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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Aventuras, Fantastico, Juvenil

El retorno de los Dragones (23 page)

BOOK: El retorno de los Dragones
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—¿Está enfermo, verdad?

—Sí, el veneno actúa rápidamente. Pero no os preocupéis, no estará solo. El resto de vosotros os reuniréis con él dentro de poco. En realidad deberíais envidiarlo, vuestra muerte será mucho más lenta.

El draconiano le dio la espalda y le dijo algo a su compañero, agitando su garrudo pulgar en dirección a la jaula. .., Ambos graznaron con sus risas gorgoteantes y Tanis, sintiendo que su asco y su rabia iban en aumento, miró de nuevo hacia Raistlin.

El mago empeoraba rápidamente. Goldmoon le puso la mano sobre el cuello, intentando sentir sus pulsaciones, y movió la cabeza con preocupación. Gimiendo, Caramon dirigió la mirada hacia los draconianos que estaban fuera riendo y hablando entre ellos.

—¡Detente, Caramon! —gritó Tanis, pero fue demasiado tarde.

Lanzando un rugido como el de un animal herido, el inmenso guerrero se abalanzó sobre los draconianos. El bambú cedió a su paso, las barras se astillaron y se clavaron en su piel. Enloquecido por el deseo de matar, Caramon ni siquiera se dio cuenta. Cuando el guerrero pasaba delante suyo, Tanis se colgó de su cuello intentando detenerlo, pero Caramon se lo sacudió con la facilidad con que un oso se saca de encima a un insecto molesto.

—Caramon, no seas loco... —gruñó Sturm mientras él y Riverwind se lanzaban sobre el guerrero, pero Caramon estaba tan furioso que se deshizo también de ellos.

Uno de los draconianos se giró con la espada en alto pero; Caramon la hizo volar de un solo empellón. La criatura cayó al suelo sin sentido después de que el gran hombre lo golpeara. En pocos segundos, seis draconianos armados con arcos y flechas rodearon al guerrero. Sturm y Riverwind consiguieron tumbarlo en el suelo y Sturm se sentó sobre él, presionando su cara contra el suelo, hasta que notó que Caramon se relajaba y emitía un ahogado sollozo.

En ese instante, una voz aguda y estridente resonó en el campamento.

—¡Traedme al guerrero! —dijo el dragón.

A Tanis se le erizó el cabello. Los draconianos bajaron las armas y se volvieron hacia el dragón, mirándolo atónitos y murmurando entre ellos. Riverwind y Sturm se pusieron en pie. Caramon seguía tendido en el suelo ahogado en sollozos. Los guardias draconianos se miraron unos a otros inquietos, mientras que los que se hallaban cerca del dragón retrocedieron rápidamente unos pasos y formaron un gran semicírculo a su alrededor
.

Una de las criaturas, que por lo que dedujo Tanis debía ser uno de los capitanes, pues llevaba una insignia en la armadura, caminó majestuosamente hacia uno de los draconianos que vestía una túnica, y que se hallaba contemplando al dragón con la boca abierta de par en par.

—¿Qué sucede? —preguntó el capitán. El draconiano hablaba el idioma común y Tanis, que escuchaba atentamente, se dio cuenta de que pertenecían a dos clases diferentes; los draconianos vestidos con túnicas eran, por lo visto, sacerdotes y hechiceros, y al parecer, no podían comunicarse en su propio idioma, teniendo que recurrir al idioma común.

El draconiano guerrero estaba preocupado.

—¿Dónde está ese sacerdote vuestro, Bozak? ¡El debería decidir qué es lo que debemos hacer! ..

—El superior de la orden no está aquí —el draconiano de la túnica recuperó rápidamente su sangre fría—. Uno de «ellos» voló hasta aquí y se lo llevó para que tratara con Lord Verminaard sobre la Vara.

—Pero el dragón sólo habla cuando el superior está aquí —El capitán bajó el tono de voz—. Todo esto no me gusta nada. ¡Será mejor que hagáis algo rápidamente!

