El retorno de los Dragones (50 page)

Read El retorno de los Dragones Online

Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Aventuras, Fantastico, Juvenil

BOOK: El retorno de los Dragones
5.7Mb size Format: txt, pdf, ePub

El corpulento guerrero palideció y bajó los ojos. Cuando se disponía a marcharse, Tanis reaccionó, comprendiendo de pronto lo que había dicho.

—Lo siento, Caramon. No quería decir una cosa así. Raistlin ha salvado nuestras vidas en más de una ocasión durante este viaje. Pero... ¡es que no puedo creer que Gilthanas sea un traidor!

—Lo sabemos, Tanis —dijo Sturm bajando la voz.

—Y confiamos en tu opinión. Pero... como mi gente dice, la noche es demasiado oscura para caminar con los ojos cerrados.

Tanis suspiró y asintió. Comenzaron a andar en silencio en dirección a la Sala del Cielo. Aún podía oírse al Orador arengando a sus guerreros.

—¿Qué quiere decir Sla-Mori? —preguntó Caramon.

—Ruta Secreta —respondió Tanis.

Tanis despertó sobresaltado y se llevó la mano a la daga. Una forma oscura se inclinaba sobre él, ocultándole las estrellas. Reaccionando con rapidez, agarró a la persona, que cayó sobre él, lo que no le impidió ponerle la daga al cuello. Cuando el acero relució bajo la luz de las estrellas, se oyó un pequeño grito:

—¡Tanthalas!

—¡Laurana, eres tú! —exclamó Tanis atónito.

El cuerpo de la mujer estaba tendido sobre el suyo. Tanis podía sentir como temblaba y, ahora que estaba completamente despierto, podía ver su larga cabellera cubriéndole los hombros. Sólo llevaba un ligero camisón pues su capa había caído al suelo en el pequeño forcejeo.

Actuando impulsivamente, Laurana se había levantado de la cama y, cubriéndose con una capa para protegerse del frío, había escapado de sus habitaciones. Ahora estaba demasiado asustada para moverse. No había previsto la rápida reacción de Tanis. De pronto comprendió que si ella hubiese sido un enemigo, en estos momentos estaría muerta, con la garganta atravesada por una daga.

—Laurana... —repitió Tanis guardando con mano temblorosa la daga en el cinturón. Apartando a la muchacha a un lado, se incorporó, enojado consigo mismo por haberla asustado y enfadado con ella por haber despertado en él algo muy profundo. Por un instante, cuando ella había estado encima suyo, había sentido el perfume de su cabello, el calor que emanaba de su esbelto cuerpo y la suavidad de sus pequeños pechos. Cuando Tanis había abandonado Qualinesti, Laurana era una niña. Al regresar, se había encontrado con una mujer... una mujer bella y atractiva.

—¡En nombre de los Abismos! ¿Qué estás haciendo a estas horas de la noche?

—Tanthalas, he venido a pedirte que cambies de opinión. Deja que tus amigos vayan a Pax Tharkas a liberar a los humanos. ¡Tú debes venir con nosotros! No eches tu vida a perder. Mi padre está desesperado; no tiene mucha confianza en que el plan funcione... sé que no la tiene. ¡Pero no puede hacer otra cosa! Ya llora por Gilthanas como si hubiese muerto. Voy a perder a mi hermano... ¡No puedo perderte a ti también!

Comenzó a sollozar y Tanis miró a su alrededor inquieto. Seguramente habría guardias elfos vigilando. Si lo sorprendían en una situación tan comprometedora...

—Laurana, ya no eres una niña. Tienes que crecer y debes hacerlo rápido. ¡No permitiría que mis amigos corrieran peligro sin estar yo presente! Sé perfectamente el riesgo que corremos; ¡no estoy ciego! Llega un momento, Laurana, en que uno tiene que arriesgar su vida por algo en lo que cree firmemente... algo que vale más que la propia vida. ¿Comprendes?

Ella levantó la mirada. Dejó de sollozar y de temblar y le miró intensamente.

—¿Comprendes, Laurana?

—Sí, Tanthalas, comprendo.

—¡Bien! Ahora vuelve a la cama. Rápido. Me estás poniendo en un compromiso, si Gilthanas nos sorprendiera así...

