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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Aventuras, Fantastico, Juvenil

El retorno de los Dragones (27 page)

BOOK: El retorno de los Dragones
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Tanis parpadeó, intentando que sus ojos volviesen a acostumbrarse a la oscuridad. Se oyó una voz profunda.

—Kan-tokah neh sirakan.

Goldmoon gritó y Tanis miró hacia lo que debería haber sido el cadáver de Riverwind. En lugar de ello, vio que el bárbaro se incorporaba y extendía sus brazos hacia la mujer. Ella le abrazó, riendo y llorando al mismo tiempo.

—Por tanto —les dijo Goldmoon finalizando su relato—, debemos encontrar un camino que nos conduzca a la ciudad destruida que yace bajo el templo, y llevarnos los Discos que guarda el dragón en su cubil.

Se hallaban sentados sobre el suelo, en la cámara principal del templo, cenando frugalmente algunas frutas y hojas que habían recogido de los alrededores, así como algunos restos de provisiones que, milagrosamente, habían conseguido poner a salvo, cuando fueron hechos prisioneros por los draconianos. Una rápida inspección del edificio les había revelado que se hallaba vacío, a pesar de que Caramon había encontrado huellas de draconianos junto a la escalera, además de otras huellas que el guerrero no había podido identificar.

El edificio no era muy grande. Enfrente de la entrada que les había llevado a la cámara principal donde se hallaba la estatua, había dos habitaciones presuntamente dedicadas a la oración. La cámara principal se ramificaba en dos salas circulares, una orientada al norte y la otra en dirección sur, ambas decoradas con frescos que ahora se hallaban cubiertos de hongos, por lo que resultaban imposibles de identificar. Dos pares de dobles puertas doradas conducían hacia el este. Caramon les notificó que allí había encontrado una escalera que descendía hacia la ciudad destruida. Desde donde se encontraban, podía oírse el débil sonido de un rompiente, lo cual les recordó que se hallaban sobre un acantilado que daba al Nuevo Mar.

Los compañeros estaban en silencio, cada uno perdido en sus propios pensamientos, intentando asimilar la historia que les había relatado Goldmoon. Tasslehoff continuó curioseando por las habitaciones e investigando los rincones oscuros. Al no encontrar nada que le interesase, el kender, aburrido, se reunió con el grupo, llevando en la mano un viejo casco demasiado grande para él. Como los kenders nunca llevan casco, pues lo consideran molesto y demasiado pesado para su corta estatura, Tas se lo lanzó al enano.

—¿ Qué es esto? —preguntó Flint con suspicacia, colocándolo bajo la luz que proyectaba el bastón de Raistlin. Era un casco de diseño antiguo, trabajado por un herrero habilidoso. Sin duda alguna, por un enano, decidió Flint mientras le sacaba el brillo cuidadosamente con la mano. El extremo superior estaba adornado por una larga cola de animal. El enano arrojó el casco de draconiano que había estado utilizando y se puso el nuevo. Le quedaba perfecto. Sonriendo, se lo sacó para volver a admirar la parte trabajada. Tanis lo observaba divertido.

—Es pelo de caballo —dijo señalando la cola.

—¡No, no lo es! —Arrugando la nariz, lo olió de cerca y al ver que no estornudaba miró a Tanis satisfecho—. Es cabello de la melena de un grifo.

Caramon soltó una carcajada.

—¡Un grifo! —exclamó —. En Krynn hay tantos grifos como...

—Dragones —interrumpió Raistlin en tono irónico.

La conversación se acabó bruscamente.

Sturm se aclaró la garganta. —Sería mejor que durmiésemos un poco—. Yo haré la primera guardia.

—Esta noche no hace falta que nadie haga guardia —dijo Goldmoon lentamente, sentándose junto a Riverwind. Desde su encuentro con la muerte, el bárbaro no había hablado mucho. Durante largo rato, se había quedado contemplando la estatua de Mishakal, reconociéndola como la mujer que le había entregado la Vara, pero se había negado a contestar cualquier pregunta o a hablar sobre el tema.

