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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia, Ensayo

El secreto del universo (18 page)

BOOK: El secreto del universo
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¿Y por qué diez esferas? Bien, los pitagóricos creían que el diez era un número particularmente satisfactorio porque 1+2+3+4 = 10, lo cual se prestaba a unos complicados razonamientos, cuya conclusión es que diez es un número perfecto. Por tanto, si mantenemos que el Universo es perfecto y que este concepto de perfección tiene que corresponderse con el de los pitagóricos, y si además se da por sentado que la única razón de la existencia del Universo es la de manifestar esa perfección, entonces tiene que haber diez esferas en total (aunque haya que mantener dos de estas esferas en secreto por alguna oscura razón).

Por desgracia, el problema de todos estos argumentos irrefutables basados en las propiedades místicas de los números es que no hay dos personas que se pongan de acuerdo para creer en la misma mística. La idea pitagórica fue desechada y los astrónomos se conformaron con ocho esferas. En realidad, como la esfera de las estrellas no tenía otro papel que el de ser un simple telón de fondo, el número mágico pasó a ser el siete.

Pero las discusiones acerca de la estructura del Universo, basándose en la simple aritmética (y en cosas peores), no se acabaron ni mucho menos con los griegos.

En 1610 Galileo descubrió con ayuda del telescopio que Júpiter tenía cuatro cuerpos más pequeños que giraban a su alrededor. Por tanto, había once cuerpos celestes (sin contar las estrellas fijas) que giraban alrededor de la Tierra, según la antigua concepción griega; once cuerpos girando alrededor del Sol, según el recién formulado sistema copernicano.

Este nuevo descubrimiento se encontró con una gran oposición, y los argumentos utilizados en su contra por uno de sus adversarios ocupan un lugar de honor en los anales de la locura humana.

Este instruido sabio afirmaba que no era necesario mirar por el telescopio. Era imposible que los cuerpos recién descubiertos estuvieran allí. ya que sólo podía haber siete cuerpos girando alrededor de la Tierra (o del Sol), ni uno más. Si se veían otros cuerpos, esto se debía seguramente a algún defecto del telescopio, pues era
imposible
que estuvieran allí.

¿Y cómo se podía estar tan seguro de que era imposible que estuvieran allí? ¡Muy fácil! De la misma manera que en la cabeza hay siete aberturas, dos ojos, dos orejas, dos agujeros de la nariz y una boca, en el cielo ha de haber siete cuerpos planetarios.

Así, por lo visto era necesario ordenar todo el Universo para que en el cielo se guardara una especie de registro permanente del número de aberturas de la cabeza humana. Como si Dios necesitara «chuletas» que le permitieran acordarse de este número para no crear al hombre con un número de aberturas incorrecto. (Si esto les parece blasfemo, lo lamento, porque no es esa mi intención. La blasfemia es la de aquellos hombres del pasado y del presente que intentan hacer de Dios una especie de niño de pecho que juega con bloques de madera.)

Este tipo de locuras tardan en desaparecer. En realidad, no desaparecen nunca.

Los astrónomos, una vez que aceptaron la idea copernicana de que los cuerpos celestes giran alrededor del Sol y no alrededor de la Tierra, distinguieron dos tipos de cuerpos celestes en el Sistema Solar.

Había cuerpos que giraban directamente alrededor del Sol: los planetas, de los que seis eran conocidos en 1655: Mercurio, Venus, la Tierra, Marte, Júpiter y Saturno. Había otros cuerpos que no giraban directamente alrededor del Sol, sino alrededor de alguno de los planetas. Eran los satélites, de los que cinco eran conocidos en la época: nuestra Luna y los cuatro satélites de Júpiter descubiertos por Galileo (Io, Europa, Ganímedes y Calixto).

Pero en 1655 el astrónomo holandés Christian Huygens descubrió un satélite de Saturno al que llamó Titán. Por tanto, el Sistema Solar estaba formado por seis planetas y seis satélites. Huygens era un gran científico y una gran figura de la historia de la astronomía y de la física, pero no era totalmente insensible a la simetría de seis y seis. Proclamó que el Sistema Solar estaba completo; no quedaban más cuerpos por descubrir.

Por desgracia, en 1671 el astrónomo ítalo francés Giovanni D. Cassini descubrió otro satélite de Saturno, dando al traste con la simetría. Y Huygens todavía vivía; en realidad, seguía viviendo cuando Cassini descubrió tres satélites más de Saturno.

Después vino Johann Kepler, que no se contentaba con calcular el número de cuerpos celestes basándose en la simple aritmética. El fue más allá e intentó calcular la relación existente entre las distancias de esos cuerpos al Sol mediante simples relaciones geométricas.

Existen cinco y sólo cinco sólidos regulares (cuerpos sólidos con todas las caras y todos los ángulos iguales, como en el caso del cubo, por ejemplo, que es el más conocido de los cinco).

¿Por qué no seguir entonces el siguiente razonamiento? Los sólidos regulares son perfectos, igual que el Universo. Sólo hay cinco sólidos regulares; como hay seis planetas, sólo hay cinco espacios interplanetarios.

