14 16 de enero
El comandante del Equipo de Ataque Táctico MEK pareció sorprenderse al ver a Fabel agachado a su lado, al amparo del gran furgón blindado.
—Estaba por la zona y he oído el aviso —explicó Fabel, anticipándose a su pregunta. Levantó la vista hacia el bloque de apartamentos de cuatro pisos, blanco sobre el cielo azul de invierno inmaculado y alegre, con pensamientos de invierno en los balcones. Había coches de gama media aparcados en el exterior. Oficiales del MEK armados hasta los dientes y con uniformes negros sacaban apresuradamente a los ocupantes del edificio por la puerta principal y por la calle hasta donde los policías uniformados de ordinario habían improvisado el perímetro de Jenfelderstrasse.
—Me dijeron que lo había dejado, Herr Kriminalhauptkommissar.
—Lo he dejado —dijo Fabel—. Ya he entregado mi renuncia. ¿Qué tenemos?
—Aviso de un altercado doméstico. Los vecinos han llamado a la policía. La primera unidad local acababa de llegar cuando oyeron disparos. Luego el tipo de dentro ha disparado al azar contra uno de los uniformados.
—¿Es vecino del edificio?
El comandante del MEK asintió con la cabeza enfundada en el casco.
—Aichinger, Georg Aichinger. El alboroto venía de su piso.
—¿Sabemos algo de él? —Fabel se deslizó dentro del mono blindado que le acababa de entregar un miembro del equipo MEK.
—No hay antecedentes. Según los vecinos, no había causado problemas hasta ahora. Al parecer era el vecino ideal. —El comandante del MEK frunció el ceño—. Tiene esposa y tres hijos. O tal vez los tenía. No ha habido mucho ruido en el apartamento desde los primeros disparos: cuatro tiros.
—¿Con qué arma?
—Por lo que hemos podido ver, un rifle deportivo. O lo hace con desgana o es un pésimo tirador. El idiota del primer coche patrulla que ha llegado se ha convertido en el objetivo perfecto cuando se ha precipitado corriendo escaleras arriba, pero Aichinger no le ha dado por un metro. Si quieres mi opinión, ha sido más bien un disparo de advertencia.
—Entonces, tal vez la familia siga viva.
El comandante se encogió de hombros dentro de su traje de Kevlar.
—Como le he dicho, desde entonces ha habido mucha tranquilidad. Tenemos a un negociador de camino.
Fabel asintió con el rostro preocupado.
—No puedo esperar. Voy a entrar a hablar con él. ¡Tiene un hombre que me pueda cubrir?
—No me parece bien, Herr Hauptkommissar. No estoy seguro de poder autorizarle a arriesgarse así. O, por la misma regla de tres, a que uno de mis hombres corra riesgos.
—Mire —dijo Fabel—, si la familia de Aichinger sigue con vida, el tiempo podría ser crucial. Puede que mientras esté hablando conmigo le impidamos que los mate.
—Ya están muertos… Y usted lo sabe, ¿verdad?
—Es posible, pero no tenemos nada que perder, ¿no? Sencillamente, trataré de distraerlo hasta que llegue el negociador.
—Está bien, pero que conste que discrepo. Ya tengo a dos hombres apostados en el descansillo del apartamento, mandaré a otro para que suba con usted. Pero si Aichinger no da muestras de querer hablar, o si no hay ningún síntoma de que la situación se pone en marcha, le quiero directamente fuera de ahí. —El comandante del MEK le hizo un gesto con la cabeza a uno de los hombres de su equipo—. Acompañe al Hauptkomissar.
—¿Cómo se llama? —Fabel examinó al patrullero MEK: joven, con el cuerpo musculoso bajo el mono blindado; la mirada brillante y llena de emoción. Era de la nueva carnada: más soldado que policía.
—Breidenbach. Stefan Breidenbach.
