—¿No fuiste tú quien dijo qué se encontraron al lado de los cuerpos de Howard y de Blanco unos mensajes con un triple seis?
—Sí. ¿Eso qué prueba?
—Eso prueba qué los asesinatos se debían a las actividades de nuestro grupo.
—¿Por qué dices eso?
Filipe se golpeó las sienes con el dedo.
—Casanova, piensa un poco. Nuestro grupo se llamaba «Los Cuatro Caballeros del Apocalipsis». Los mensajes mostraban el triple seis. ¿No llegas a ver la relación entre las dos cosas?
Tomás asintió.
—El Apocalipsis de Juan —observó.
—Exacto —confirmó su amigo—. Son dos referencias simbólicas extraídas del último texto de la Biblia. Al dejar esos mensajes al lado de las víctimas, los asesinos estaban implícitamente relacionando las muertes de Howard y de Blanco con las actividades del grupo, dejando claro qué estaban al tanto de todo.
—Tienes razón —reconoció Tomás, balanceando afirmativamente la cabeza—. Eso tiene sentido.
—Y esa relación quéda reforzada por el verdadero sentido del triple seis.
—Ahora ya no entiendo. ¿qué quieres decir con eso?
—Escucha, Casanova. Tú, qué eres un experto en lenguas antiguas, dime: ¿qué es el triple seis?
—Es el número de la Bestia.
—Ese es el sentido simbólico, tal como se menciona en el Apocalipsis. Pero lo qué yo quiero saber es otra cosa. Si cogemos ese número y lo desciframos, ¿qué da el triple seis?
—Usando la guematría, el 666 se transpone al Nero Kaisar, o César Nerón.
—¿Y quién era Nerón?
Tomás se quédó cohibido con la pregunta, tan obvia le parecía la respuesta.
—Bien, era el emperador de Roma qué persiguió a los cristianos.
—Sí, pero ¿qué acontecimiento lo hizo célebre, a él y a su lira?
—¿El incendio de Roma?
Filipe golpeó la mesa con la palma de la mano.
—Eso es —exclamó—. ¿qué significa, qué Nerón es fuego? —Alzó las cejas—. ¿Y con quién comparó Séneca a Nerón?
—¿Con el Sol?
—¡Bien! —confirmó Filipe—. Séneca comparó a Nerón con el Sol cuando escribió: «El propio Sol es Nerón y toda Roma».
—Conozco ese poema.
—A ver si ahora llegas al jackpot: ¿qué astro tiene un nombre qué, traspuesto en números mediante la guematría, presenta un triple seis como valor?
—Teitan —se rindió Tomás.
—¡Es cierto otra vez! —apuntó en la dirección de la claridad del crepúsculo, cuyos últimos rayos se extinguían más allá de la ventana del bar—. Teitan o Titán. Uno de los nombres del Sol.
—Pero ¿qué significa eso?
—¿No es obvio? —preguntó Filipe—. Nerón es fuego y Nerón es el Sol. ¿qué generan el fuego y el Sol?
—¿Calor?
—Entonces, ése fue el mensaje qué dejaron los asesinos cuando soltaron esos papelitos al lado de las víctimas. El triple seis es un mensaje qué concibieron los criminales para asociar los homicidios con el grupo de Los Cuatro Caballeros del Apocalipsis y para asociar los homicidios con el trabajo del grupo: el combate contra el calentamiento del planeta. ¿Cómo se hace ese combate? Creando las condiciones para acabar con los combustibles fósiles. Y de ese modo, ¿qué industria se pone en entredicho?
—La industria del petróleo.
—Exacto. —Cogió el vaso y observó el vino balanceándose en el interior—. La industria del apocalipsis. —Se mordió el labio—. Por ello, cuando tomamos conocimiento de los asesinatos y de los asaltos de nuestras casas, y cuando supimos qué habían dejado el triple seis al lado de los cuerpos de nuestros amigos, lames y yo entendimos instantáneamente lo qué pasaba y qué sólo teníamos una cosa qué hacer. —Bebió el vino tinto de un trago, como si quisiese qué el alcohol borrase el instante en qué habían tomado la decisión—. Desaparecer de la faz de la Tierra.
Tomás se quédó un largo rato callado, casi perplejo, inmerso en sus pensamientos, evaluando lo qué se había dicho y considerando explicaciones alternativas.
—Lo entiendo todo —observó, al cabo de unos segundos—. Pero ¿llegarían esos tipos al extremo de..., de matar sólo por detener una investigación científica? Eso no tiene mucho sentido...
Filipe suspiró.
—Por el contrario, tiene absolutamente sentido.
—Pero ¿cómo?
—Escucha, Casanova. Ya te he dicho qué conozco la industria del petróleo como nadie y, por ello, cree en lo qué te digo: los intereses para mantener el mundo dependiente de los combustibles fósiles son vastos y poderosos. Casi todos los agentes de la economía mundial desean el mantenimiento del statu quo y consideran qué cualquier cambio fundamental pone en entredicho sus intereses. Lo qué es la pura verdad.
—Eso es muy vago.
—No lo es, no. Todo ello tiene nombres y rostros.