—Aquí estamos a salvo —afirmó Goldmoon mirando la estatua.

Caramon arqueó las cejas, Sturm frunció el ceño y se atusó los bigotes. Ambos eran demasiado corteses para cuestionarle a Goldmoon su fe, pero Tanis sabía que ninguno de ellos se sentiría seguro si no establecían unos turnos de guardia. De cualquier forma, faltaban pocas horas para que amaneciese y todos necesitaban descansar. Raistlin ya dormía, tendido en un oscuro rincón de la habitación, envuelto en su capa.

—Creo que Goldmoon tiene razón —dijo Tasslehoff—. Confiemos en los antiguos dioses, ya que al parecer, los hemos encontrado.

—Los elfos nunca los perdieron; ni los enanos tampoco —protestó Flint con expresión enojada—. ¡No entiendo nada de nada! Supuestamente, Reorx es uno de los antiguos dioses y le hemos adorado desde el Cataclismo...

—¿Adorado? —preguntó Tanis —. O llorado desesperadamente cuando tu gente fue expulsada de su Reino de las Montañas. No, no te enfurezcas... Los elfos actuaron igual.—Tanis, al ver que el rostro del enano enrojecía vivamente, levantó una mano—. Cuando nuestras tierras fueron arrasadas, nos quejamos a los dioses. Sabemos que existen y veneramos su recuerdo, tal como veneramos a los muertos. Ciertas sectas de elfos desaparecieron hace ya tiempo, igual que algunas sectas de enanos. Recuerdo a Mishakal, diosa de la Curación. Cuando era joven oí contar historias sobre ella, y también recuerdo historias sobre dragones. Cuentos de niños, diría Raistlin. Por lo visto nuestra infancia ha vuelto para acosarnos o para salvamos. Esta noche he visto dos milagros: uno realizado por las fuerzas del bien y otro por las del mal. Si he de confiar en la evidencia de mis sentidos, debo creer en ambos. De todas formas... —el semielfo suspiró—, creo que deberíamos hacer turnos de guardia esta noche. Lo siento, señora. Desearía que mi fe fuese tan firme como la vuestra.

Sturm hizo la primera guardia. Los demás se envolvieron en mantas y se tendieron sobre el suelo de mosaico. Después de aquel día extenuante en el que parecía que sus desgracias no iban a acabar jamás, encontraron al fin unas horas de descanso que les proporcionaron un poco de sosiego y les permitieron recuperar las energías perdidas. El caballero paseó por el templo iluminado por la luz de las lunas. Recorrió las tranquilas habitaciones, más por hábito que por sentir amenaza alguna. Oía el furioso soplido del viento del norte. No obstante, el interior del templo era curiosamente cálido y acogedor: tal vez demasiado acogedor.

Se sentó en el pedestal de la estatua y sintió que le invadía una dulce paz. De pronto, se irguió rápidamente y, asombrado, comprobó que casi se había quedado dormido. ¡Esto era imperdonable! Después de reprenderse severamente, el caballero decidió, como castigo, caminar durante toda la guardia, las dos horas completas. En el momento en el que iba a levantarse, se detuvo. Oyó unos cánticos, era la voz de una mujer. Extrañado, miró a su alrededor, llevando su mano a la empuñadura de la espada. De pronto su mano tembló; había reconocido la voz y la canción. Era la voz de su madre. Estaban juntos una vez más, huyendo de Solamnia, viajando solos a excepción de un fiel servidor, que moriría antes de que llegasen a Solace. La canción era una de esas canciones de cuna más viejas que los mismos dragones. La madre de Sturm sostenía amorosamente a su hijo, intentando que no sintiera miedo y reconfortándole cálidamente con su canción. Los ojos de Sturm se cerraron, y el caballero se quedó tan pacíficamente dormido como sus derrengados compañeros.

