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Authors: Isaac Asimov

El Robot Completo (49 page)

BOOK: El Robot Completo
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El Gobierno, representado en este caso por el magistrado Harlow Shane, se mostraba igualmente ansioso de que aquel lío terminara lo más discretamente posible. Tanto «E.U. Robots» como el mundo académico eran mala gente para ponerse en contra de ellos.

El magistrado Shane dijo:

—Caballeros, puesto que ni la Prensa ni el público ni el jurado están presentes, evitemos al máximo los formulismos y vayamos en seguida a los hechos.

Sonrió envaradamente al decir esto, tal vez sin grandes esperanzas de que su requerimiento llegara a ser efectivo, y se ajustó bien la toga para poderse sentar con comodidad. Su rostro era placenteramente rubicundo con una barbilla redondeada y suave, una nariz ancha y unos ojos claros y bastante separados. En conjunto, no resultaba una cara con mucha majestuosidad judicial, y el juez lo sabía.

Barnabas H. Goodfellow
[7]
, profesor de Física en la Universidad del Nordeste, fue el primero en prestar juramento, realizando la usual promesa solemne con una expresión que no se avenía muy bien con su apellido.

Después de las usuales preguntas de apertura de gambito, el fiscal se metió profundamente las manos en los bolsillos y dijo:

—¿Cuándo fue eso, profesor, cuándo el asunto del posible empleo del Robot EZ—27 fue llevado a su atención y cómo?

El pequeño y anguloso rostro del profesor Goodfellow se cristalizó en una expresión de incomodidad, escasamente más benevolente que aquella otra a la que había remplazado.

Dijo:

—He mantenido contacto profesional y algunas relaciones sociales con el doctor Alfred Lanning, director de investigaciones de «E.U. Robots». Me mostré dispuesto a escuchar con cierta tolerancia cuando recibí una sugerencia mas bien extraña por su parte, el tres de marzo del año pasado...

—¿De 2033?

—Eso es.

—Perdone mi interrupción. Haga el favor de continuar.

El profesor asintió heladamente, frunció el ceño para fijar los hechos en su mente y comenzó a hablar.

El profesor Goodfellow se quedó mirando al robot con cierta aprensión. Había sido transportado a la sala de suministros del sótano en un embalaje, de acuerdo con las reglamentaciones gubernamentales para el envío de robots de un lugar a otro de la superficie de la Tierra.

Sabía lo que estaba en marcha; no se trataba de que no se encontrase preparado. Desde el momento de la primera llamada telefónica por parte del doctor Lanning, se había sentido captado por la persuasión del otro y ahora, como un resultado del todo inevitable, se encontraba cara a cara con un robot.

Parecía grande fuera de lo común y estaba allí de pie a una distancia al alcance de la mano.

Alfred Lanning lanzó por su parte una dura mirada al robot, como para asegurarse de que no había sufrido ningún daño durante el traslado. Luego volvió sus feroces cejas y su melena de blanco cabello en dirección del profesor.

—Éste es Robot EZ-27, el primero de su modelo en estar disponible para uso público.

Se volvió hacia el robot.

—Éste es el profesor Goodfellow, Easy.

Easy habló de manera impasible, pero de una forma tan repentina que el profesor se sobresaltó.

—Buenas tardes, profesor.

Easy media más de dos metros de altura y tenía las proporciones generales de un hombre, lo cual siempre constituía la primera motivación para la venta en «E.U. Robots». Eso, y la posesión de las patentes básicas del cerebro positrónico, les concedía un auténtico monopolio sobre los robots y un cuasi-monopolio también en lo que se refería a los ordenadores en general.

Los dos hombres que desembalaron al robot ya se habían ido y el profesor paseó la mirada desde Lanning al robot y luego otra vez a Lanning.

—Estoy seguro de que inofensivo.

Pero no parecía traslucir tanta seguridad.

—Más inofensivo que yo mismo —añadió Lanning—. Yo me puedo ver impulsado a golpearle. Pero Easy no. Supongo que conoce las Tres Leyes de la Robotica.

—Sí, naturalmente.

—Se hallan incorporadas a los patrones positrónicos del cerebro y deben ser observadas. La Primera Ley, la primera regla de la existencia robotica, protege la vida y el bienestar de todos los seres humanos.

Hizo una pausa, se frotó la mejilla y añadió:

—Se trata de algo de lo que nos agradaría mucho poder persuadir a la Tierra, si está en nuestra mano.

—Sólo se trata de su formidable aspecto.

—Naturalmente. Pero sea el que sea su aspecto, tendrá que convenir en que es útil.

—No estoy seguro de en qué manera lo sea. Nuestras conversaciones no han sido demasiado provechosas en este aspecto. De todos modos, me mostré de acuerdo en mirar el objeto y eso es lo que estoy haciendo.

—Vamos a hacer algo más que mirar, profesor. ¿Ha traído un libro?

—En efecto.

