El retorno de los Dragones (44 page)

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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Aventuras, Fantastico, Juvenil

BOOK: El retorno de los Dragones
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—Gran fuego, de día, de noche. Mal olor —Sestun torció la nariz—. Picar roca, de día, de noche. Yo conseguir buen trabajo en cocina —su rostro se iluminó por un instante—, hacer sopa caliente —pero luego se ensombreció —. Derramar sopa. Sopa caliente calentar armadura muy rápido. Lord Verminaard dormir sobre espalda una semana —suspiró —. Yo con Fewmaster. Yo voluntario.

—Tal vez podríamos cerrar las minas —sugirió Caramon.

—Es una idea —rumió Tanis —. ¿Cuántos draconianos tiene Lord Verminaard vigilando las minas?

—¡Dos! —dijo Sestun alzando diez sucios dedos.

Tanis lanzó un suspiro, recordando que ya había oído eso anteriormente. Sestun lo miró esperanzado.

—Sólo haber dos dragones, dos.

—¡Dos dragones! —exclamó Tanis incrédulo.

—No más de dos.

Caramon gruñó y después guardó silencio. Desde que habían regresado de Xak Tsaroth, el guerrero había estado pensando seriamente en cómo vencer a los dragones. El y Sturm habían repasado todas las historias sobre Huma, quien, por lo que Sturm recordaba, era el único que los había combatido. Desgraciadamente, hasta entonces nadie se había tomado muy en serio las leyendas sobre Huma, excepto los Caballeros de Solamnia, que habían sido ridiculizados por ello. Por tanto, muchas de esas leyendas habían sido olvidadas o tergiversadas.

—Huma fue un intrépido caballero que invocó a los dioses y forjó la poderosa lanza Dragonlance —murmuraba Caramon mientras miraba a Sturm, que yacía dormido sobre el suelo cubierto de paja.

—¿La lanza Dragonlance? —musitó Fizban despertando con un resoplido—. ¿La lanza Dragonlance? ¿Quién ha dicho algo sobre la lanza Dragonlance?

—Mi hermano —susurró Raistlin sonriendo con amargura—. Ha citado el Cántico. Por lo que parece, él y el caballero le han tomado afición a los cuentos infantiles que últimamente los persiguen.

—Es un buen cuento el de Huma y la lanza Dragonlance —dijo el anciano mesándose la barba.

—Un cuento... eso es lo que es. —Caramon bostezó—. Quién sabe si hay algo de realidad en él, y si la lanza Dragonlance, e, incluso, Huma hayan existido alguna vez.

—Sabemos que los dragones son reales —murmuró Raistlin.

—Huma existió —afirmó Fizban en voz baja—. y también la lanza Dragonlance. —El rostro del anciano se ensombreció de pronto.

—¿De verdad? —Caramon se incorporó—. ¿Podrías describirla?

—Por supuesto —replicó Fizban con orgullo.

Todos se dispusieron a escucharlo. La verdad es que Fizban se sintió un poco desconcertado ante el improvisado público.

—Era un arma similar a... no, no lo era. La verdad es que era... no, tampoco era así. Se parecía más a... casi como... o mejor, era como una especie de... lanza, ¡esto es! ¡Una lanza! —Asintió enérgicamente con la cabeza—. y funcionaba bastante bien para luchar contra los dragones.

—Será mejor que eche un sueñecillo —gruñó Caramon. Tanis sonrió y movió la cabeza. Recostándose contra los barrotes, cerró los ojos fatigado. Al poco rato, todos se habían dormido menos Raistlin y Tasslehoff. El kender, completamente despierto y aburrido, miró al mago esperanzado. Algunas veces, cuando Raistlin estaba de buen humor, relataba historias sobre viejos hechiceros. Pero el mago, envuelto en sus ropajes colorados, observaba a Fizban con curiosidad. El anciano estaba sentado sobre un banco, roncando suavemente mientras su cabeza se sacudía a medida que la carreta avanzaba a trompicones por el camino. Los dorados ojos de Raistlin se estrecharon, convirtiéndose en dos relucientes rendijas, como si el mago volviese a tener un nuevo pensamiento inquietante. Un momento después, se cubrió con la capucha y su rostro se perdió en el interior de la misma.