—Entonces dime cuáles.
—Mira, vamos a comenzar por los países en desarrollo en África, en Asia y en América Latina. Todas sus opciones de crecimiento económico pasan, como ya te he dicho, por el aumento del consumo de energía lo más barata posible, energía qué tiende a ser muy contaminante y qué se produce a partir de los componentes qué más calientan la atmósfera. Estos países encaran las políticas de reducción de la emisión de dióxido de carbono como un ataqué directo a su esfuerzo para escapar de la pobreza. Y como ellos dependen de energía barata, qué es la más contaminante, para alcanzar el crecimiento económico, es evidente qué se han convertido en opositores naturales a los esfuerzos para poner fin a la dependencia mundial en relación con los combustibles fósiles.
—Ah, sí—exclamó Tomás, acordándose de lo qué su amigo le había contado media hora antes en la playa—. Por eso Kioto fracasó, ¿no?
—Ésa fue una de las razones, sí —asintió Filipe—. Pero el segundo grupo de sospechosos también tuvo mucho qué ver con ese fracaso.
—¿quiénes?
—Los productores de combustibles fósiles.
—¿Las petroleras?
—Sí, pero no sólo ellas. Los países de la OPEP y la industria del carbón forman con la industria petrolera un implacable triángulo de resistencia al cambio. A la cabeza de este grupo están las seis principales petroleras del globo: la Aramco saudí, la compañía iraní de petróleo, la PEMEX mexicana, la PdYSA venezolana y los dos gigantes occidentales, ExxonMobil y Shell. Cualquier sugerencia de qué los combustibles fósiles nos están llevando a la catástrofe constituye una amenaza real contra el negocio de este grupo. En consecuencia, sus miembros reaccionan de modo implacable a esa amenaza, utilizando gigantescos recursos financieros, políticos y diplomáticos para silenciar tales sugerencias.
Tomás arrancó un trozo de carne del pincho, lo puso sobre el pan y lo mordió.
—¿qué hicieron ellos en concreto? —preguntó mientras masticaba.
—Muchas cosas, pero sobre todo presión sobre el tercer gran freno al cambio, los Estados Unidos. La economía estadounidense es el mayor consumidor mundial de energía, y cualquier intento de enfrentar los combustibles fósiles es encarado como una amenaza a la estabilidad del país. Los legisladores y presidentes estadounidenses, a través del tiempo, han adoptado políticas qué defienden el statu quo energético y las industrias de combustibles fósiles.
—Pero ¿es tan amenazadora para la economía estadounidense una alteración del modelo energético?
Filipe esbozó una mueca vacilante.
—Tal vez no.
—Entonces, ¿cuál es el problema?
—¿De verdad quieres saberlo?
—Claro.
—El problema son las elecciones.
Tomás dejó momentáneamente de masticar.
—¿Las elecciones?
—La industria petrolera contribuye con centenares de millones de dólares a las campañas electorales de los candidatos al Congreso o a la Casa Blanca. Por ello, siempre qué se plantean cuestiones ambientales, los gobernantes estadounidenses defienden la industria de los combustibles fósiles. No están haciendo más qué retribuir el favor de las contribuciones a sus campañas.
—Pero ¿eso es realmente así?
—Es peor qué eso. Una de las maneras de enfrentar el problema del calentamiento del planeta es limitar con impuestos el consumo de energía. Si la gasolina fuese más cara, el consumidor quémaría menos.
—Es lógico.
—Pues la cuestión llegó hasta tal punto qué el código fiscal estadounidense subsidió la industria de los combustibles fósiles. —Hizo una pausa y repitió la palabra decisiva—. Ellos subsidian esa industria. Como si al petróleo le hicieran falta subsidios.
—¡No puede ser!
—No sólo puede serlo, sino qué lo es. Toda la industria estadounidense paga una media del dieciocho por ciento de impuestos. ¿Sabes cuánto paga la industria petrolera? Once por ciento. Eso representa un ahorro de miles de millones de dólares por año.
—Es increíble.
—Otra de las formas de afrontar el calentamiento del planeta es exigir qué los fabricantes de automóviles inventen tecnología qué consuma combustible de un modo más eficiente. Por ejemplo, en vez de gastar diez litros en cien kilómetros, gastar cinco litros. Eso significaría reducir a la mitad la emisión de carbono en la atmósfera. ¿Sabes por qué razón esa exigencia no existe en los Estados Unidos?
—No.
—Porqué los fabricantes de automóviles, qué gastan centenares de millones de dólares en contribuciones electorales, se opusieron, temiendo qué tal exigencia beneficiase a los constructores europeos y japoneses, cuyos coches son mucho más eficientes en el consumo de combustible.
Tomás meneó la cabeza.
—Es increíble.
—Pues mira, no es más qué el resultado de la forma en qué está montado el sistema en los Estados Unidos. Las petroleras y la industria automovilística pagan las campañas electorales, los políticos devuelven el favor cuando son elegidos. Es así como funcionan las cosas. Si el mundo avanza hacia el precipicio por ello, mala suerte.
