Read El Rey Estelar Online

Authors: Jack Vance

El Rey Estelar (16 page)

BOOK: El Rey Estelar
5.35Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Y ahora —dijo Pallis inclinándose hacia él— háblame de Más Allá. Y no te preocupes porque pueda asustarme, ya que me gusta de vez en cuando sufrir alguna emoción fuerte. O mejor, háblame de ti mismo.

—La casa de Smade en el planeta Smade es un buen sitio para empezar —dijo Gersen— ¿Estuviste alguna vez allí?

—Por supuesto que no. Pero he oído hablar de ella.

—Es un pequeño planeta, apenas habitable en medio del infinito: todo montañas, viento, tormentas y un mar negro como la tinta. El Refugio es el único edificio del planeta. A veces está todo ocupado por gente diversa, y otras sólo permanecen el propio Smade y su familia durante semanas sin fin. Cuando llegué, el único huésped era un Rey Estelar.

—¿Un Rey Estelar? Yo tenía entendido que se disfrazaban siempre como hombres.

—No es cuestión de disfraz. Son hombres. Casi, al menos.

—Yo nunca he comprendido nada relativo a los Reyes Estelares. ¿Cómo son, de todos modos?

Gersen hizo una mueca ambigua.

—Obtendrás una respuesta distinta, cada vez que preguntes. Hace un millón de años, más o menos, el planeta Lambda Tres de la Grulla, o «Ghnarumen» (tendrás que toser a través de la nariz para conseguir pronunciarlo aproximadamente), se encontraba habitado por una especie de criaturas bastante extrañas y de horrible aspecto. Entre ellas, había unos pequeños bípedos anfibios desprovistos de medios naturales para sobrevivir, excepto una extremada sensibilidad y capacidad para esconderse en el barro. Deberían de tener el aspecto de pequeños lagartos o focas sin pelo... Las especies citadas se enfrentaron con la extinción media docena de veces; pero unos cuantos individuos consiguieron sobrevivir y continuar y de algún modo subsistir con los residuos de otras criaturas más salvajes, más astutas, más ágiles, mejores nadadores y brincadores, incluso mejores recolectores de residuos que ellos mismos. Los proto Reyes Estelares tenían solamente la ventaja física: autoconciencia, sentido de la competencia y el frenético deseo de permanecer vivos, cualquiera que fuese el medio.

—Eso recuerda bastante bien a los primitivos protohumanos de la vieja Tierra —comentó Pallis.

—Nadie tiene la seguridad —continuó Gersen—. Pero al menos hay una cosa cierta: no son humanos. Lo que saben los Reyes Estelares no lo dicen jamás a nadie. Bien—, tales bípedos diferían de los protohumanos en diversos aspectos: eran biológicamente mucho más flexibles, capaces de transmitir los caracteres adquiridos. En segundo lugar, no son bisexuales. El cruce de fertilización se produce por medio de esporas emitidas por la respiración, ya que cada individuo es macho y hembra al propio tiempo, y los jóvenes se desarrollan como una especie de capullo, como los gusanos de seda, en las axilas de los adultos. Quizá la falta de diferenciación sexual haga que los Reyes Estelares estén desprovistos de vanidad física. Su instinto fundamental es vencer, la urgencia de sobrepasar a las demás criaturas, sobrevivir a costa de quién sea y cómo sea. La flexibilidad biológica unida a una rudimentaria inteligencia les proveía de medios para alcanzar sus ambiciones y comenzaron a multiplicarse en criaturas que pudieron superar a sus competidores, menos dotados de recursos.

»Todo esto son especulaciones, por supuesto, y lo que sigue después en su historia lo es igualmente, aun con una base teórica más débil. Pero imaginemos ahora que cualquier raza capacitada estuviese en condiciones de viajar por el espacio y visitar la Tierra. Pudo haber sido el pueblo que dejó ruinas en los planetas del sistema de la estrella Fomalhaut, o los hexadeltas, o quien fuese el que talló el monumento Cliff en Xi, de Pupis Diez.