—¿Puedo verlo?

El profesor Goodfellow alargó la mano sin llegar a apartar los ojos de aquella forma metálica con aspecto humano que tenía delante de él. Del maletín que se hallaba a sus pies retiró un libro.

Lanning alargó la mano hacia él y leyó su lomo:

—«Química física de los electrolitos en solución». Muy bien, señor. Lo ha elegido usted mismo y al azar. Este texto en particular no ha sido en absoluto una sugerencia mía, ¿no es verdad?

—Sí.

Lanning le pasó el libro al Robot EZ-27.

El profesor dio un pequeño salto.

—¡No! ¡Se trata de un libro muy valioso!

Lanning alzó las cejas y éstas adoptaron el aspecto de un peludo escarchado de coco.

Dijo:

—Easy no tiene la menor intención de romper el libro en dos para realizar una exhibición de su fuerza, se lo aseguro. Puede manejar un libro con tanto cuidado como usted o como yo. Adelante, Easy.

—Gracias, señor —replicó Easy.

Luego, volviendo ligeramente su masa metálica, añadió:

—Con su permiso, profesor Goodfellow.

El profesor se lo quedó mirando.

Luego dijo:

—Sí, sí... De acuerdo.

Con una lenta y firme manipulación de los dedos metálicos, Easy volvió las páginas del libro, mirando la página izquierda y luego la derecha; volviendo la página, lanzando una ojeada a la izquierda y después a la derecha; volviendo la página y realizando la misma maniobra durante minutos y minutos.

La sensación de su potencia pareció convertir en un enano incluso aquella sala de paredes de cemento en la que se encontraban y reducir a los observadores humanos a algo considerable menor en aspecto a su tamaño real.

Goodfellow musitó:

—La luz no es muy buena.

—Lo conseguirá.

Luego, más bien de forma brusca:

—¿Pero, qué está haciendo?

—Paciencia, señor.

En su momento, se volvió la última página.

Lanning preguntó:

—¿Y bien, Easy?

El robot dijo:

—Es un libro bastante esmerado y existen pocas cosas que pueda señalar. En la línea 22 de la página 27, la palabra «positivo» tiene una errata y dice «poistivo». La coma de la línea 6 de la página 32 es superflua, mientras que se debería haber puesto una en la línea 13 de la página 54. El signo más en la ecuación XIV-2 de la página 337 debería ser un signo menos, para adecuarse de forma congruente con las ecuaciones anteriores...

—¡Espera! ¡Espera! —gritó el profesor—. ¿Qué está haciendo?

—¿Haciendo? —le hizo eco Lanning, presa de una súbita irascibilidad—. ¡Nada de eso, hombre, ya lo ha hecho! ¡Ha hecho las veces de corrector tipográfico y técnico de ese libro!

—¿Que ha hecho de lector de pruebas?

—Sí. En el breve tiempo que le ha tomado volver todas esas páginas, ha captado cualquier tipo de errata tipográfica, gramatical o de puntuación. Ha observado los errores en el orden de los vocablos y detectado las posibles incongruencias. Y también conservará la información, palabra por palabra, de manera indefinida.

Al profesor se le había quedado la boca abierta. Se alejó con la mayor rapidez de Lanning y de Easy. Dobló los brazos encima del pecho y se los quedó mirando.

Finalmente dijo:

—¿Se refiere a que este robot es un corrector de galeradas?

Lanning asintió.

—Entre otras cosas.

—¿Pero por qué me lo enseña?

—Para que me ayude a persuadir a la Universidad para que lo compre y lo emplee.

—¿Como corrector?

—Entre otras cosas —repitió con paciencia Lanning.

El profesor arrugó su alargado rostro en una especie de ácida incredulidad.

—¡Pero esto es ridículo!

—¿Por qué?

—La Universidad nunca podrá permitirse el comprar esta medio tonelada, si ése es por lo menos su peso, esta medio tonelada como corrector de galeradas de imprenta.

—El corregir pruebas no es todo lo que puede hacer. También prepara informes de unos antecedentes suministrados, rellena formularios, sirve como un exacto registro de datos, de expedientes académicos.

—¡Naderías!

Lanning dijo:

—En absoluto, como le demostraré dentro de un instante. Pero creo que podríamos discutir esto con mayor comodidad en su despacho, si no tiene nada que objetar.

—No, naturalmente que no —comenzó el profesor mecánicamente y dio medio paso como si se fuese a darse la vuelta.

Luego prosiguió:

—Pero ese robot... No podemos quedarnos con el robot. De veras, doctor, deberá hacer que lo embalen de nuevo.

—Hay tiempo de sobras. Podemos dejar a Easy aquí.

—¿Sin que nadie lo vigile?

—¿Y por qué no? Sabe que está aquí para quedarse. Profesor Goodfellow, es necesario que entienda que un robot es mucho más de fiar que un ser humano.

—Yo sería el responsable de cualquier daño que...