—Está bien, Stefan. Subamos y veamos si podemos convencerlo de no tener que usar esto. —Fabel hizo un gesto hacia la pistola automática Heckler and Koch que el hombre del MEK sostenía contra su pecho—. Y recuerde: estamos ante una negociación con rehenes y una posible escena del crimen, no en una zona de guerra.
Breidenbach asintió con fuerza, sin esforzarse por ocultar su disgusto ante el comentario de Fabel. Este le dejó que dirigiera la entrada al edificio y el ascenso por las escaleras. El apartamento de Aichinger estaba en la segunda planta, donde ya había dos hombres del MEK apostados, apoyados contra la pared, con los rostros ocultos tras los cascos, las gafas protectoras y las máscaras antigás.
—¿Alguna novedad? —preguntó Fabel al patrulla que estaba arriba en las escaleras.
El tipo negó con la cabeza.
—Todo tranquilo. Temo que estemos ante un múltiple asesinato. Ni gritos, ni movimiento; nada.
—De acuerdo. —Fabel bordeó el descansillo mientras Breidenbach acercaba su arma a la puerta cerrada del apartamento.
—Herr Aichinger… —llamó Fabel hacia el apartamento—. Herr Aichinger, soy el Kriminalhauptkommisar Fabel de la Policía de Hamburgo.
Silencio.
—Herr Aichinger, ¿me oye? —Fabel esperó un momento la respuesta que no llegó—. Herr Aichinger, ¿hay alguien herido ahí dentro? ¿Hay alguien que necesite ayuda?
Silencio de nuevo, pero ahora una sombra apenas visible se movió tras el cristal ahumado de la ventanita cuadrada que había en la puerta del apartamento.
Breidenbach ajustó su objetivo y Fabel levantó una mano pidiendo cautela al joven del MEK.
—Herr Aichinger, queremos… quiero ayudarle. Se ha metido en una situación complicada y sé que ahora mismo no es capaz de ver la salida. Le entiendo. Pero siempre hay una salida. Puedo ayudarle.
De nuevo no hubo ninguna respuesta, pero Fabel oyó el sonido del pestillo de la puerta, que se abrió unos pocos centímetros. Los tres patrullas del MEK se echaron hacía delante, con sus objetivos fijados en la puerta abierta. Fabel frunció el ceño hacia los tres hombres, en un gesto de advertencia.
—¿Quiere que entre, Herr Aichinger? ¿Quiere hablar conmigo?
—¡No! —le dijo Breidenbach entre dientes—. No puede entrar ahí.
Fabel le hizo un gesto de desacuerdo con la cabeza. Breidenbach se le acercó más:
—No puedo dejar que se ofrezca como rehén. Creo que debería irse, Herr Hauptkommissar.
—¡Tengo una pistola! —afirmó la voz desde el interior, tensa por el miedo.
—Somos muy conscientes de ello, Herr Aichinger —dijo Fabel por la rendija de la puerta entreabierta—. Y mientras esté usted en posesión de esa arma, se pondrá en una situación de gran peligro. Por favor, deslícela por la puerta y así podremos hablar.
—No. No lo haré. Pero puede entrar usted. Poco a poco. Si quiere hablar conmigo, entre.
Breidenbach negó vigorosamente con la cabeza.
—Escuche, Herr Aichinger —dijo Fabel—, no voy a fingir que no estamos ante una situación muy complicada, pero la podemos resolver sin que nadie se haga daño. Y lo podemos hacer paso a paso, con cuidado. Debo decirle que aquí afuera tengo a unos agentes armados. Si creen que estoy en peligro, dispararán. Y estoy convencido de que si usted cree que está en peligro hará lo mismo. Lo que tenemos que hacer es alejarnos de esta situación, pero lo tenemos que hacer paso a paso. ¿Está de acuerdo?
Hubo una pausa. Y luego:
—No quiero ninguna solución. Me quiero morir.
—Eso es absurdo, Herr Aichinger. No hay nada… ningún problema… tan desesperado que sea mejor morir.
