Read El retorno de los Dragones Online
Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman
Tags: #Aventuras, Fantastico, Juvenil
—Nos atendremos al plan inicial—dijo Tanis secamente.
—Acamparemos cuando lleguemos al Sla-Mori.
De pronto habló Flint:
—Por qué no hacer sonar la campana de la gran puerta y preguntarle a Lord Verminaard si os deja pasar, Sturm Brightblade. Estoy convencido de que os complacería. Vamos, Tanis. —El enano comenzó a caminar por el sendero.
—Por lo menos, puede que esto logre despistar a nuestro seguidor —le dijo Tanis a Sturm en voz baja.
—Quienquiera que sea, es muy hábil. Cada vez que me paraba para echar un vistazo y retrocedía para descubrirle, se evaporaba. Pensé en tenderle una emboscada, pero no había tiempo.
Finalmente el grupo abandonó la maleza, llegando a la base de un gigantesco peñasco de granito. Rodeándolo, Gilthanas lo examinó, palpando la roca con la mano. De pronto se detuvo.
—Aquí es —susurró. Rebuscó en su túnica y sacó una pequeña gema de un tono amarillo pálido. Siguió palpando la roca hasta encontrar lo que buscaba... un pequeño hueco. Colocó la gema en el hueco y comenzó a recitar unas antiguas palabras, trazando en el aire símbolos invisibles.
—Muy impresionante —murmuró Fizban.
—No sabía que era uno de los nuestros —le dijo a Raistlin!
—Es sólo un aficionado —replicó el mago. No obstante, apoyándose sobre su bastón, siguió contemplando a Gilthanas.
De pronto, un inmenso bloque de granito se separó del resto, moviéndose lenta y silenciosamente a un lado. Los compañeros retrocedieron cuando, por la rendija abierta en la roca, salió una ráfaga de aire húmedo y frío.
—¿Qué hay ahí dentro? —preguntó Caramon con suspicacia.
—No sé lo que hay ahora —respondió Gilthanas. —Nunca he estado ahí. Todo lo que sé de este lugar, lo sé gracias a las leyendas de nuestro pueblo.
—Está bien. ¿Qué se supone que
había
ahí?
Gilthanas hizo una pausa antes de hablar. —En este lugar estaba la cámara funeraria de Kith-Kanan.
—Más fantasmas —refunfuñó Flint mirando hacia la oscuridad.
—Lo mejor será mejor que enviemos primero al mago para que les avise de nuestra presencia.
—¡Arrojad al enano dentro! —replicó Raistlin.
—Están acostumbrados a vivir en grutas oscuras y húmedas.
—¡Te referirás a los enanos de las montañas! —a Flint le temblaba la barba.
—Hace muchos años que los enanos de las colinas no vivimos bajo tierra en el reino de Thorbadin
—¡Porqué os echaron!
—¡Haced el favor de callaros los dos! —dijo Tanis exasperado.
—Raistlin, ¿qué sensación te produce este lugar?
—El mal. Percibo algo maligno.
—En cambio yo percibo también algo bueno —dijo Fizban inesperadamente.
—Aquí dentro no se ha olvidado a los elfos, a pesar de que algo maligno reine en su lugar.
—¡Esto es una locura! —chilló Eben. Su exclamación resonó tenebrosamente entre las rocas y los demás se volvieron sorprendidos hacia él.
—Lo siento, ¡pero no puedo creer que queráis entrar ahí! No hace falta ser un mago para darse cuenta de que hay algo funesto en ese agujero. ¡Yo mismo puedo percibirlo! Vayamos por el otro lado, seguro que sólo habrá una pequeña guarnición en la entrada... ¡Y, además, cualquier cosa tiene menos importancia que lo que puede ocultarse en esta oscura gruta!
—Tiene razón, Tanis —dijo Caramon.
—No se puede luchar contra los muertos. Ya aprendimos la lección en el Bosque Oscuro...
