El Rey Estelar (18 page)

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Authors: Jack Vance

BOOK: El Rey Estelar
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El grupo se reunió a su alrededor, uno de ellos corrió a su vehículo y presionó el botón de llamada de urgencia y dos minutos más tarde un ingenio de la policía descendió del cielo y, momentos más tarde, llegó una ambulancia.

Gersen fue conducido a un hospital, donde fue tratado por contusiones de cierta gravedad y shock. Se le administró radioterapia, masajes y medicamentos estimulantes. Recobró el conocimiento y por unos instantes yació en su cama pensando. Después hizo un esfuerzo para levantarse.

Los asistentes internos tuvieron cuidado de volverlo a acostar; pero Gersen adoptó una postura furiosa e irracional.

—¡Mis ropas! —rugió—. ¡Denme mis ropas!

—Están seguras en el armario, señor. Relájese y siga acostado, por favor. Aquí se halla el oficial de policía, que le tomará declaración.

Gersen dejó hacer, enfermo de preocupación. El investigador de la policía se aproximó, un joven oficial vistiendo el uniforme amarillo marrón y las botas negras de la Comisaría de la Provincia del Mar. Se dirigió a Gersen educadamente, se sentó y abrió la caja de lentes registradoras.

—Bien, señor, díganos ahora qué ha ocurrido.

—Había salido a pasear con una joven, la señorita Pallis Atwrode, de Remo. Cuando volvíamos al coche, fui golpeado y no sé qué habrá podido ocurrirle a la señorita Atwrode. Lo último que recuerdo es que ella luchaba por desasirse de uno de los hombres que nos atacaron.

—¿Cuántos había?

—Dos. Les reconocí. Sus nombres son Hildemar Dasce y un tipo conocido por Suthiro, un sarkoy. Ambos hombres vienen de Más Allá.

—Sí, ya comprendo. La dirección y el nombre de la señorita, por favor.

—Pallis Atwrode, apartamentos Merioneth, en Remo.

—Comprobaremos inmediatamente que no haya vuelto a casa. Y ahora, señor Gersen, continúe.

Con voz cansada y dificultosa, Gersen le dio una detallada información del ataque y describió meticulosamente a Dasce y a Suthiro. Mientras hablaba, llegó un informe de la Comisaría General: Pallis no había vuelto a su apartamento. Se hallaban bajo vigilancia las carreteras, y las terminales de las líneas aéreas y espaciales. Se había dado cuenta a la PCI.

—Y ahora, señor —preguntó el oficial con voz neutra—, ¿puedo preguntarle qué negocios le retienen aquí?

—Soy un prospector.

—¿Cuál es la naturaleza de su asociación con esos dos individuos?

—Ninguna. Les vi una vez, mientras trabajaba en el planeta Smade. Aparentemente me consideran como a un enemigo. Creo que forman parte de la organización de Malagate.

—Resulta extraño que cometieran una acción tan desvergonzada. De hecho ¿cómo es que no le mataron?

—No lo se.

Y Gersen trató nuevamente de incorporarse. El investigador le observó con su actitud profesional.

—¿Qué planes tiene, señor Gersen?

—Deseo hallar a Pallis Atwrode.

—Es comprensible, señor. Pero será mejor que no se mezcle en esto. La Policía es más efectiva que un hombre solo. Podremos darle noticias muy pronto.

—No lo creo —dijo Gersen—. En estos momentos se hallarán en pleno espacio.

El oficial, poniéndose en pie, hizo una tácita admisión de la realidad del caso.

—Naturalmente, le tendremos bien informado.

Se inclinó y se marchó al instante.

Gersen se vistió, bajo el constante reproche de un enfermero. Tenía las rodillas débiles y su cabeza flotaba en una especie de dolor generalizado. En sus oídos aún zumbaba el efecto de las drogas que le habían administrado.