Fabel miró a los hombres del MEK que lo rodeaban. En su mente pudo visualizar con claridad que dentro de aquel apartamento habría tres niños muertos y una esposa muerta. Y si Aichinger estaba decidido a morirse, entonces esto podría acabar con un «suicidio asistido por la policía». Lo único que tenía que hacer era salir corriendo al descansillo blandiendo la pistola y Breidenbach y sus colegas estarían encantados de completar el trabajo.
En algún lugar del apartamento sonó un teléfono. Sonó y sonó. Era obvio que había llegado el negociador.
—¿No debería cogerlo? —preguntó Fabel por la rendija de la puerta.
—No. Es una trampa.
—No es ninguna trampa. Es ayuda. Será uno de mis compañeros, alguien que puede ayudarle de verdad.
—Sólo hablaré con usted.
Fabel ignoró la mirada de reproche de Breidenbach.
—Escúcheme, Herr Aichinger. La persona al otro lado de la línea está mucho más cualificada que yo para ayudarle a salir de esta situación.
—He dicho que sólo hablaré con usted. Sé que quienquiera que esté llamando sólo tratará de soltarme el rollo para convencerme de que es mi mejor amigo. Hablaré con usted, sólo con usted. Sé quién es, Herr Fabel. Es quien resolvió aquellos asesinatos del año pasado.
—Herr Aichinger, quiero que abra la puerta para que podamos hablar cara a cara.
Fabel no hizo caso de las frenéticas indicaciones gestuales de Breidenbach.
—Me dispararán.
—No, no lo harán… —Fabel sintió la necesidad de mirar intencionadamente a Breidenbach—. Les ordenaré que no disparen a menos que lo haga usted. Se lo ruego, Herr Aichinger, abra la puerta.
Hubo un largo silencio.
—¿Herr Aichinger?
—Estoy pensando.
De nuevo una pausa. Entonces apareció la punta del cañón del rifle de Aichinger mientras empujaba la puerta, hasta abrirla de par en par.
—Voy a entrar y me pondré donde usted pueda verme, Herr Aichinger. No voy armado.
Uno de los patrullas del MEK cogió a Fabel por la manga de la chaqueta mientras avanzaba hacia la puerta, pero él se deshizo de un tirón. El corazón de Fabel latía con fuerza mientras gastaba cada segundo cargado de adrenalina en asimilar todo lo que podía. El hombre que había en el recibidor era todo lo convencional que se puede ser: de treinta y muchos años, con el pelo oscuro, corto y engominado, tenía lo que Fabel describiría como rasgos sin marca; no era tanto una cara entre la multitud, sino la cara de la multitud. Una cara de esas que olvidas tan pronto como desaparece de tu vista.
Georg Aichinger era alguien en quien jamás te fijarías. Excepto ahora. Aichingersos tenía entre las manos un rifle deportivo que parecía nuevo, pero no lo apuntaba hacia Fabel. Tenía los brazos tensos y el mentón levantado mientras se apuntaba con el cañón del rifle a su propia mandíbula. El pulgar le temblaba sobre el gatillo.
—Con cuidado —dijo Fabel, mientras levantaba una mano—. Tranquilo.
Miró más allá de Aichinger por el pasillo. Pudo ver, proyectándose hacia el umbral de la puerta, los pies de alguien tendido en el suelo del salón. Unos pies pequeños, de niño. «Mierda —pensó—. El comandante del MEK tenía razón.»
—Georg, déjelo. Por favor… deme el arma.
El paso hacia delante de Fabel incrementó la tensión de Aichinger. El pulgar del gatillo dejó de temblar.
—Sí se acerca, disparo. Me mataré.
Fabel se volvió de nuevo a mirar los pies del niño y se sintió mareado ante aquella visión. En aquel momento dejó de importarle si Aichinger se volaba los sesos. Y entonces lo vio. Leve. Tan leve que podría habérsele pasado por alto. Pero no. Un pequeño movimiento.