Laurana se puso en pie y salió rápidamente de la arboleda, deslizándose entre las calles como el viento entre los álamos. Escabullirse de los guardias para regresar a la residencia de su padre fue fácil; ella y Gilthanas habían estado haciéndolo desde niños. Regresó silenciosamente a su cuarto y se quedó escuchando tras la puerta de la habitación de sus padres durante unos segundos. Dentro había luz. Pudo oír un crujido de papeles y percibir un olor acre. Su padre estaba quemando documentos. Oyó a su madre, llamando a su padre para que se acostara. Laurana cerró los ojos un segundo, sintiendo una punzada de aflicción, luego apretó los labios, como si hubiese tomado una decisión, y echó a correr por el oscuro corredor en dirección a su habitación.

8

Dudas. ¡Emboscada!

Un nuevo amigo

Poco antes del amanecer los elfos despertaron al grupo. En el norte se divisaban nubes bajas de tormenta, alargadas como dedos que quisieran apoderarse de Qualinesti. Gilthanas llegó después del desayuno, vestido con una túnica azul y cota de mallas.

—Dispondremos de provisiones —dijo señalando a unos guerreros que se acercaban con unas bolsas.

—Si lo necesitáis, también podemos suministraros armas.

—Tika necesita una cota de mallas, un escudo y una espada —dijo Caramon.

—Le facilitaremos lo que podamos, aunque dudo que dispongamos de una cota de mallas tan pequeña.

—¿Cómo se encuentra Theros Ironfield? —preguntó Goldmoon.

—Está descansando apaciblemente, sacerdotisa de Mishakal—dijo Gilthanas bajando respetuosamente la cabeza para saludar a Goldmoon.

—Por supuesto los míos se lo llevarán cuando partan. Podéis despediros de él si lo deseáis.

Pronto regresaron los elfos con diferentes cotas de mallas para Tika, y una espada corta y ligera, obsequio de las mujeres elfas. Al ver el casco y el escudo, los ojos de Tika resplandecieron. Estaban diseñados por elfos, labrados y decorados con joyas.

Gilthanas tomó el casco y el escudo que un elfo le tendía.

—Aún debo agradecerte que me salvaras la vida en la posada —le dijo a Tika.

—Me gustaría que aceptaras esto. Eran de mi madre, se remontan a la época de las guerras de Kinslayer. Deberían haber pasado a mi hermana, pero tanto ella como yo creemos que deberían ser tuyos.

—¡Qué maravilla! —murmuró Tika enrojeciendo halagada. Aceptó el casco y el escudo, y luego miró la cota de mallas confundida.

—No sé cómo ponerme esto... —confesó.

—¡Yo te ayudaré! —se ofreció Caramon voluntarioso.

—No, lo haré yo —dijo Goldmoon con firmeza, acompañando a Tika tras la arboleda.

—¿Qué sabe ella de armaduras? —refunfuñó Caramon.

Riverwind miró al guerrero y sonrió con aquella extraña y desusada sonrisa que suavizaba sus duros rasgos.

—Te olvidas de que es la hija de Chieftain. Cuando su padre no estaba, era ella quien dirigía a su tribu en las guerras. Sabe mucho sobre armaduras, guerrero... y aún sabe más sobre los corazones que laten bajo ellas.

Caramon se sonrojó. Nervioso, agarró una de las bolsas de provisiones y miró en el interior.

—¿Qué son estos desperdicios?

—Quith-pa
—dijo Gilthanas—. En vuestro idioma, raciones de hierro. Nos durarán unas semanas, puede que las necesitemos.

—¡Parece fruta seca! —dijo Caramon decepcionado.

—Pues eso es lo que es —respondió Tanis con una sonrisa.

Caramon gruñó.

Cuando el amanecer comenzaba a teñir aquellas nubes borrascosas de una luz pálida y fría, Gilthanas guió al grupo fuera de Qualinesti. Tanis no volvió la mirada atrás. Hubiera deseado que su último viaje a aquel lugar hubiera sido más feliz. No había visto a Laurana en toda la mañana y, a pesar de sentirse aliviado de evitar una despedida dramática, en el fondo se preguntaba por qué ella no habría venido a despedirle.