—¡Éste es el único camino posible! —dijo Gilthanas enojado.
—Si sois tan cobardes...
—Hay una gran diferencia entre cautela y cobardía, Gilthanas —dijo Tanis con serenidad. El semielfo meditó unos instantes.
—Puede que podamos enfrentamos a los guardias de la verja, pero no sin que alerten a los demás. Lo que haremos es entrar y al menos explorar el camino. Flint, tú irás delante. Raistlin, necesitaremos luz.
—Shirak
—dijo el mago en voz baja, y la empuñadura del bastón se iluminó. Él y Flint se internaron en la gruta, seguidos de cerca por el resto. Evidentemente el túnel por el que caminaban era muy viejo, pero resultaba imposible precisar si era natural o artificial.
—¿Qué pasará con nuestro seguidor? —preguntó Sturm en voz baja.
—¿Dejamos la entrada abierta?
—Le tenderemos una trampa —asintió Tanis en el mismo tono.
—Gilthanas, deja sólo una rendija abierta, lo suficiente para que quienquiera que nos siga sepa que hemos entrado aquí y pueda seguirnos, pero no lo suficiente para que parezca una trampa.
Gilthanas volvió a sacar la gema, la situó en el hueco de la entrada y formuló unas palabras. La roca volvió a deslizarse lentamente a su lugar. En el último momento, cuando faltaban siete u ocho pulgadas para que se cerrase, Gilthanas retiró la gema con rapidez. La piedra se detuvo, y el caballero, el elfo y el semielfo se reunieron con sus compañeros en la entrada del Sla-Mori.
—Está lleno de polvo —informó Raistlin entre toses.
—Pero no hay huellas, por lo menos en esta parte de la gruta.
—Más adelante hay un cruce de caminos —añadió Flint.
—Allí sí que hay huellas, pero no pudimos averiguar de qué eran. No parecen ni de draconianos ni de goblins y no vienen en esta dirección. El mago dice que la sensación maligna surge del camino que va hacia la derecha.
—Tomaremos una frugal cena con las provisiones que nos han proporcionado los elfos y acamparemos aquí para pasar la noche —dijo Tanis —, cerca de la entrada. Haremos guardia de dos en dos; uno en la puerta y otro en el corredor. Sturm y Caramon haréis la primera. Luego Gilthanas y yo, después Eben y Riverwind y finalmente Flint y Tasslehoff.
—¿Y yo? —se quejó Tika, a pesar de que no recordaba haberse sentido tan cansada en toda su vida.
—Yo también haré un turno.
Tanis se alegró de que la oscuridad ocultara su sonrisa.
— De acuerdo, harás guardia con Flint y Tasslehoff.
—¡Bien! —respondió Tika. Abriendo su bolsa, sacó una manta y se tendió en el suelo, consciente en todo momento de que Caramon no le quitaba los ojos de encima. Se dio cuenta de que Eben también la miraba; a ella no le importaba. Estaba acostumbrada a que los hombres la admiraran, y Eben era incluso más apuesto que Caramon. Desde luego no cabía duda de que era más inteligente y tenía más encanto que el corpulento guerrero. De todas formas, sólo el recuerdo del abrazo de Caramon la hacía estremecer de placer. Intentó ponerse cómoda y no pensar más en ello. La cota de mallas estaba fría y a pesar de la blusa que llevaba debajo, le pinchaba, pero como ninguno de los demás se quitó la suya, ella tampoco lo hizo. Además, estaba tan desfallecida que hubiese podido dormir ataviada con una armadura completa. Antes de quedarse dormida, el último pensamiento que tuvo fue que se sentía aliviada de no encontrarse a solas con Caramon.
Goldmoon se dio cuenta de que Caramon no apartaba los ojos de la muchacha. Susurrándole algo a Riverwind —quien asintió sonriendo—, le dejó y se acercó al guerrero. Le tocó suavemente el brazo y se apartaron de los demás hasta las sombras del corredor.