»Suponemos que tal pueblo, viajero del espacio, llegó a la Tierra hace cien mil años. Supongamos que pudieron capturar a los elementos de alguna tribu de hombres Neanderthal del musteriense y por alguna razón les llevaron a Ghriarumen, mundo de los proto Reyes Estelares. Allí se produce una situación de desafío entre ambas partes. Los hombres son más peligrosos entonces, con mucho, frente a los Reyes Estelares, que sus recién derrotados enemigos. Los hombres son inteligentes, pacientes, hábiles con sus manos, rudos y agresivos. Bajo la presión del entorno circundante, los hombres evolucionan hacia un tipo diferente: se vuelven más ágiles, más rápidos de cuerpo y mente que sus predecesores de Neanderthal.

»Los proto Reyes Estelares sufren un retroceso; pero conservan su paciencia hereditaria, al propio tiempo que sus armas más importantes: la fuerza competitiva y la flexibilidad biológica. Los hombres han probado ser superiores a ellos; el competir con los hombres les hace adoptar la semejanza humana.

»La guerra continúa y los Reyes Estelares admiten, muy secretamente, que ciertos mitos describen estas guerras.

»Se hace precisa otra presunción. Los viajeros del espacio vuelven hace unos cincuenta mil años y llevan con ellos a los terrestres evolucionados hacia la Tierra y entre ellos a algunos Reyes Estelares, ¿quién sabe? Y así es cómo la nueva raza de hombres CroMagnon aparece en Europa.

»En su propio planeta, los Reyes Estelares, son, al fin, más parecidos a los humanos que los hombres y prevalecen; los verdaderos hombres son destruidos, los Reyes Estelares están en la cúspide del dominio y permanecen hasta hace cinco mil años. Los hombres de la Tierra descubren la interfisión. Cuando se aventuran sobre «Ghnarumen» quedan atónitos al encontrar criaturas con la exacta semejanza a ellos mismos: son los Reyes Estelares.

—Pero eso parece una deducción demasiado rebuscada —objetó Pallis.

—No tanto como la evolución convergente. Es un hecho evidente que los Reyes Estelares existen: una raza no antagónica; pero tampoco amistosa. A los hombres no les es permitido visitar «Ghnarumen», o comoquiera que se pronuncie esa palabra. Los Reyes Estelares nos dicen solamente lo que cuidan de decir estrictamente y envían observadores, espías, si lo prefieres, a todas partes a través de todo el Oikumene. Es muy posible que haya ahora una docena de Reyes Estelares aquí mismo, en Avente.

Pallis hizo una mueca de incertidumbre.

—¿Cómo puedes decir de ellos que sean como hombres?

—A veces ni incluso un médico puede distinguirlos, tras haberse adaptado y disfrazado como tales. Hay diferencias, por supuesto. No tienen órganos genitales, su región púbica está en blanco. Su sangre, protoplasma y hormonas tienen una composición distinta. Su aliento tiene un olor que les distingue. Pero los espías, sean quienes fueren, están tan alterados que incluso los mismos rayos Equis no los diferencian de los hombres.

—¿Y cómo supiste que ese... esa criatura del Refugio de Smade era un Rey Estelar?

—Smade me lo dijo.

—¿Y cómo lo supo Smade?

Gersen sacudió la cabeza.

—No se me ocurrió preguntárselo.

Y continuó sentado, silencioso y preocupado con una nueva noción. Había tres huéspedes en el Refugio Smade: él mismo, Teehalt y el Rey Estelar. De creer a Tristano —¿por qué no?— había llegado en compañía sólo de Dasce y Suthiro. Si la declaración de Dasce merecía crédito, Attel Malagate tenía que ser reconocido como el asesino de Teehalt. Gersen había oído con claridad el grito de Lugo Teehalt, teniendo a Suthiro, Dasce y Tristano al alcance de su vista.