—¡Qué significa esta lentitud! —La voz del dragón era tan sibilante como el gemido del viento—. ¡Traedme al guerrero!

—Haced lo que dice el dragón. —El draconiano de la túnica hizo un gesto rápido con sus garras. Varios draconianos se movilizaron; empujaron a Sturm, Tanis y Riverwind dentro de la destruida jaula y alzaron al sangrante Caramon. Lo arrastraron hasta el dragón y lo dejaron allí, de pie, de espaldas al llameante fuego. Cerca del guerrero estaban la Vara de Cristal Azul, el bastón de Raistlin, sus armas y sus paquetes.

Caramon levantó la cabeza para enfrentarse al monstruo, sus ojos estaban llenos de lágrimas y de sangre debido a los múltiples cortes que se había hecho al escapar de la jaula. El dragón se erguía sobre él, podía verlo borrosamente a través del humo que salía de la hoguera.

—Aplicamos nuestra justicia rápida e implacablemente, escoria humana —rugió el dragón. Mientras hablaba desplegó sus inmensas alas, batiéndolas lentamente. Los draconianos dieron un respingo y comenzaron a retroceder, cayendo unos sobre otros al intentar apartarse del monstruo. Por lo visto sabían lo que se avecinaba.

Caramon miró a la criatura fijamente, sin miedo.

—Mi hermano se está muriendo —gritó—. Haz lo que quieras conmigo, sólo te pido una cosa: ¡Dame mi espada para que pueda morir luchando!

El dragón se rió estridentemente; los draconianos se unieron a él con gorgoteos y gruñidos. A medida que las alas del dragón batían el aire, la criatura se balanceaba hacia adelante y hacia atrás, preparándose aparentemente para lanzarse sobre el guerrero y devorarlo.

—Será divertido. Dejémosle que recoja su arma —ordenó.

Sus alas batientes originaron un remolino de aire que sacudió el campamento, levantando chispas del fuego y dispersándolas.

Caramon empujó a un lado a los guardias draconianos y restregándose los ojos con la mano, caminó hacia el montón de armas y recogió su espada. Después, con expresión de dolor y resignación, levantó el arma y se volvió para enfrentarse al dragón.

—¡No podemos dejarle morir ahí, solo! —dijo Sturm decididamente, dando un paso hacia delante y preparándose para intervenir.

De pronto, detrás de la jaula, surgió una voz entre las sombras.

—¡Eh... Tanis!

El semielfo se volvió.

—¡Flint! —exclamó, mirando con aprensión a los guardias draconianos, pero éstos estaban absortos contemplando el espectáculo de Caramon y el dragón. Tanis corrió hacia el fondo de la jaula de bambú donde estaba el enano.

—¡Vete de aquí! —le ordenó el semielfo—. No puedes hacer nada, Raistlin está muriéndose y el dragón...

—Es Tasslehoff.

—¿Cómo? —Tanis, atónito, miró al enano. —¿Qué quieres decir?

—El dragón es Tasslehoff —repitió Flint pacientemente.

Esta vez Tanis se quedó sin habla, mirando fijamente al enano.

—El dragón está hecho de mimbre —susurró el enano—, Tasslehoff se deslizó detrás de él y lo observó por dentro. ¡Es falso! Cualquiera que se introduzca dentro de él puede hacer batir las alas y hablar a través de un tubo hueco. Supongo que así es como el sacerdote mantiene el orden aquí. De cualquier forma, Tas es el que está batiendo las alas y amenazando con devorar a Caramon.

Tanis dio un respingo.

—¿Pero cómo escaparemos? Esto está lleno de draconianos y tarde o temprano se darán cuenta de lo que sucede.

—Tú, Riverwind y Sturm id junto a Caramon, recoged vuestras armas, los paquetes y la Vara. Yo ayudaré a Goldmoon a llevar a Raistlin a los bosques. Tasslehoff tiene algo preparado, sólo tenéis que permanecer atentos.

Tanis gruñó.