Un elevador le dejó al nivel de una estación de ferrocarril subterráneo y mientras se trasladaba rápidamente, sobre la plataforma, trató de coordinar un plan de acción eficaz. Una frase le machacaba repetidamente el cerebro: «Pobre Pallis, pobre Pallis», como si un insecto le atravesara el cráneo.

Sin ningún plan mejor por el momento, entró en una cápsula exprés y se dirigió a la estación existente bajo la explanada. Salió al exterior; pero en lugar de dirigirse al coche deslizante tomó asiento en un restaurante y pidió café.

«Ahora estará en pleno espacio —se dijo a sí mismo—. Y es por culpa mía, sólo por mi culpa.» Porque tenía que haber previsto tal eventualidad. Pallis Atwrode conocía muy bien a Warweave, Kelle y Detteras, les veía a diario y escuchaba cualquier habladuría que les concerniese a cada instante. Malagate el Rey Estelar, Malagate el Funesto era uno de los tres hombres, y Pallis, evidentemente tenía el conocimiento que junto a las indiscreciones de Suthiro hacían que el incógnito de Malagate resultase inseguro. De aquí que ella tuviese que ser puesta fuera de circulación. ¿Asesinada? ¿Vendida como esclava? ¿Tomada por el criminal Dasce para su uso personal? Era horrible... pobre Pallis, pobre Pallis...

Gersen miró al océano. Un leve tinte lavanda se formaba sobre el horizonte, presagiando la inminente aurora de un nuevo día. Las estrellas iban desapareciendo poco a poco.

«Tengo que enfrentarme con todo esto —seguía reflexionando Gersen—, y es mi culpa, sólo mía... Si le hubiese ocurrido algo... pero no. Mataré a Hildemar Dasce de cualquier forma.»

Suthiro, traidor y repulsivo criminal con cara de zorra, ya podía considerarse muerto. Pero allí estaba Malagate, el cerebro coordinador de todo lo sucedido. Como Rey Estelar, parecía en cierta forma menos odioso, era una bestia horrible que podía ser destruida sin ninguna emoción.

Destilando odio, dolor y culpabilidad, Gersen se dirigió hacia el aparcamiento, ya vacío, para recoger su coche. Allí era donde Dasce había estado sentado. Y donde le habían dejado inconsciente... al igual que un estúpido desprevenido. ¡Cómo se avergonzaría el espíritu de su abuelo!

Arrancó el coche y volvió a su hotel. No encontró mensaje alguno.

La aurora se extendió por Avente. Rígel expandía su brillante luz matutina desde las colinas Catilina a través de un gran banco de nubes. Gersen puso el despertador y tomó un par de píldoras soporíferas, para descansar un par de horas y se metió en la cama.

Se levantó deprimido y más desmoralizado que antes. El tiempo había pasado y nadie tendría noticias de la pobre Pallis... Ordenó que le subieran café y no quiso comer nada. Consideró la acción a seguir. ¿La PCI? Se vería forzado a relatarlo todo. ¿Podría actuar la PCI eficientemente, suministrándole toda la información. Podría decir que consideraba a uno de los administradores de la Provincia del Mar como a uno de los llamados Príncipes Demonio. ¿Y qué? La PCI, una fuerza selecta de policía, con todos los vicios y virtudes propias de semejante organización policíaca, sería o no digna de confianza. Los Reyes Estelares estarían infiltrados en ella, en cuyo caso Malagate sería inmediatamente advertido. ¿Y cómo, por otra parte, ayudaría tal información a rescatar a Pallis? Hildemar Dasce era el secuestrador; Gersen ya lo había declarado y ninguna otra información podía ser más explícita.