La luz del bastón de Raistlin resplandecía, manteniendo alejada la oscuridad.

17

La senda de la muerte.

Los nuevos amigos de Raistlin.

El repiqueteo de algo metálico golpeando contra el suelo de azulejos sacó a Tanis de un sueño profundo. Se incorporó alarmado, medio dormido, buscando su espada.

—Lo siento —dijo Caramon, sonriendo con expresión avergonzada—. Estaba ajustándome mi cota de malla.

Tanis lanzó un profundo suspiro que terminó en bostezo, se desperezó y volvió a tenderse sobre la manta. La imagen de Caramon vistiéndose —ayudado por Tasslehoff— le recordó al semielfo que les aguardaba una dura jornada. Sturm también se estaba abrochando su cota de mallas, mientras Riverwind le sacaba brillo a la espada que había encontrado. Tanis tuvo que hacer un esfuerzo para no pensar en lo que podría ocurrirles durante la jornada. Aunque la milagrosa curación del bárbaro había abierto un cierto optimismo en sus mentes. Era evidente que los antiguos dioses los protegían.

Sin embargo, la sombra de la muerte que se había cernido sobre ellos aquella noche, había afectado profundamente los sentimientos de Tanis, puesto que los elfos veneran la vida y, a pesar de que creen que la muerte de un ser es un paso positivo hacia un nivel superior de existencia, no dejan de angustiarse ante el misterio de lo desconocido que ésta representa.

Tanis obligó a su parte humana a tomar posesión de su alma durante ese día en el que se vería obligado a matar y, tal vez, a afrontar la muerte de uno o más de aquellos a los que quería. Recordaba cómo se había sentido el día anterior, cuando creyó que podían perder a Riverwind. Frunció el ceño y se incorporó bruscamente, sintiéndose como si acabara de despertar de un mal sueño.

—¿Está todo el mundo en pie? —preguntó rascándose la barba.

Flint se acercó a él y le dio un pedazo grande de pan y algunas sobras de carne de venado seca.

—En pie y desayunados —gruñó el enano—. Te podrías haber pasado todo el Cataclismo durmiendo, semielfo.

Mientras comía un poco de venado sin demasiado apetito, Tanis torció la nariz y husmeó.

—¿Qué es este olor tan extraño?

—Una de las pócimas del mago.—El enano sacó un trozo de madera y comenzó a tallarlo enérgicamente. Las virutas volaban—. Ha machacado una especie de polvos, les ha añadido agua y, después de removerlos, cuando ya olían de esta forma tan asquerosa, se los ha bebido. Prefiero no saber de qué se trata.

Tanis asintió y continuó masticando el venado. Raistlin leía su libro de encantamientos, murmurando las palabras una y otra vez hasta que se las aprendía de memoria. El semielfo se preguntó si el mago dispondría de algún tipo de hechizo contra los dragones. Por lo poco que recordaba sobre la tradición popular —el elfo bardo, Quivalen Soth, se lo había enseñado años atrás —, sólo los encantamientos de los mejores magos podían afectar a los dragones, los cuales tenían su propia magia —tal como había tenido oportunidad de presenciar el día anterior.

Tanis contempló al joven y frágil mago, quien estaba absorto en su libro, y movió la cabeza. Raistlin era poderoso para su edad, y sin duda alguna era ingenioso e inteligente, pero los dragones eran más viejos, habitaron Krynn antes de que los elfos —la más antigua de las razas— caminaran por esas tierras. De todas formas, si el plan que habían acordado la noche anterior salía como esperaban, no tenían por qué encontrarse con el dragón. Sencillamente, confiaban en hallar su cubil y huir con los Discos. Era un buen plan, pensó Tanis, aunque lo más probable es que les fuera tan útil como unas señales de humo en pleno huracán. Empezó a invadirle la desesperación.