—Tampoco a mí me gusta —refunfuñó el enano—. Confiar nuestras vidas a ese kender, pero bueno... al fin y al cabo él es el dragón.

—Sin duda alguna lo es —dijo Tanis mirando como la fiera se agitaba, gemía y batía las alas balanceándose. Los draconianos lo miraban estupefactos. Tanis reunió a Sturm y a Riverwind y se agachó junto a Goldmoon, que permanecía al lado de Raistlin. El semielfo les explicó rápidamente lo que estaba sucediendo. Sturm le miró como si estuviese tan loco como Raistlin, y Riverwind movió la cabeza incrédulo.

—¿Tenéis un plan mejor? —preguntó Tanis.

Ambos miraron primero al dragón, después a Tanis y luego se encogieron de hombros.

—Goldmoon irá con el enano —dijo Riverwind.

Goldmoon comenzó a protestar pero, cuando el bárbaro la miró fijamente con sus inexpresivos ojos, ella tragó saliva y guardó silencio.

—Sí —dijo Tanis —. Quedaos con Raistlin señora, por favor. Os traeremos la Vara.

—Entonces, apresuraos —dijo ella—. Está al borde de la muerte.

—Nos apresuraremos. Tengo la impresión de que una vez todo esto haya comenzado, tendremos que movernos muy rápido —le acarició la mano—. Vamos —poniéndose en pie, respiró profundamente.

Riverwind aún miraba a Goldmoon. Quiso hablar pero, moviendo la cabeza enojado, se volvió sin decir una sola palabra y se puso en pie al lado de Tanis. Sturm se unió a ellos y los tres se escurrieron por detrás de los guardias draconianos.

Caramon levantó la espada, que refulgió a la luz del fuego. Al dragón le entró un furioso frenesí y los draconianos cayeron hacia atrás, graznando y golpeándose entre sí. El aleteo del dragón levantó un viento que esparció chispas y cenizas, incendiando algunas chozas de bambú cercanas, pero los draconianos estaban tan impacientes de que se produjera la matanza, que ni se percataron. El dragón se movió y aulló, y Caramon notó que se le secaba la boca y los músculos del estómago se le contraían. Era la primera vez que libraba una batalla sin su hermano y ello hacía que su corazón palpitase dolorosamente. Cuando estaba a punto de lanzarse al ataque, aparecieron Tanis, Sturm y Riverwind a su lado.

—¡No dejaremos que nuestro amigo muera solo! —gritó provocadoramente Tanis, dirigiéndose al dragón. Los draconianos aullaron enfervorecidos.

—¡Sal de aquí, Tanis! —exclamó Caramon con el ceño fruncido y el rostro ensangrentado y cuajado de lágrimas—. Esta es mi batalla.

—¡Calla y escucha! Sturm, toma tu espada y la mía, Riverwind, recoge tus armas, los fardos y cualquier arma de los draconianos que puedas encontrar para reemplazar a las que hemos perdido. Caramon, tú ocúpate de la Vara y del bastón de mago de Raistlin.

Caramon le miró fijamente.

—¿Qué?

—Tasslehoff es el dragón. No hay tiempo para explicártelo. ¡Haz lo que te digo! Toma la Vara y llévala al bosque, Goldmoon está esperándola. —Posó la mano sobre el hombro del guerrero y lo zarandeó— ¡Corre! ¡Raistlin se está muriendo! ¡Tú eres su última oportunidad!

Esta última frase hizo reaccionar a Caramon; corriendo hacia el montón de armas agarró la Vara de Cristal Azul y el bastón de mago de Raistlin. Sturm y Riverwind recuperaron sus armas y el caballero le llevó a Tanis su espada.

—Y ahora, ¡preparaos para morir, humanos! —gritó el dragón y, sacudiendo repentinamente las alas, comenzó a revolotear en el aire. Los draconianos, alarmados, graznaron y chillaron; algunos de ellos salieron corriendo hacia los bosques, otros se arrojaron al suelo.

—¡Ahora! —gritó Tanis —. ¡Corre, Caramon!