Por tanto, Kepler intentó insertar los cinco sólidos regulares de tal manera que los seis planetas recorrieran sus límites guardando una adecuada relación de distancias. Kepler se pasó mucho tiempo tratando de ajustar estos sólidos, pero fracasó. (La prueba concluyente de que Kepler no era en absoluto un chiflado es que tras su fracaso se olvidó rápidamente de la idea.)

No obstante, en la última semana de 1966 descubrí algo acerca de Kepler que no había sabido hasta entonces.

Estaba en una reunión de la Sociedad Americana para el Progreso de la Ciencia, escuchando algunas disertaciones sobre la historia de la astronomía. En una de estas disertaciones, particularmente interesante, se afirmaba que, en opinión de Kepler, el año tendría que tener sólo 360 días. La Tierra giraba más deprisa de lo debido, y esa era la razón de que hubiera 365 días y 1/4 en el año. (Si cada día tuviera 24 horas y 21 minutos, el año sólo tendría 360 días.)

Kepler opinaba que la rotación acelerada de la Tierra ejercía algún tipo de influencia sobre la Luna, obligándola a girar un poco más deprisa de lo normal alrededor de la Tierra. Es evidente que la Luna debería de completar una vuelta alrededor de la Tierra en 1/12 exacto de año, es decir, unos 302/5 días; en lugar de eso, sólo emplea 29 ½ días en cada revolución.

Sería de lo más práctico que la Tierra completara una vuelta alrededor del Sol en 360 días de 24 1/3 cada uno (como es natural, se alargarían ligeramente las horas y sus subdivisiones para que el día, ligeramente más largo, tuviera exactamente 24 horas). Después de todo, 360 es un número muy complaciente: es múltiplo de 2, 3, 4, 5, 6, 8, 9, 10, 12, 15, 18, 20, 24, 30, 36, 40, 45, 60, 72, 90, 120 y 180. Es el único número de esa magnitud aproximada que es múltiplo de tantos otros.

Y si cada mes lunar tuviera 30 días de poco más de 24 horas cada uno, habría exactamente 12 meses lunares en un año. El número 12 es múltiplo de 2, 3, 4 y 6, y el 30 es múltiplo de 2, 3, 5, 6, 10 y 15.

No se trata de una simple cuestión de trucos numéricos. Si cada mes lunar tuviera 30 días y cada año tuviera 12 meses lunares, seria posible diseñar un calendario hermosamente simple.

¿Y qué es lo que tenemos en cambio? Aproximadamente 29 1/2 días por mes lunar, aproximadamente 365 1/4 días al año y aproximadamente 123/8 meses lunares al año. ¿Y cuál es el resultado de este enorme fárrago de fracciones? Casi cinco mil años de buscarle las vueltas al calendario, para acabar teniendo uno que
sigue
siendo poco práctico.

Es posible que mis pensamientos no hubieran ido más lejos, pero el conferenciante de la reunión de la Sociedad Americana para el Progreso de la Ciencia dio el número de meses lunares que hay en un año en forma decimal y no en fracción. Dijo: «En lugar de doce meses lunares al año, hay 12,369»
[5]
.

Inmediatamente alcé las cejas asombrado. ¿De veras? ¿Es cierto que hay 12,369 meses lunares en el año? Empecé a encajar unas ideas con otras y cuando acabó la conferencia levanté la mano para hacer una pregunta. Quería saber si Kepler había intentado deducir determinada conclusión, muy sencilla, a partir de esta cifra. No, dijo el conferenciante, es algo que podría haber hecho, pero no fue así.

¡Estupendo! ¡Estupendo! Eso me dejaba las manos libres; podía permitirme un poco de misticismo de mi propia cosecha. Después de todo, todo el mundo sabe que estoy enamorado de los números, y no tendría ninguna dificultad en configurar un diseño del Universo que me diera ocasión de exhibir mis conocimientos de aritmética básica. Es más, da la casualidad de que la Biblia es uno de los temas que me interesan, así que me pregunté por qué no podría demostrar la relación entre el diseño del Universo y ciertas estadísticas elementales en relación con la Biblia.

(No soy el primero en intentar algo parecido. Isaac Newton era un incansable estudioso de la Biblia, cuyos estudios no dieron ningún fruto digno de mención, y el matemático escocés John Napier, el primero en desarrollar los logaritmos, desarrolló también un sistema completamente inútil para interpretar los Libros Sagrados.)

Permítanme, por tanto, mostrarme de acuerdo con Kepler. Supongamos que las velocidades de rotación de la Tierra alrededor de su eje, de la revolución de la Luna alrededor de la Tierra y de la revolución del sistema Tierra/ Luna alrededor del Sol estuvieran calculadas con el solo propósito de ofrecer al género humano unos bonitos números y un calendario simétrico.

