por lo menos no tanto como los goblins. ¿Qué pueden estar haciendo aquí viviendo con los draconianos?

—Esclavos... —comentó Raistlin fríamente—. Sin duda alguna, han vivido aquí muchos años, seguramente desde que la ciudad quedó abandonada. Cuando los draconianos fueron enviados aquí, tal vez para vigilar los Discos, se encontraron con ellos y los utilizaron como esclavos.

—Entonces quizás puedan ayudamos —murmuró Tanis.

—¡Enanos gully! —farfulló Flint—. ¿No irás a confiar en esos pequeños y pestilentes...?

—No, por supuesto que no podemos confiar en ellos, pero casi todos los esclavos ansían traicionar a sus amos; los enanos gully, como casi todos los enanos, son sólo leales al verdadero jefe de su clan. Si lo que les pidamos no es algo que ponga en peligro su sucia piel, seguro que podremos comprar su ayuda.

—¡Vaya, sólo me faltaría ser el sirviente de un gully! —exclamó Flint con repugnancia. Arrojando el hacha y la bolsa al suelo, y cruzándose de brazos, se puso de espaldas a la pared—. ¡Vamos! Id a pedirles ayuda a vuestros nuevos amigos. Yo no iré con vosotros. ¡Ya lo creo que os ayudarán! ¡Os llevarán hasta las mismísimas fauces del dragón!

Tanis y Sturm intercambiaron miradas de preocupación, recordando el incidente del bote. Flint podía llegar a ser increíblemente tozudo, y Tanis creía que esta vez no lograrían convencerlo.

—No sé... —suspiró Caramon moviendo de un lado a otro la cabeza—. Es un desastre que el enano no venga; si conseguimos que los enanos gully nos ayuden, ¿quién mantendrá a esa escoria en su lugar?

Sorprendido por la perspicacia de Caramon, Tanis sonrió y le siguió la corriente.

—Supongo que Sturm.

—¡Sturm! .,—el enano dio un respingo—. ¿Un caballero que sería incapaz de apuñalar al enemigo por la espalda? Necesitáis a alguien que conozca a esas asquerosas criaturas...

—Tienes razón, Flint. Supongo que tendrás que venir con nosotros.

—Tenlo por seguro —refunfuñó Flint, recogiendo sus cosas y comenzando a caminar por el corredor. A los pocos segundos se giró —. ¿Venís?

Ocultando sus sonrisas, los compañeros siguieron a Flint a la Cámara de los Antepasados. Caminaron pegados a la pared, intentando evitar aquel suelo traicionero, y se dirigieron hacia el sur siguiendo el mismo camino que habían tomado los enanos gully. Encontraron un pequeño pasaje que iba en esa dirección y luego giraba bruscamente hacia el este. Una vez más oyeron el crujido; el chirrido metálico se había detenido. De pronto oyeron detrás suyo el sonido de unos pasos.

—¡Los enanos! —exclamó Flint.

—¡Atrás! —ordenó Tanis —. Preparaos para sorprenderlos, debemos evitar a toda costa que den la alarma.

Se apretujaron contra la pared con sus espadas desenvainadas. Flint, con expresión de ansiosa impaciencia, sostenía en la mano su hacha de guerra. Volvieron la mirada atrás, hacia la amplia sala, y vieron aproximarse a otro grupo de bajas y rechonchas figuras.

De pronto el primero de los enanos gully los vio. Caramon se plantó frente a los pequeños seres y levantando su inmenso brazo ordenó:

—¡Alto! —Los enanos gully le miraron con curiosidad e inmediatamente desaparecieron por una esquina en dirección este. Caramon, sorprendido, se volvió a mirarlos.

—Alto... —repitió, esta vez con menor convicción.

Uno de los enanos gully se asomó de pronto por la esquina y se llevó un sucio dedo a los labios.

—¡Shhhhhhh! —Luego la rechoncha figura desapareció. Volvió a escucharse el crujido, y el chirrido metálico comenzó de nuevo.

—¿Qué estará sucediendo? —preguntó Tanis en voz baja.

—¿Son todos así? —inquirió Goldmoon con los ojos muy abiertos—. Tan sucios y andrajosos, y con el cuerpo cubierto de llagas.

—Y la inteligencia de una castaña —gruñó Flint.

Cautelosos, tomaron el mismo camino que los enanos gully, doblando por la esquina en dirección este. Ante ellos se extendía un corredor largo y estrecho, iluminado por antorchas que titilaban y humeaban en la sofocante atmósfera. La luz se reflejaba en las paredes, que estaban mojadas e impregnadas de humedad. Varias puertas entreabiertas comunicaban con la cámara.

—Las criptas... —susurró Raistlin.

Tanis se estremeció. Unas gotas de agua cayeron sobre su cabeza. El chirrido metálico sonaba cada vez más cercano. Goldmoon le tocó el brazo y señaló. Tanis vio que al final del largo corredor había una puerta abierta, más allá de la cual se abría otro pasadizo formando una intersección en forma de «T». El corredor estaba lleno de enanos gully.

—¿Por qué se habrán puesto todos en fila? —preguntó Caramon.

—Esta es nuestra oportunidad para averiguarlo —respondió Tanis. Cuando comenzaba a caminar en dirección a ellos, Raistlin le tocó el brazo.

—Dejadme esto a mí.

—Mejor que vayamos contigo —dijo Sturm—. Sólo para cubrirte la espalda, si es necesario.

—Claro. Pero, sobre todo, no me interrumpáis. Tanis asintió.

—Flint y Riverwind, haced guardia en este extremo del corredor. —El enano abrió la boca para protestar pero, encogiéndose de hombros, se situó al lado del bárbaro.

—Permaneced detrás mío —ordenó Raistlin, comenzando a caminar por el corredor. Sus ropajes crujían al rozar con sus tobillos, y el bastón de mago golpeaba suavemente el suelo a cada paso. Le seguían Tanis y Sturm, quienes se mantenían pegados a las goteantes paredes. De las criptas salía un aire helado. Tanis se asomó a una y vio el oscuro contorno de un sarcófago, iluminado por una chisporroteante antorcha. El féretro estaba tallado y decorado en oro, aunque ya no relucía. El ambiente era opresivo y sofocante, y varias de las tumbas parecían violadas y saqueadas. Por un instante, Tanis vio un esqueleto sonriéndole burlón en la oscuridad, y se preguntó si los espíritus de los muertos estarían planeando una venganza contra ellos por haber turbado su descanso. Hizo un esfuerzo para volver a la realidad, que ya era suficientemente desoladora.

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