El inmenso guerrero salió corriendo velozmente hacia los bosques, intentando localizar a Goldmoon y a Flint, que estaban esperándolo. Un draconiano le salió al paso, pero Caramon lo derribó de un solo golpe. Tras él, oía una gran conmoción; Sturm entonaba su grito de guerra solámnico y los draconianos gritaban. Le atacaron más draconianos, pero utilizó la Vara de Cristal Azul tal como se la había visto utilizar a Goldmoon, sosteniéndola en la mano derecha y balanceándola en forma de arco. La Vara despedía llamas azuladas y los draconianos caían desplomados.

Llegó a los bosques y encontró a Raistlin casi sin respiración, tendido a los pies de Goldmoon. Esta sujetó la Vara que Caramon le tendía y la posó sobre el cuerpo inerte del mago. Flint la observaba moviendo de un lado a otro la cabeza.

—No funcionará. Se ha gastado.

—Tiene que funcionar. Por favor —murmuró Goldmoon—, quienquiera que seáis, Señor de la Vara, curad a este hombre, os lo ruego —lo repitió una y otra vez. Caramon observaba la escena con los ojos entornados cuando, de repente, el bosque se iluminó con una tremenda explosión de luz.

—¡En nombre de los Abismos! —suspiró Flint—. ¡Mirad esto!

Caramon se giró en el preciso momento en que el inmenso dragón de mimbre se estrellaba de cabeza en la llameante hoguera. Troncos incandescentes volaron por el aire, dispersando chispas por el campamento. Las cabañas de bambú de los draconianos que aún no estaban chamuscadas comenzaron a arder con fuerza y el dragón de mimbre, tras un horripilante aullido final, también prendió fuego.

—¡Tasslehoff! —exclamó Flint—. ¡El maldito kender está .., ahí dentro!— Antes de que Caramon pudiese detenerlo, el enano corrió hacia el llameante campamento de draconianos.

—Caramon... —murmuró Raistlin. El guerrero se arrodilló junto a su hermano, quien, aún pálido, había abierto los ojos e iba volviendo en sí.

Una vez más la Vara de destellos azulados había demostrado su poder contra la enfermedad. Goldmoon sintió una íntima satisfacción porque sus ruegos habían sido escuchados y su insistencia y perseverancia habían conseguido su propósito.

Incorporándose con debilidad, el mago se apoyó en su hermano y contempló las llamas.

—¿Qué está sucediendo?

—No estoy seguro. Tasslehoff se ha convertido en dragón y luego todo ha sido muy confuso. Descansa. —El guerrero observaba el campamento a través del humo, con la espada desenvainada y preparada por si los draconianos venían en su busca.

Pero los draconianos habían perdido el interés por sus prisioneros. Los de linaje guerrero, una vez producido el pánico, habían huido a los bosques mientras su dios-dragón se quemaba. Algunos de los draconianos vestidos con túnicas, que eran, en apariencia, más inteligentes que los otros, intentaban desesperadamente poner orden en aquel espantoso caos que se había creado.

Sturm se abrió camino entre los draconianos sin encontrar ninguna resistencia. Cuando llegó a un espacio despejado cerca de la jaula de bambú, se cruzó con Flint que volvía corriendo al campamento.

—¡Eh! ¿Dónde...? —le gritó Sturm al enano.

—¡Tas... en el dragón! —el enano no se detuvo.

Sturm se volvió y vio que el dragón negro ardía con unas llamaradas que se alargaban hasta el cielo. Un humo denso cubría el campamento, pues el aire húmedo y pesado de la ciénaga evitaba que la humareda ascendiese y se dispersase. Una parte del llameante dragón explotó y una lluvia de chispas cayó sobre el campamento. Sturm se agachó y se sacudió las partículas que ,caían sobre su capa, luego corrió tras el enano, alcanzándolo con facilidad debido a la longitud de sus piernas.

—¡Flint! —dijo jadeante, agarrando al enano por el brazo—. Es inútil. ¡Nadie podría resistir en esa hornaza! Hemos de regresar con los demás...

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