¿Qué es lo que salió mal entonces? No hay duda de que Dios sabia lo que se traía entre manos y que no cometería un error por descuido. Si el año tiene más de 360 días, tiene que haber alguna razón para ello; una razón exacta. No habría tal error, sino algo hecho con la intención de instruir al género humano a la manera ingenua que la mística parece considerar característica de Dios.

Hay 365 1/4 días al año, así que para que hubiera 360 (el número «correcto»), sobran 5 1/4 o, en forma decimal, 5,25. Ahora bien, admitirán ustedes que 5,25 es un número interesante, puesto que 25 es el cuadrado de 5.

Razonemos como lo haría un místico. ¿Es posible que 5,25 sea una coincidencia? Por supuesto que no. Tiene que significar algo, y ese algo tiene que estar en la Biblia. (Después de todo, Dios es el centro alrededor del cual gira la Biblia, del mismo modo que el Sol es el centro alrededor del cual gira la Tierra. Nada más natural entonces que encontrar en la Biblia las razones de las características de la revolución de la Tierra.)

Según la tradición, el Antiguo Testamento está dividido en tres partes: los libros de las Leyes, los libros de los Profetas y las Escrituras. Todos ellos son sagrados y de inspiración divina, pero los libros de la Ley son los más sagrados de todos, y son cinco:
Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio
.

¿Cuál es la razón, por tanto, de que haya cinco días más de los «correctos» 360? Sin ninguna duda, esto es así con el propósito de grabar los cinco libros de la ley en el movimiento mismo de la Tierra. ¿Y por qué hay un cuarto de día más además de estos cinco? Bueno, para que el exceso sobrante no sea simplemente 5, sino 5,25. Al elevar el 5 al cuadrado, destacando de esta forma su importancia, se demuestra que la ley no sólo es sagrada, sino especialmente sagrada.

Por supuesto, hay una pega. La verdad es que el año no tiene exactamente 365,25 días. Le falta un poco para llegar a esta cifra; en realidad, tiene 365, 2422 días. (Para ser más precisos, tiene 365,242197 días, pero creo que nos bastará con 365,2422.)

¿Significa esto que mi idea no tiene fundamento? Si así lo creen, no tienen ni idea de cómo funciona la mentalidad de un místico. La Biblia es un libro tan grande y complejo que es posible dar un significado bíblico a casi cualquier número imaginable. El único límite es el del ingenio del cerebro humano.

Por ejemplo, echemos un vistazo a 365,2422. Hay 5,2422 días sobrantes en relación con el número «correcto» de días, 360. Las cifras decimales pueden dividirse en 24 y 22, y su media es 23. ¿Cuál es, por tanto, el significado del 23?

Ya hemos decidido que 5 representa a los cinco libros de la Ley. Nos quedan los Profetas y las Escrituras. ¿Cuántos libros contienen estas dos partes? La respuesta es 34
[6]
.

Esto no parece llevarnos a ninguna parte; pero esperen un momento. Doce de estos libros son obras de los profetas, relativamente cortas:
Oseas, Joel, Amos, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahum, Habacuc, Sofonías, Ageo, Zacarías y Malaquías
. En la antigüedad, por razones prácticas, a menudo se incluían en un solo rollo que era conocido como el Libro de los Doce.

Así, en el libro apócrifo del
Eclesiastés
(que los católicos consideran canónico) el autor, que escribía alrededor del 180 a. C., enumera a los grandes hombres de la historia bíblica. Después de nombrar a los grandes profetas uno por uno, agrupa en un solo bloque a todos los profetas menores (
Eclesiastés
, 49, 10: «También los DOCE PROFETAS ¡revivan sus huesos en la tumba!…»)

Ahora bien, si se considera que los doce profetas menores forman un único libro —una práctica con amplios precedentes—, ¿cuántos libros hay entonces en los Profetas y las Escrituras según la versión judía y protestante? Veintitrés, por supuesto.

Por tanto, podemos afirmar que, del número total de días del año (365,2422), 360 días son la cifra «correcta», 5 días representan los libros de la Ley y 0,2422 representa los libros de los Profetas y las Escrituras. De esta forma los días del año se convierten en un monumento al Antiguo Testamento.

Esto nos lleva al número de meses lunares que hay en un año, que son exactamente 12,369, el número que me llamó la atención en primer lugar.

Si los días del año representan el Antiguo Testamento, es evidente que los meses lunares tienen que representar el Nuevo Testamento. Cualquier místico les diría que no hay nada más obvio.

Bien, entonces, ¿cuál podríamos decir que es la diferencia fundamental entre el Antiguo Testamento y el Nuevo? Podríamos probar lo siguiente: en el Antiguo Testamento Dios es considerado una entidad única, mientras que en el Nuevo Testamento se revela como una Trinidad. Por consiguiente, si esto es así y si el número de meses lunares del año representa el Nuevo Testamento, ese número ha de tener alguna relación con el número 3.

Y si nos fijamos en 12,369, observamos que es múltiplo de 3. ¡Hurra! Vamos por el buen camino; cualquier idiota se daría cuenta (siempre que
sea
realmente idiota, claro).

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