—Tanis me ha dicho que tienes una hermana mayor.
—Sí, se llama Kitiara. Aunque en realidad es mi hermanastra.
Goldmoon sonrió y posó suavemente su mano sobre el brazo de Caramon.
—Voy a hablarte como una hermana mayor.
Caramon hizo una mueca.
—No creo que hables como Kitiara, Señora de Que-shu. Ella fue la que me enseñó el significado de cada palabrota que yo conocía, además de algunas que no había oído en mi vida. Me enseñó a utilizar la espada y a pelear dignamente en los torneos, pero también me enseñó a patear a un hombre en la ingle cuando los jueces no miraban. No, Señora, la verdad es que no te pareces en nada a mi hermana mayor.
Los ojos de Goldmoon se abrieron de par en par, atónita al escuchar esa descripción de una mujer de la que suponía estaba enamorado el semielfo.
—Pero, yo creía que ella y Tanis... quiero decir que...
Caramon parpadeó.
—¡Por supuesto que sí!
Goldmoon respiró profundamente. Su intención no había sido que la conversación se desviase, pero de alguna forma, aquello la ayudó a entrar en materia.
—Quería hablar contigo de algo parecido, sólo que tiene que ver contigo y con Tika.
—¿Tika? Es una gran muchacha. Te ruego me disculpes, pero no veo que este asunto tenga nada que ver contigo.
—Es una
niña,
Caramon. ¿Comprendes?
Caramon parecía no comprender nada. Sabía que Tika era una niña. ¿Qué era lo que Goldmoon quería decir? Entonces parpadeó, de pronto lo comprendió y farfulló:
—No, no lo es...
—Si. Lo es. Nunca ha estado con un hombre. Me lo dijo mientras estábamos en la arboleda y yo le ayudaba a ponerse su cota de mallas. Tiene miedo, Caramon. Ha oído muchos cuentos. No
te
apresures. Ella desea gustarte de todo corazón y es capaz de hacer cualquier cosa por conseguirlo. Pero es mejor que no hagas algo de lo que luego te arrepentirías. Si de verdad la quieres, el tiempo te lo demostrará e intensificará la dulzura del momento.
—Supongo que tú sabes de lo que hablas, ¿no? —dijo Caramon mirándola fijamente.
—Sí —dijo ella desviando la mirada hacia Riverwind.
—Hemos esperado mucho tiempo, y algunas veces se hace muy difícil. Pero las leyes de mi pueblo son estrictas. Supongo que ahora ya no importa, ya que sólo quedamos nosotros dos. Pero, de alguna manera, eso lo hace aún más importante. Cuando hayamos pronunciado nuestras promesas, yaceremos junto como esposos, pero no antes.
—Entiendo. Gracias por contarme lo de Tika —dijo Caramon, y dándole unos torpes golpecillos a Goldmoon en el hombro, regresó con los demás.
La noche transcurrió tranquilamente, sin señal alguna del supuesto perseguidor. Cuando les llegó el turno de guardia, Tanis comentó con Gilthanas la conversación que había tenido con Eben, pero la respuesta que le dio el elfo no disipó sus dudas. Sí, lo que había dicho aquel hombre era verdad. Cuando fueron atacados por los draconianos, Gilthanas no estaba allí. Se encontraba tratando de convencer a los druidas de que les ayudasen. Al oír el clamor de la batalla regresó, y fue entonces cuando recibió el golpe en la cabeza. Le explicó todo esto a Tanis en tono amargo.
Cuando la pálida luz del amanecer comenzó a filtrarse por la puerta de granito, los compañeros despertaron. Tras un rápido desayuno, reunieron sus cosas y caminaron por el corredor en dirección al Sla-Mori.
Al llegar al cruce de caminos, examinaron ambas direcciones. Riverwind se arrodilló para examinar las huellas y se levantó con expresión de asombro.