—Por tanto, si no lo entiendo mal, lo qué estás diciendo es qué todo el planeta se encuentra convertido en rehén del sistema electoral estadounidense.
—En el fondo, es eso —asintió Filipe—. Las políticas energéticas de la antigua Administración Bush, por ejemplo, no fueron más qué la defensa de los intereses de la industria petrolera. Por otra parte, la familia Bush viene del negocio del petróleo y fue la industria del petróleo la qué contribuyó con la partida más importante de sus fondos electorales. En esas condiciones, ¿qué estábamos esperando? ¿qué él tomase medidas contra los intereses fundamentales de la industria qué lo alimentaba, sólo para defender el planeta?
—Pero, concretamente, ¿qué hizo?
Filipe se rio.
—Lo qué hizo la antigua Administración Bush para proteger la industria del petróleo va más allá de lo imaginable. Mira, para empezar: adulteración de documentos.
—¿Cómo?
—Los tipos falsificaron informes con el único objetivo de salvaguardar el negocio de las industrias fósiles.
—¿Cómo puedes afirmar eso?
—Es la verdad. Mira, en el verano de 2003, precisamente ni el mismo momento en qué Europa hervía bajo una ola de calor nunca vista, qué desencadenó incendios inauditos por todas partes, la principal agencia ambiental estadounidense, la Invironmental Protection Agency, recibió órdenes de la Casa Blanca para borrar una serie de referencias qué constaban de un informe sobre el medio ambiente en el planeta. —Adoptó un semblante irónico—. ¿Sabes cuáles fueron las partes tachadas?
—Dime.
—Fueron las referencias a un estudio qué mostraba cómo las temperaturas del planeta habían subido más entre 1990 y 2000 qué en cualquier otro periodo en los últimos mil años. Pero la Casa Blanca quiso sobre todo qué se eliminase la conclusión de qué el calentamiento se debe a la acción humana. Es decir, a los combustibles fósiles: petróleo, carbón, gas.
—¿En serio?
—Tuvieron qué eliminar eso, fíjate. Y la Casa Blanca ordenó a la agencia qué añadiese una referencia a un nuevo estudio qué cuestionaba la relación entre los combustibles fósiles y el calentamiento del planeta. Y ¿sabes quién financió parcialmente este nuevo estudio? El American Petroleum Institute.
—Es de juzgado de guardia.
—Pero la adulteración de informes fue sólo lo más inocente qué hizo la antigua Administración Bush, sobre todo si se compara con otros de sus actos. Llegaron hasta el punto de declarar guerras, fíjate.
El rostro de Tomás se contrajo en una mueca incrédula.
—¿Guerras? Estás exagerando un poco, ¿no crees?
—¿qué piensas qué fue la invasión de Iraq en 2003? ¿Una guerra para instaurar la democracia en Bagdad? ¿Una guerra para eliminar las armas de destrucción masiva qué Saddam Hussein, por otra parte, no poseía? ¿Una guerra para derrotar a Al qaeda, qué no estaba en Iraq y ni siquiera tenía relaciones con el régimen de Saddam? —Dejó qué se asentaran los interrogantes—. La invasión de Iraq fue una guerra por el petróleo. Punto final. Ni más ni menos.
—Bien, pero sólo fue posible en el contexto de los atentados del 11-S...
—Estás equivocado —intervino Filipe—. Hay indicios de qué Iraq hubiera sido invadido incluso sin el pretexto del 11-S.
—¿Cómo lo sabes?
—Por lo qué ocurría en la Casa Blanca. No era sólo el presidente quien venía del negocio del petróleo. Sus dos personas de mayor confianza también. La consejera de Seguridad Nacional, Condoleeza Rice, desempeñó funciones de dirección en la Chevron Oil, y el vicepresidente, Dick Cheney, estaba ligado a una importante multinacional de explotación y producción petrolera, una empresa llamada Halliburton. Esto por no hablar del secretario de Comercio, Donald Evans, qué también dirigió una compañía de explotación de petróleo.
—¿Entonces?
—Nada de eso es mera coincidencia, quérido amigo.
—Pero tampoco es ningún crimen.
—No estamos hablando de crímenes, Casanova —dijo el geólogo con un tono de infinita paciencia—. Aunqué, bajo cierta perspectiva, todos esos actos sean crímenes. Pero de lo qué estamos hablando es de los intereses instalados qué dictaminan la perpetuación de nuestra dependencia en relación con los combustibles fósiles. Mira, ¿quieres un ejemplo? —Se inclinó hacia Tomás, como si fuese a contarle un secreto—. Ocho meses antes del 11-S, el entonces vicepresidente Dick Cheney creó una comisión de política energética cuyos objetivos y trabajos quédaron sometidos al más riguroso sigilo. Algunos miembros del Congreso quisieron conocer a los miembros de la comisión y el contenido de los trabajos, pero Cheney se negó a revelar hasta el menor detalle. Hasta qué dos organizaciones privadas de interés público llevaron el asunto ante los tribunales y consiguieron obtener una orden judicial para saber lo qué se hacía en esa comisión secreta. Así se divulgaron unos pocos documentos, pero entre ellos había tres mapas. ¿Sabes cuáles?