—No habrá ninguna clase de daños. Se lo garantizo. Mire, ya no son horas de trabajo. Me imagino que espera que no haya nadie por aquí hasta mañana por la mañana. El camión y mis hombres están afuera. «U.S. Robots» asumirá cualquier responsabilidad que pueda presentarse. Pero no habrá ninguna. Si lo desea, llámelo una demostración de lo fiable que es el robot.

El profesor se permitió dejar que lo sacasen del almacén. Pero tampoco se encontró muy cómodo en su despacho, situado cinco pisos más arriba.

Se enjugó con un pañuelo blanco la hilera de gotitas que perlaban la mitad inferior de su frente.

—Como sabe muy bien, doctor Lanning, existen leyes contra el empleo de robots en la superficie de la Tierra —apuntó en primer lugar.

—Las leyes, profesor Goodfellow, no son algo sencillo. Los robots no pueden usarse en las obras públicas o en el interior de estructuras privadas, excepto bajo ciertas limitaciones que, por lo general, convierten las cosas en algo prohibitivo. Sin embargo, la Universidad es una gran institución de propiedad privada que, por lo común, recibe un tratamiento preferente. Si el robot se emplea sólo en una sala específica y sólo para fines académicos, si se observan otras reglamentaciones y si los hombres y mujeres que, de forma ocasional, penetren en la estancia cooperan de manera total, podríamos permanecer dentro de la ley.

—¿Pero, tantos problemas sólo para hacer de corrector de galeradas?

—Las utilizaciones podrían ser infinitas, profesor. Hasta ahora, el trabajo de los robots sólo se ha empleado para aliviar los trabajos pesados. ¿Pero no existe algo parecido en lo que se refiere a los trabajos duros mentales? Cuando un profesor, que es capaz de los mayores pensamientos creativos, se ve forzado a pasar penosamente dos semanas comprobando las erratas de unas pruebas de imprenta, y yo le ofrezco una máquina que efectúa lo mismo en sólo treinta minutos, ¿podemos llamar a eso una cosa baladí?

—Pero el precio...

—No necesita preocuparse por el precio. Usted no puede comprar el EZ-27. «E.U. Robots» no vende sus productos. Pero la Universidad puede alquilar el EZ-27 por mil dólares al año, algo considerablemente más barato que una grabación continua de un solo espectrógrafo de microondas.

Goodfellow parecía asombrado. Leanning se aprovechó de su ventaja y añadió:

—Sólo le pido que presente el caso a cualquier grupo que sea el que tome aquí las decisiones. Me agradaría mucho poder hablarles en el caso de que deseen mayor información.

—Está bien —replicó Goodfellow con tono dubitativo—. Lo presentaré ante la reunión del Consejo de la semana próxima. De todos modos, no le puedo prometer aún nada definitivo al respecto.

—Naturalmente —contestó Lanning.

El fiscal de la acusación era bajo, rechoncho y se mantenía en pie más bien de forma portentosa, una postura que tenía el efecto de acentuar su doble papada. Se quedó mirando al profesor Goodfellow, una vez que hubo prestado testimonio, y dijo:

—Se mostró de acuerdo demasiado aprisa, ¿no es verdad?

El profesor respondió con gran brío:

—Supongo que estaba ansioso por desembarazarse del doctor Lanning. Me hubiera mostrado de acuerdo con cualquier cosa.

—¿Con intención de olvidarse de todo una vez se hubiera marchado?

—Bueno...

—Sin embargo, usted presentó el asunto ante una reunión de la junta ejecutiva del senado de la universidad.

—Sí, lo hice.

—Por lo tanto, convino de buena fe a las sugerencias del doctor Lanning. No quiso seguir adelante sólo en plan fingido. En realidad se mostró entusiasmado al respecto, ¿no es verdad?

—Me limité a seguir los procedimientos ordinarios.

—En realidad, no se hallaba tan alterado ante el robot como ahora está alegando que sucedió. Usted conoce las Tres Leyes de la Robótica, y también era sabedor de ellas en el momento en que se entrevistó con el doctor Lanning.

—Sí...

—¿Y estaba dispuesto a dejar por completo desatendido a un robot muy grande?

—El doctor Lanning me aseguró que...

—Y, naturalmente, jamás hubiese aceptado sus seguridades si hubiese tenido la menor duda respecto de que el robot pudiese ser peligroso en lo más mínimo.

El profesor comenzó a decir con gran frialdad:

—Presté toda mi confianza a la palabra de...

—Eso es todo —le cortó bruscamente el fiscal.

Mientras el profesor Goodfellow, un tanto agitado, aún seguía allí de pie, el magistrado Shane se inclinó hacia delante y dijo:

—Puesto que yo no soy un hombre ducho en robótica, me gustaría saber exactamente qué son esas Tres Leyes de la Robótica. ¿Le importaría al doctor Lanning citarlas en beneficio del tribunal?

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