—Son de humanos y... no son de humanos. También hay huellas de animales, probablemente de ratas. El enano tenía razón. No veo rastro de draconianos ni de goblins. Lo que resulta extraño es que las huellas de animales desaparezcan justo donde se cruzan los caminos. No se dirigen hacia el corredor de la derecha. y las otras, no se dirigen hacia la izquierda.
—Bien, ¿adónde iremos entonces? —preguntó Tanis.
—¡Propongo que no vayamos en ninguna de las dos direcciones! —exclamó Eben.
— La entrada aún está abierta. Regresemos.
—Regresar no es una opción a tomar en cuenta —dijo Tanis fríamente.
—No me importaría que regresases tú solo, pero...
—Pero no confías en mí —finalizó Eben.
—No te culpo, Tanis, semielfo. De acuerdo, dije que ayudaría y lo haré. ¿Qué camino tomamos, el de la izquierda o el de la derecha?
—El mal viene de la derecha —susurró Raistlin.
—Gilthanas, ¿sabes dónde estamos? —preguntó Tanis.
—No, Tanthalas. La leyenda dice que en el Sla-Mori había muchos caminos que llevaban a Pax Tharkas, todos ellos secretos. A los únicos que les estaba permitida la entrada era a los sacerdotes elfos, para glorificar a los muertos. Cualquier camino es tan bueno como los demás.
—O tan malo —le susurró Tasslehoff a Tika. La muchacha suspiró y se situó al lado de Caramon.
—Ya que a Raistlin le inquieta el de la derecha, tomaremos el de la izquierda —dijo Tanis.
Caminaron bajo la luz del bastón del mago cientos de pies, siguieron el polvoriento y rocoso túnel hasta llegar a un viejo muro de piedra con una inmensa grieta. A través de ella no se veía más que absoluta oscuridad. Cuando Raistlin acercó la pálida luz de su bastón, divisaron débilmente las distantes paredes de una gran sala.
Los guerreros entraron primero, flanqueando al mago, que sostenía su bastón en alto. La gigantesca sala debía haber sido magnífica, pero ahora estaba en tal estado de decadencia, que los signos de su antiguo esplendor le daban un aire patético. A lo largo de la cámara había dos filas de siete columnas cada una, aunque algunas no estaban completas. Parte de la pared del fondo estaba destrozada, como prueba palpable de la gran fuerza destructora del Cataclismo. A un lado había dos puertas dobles de bronce.
Cuando Raistlin avanzó, los demás se dispersaron por la sala. De pronto, Caramon soltó un grito ahogado. El mago se apresuró a iluminar lo que su hermano señalaba con mano temblorosa.
Ante ellos tenían un voluminoso trono vistosamente tallado en granito y flanqueado por dos inmensas estatuas de mármol que miraban al frente con sus ciegos ojos. El trono que custodiaban no estaba vacío. Sobre él se hallaba el esqueleto de lo que debió haber sido un varón, cuya raza era ahora imposible de determinar. La figura estaba ataviada con regios ropajes, viejos y gastados, aunque aún podía apreciarse su antiguo esplendor. Una capa cubría los descarnados hombros y una reluciente corona reposaba sobre la calavera. Los huesos de sus manos descansaban sobre una espada envainada.
Gilthanas cayó de rodillas.
—Kith-Kanan —susurró:
—Estamos en la Cámara de los Antepasados, su tumba. Nadie había estado aquí desde que los sacerdotes elfos desaparecieran tras el Cataclismo.
Tanis contempló el trono hasta que, lentamente, embargado por sentimientos que no podía comprender, se hincó de rodillas.
—Fealan thalos, 1m murquanethi. Sai Kith-Kananoth Mur- tari Larion
—murmuró como tributo al más grande rey de los elfos.
—¡Qué espada tan bella! —exclamó Tasslehoff rasgando el respetuoso silencio con su aguda voz. Tanis le miró con expresión severa.
—¡No voy a llevármela! Sólo lo he comentado como un detalle a resaltar... —protestó el kender, ofendido.