A menos que Malagate no fuese Smade, o que otra espacionave hubiese llegado subrepticiamente —ambas cosas inverosímiles— Attel Malagate y el Rey Estelar eran la misma persona. Pensando en aquello, Gersen recordó que el Rey Estelar había dejado el comedor con un amplio margen de tiempo para tener una conferencia en el exterior con Dasce...

Pallis le tocó la mejilla suavemente con los dedos perfumados.

—Me estabas hablando del Refugio Smade...

—Sí —respondió Gersen—. Así es. —Y la miró. Ella tenía que conocer mucho las idas y venidas de Warweave, Kelle y Detteras. Pallis, interpretando mal su mirada fija, enrojeció visiblemente bajo el tono verde pálido de su piel. Gersen sonrió desmañadamente—. Sí, hablaba del Refugio Smade.

Y continuó describiendo lo sucedido en aquella trágica noche.

Pallis continuó escuchándole con creciente interés, hasta el extremo de olvidarse de comer.

—Entonces, tú tienes ahora el archivo de Teehalt y la Universidad el descifrador.

—Así es. Y una cosa no tiene valor alguno sin el concurso de la otra.

Acabaron la cena y Gersen, que no tenía crédito abierto en Alphanor, pagó la factura en metálico. Salieron de nuevo a la superficie.

—Bien, ¿y ahora, qué te gustaría?

—Me es igual —repuso Pallis—. Volvamos a la explanada a sentarnos un poco más.

La noche ya había caído sobre Alphanor, una noche oscura y aterciopelada, sin luna, como todas las noches del planeta. Las fachadas de todos los edificios que tenían a su espalda resplandecían ligeramente en azul, verde o color rosa, las aceras dejaban escapar una refulgencia plateada, la balaustrada emitía una agradable y casi inapreciable irisación ambarina, por todas partes se notaba una suave luz sin sombras, enriquecida con mudos matices de colores fantasmales. Sobre el cielo de Alphanor las estrellas brillaban como diamantes de luces diversas. Un camarero llevó a la pareja café y licores y se acomodaron agradablemente observando a las multitudes que paseaban de un lado a otro.

—No me lo has contado todo —dijo Pallis con voz reflexiva.

—Por supuesto que no —respondió Gersen—. De hecho... —Y se detuvo asaltado por otra idea. Attel Malagate podría haber errado muy bien la naturaleza de su interés en Pallis, sobre todo si Malagate era un Rey Estelar, sin sexo, incapaz de comprender la relación varón-hembra de la pareja humana—. De hecho, no quiero mezclarte en absoluto en mis problemas, Pallis.

—No me siento implicada —dijo ella con un gesto femenino—. Y de ser así ¿qué tiene de particular? Estamos en Avente de Alphanor, una ciudad civilizada en un planeta civilizado.

Gersen dejó escapar una sonrisa sardónica.

—Ya te dije que otras personas están muy interesadas en mi planeta. Bien, esos otros son piratas y comerciantes de esclavos, tan depravados como desea tu romántico corazón. ¿Has oído hablar alguna vez de Attel Malagate?

—¿Malagate el Funesto? Sí.

Gersen resistió la tentación de decirle a Pallis que no hacía otra cosa que andar a la caza de aquel funesto personaje.

—Es casi cierto —dijo Gersen— que cualquier sistema espía nos esté observando. Ahora mismo incluso. A cada instante. Y al otro extremo del circuito posiblemente esté el propio Malagate.

Pallis se movió incómoda, mirando con ojos escrutadores al cielo.

—¿Quieres decir que Malagate puede estar observándome? Es algo que me produce escalofríos, Kirth...

Gersen miró a la derecha y después a la izquierda y se quedó mirando fijamente. A dos mesas de distancia estaba sentado Suthiro, el envenenador sarkoy. Gersen sintió una punzada en el estómago. Encontrando la mirada de Gersen, Suthiro se inclinó cortésmente y sonrió. Se puso en pie y se aproximó a su mesa.

—Oh, buenas noches, señor Gersen.

—Buenas noches.

—¿Puedo quedarme con ustedes?