Tasslehoff suspiró, mirando a su alrededor. Al ver que Sestun caminaba cerca de la jaula, su rostro se iluminó. Sabía que a él le agradaban sus historias.

Tasslehoff, llamándolo para que se acercara, comenzó a contarle uno de sus relatos favoritos. Mientras tanto, Solinari y Lunitari iban descendiendo, los prisioneros dormían y los goblins seguían avanzando, medio dormidos, con ganas de acampar pronto. Fewmaster Toede marchaba en primer lugar, soñando con su ascenso. Tras él, los draconianos charlaban entre ellos en su duro idioma, lanzando funestas miradas a Toede cuando éste no los veía.

Tasslehoff se sentó, de nuevo, con las piernas colgando fuera de la carreta, hablando con Sestun. El kender se dio cuenta de que Gilthanas sólo fingía dormir. El elfo, cuando creía que los demás no lo veían, abría los ojos y miraba a su alrededor, lo cual intrigaba sumamente a Tasslehoff, pues parecía como si Gilthanas esperase algún acontecimiento, El kender perdió el hilo de su historia.

—Y entonces.., eh... agarré una piedra de una de mis bolsas, la lancé y... izas! golpeé al hechicero en la cabeza —se apresuró a concluir Tas —. El demonio agarró al hechicero por los pies y lo arrastró hasta el fondo de los Abismos.

—Pero primero demonio agradecer —dijo Sestun, quien había escuchado ya la misma historia dos veces, con alguna variación—. Tú olvidar.

—¿Me olvidé? ¡Ah, sí! El demonio me lo agradeció y se llevó el anillo mágico que me había dado. Si no estuviese tan oscuro podrías ver la marca que el anillo dejó en mi dedo.

—Pronto amanecer. Pronto día. Entonces yo ver —dijo el enano mostrando interés.

Aún estaba oscuro, pero una débil luz en el este indicaba que pronto el sol comenzaría a ascender, iniciándose el cuarto día de viaje.

De pronto Tas oyó el canto de un pájaro en el bosque. Varios más lo contestaron. Qué canto tan extraño, pensó Tasslehoff. No lo había escuchado nunca, claro que era la primera vez que viajaba tan al sur. Sabía dónde se encontraban gracias a uno de sus numerosos mapas. Habían cruzado el único puente existente sobre el río de la Rabia Blanca y se dirigían al sur, hacia Pax Tharkas, situada en el mapa del kender al lado de las famosas minas de hierro de Thadarkan. El paisaje ya no era tan llano y en el oeste comenzaban a divisarse bosques de álamos. Los draconianos y los goblins, sin dejar de observar los bosques, aceleraron el paso. Escondido en aquellos bosques estaba Qualinesti, el antiguo hogar de los elfos.

Otro pájaro cantó, esta vez mucho más cerca, y un instante después, a Tasslehoff se le erizó el cabello al oír el mismo sonido a sus espaldas. Se giró y vio a Gilthanas en pie, produciendo aquel extraño silbido con los dedos en los labios.

—¡Tanis! —chilló Tas, pero el semielfo ya se había despertado, así como el resto de los compañeros.

Fizban se incorporó, bostezó y miró a su alrededor.

—¡Ah! Bien, los elfos ya están aquí.

—¿Qué elfos... dónde? —Tanis se sentó.

De pronto se oyó un zumbido, como una bandada de codornices levantando el vuelo. En la carreta de abastecimiento, frente a ellos, se percibió un grito, y cuando el carromato, que en aquel momento no tenía conductor, se metió en un surco y volcó, se notó claramente como algo se hacía astillas. El conductor que guiaba la jaula de los compañeros tiró fuertemente de las riendas, deteniendo el carromato antes de chocar contra el destrozado vagón de abastecimiento. La jaula se balanceó de un lado a otro, y los prisioneros cayeron al suelo. El conductor guió el carromato alrededor del vagón volcado y consiguió así continuar avanzando.