—Georg… Los niños. Su esposa. Déjenos llegar hasta ellos y ayudarlos. —Fabel oyó a alguien avanzar por la puerta detrás de él. Se volvió y vio que Breidenbach tenía su arma apuntando a la cabeza de Aichinger—. ¡Baje el arma! —le conminó Fabel entre dientes. Breidenbach no se movió—. Por el amor de Dios, ya hay un arma apuntándole… la suya. Ahora baje el arma… es una orden.
Breidenbach bajó su rifle automático ligeramente. Fabel se volvió de nuevo hacia Aichinger.
—Su mujer, sus hijos… ¿Los ha herido? ¿Ha hecho daño a sus niños, Georg?
—Nada tiene sentido —dijo Aichinger como si no hubiera oído a Fabel—. De pronto, me he dado cuenta de que nada tiene ya ningún sentido. Últimamente he estado pensando mucho en ello, pero esta mañana me he despertado y he tenido la sensación de que… bueno, de que yo no era real. De que no tengo una verdadera identidad, como si fuera un personaje de una película mala, o algo así. —Aichinger hizo una pausa, con el ceño fruncido como si estuviera explicando algo que ni si quiera él mismo fuera capaz de comprender del todo—. En mi cabeza, cuando era niño, tenía a esa persona; la persona que iba a ser. Y luego resultó que no soy esa persona. Que no soy quien se supone que debería ser, soy alguien distinto. —Hizo una pausa. Fabel escuchó el silencio, tratando de distinguir cualquier sonido de la habitación de atrás—. Es todo una locura —Aichinger continuó con su discurso—. Quiero decir, la manera como vivimos nuestras vidas. Es absurdo. Las cosas que ocurren a nuestro alrededor son una mierda, un caos. Nada de todo esto tiene sentido… Mire a su colega; está impaciente por meterme una bala en la cabeza. Usted está aquí porque yo tengo una pistola y amenazo con usarla. El tiene una pistola y también amenaza con usarla. Pero lo suyo es aceptable. ¿Por qué? Porque él es policía.
Se supone que debe mantener el orden. Excepto que no es orden.
—Georg… —Fabel miró más allá de Aichinger y pasillo abajo para ver si podía distinguir los piececitos moviéndose de nuevo—. Los niños…
—¿Sabe cómo me gano la vida, Herr Fabel? Soy «agente de colocación». Eso significa que estoy en una oficina la mayor parte de las horas que paso despierto y encuentro a gente para llenar otras oficinas de otras empresas. Es la manera más idiota de perder la vida, y eso es mi vida. Esa es la persona en la que me he convertido. Soy un pequeño hámster en su rueda buscando a otros hámsteres para otras ruedas. Proporciono la carne para alimentar la gran máquina corporativa de hacer picadillo. Eso es en lo que empleo mi vida. ¿Qué sentido tiene? Treinta y pico horas a la semana. Lo he calculado… Para cuando me jubile, habré pasado casi cuarenta mil horas sentado en ese despacho. Cuarenta mil. Es una locura. Siempre he intentado hacer las cosas bien, Herr Fabel, siempre. Era lo que se esperaba de mí: que jugara el juego según las normas. «Todo lo demás es caos», me decían. Pero nada de esto tiene sentido, ¿no lo ve usted? Todas las cosas que me he perdido, los lugares en los que no he estado… —La cara de Aichinger se llenó de lágrimas. Fabel intentó comprender lo que decía; dilucidar qué había provocado un dolor tan monumental—. Es todo una ilusión. Vivimos vidas pequeñas y ridículas; vivimos en cajas, trabajamos en cajas; nos entregamos a empleos sin sentido y luego, simplemente, nos morimos. Y todo porque es la forma que creemos que debe ser. Pensamos que la estabilidad y el orden son eso. Pero un día me desperté y vi este mundo como lo que es: una locura.
No tiene nada de racional ni de real ni de vital. Esto es el caos, la anarquía. Bueno, pues yo lo he hecho: le he dado la vuelta de arriba abajo. Esto no soy yo. Tiene que creerme: esto no soy yo. No quiero seguir formando parte de esto.