Existía otra posibilidad: el cambio entre el mundo de Teehalt por Pallis Atwrode, que Gersen hubiera aceptado de mil amores... Pero ¿con quién tratar? Aún no estaba en condiciones de identificar a Malagate. La PCI debía tener medios, sin duda alguna, para descubrirlo. Pero entonces el cambio sería imposible. Habría una ejecución por parte de la PCI, sin que apenas se notara, aunque habitualmente la PCI actuaba a solicitud de alguna agencia gubernamental autorizada. Pero mientras tanto, ¿qué sería de la pobre Pallis Atwrode? Estaría perdida irremisiblemente... una pequeña y bella chispa de luz y de vida que se extinguiría y sería olvidada.

Pero si Gersen reconociese a Malagate sus posibilidades resultaban inmensas. Podría efectuar su oferta con seguridad. La lógica de la situación empujaba a Gersen a proceder como antes. Pero ¡con qué lentitud! Pensando en la desventurada Pallis.... No obstante, Hildemar Dasce se había marchado a Más Allá y ningún esfuerzo de Gersen o de la PCI valdría contra la dura realidad. Sólo Attel Malagate tenía el poder de ordenar su retorno. Si es que Pallis vivía todavía...

La situación no había cambiado. Como antes, su primer paso urgente era identificar a Malagate y después tratar con él, de grado o por fuerza.

Con el curso de su acción más claro en su mente, la moral de Gersen aumentó. Su resolución y su antiguo espíritu de dedicación le dieron nueva fuerza y resolución. Nadie ni nada podría suministrarle una emoción tan intensa...

Se acercaba la hora de la cita con Detteras, Warweave y Kelle. Se vistió, descendió al garaje, tomó el coche, que sacó a la avenida, y puso proa hacia el sur. Llegó a la Universidad, aparcó, cruzó el patio hacia el Colegio de Morfología Galáctica y se encaminó a la recepción, lleno de falsas esperanzas y una particular excitación.

Una nueva joven atendía al público.

—¿Dónde está la señorita Atwrode esta mañana? —preguntó cortésmente.

—No lo sé, señor. No ha llegado. Quizá no se encuentre bien.

«Sí, seguramente», pensó Gersen. Mencionó la cita que tenía y se dirigió hacia la oficina de Rundle Detteras.

Warweave y Kelle estaban ante él. Sin duda, los tres habían buscado un común acuerdo, una sola decisión. Gersen miró un rostro y después el otro, desde Detteras hasta Warweave. Una de aquellas criaturas no era humana, más que en apariencia. En el Refugio Smade le había mirado de soslayo y trató de recordar de algún modo quién pudiera ser. No llegaba a su mente ninguna imagen. Una piel tintada de negro y un traje exótico constituían un disfraz más allá de su penetración. Fue examinándolos a todos con disimulo. ¿Cuál sería? Warweave, aquilino, de mirada fría y arrogante. Kelle, preciso, sin humor y austero. Detteras, cuya genialidad parecía ahora falsa y forzada...

Le fue imposible decidir. Se esforzó en permanecer en una situación de estudiosa cortesía e intentó su primer ataque.

—Simplifiquemos todo este asunto, señores —dijo—. Les pagaré a ustedes, o sea, al Colegio, cuando descifren la cinta. Supongo que el Colegio se conformaría con un millar de UCL. En todo caso, ésa es la oferta que puedo hacerles.

Sus adversarios, cada uno a su estilo, se mostraron sorprendidos. Warweave levantó las cejas, Kelle le miró fijamente y Detteras exhibió una media sonrisa de estupor mal reprimido. Por fin, Warweave dijo:

—Pero tenemos entendido que usted tenía el propósito de vender, por ser su primordial interés en esta cuestión.

—No hablo de vender —dijo Gersen—. Sin embargo, no me importaría, si ustedes me ofrecen lo suficiente.

Kelle refunfuñó algo y Detteras movió su fea cabeza.

—¿Y cuánto es suficiente?

—Un millón de UCL, quizá dos o tres, si ustedes llegan a esa altura.

—No se paga a ningún prospector semejante minuta —dijo Warweave, con sequedad.

—¿Se ha establecido ya quién de ustedes apoyó la exploración de Teehalt?