De pronto el conductor gritó y se llevó la mano al cuello. Los compañeros, a pesar de la débil luz matutina, pudieron ver la silueta del astil plumoso de una flecha. El cuerpo del conductor cayó del asiento. El otro guardia se puso en pie con la espada desenvainada, pero también él cayó hacia delante con una flecha incrustada en el pecho. El alce, notando que las riendas se aflojaban, disminuyó el paso hasta que la jaula se detuvo. Siguieron silbando flechas y se oyeron gritos y sollozos en toda la caravana.

Los compañeros se tendieron en el suelo de la jaula.

—¿Qué sucede? ¿Qué significa todo esto? —le preguntó Tanis a Gilthanas.

Pero el elfo, haciendo caso omiso y agarrado a los barrotes de la jaula, observaba el bosque.

—¡Porthios! —gritó.

—Tanis, ¿qué está sucediendo? —Sturm se incorporó, hablando por primera vez en cuatro días.

—Porthios es el hermano de Gilthanas. Debe tratarse de un rescate —dijo Tanis. Junto al caballero pasó silbando una flecha, que se clavó en una de las vigas de madera de la carreta.

—¡Menudo rescate va a ser si nos matan a todos! —Sturm se tiró al suelo—. ¡Creía que los elfos tenían buena puntería!

—Manteneos agachados —ordenó Gilthanas—. Sólo están disparando para cubrir nuestra fuga. Mi gente no es capaz de atacar directamente a un ejército tan numeroso. Debemos estar preparados para correr hacia el bosque.

—¿Y cómo saldremos de estas jaulas? —preguntó Sturm.

—¡Los elfos no podemos hacerlo todo! Aquí hay hechiceros...

—Yo no puedo hacer nada sin mis elementos de hechicería —siseó Raistlin, escondido tras un banco—. Agáchate, anciano —le dijo a Fizban quien, con la cabeza levantada, observaba con interés a su alrededor.

—Quizás yo pueda hacer algo —dijo el viejo mago con ojos brillantes—. A ver...dejadme pensar...

—¡En nombre del Abismo! ¿Qué está sucediendo? —rugió una voz surgida de la penumbra. Fewmaster Toede apareció galopando sobre su poney—. ¿Por qué nos hemos detenido?

—¡Atacar a nosotros! —gritó Sestun saliendo de debajo de la jaula donde se había refugiado.

—¿Atacar?
¡Blyxtshok! ¡
Haz que la carreta siga avanzando!

Una flecha se clavó en la silla de Fewmaster. Los rojizos ojos de Toede se abrieron de par en par, mirando con pavor hacia el bosque.

—¡Nos están atacando! ¡Elfos! ¡Intentan liberar a los prisioneros!

—¡Conductor y guardia muertos! —gritó Sestun pegándose a la jaula para esquivar una flecha que pasó silbando junto a él—. ¿Qué hacer yo?

Otra flecha pasó junto a la cabeza de Toede. Agachándose, tuvo que agarrarse al cuello de su poney para no caerse.

—Iré a buscar otro conductor —dijo secamente—. Tú espera aquí. ¡Te nombro responsable de los prisioneros, si escapan pagarás con tu vida!

Fewmaster golpeó al poner con las espuelas y el asustado animal se lanzó a la carrera.

—¡A mí la guardia! ¡Goblins! ¡A mí! —gritaba Fewmaster mientras galopaba hacia la retaguardia. Sus gritos resonaban por toda la caravana—. ¡Cientos de elfos! Estamos rodeados. ¡Hacia el norte! Debo informar a Lord Verminaard. —Al ver a uno de los capitanes draconianos, Toede tiró de las riendas y le ordenó:

—¡Vosotros, ocupaos de los prisioneros! —Azuzó otra vez a su caballo y, sin dejar de gritar y acompañado de unos cien goblins fieles a su valiente jefe, se retiró de la batalla. A los pocos segundos se hallaban lejos de allí.