El camino se dirigía hacia el sur. Era frondoso y estaba repleto de matorrales, pero Gilthanas había enviado unos guerreros a despejarlo, por lo que resultaba bastante franqueable. Caramon caminaba al lado de Tika, que estaba resplandeciente con su nuevo atavío. El guerrero aprovechaba para instruirla en el arte de manejar la espada, aunque realmente le estaba resultando muy difícil.

Goldmoon le había arremangado a Tika la falda por los lados hasta las caderas para que pudiera moverse con toda facilidad. Al caminar se le veían las piernas, que eran exactamente igual a como Caramon se las había imaginado... redondas y bien formadas. Era por eso que al guerrero le estaba resultando bastante difícil aquella lección. Concentrado en su alumna, no se dio cuenta de que su hermano había desaparecido.

—¿Dónde está el joven mago? —preguntó Gilthanas secamente.

—Tal vez le haya ocurrido algo —dijo Caramon preocupado, maldiciéndose a sí mismo por olvidarse de su hermano. El guerrero desenvainó su espada y comenzó a desandar el camino.

—¡Tonterías! —Gilthanas lo detuvo—. ¿Qué le podría suceder? No hay enemigos en muchas leguas. Debe haber ido a algún lado... por algún motivo...

—¿Qué quieres decir?

—Quizás se fue para...

—Para buscar lo que necesito para mi magia, elfo —susurró Raistlin apareciendo entre la maleza.

—Y para reponer las hierbas que me curan la tos.

—¡Raistlin! —Caramon casi lo abrazó aliviado.

—No deberías alejarte solo, es peligroso.

—La fórmula de mis hechizos es secreta —susurró Raistlin enojado, apartando a su hermano a un lado. Apoyándose en el bastón de mago, se reunió con Fizban.

Gilthanas le dirigió una mirada a Tanis, quien se encogió de hombros y sacudió la cabeza. A medida que avanzaban, el sendero se convirtió en una pendiente que atravesaba, primero los bosques de álamos, y luego los bosques de pinos de las tierras bajas. En aquel punto, al lado del camino apareció un riachuelo cristalino que iba aumentando de caudal cuanto más hacia el sur viajaban.

Al detenerse para un rápido tentempié, Fizban se acercó a Tanis, agachándose junto a él.

—Alguien nos está siguiendo. —¿Qué dices?

—Sí, seguro —el anciano asintió con solemnidad.

—He visto algo, deslizándose como una sombra tras los árboles.

Sturm vio el rostro de preocupación de Tanis.

—¿Qué sucede?

—El anciano dice que alguien nos está siguiendo.

—¡Bah! —Gilthanas lanzó al suelo unos restos de quith-pa y se puso en pie.

—No digas tonterías. Será mejor que nos movamos, el Sla-Mori está aún muy lejos y debemos llegar allí antes de que anochezca.

—Me quedaré en la retaguardia —dijo Sturm en voz baja a Tanis.

Caminaron por el bosque de pinos durante un largo trecho. Cuando el sol descendía, alargando las sombras del sendero, llegaron a un claro.

—¡Shsstt! — avisó Tanis.

Caramon desenvainó la espada, haciendo una señal a Sturm y a su hermano con la otra mano.

—¿Qué ocurre? —cacareó Tasslehoff. —¡No veo nada!

—¡Shhhhh! —Tanis miró severamente al kender y éste se tapó él mismo la boca con la mano para ahorrarle el trabajo a Tanis.

El claro había sido el escenario reciente de una lucha sangrienta. Había cuerpos de hombres y de goblins esparcidos por doquier, yaciendo en las retorcidas posturas de una muerte cruenta. Los compañeros, temerosos, miraron a su alrededor en silencio, pero sólo se escuchaba el murmullo del agua.

—¡Con que no había enemigos en muchas leguas! —Sturm miró a Gilthanas y se adentró en el claro.

—¡Espera! —exclamó Tanis.

—¡Creo que yo también he visto moverse algo!