—¿Qué importa eso? —respondió Warweave—. Su interés por el dinero es evidente. —Y miró a sus colegas—. Cualquiera que haya sido no quiere descubrirse. De todos modos sepa que la situación continúa siendo la misma.

—Es algo que no tiene importancia —intervino Detteras—. Vamos, señor Gersen, hemos decidido hacerle una oferta sustanciosa... ciertamente no tan espectacular como la que ha planteado.

—¿Cuánto?

—Unos cinco mil UCL.

—Ridículo. Se trata de un mundo excepcional.

—Usted no lo conoce —señaló Warweave—. No estuvo allí, o así nos lo dijo.

—Ni ninguno de nosotros —dijo Kelle secamente—. Nadie lo conoce.

—Ustedes ya vieron las fotografías —replicó Gersen.

—Exactamente —respondió Kelle—. No hemos visto nada más. Las fotografías pueden trucarse. Estoy en contra de pagar nada sólo a la vista de las fotografías.

—Es comprensible —respondió Gersen—. Pero por mi parte, no tengo intención de hacer nada sin una garantía. No olvide que he sufrido una gran pérdida y ésta es mi oportunidad de resarcirme.

—¡Sea razonable! —urgió Detteras de mal talante—. Sin el decodificador el archivo no sirve para nada.

—No del todo. Con el análisis Fourier puedo descifrar el contenido.

—En teoría. Es un proceso costoso.

—No tanto como dar el archivo para nada.

Y la discusión continuó durante una hora con Gersen cada vez más impaciente. Se acordó depositar 100.000 UCL como garantía de la operación y precio de la venta una vez consideradas las características del mundo en cuestión.

Concretada la operación, se llamó a la Oficina de Acciones y Contratos de Avente y los cuatro hombres se identificaron. El contrato se redactó legalmente. Una segunda llamada al Banco General de Alphanor estableció el aval.

Los tres administradores se retreparon en sus asientos inspeccionando a Gersen quien, a su vez, escrutaba a cada uno con la mayor atención.

—Iré —dijo Warweave— Tendré un verdadero interés en ir personalmente.

—Yo estaba a punto de ofrecerme voluntario también —insinuó Detteras.

—En tal caso —dijo Kelle—, yo podría acompañarles en el viaje. Ya estoy demasiado comprometido para cambiar de idea.

Gersen sintió una profunda frustración. Había esperado que Malagate —quienquiera que fuese de los tres—, se hubiera ofrecido espontáneamente de una forma que le hubiera desenmascarado. Gersen se enfrentó a la idea de establecer un nuevo conjunto de condiciones: la vida de Pallis a cambio del archivo; ¿acaso el mundo iba a ser para él? Su único objetivo era la identidad de Attel Malagate y después su vida.

Pero entonces todos sus planes habían caído por la borda. Si los tres iban al planeta de Teehalt, la identificación de Malagate tendría que depender de nuevas circunstancias. Y mientras, la suerte de la pobre Pallis tendría que aguardar. Gersen protestó.

—Mi navío espacial es pequeño para los cuatro. Es mejor que sólo uno de ustedes venga conmigo.

—Eso no plantea ninguna dificultad —apuntó Detteras—. La nave del Departamento servirá perfectamente, tiene suficiente espacio para todos.

—Otra cosa todavía —añadió Gersen—. Tengo urgentísimos negocios que resolver en un inmediato futuro. Lamento molestarles; pero insisto en que tenemos que partir hoy mismo.

Se produjo una vigorosa y general protesta. Los tres manifestaron hallarse ligados a citas, compromisos y asistencia a diversos comités y conferencias.

Gersen mostró abiertamente su temperamento.

—Caballeros, ya han gastado bastante tiempo, yo he perdido demasiado del mío y debo conminarles a salir hoy o llevar el archivo a otra parte o destruirlo definitivamente. Es mi última palabra.

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