—Preferiría que no.

Suthiro sonrió suavemente y se sentó inclinando su cara de zorra hacia Pallis.

—¿Quisiera presentarme a esta señorita?

—Ya sabe usted quién es.

—Pero ella no me conoce.

Gersen se volvió hacia Pallis.

—Aquí puedes ver al Scop Suthiro, Maestro Envenenador de sarkoy. Habías expresado tu interés por un hombre malvado, aquí tienes un ejemplar tan maligno como no hubieras soñado encontrar.

Suthiro sonrió imperturbable.

—Ciertos amigos míos me superan en mucho, como yo les supero a ustedes. Espero, por supuesto, que no tengan que tropezarse con ellos. Por ejemplo, con Hildemar Dasce, que presume de paralizar a un perro con sólo mirarlo.

—¡Oh, claro que no quisiera encontrarme con él! —repuso Pallis con la voz turbada profundamente.

Pallis miró fascinada a Suthiro.

—¿Y usted admite... que es un maligno?

Suthiro repuso sonriendo:

—Yo soy un hombre, soy un sarkoy.

—He estado describiendo hace un momento nuestro encuentro en el Refugio de Smade a la señorita Atwrode —dijo Gersen—. ¿Quién mató a Lugo Teehalt?

Suthiro pareció sorprendido.

—¿Y quién podía ser sino Malagate? Nosotros tres estuvimos sentados juntos dentro del Refugio. ¿Es que no resulta claro? ¿Establece eso alguna diferencia? Pudimos hacerlo Tristano o el Bello Dasce. Y a propósito, Tristano está gravemente enfermo. Sufrió un serio accidente y espera verle a usted cuando se recobre.

—Puede considerarse muy afortunado —dijo Gersen.

—Está avergonzado —dijo Suthiro—. Piensa que es un tipo diestro y hábil, aunque ya le he dicho muchas veces que no lo es tanto como yo. Ahora supongo que estará convencido...

—Y hablando de destreza —dijo Gersen—. ¿Puede usted hacer el truco del papel?

Suthiro ladeó la cabeza con gesto de suficiencia.

—Pues claro que sí. ¿Dónde lo aprendió usted?

—En Kalvaing.

—¿Y qué le llevó a Kalvaing?

—Tuve que visitar a Coudirou el envenenador.

Suthiro se mordió sus gruesos y rojos labios. Mostraba en aquel momento una piel de tono amarillo y su cabellera marrón aparecía suave y brillante con la ayuda de algún aceite especial.

—Bueno, Coudirou es sabio como cualquiera de nosotros... pero por lo que respecta al truco del papel...

Gersen le alargó una servilleta de papel. Suthiro la suspendió entre los dedos pulgar e índice de la mano izquierda y la golpeó ligeramente con la mano derecha. Cayó suavemente sobre la mesa cortada limpiamente en cinco tiras.

—Buen trabajo —opinó Gersen. Y dirigiéndose hacia Pallis—: Las uñas de sus dedos están tan afiladas como navajas de afeitar. Naturalmente no gastaría veneno en el papel; pero cada uno de sus dedos es como la cabeza de una serpiente.

Suthiro pareció satisfecho, como si hubiera recibido el mejor de los cumplidos.

Gersen se volvió hacia él.

—¿Dónde está su amigo Dasce?

—Oh, no muy lejos de aquí.

—¿Con la cara pintada de rojo y todo lo demás?

Suthiro sacudió la cabeza con pena ante el mal gusto de Gersen en materia de tinturas de la piel.

—Es un hombre muy capaz y extraño. ¿Ha tratado usted de imaginarse su rostro?

—Cuando me sea posible, le miraré detenidamente.

BOOK: El Rey Estelar
5.35Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Paddington Here and Now by Michael Bond
Amos Goes Bananas by Gary Paulsen
Crooked Hills by Cullen Bunn
Murder of the Bride by C. S. Challinor
Unconditional by D.M. Mortier
This Gulf of Time and Stars by Julie E. Czerneda