—Tal vez alguno de ellos siga vivo —dijo Sturm fríamente y continuó avanzando. Los demás lo siguieron lentamente. De pronto oyeron un gemido lastimero que parecía salir de debajo de dos cadáveres de goblins. Los guerreros se encaminaron hacia allí con las espadas en alto.

—Caramon... —señaló Tanis.

El guerrero apartó los cadáveres a un lado. Debajo había una persona. :..

—Es un humano —informó.

—Está cubierto de sangre y creo que está inconsciente.

El resto se acercó a observarlo. Goldmoon iba a arrodillarse junto a él, pero el guerrero la detuvo.

—No, Señora. Sería absurdo sanarle si después tenemos que matarle. Recordad... en Solace algunos humanos luchaban junto al Señor del Dragón.

El hombre vestía una soberbia cota de mallas, aunque bastante deslustrada, y sus ropas se adivinaban suntuosas a pesar de estar todas rasgadas. Parecía tener unos treinta y cinco años de edad. Su cabello era oscuro y espeso, su barbilla firme y sus rasgos armoniosos. El extraño abrió los ojos y observó aturdido a los compañeros.

—¡Benditos sean los dioses de los Buscadores! —dijo con voz ronca.

—Mis compañeros... ¿han muerto todos?

—Será mejor que te preocupes de ti mismo —dijo Sturm secamente.

—Dinos, ¿quiénes eran tus amigos... los humanos o los goblins?

—Los humanos... luchábamos contra los hombres de los dragones... —el hombre no acabó la frase y abrió los ojos de par en par.

—¿Eres tú, Gilthanas?

—Sí, Eben —dijo Gilthanas bastante sorprendido.

—¿Cómo sobreviviste al ataque en la hondonada?

—¿Y cómo lo hiciste tú? —El hombre llamado Eben intentó ponerse en pie. Caramon alargaba una mano para ayudarle cuando de repente, Eben exclamó:

—¡Cuidado, dracon...!

El guerrero se giró al instante dejando caer a Eben, que lanzó un gemido. Los demás también se volvieron, encontrándose con unos doce draconianos en pie, al borde del claro, con las armas desenvainadas .

—Todos los extraños deben ser llevados ante el Señor del Dragón para ser interrogados —gritó uno.

—Os recomendamos que nos acompañéis sin oponer resistencia.

—Se supone que nadie más conocía este camino al Sla-Mori —le susurró Sturm a Tanis mientras le dirigía una intencionada mirada a Gilthanas.

—¡Al menos, eso es lo que dijo el elfo!

—¡No obedecemos órdenes de Lord Verminaard! —chilló Tanis haciendo caso omiso de Sturm.

—¡Pues no tardaréis en hacerlo! —Las criaturas se dispusieron para el ataque.

Fizban, que se encontraba cerca del bosque, sacó algo de una bolsa y comenzó a murmurar unas palabras.

—¡No, no se te ocurra lanzar una bola de fuego! —exclamó Raistlin agarrándolo por el brazo.

—¡Los incinerarías a todos!

—¿Tú crees? Puede que sí, supongo que tienes razón —el viejo mago suspiró desilusionado, pero un instante después, su rostro se iluminó.

—Espera... pensaré alguna otra cosa.

—Mejor será que no te muevas, quédate aquí, a cubierto. Voy junto a mi hermano.

—Veamos, ¿cómo era el encantamiento de la tela de araña? —cavilaba el anciano.

Tika, con su nueva espada en mano, temblaba de temor y de ansiedad. Cuando uno de los draconianos se precipitó hacia ella, la muchacha blandió su espada con fuerza. La hoja pasó a una milla del draconiano y a pocas pulgadas de la cabeza de Caramon. El guerrero, situándose delante de Tika, golpeó al draconiano con la empuñadura de la espada, derribándolo, y antes de que pudiera levantarse, le pisoteó la garganta partiéndole el cuello.

Other books

Death and Honesty by Cynthia Riggs
The Best of Michael Swanwick by Swanwick, Michael
Drink of Me by Frank, Jacquelyn
The Complete Yes Minister by Eddington, Paul Hawthorne Nigel
The Berlin Wall by Frederick Taylor
Handy in the Bedroom by Rein, Cynna
Devil Red by Joe R. Lansdale