—Bien, ya estoy preparado —anunció jovialmente Caramon. Ataviado con su resistente cota de malla, el guerrero se sentía muchísimo mejor. Esa mañana, el dragón no significaba más que una pequeña molestia. Mientras silbaba, desafinando, una vieja marcha, pensaba en la última cosa agradable que les sucedió después de abandonar Solace, la cena en el Bosque Oscuro. Sturm también llevaba la cota de malla cuidadosamente ajustada. Se había sentado a cierta distancia de sus compañeros y, con los ojos cerrados, realizaba el ritual secreto de los caballeros, preparándose mentalmente para el combate. Tanis se puso en pie, sintiéndose rígido, por lo que se movió un poco para agilizar la circulación y relajar la tensión de sus músculos. Los elfos no realizaban ningún ritual antes de la batalla, excepto el de disculparse por jugar con la muerte.

—Nosotros también estamos preparados —dijo Goldmoon. Vestía una pesada túnica gris hecha de cuero blando y ribeteada en piel, y había trenzado su largo cabello de oro y plata.

—Bueno, acabemos con esto de una vez por todas —suspiró Tanis mientras recogía el arco y las flechas, que Riverwind había obtenido en el campamento de draconianos, y se los colgaba al hombro. Además llevaba una daga y su espada larga. Sturm tenía su espada de doble puño. Caramon llevaba el escudo, una espada larga y dos dagas. Flint había sustituido el hacha de guerra que había perdido con una perteneciente a un draconiano. Tasslehoff llevaba su vara jupak y una pequeña daga que había encontrado, de la cual se sentía muy orgulloso, por lo que se sintió profundamente herido cuando Caramon le dijo que les sería de gran utilidad si se topaban con algún conejo. Riverwind se había atado a la espalda su espada larga y aún llevaba la daga de Tanis, y Goldmoon sólo llevaba la Vara. Vamos todos bien armados, pensó Tanis apesadumbrado, aunque no creo que nos sirva de mucho.

Los compañeros salieron de la cámara de Mishakal. Goldmoon, que iba en último lugar, al pasar frente a la estatua de la diosa, la tocó levemente con la mano y murmuró una oración.

Tas iba delante, brincando alegremente, con su coleta balanceándose de un lado a otro. ¡Por fin iba a enfrentarse al dragón!

Siguiendo las instrucciones de Caramon, se dirigieron hacia el este; tras atravesar otros dos pares de puertas dobles y doradas, llegaron a una sala circular. En el centro había un alto pedestal cubierto de limo; era tan alto que ni el mismísimo Riverwind pudo ver lo que sostenía, si es que sostenía algo. Tas se lo quedó mirando pensativo.

—Intenté escalarlo ayer noche —dijo—, pero era demasiado resbaladizo. Me gustaría saber qué hay ahí arriba.

—Bien, sea lo que sea, permanecerá siempre fuera del alcance de los kenders —le contestó enojado Tanis, mientras se acercaba a estudiar la escalera de caracol que descendía perdiéndose en la oscuridad. Los escalones estaban rotos y cubiertos de hongos y plantas podridas.

—La Senda de la Muerte —dijo Raistlin de repente.

—¿Cómo dices? —saltó Tanis.

—La Senda de la Muerte. Así es como se llama la escalera.

—¡Por el nombre de Reorx! ¿Cómo lo sabes? —gruñó Flint.

—He leído cosas sobre esta ciudad.

—Es la primera noticia que tenemos de ello —le dijo fríamente Sturm—. ¿Qué más sabes que no nos hayas dicho?

—Muchas cosas, caballero —le respondió Raistlin arrugando la frente—. Mientras mi hermano y tú jugabais con espadas de madera, yo pasaba el tiempo estudiando.

—Sí, estudiando lo oculto y lo misterioso. ¿Qué es lo que ocurrió realmente en las Torres de la Alta Hechicería, Raistlin? Dudo que consiguieses esos maravillosos poderes sin dar nada a cambio. ¿Qué es lo que sacrificaste en esas torres? ¿Tu salud... o tu alma?

BOOK: El retorno de los Dragones
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