—Ya nos hemos librado de los goblins —dijo Sturm esbozando una sonrisa—. Ahora sólo debemos preocupamos de una cincuentena de draconianos. Por cierto, ¿es verdad que hay cientos de elfos atacando?

Gilthanas sacudió la cabeza.

—Deben ser unos veinte.

Tika, tendida sobre el suelo, levantó la cabeza con cautela y miró hacia el sur. En la pálida luz de la mañana podía ver, más o menos a una milla de distancia, las gruesas siluetas de los draconianos poniéndose a cubierto a ambos lados del camino, mientras los arqueros elfos avanzaban disparándoles. La muchacha tocó el brazo de Tanis y señaló.

—Tenemos que escapar de esta jaula —dijo Tanis mirando hacia atrás—. Ahora que Fewmaster ha huido, los draconianos no se molestarán en llevarnos a Pax Tharkas. Simplemente nos matarán. Caramon...

—Lo intentaré —murmuró el guerrero. Poniéndose en pie, agarró los barrotes de la jaula con sus inmensas manos. Cerró los ojos y, respirando profundamente, intentó separar las barras. Su rostro enrojeció, los músculos de sus brazos se hincharon, los nudillos de sus manos se tomaron blancos. Fue inútil. Jadeando y sin respiración, Caramon se dejó caer al suelo.

—¡Sestun! —gritó Tasslehoff—. ¡Tu hacha! ¡intenta romper la cerradura!

Sorprendido, al enano gully los ojos se le abrieron de par en par. Contempló a los compañeros y luego miró hacia donde había huido Fewmaster. En su rostro se reflejaba la angustia de la duda.

—Sestun... —comenzó a decir Tasslehoff. Una flecha pasó junto al kender. Los draconianos avanzaban, disparando contra las jaulas. Tas se tendió en el suelo. Sestun —comenzó a decir de nuevo—, ¡ayúdanos a salir y podrás venir con nosotros!

La expresión de Sestun se volvió firme y decidida. Alargó el brazo para alcanzar el hacha que llevaba atada a la espalda. Los compañeros lo observaban, dándose cuenta de que estaba al límite de su paciencia, pues Sestun intentaba localizar el hacha en la parte alta de su espalda, cuando en realidad la llevaba justo en medio de la misma. Al final una de sus manos encontró la empuñadura y tiró de ella.

Al verla, Flint soltó un gruñido.

—¡Esta hacha es más vieja que yo! ¡Al menos debe ser anterior al Cataclismo! ¡Seguramente no serviría ni para cercenarle la cabeza a un kender, olvidaos de la cerradura!

—¡Silencio! —ordenó Tanis, perdiendo las esperanzas al ver el tamaño del arma del enano gully. Ni siquiera era un hacha de guerra; era sólo un hacha pequeña, mellada y oxidada, que el enano gully debía haber recogido de quién sabe dónde creyendo que era un arma. Sestun colocó el hacha entre sus rodillas y se frotó las manos.

Las flechas seguían silbando a su alrededor. Una se clavó en el escudo de Caramon, otra arañó el brazo de Tika, clavando su blusa a una de las vigas del carromato. Tika nunca había estado tan aterrorizada en toda su vida, ni siquiera la noche que los dragones asolaron Solace. Quería gritar, quería que Caramon la abrazara. Pero Caramon no osaba moverse.

Tika entrevió a Goldmoon protegiendo al herido Theros con su cuerpo; su rostro estaba pálido pero con expresión serena. La pelirroja muchacha apretó los labios y suspiró profundamente. Con el semblante serio, extrajo la flecha de la madera y la tiró al suelo, haciendo un esfuerzo para soportar aquel punzante dolor en el brazo. Mirando hacia el sur, vio que los draconianos, después de la confusión causada por el repentino ataque y por la desaparición de Toede, se habían reorganizado y corrían hacia las jaulas. Sus flechas también volaban por todas partes. Las armaduras que protegían sus pechos relucían a la luz grisácea del amanecer, así como el brillante acero de sus largas espadas que sostenían en alto con sus garras mientras corrían.

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