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Authors: Jincy Willett

Tags: #Intriga

El taller de escritura (17 page)

BOOK: El taller de escritura
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Así que Amy pasó la noche de Halloween en una cafetería cuya especialidad eran las tortitas y que compartió junto con los trabajadores del hospital y una mujer mayor de ojos tristes con un chaquetón marinero. Pidió un plato enorme de tortitas y salchichas que encharcó en sirope y bebió una taza tras otra de café malo mientras leía las historias de sus alumnos para la siguiente clase. Algo que nunca sucedería pues la clase se había ido al traste.

Condujo hasta su casa antes de que amaneciera y se sentó a esperar las primeras luces del día en las escaleras del porche. La única constelación que Amy había sido capaz de reconocer en toda su vida era la Osa Mayor, y ahí estaba, en el lejano horizonte, desvaneciéndose. Y cerca de ella, justo en el mango del cazo, algo una vez vivo y con luz (un meteorito, una estrella fugaz), trazó un pequeño arco y parpadeó. La luna ya se había escondido hacía tiempo, pero las estrellas estaban todavía ahí, no brillaban, pero parpadeaban en un cielo burlón de color púrpura.
Tienes que aprender a reírte de ello
, pensó.
Porque la primera vez que lo ves, cuando eres pequeñita y vas vestida con una sábana con dos agujeros en los ojos, no resulta para nada divertido
.

1 de noviembre de 2007

‹Dirección›

Querido/a ‹nombre›
:

Cuando recibas esta carta, alguien de la extensión universitaria seguramente ya te habrá notificado que nuestro taller de escritura de este otoño ha sido cancelado y que os reintegrarán el importe total del curso. No tengo ni idea de qué motivo os han dado para la cancelación, aunque estoy segura que es totalmente absurdo e incluso ofende vuestra inteligencia
.

La extensión universitaria me ha pedido, más bien ordenado, que no haga lo que estoy a punto de hacer, que es explicar, lo mejor que pueda, por qué la clase ha sido cancelada. Hay unas cuantas razones por las que voy a hacerlo, pero todas se resumen en una: os lo debo. Sois la mejor clase que he tenido en años: la más divertida, la más aplicada, la más sorprendente (en muchos sentidos). No os merecéis que os dejen tirados
.

Lo que ha sucedido es que alguien, alguien de vuestra clase, dio un susto de muerte a otro miembro de la clase anoche. Esta persona, que desconocemos quién es, ha estado jugando conmigo y con algunos de vosotros durante todo el semestre. Las bromas empezaron siendo relativamente pequeñas, como una extraña llamada de teléfono o una ocasional nota malintencionada, entre otras. Sin embargo, hasta Halloween no detecté una progresión real. Esta es mi excusa por no haberos advertido: no tenía la sensación de que esta persona (el francotirador, como yo lo llamo) estuviera intensificando sus acciones hasta el punto de que pudiera convertirse en algo remotamente peligroso. La noche de Halloween lo cambió todo. La máscara de un asesino en serie fue colocada en el asiento trasero del coche de un alumno de clase, y podría haber causado un serio accidente. Al final, la broma no resultó ser fatal, pero sí aterradora. Y eso ya es más que suficiente
.

Tengo dos relatos para leer y corregir, el de Tiffany y el de Ricky. Mi intención es seguir adelante con ellos y enviarles mis comentarios por correo. Animo al resto, si podéis permitiros los gastos de envío, a hacer lo mismo. (Confío en que todavía conservéis la lista con vuestras direcciones
).

Cinco de vosotros aún no habéis tenido vuestra ronda de correcciones. Me refiero a Syl Reyes, Chuck Heston, Frank Waasted, Carla Karolak y Ginger Nicklow. Por favor, no dudéis en enviarme vuestros relatos durante lo que queda de semestre. Yo os enviaré de vuelta mis comentarios. Y el resto de vosotros, si queréis que revise vuestras historias o incluso si os sentís inspirados para escribir algo nuevo, os lo corregiré con gusto. Es lo menos que puedo hacer
.

Os deseo todo lo mejor para las fiestas que se avecinan
.

Saludos y disculpas
,

Amy Gallup

P. D.: Me parece que esta carta puede resultar una broma o algo así, pero ojalá lo fuera. Al leer ahora la carta, también soy consciente de que uno de vosotros es el responsable de todo esto. Lo que no sé es lo que tú, el francotirador, has ganado o perdido. Lo realmente extraño es que, quienquiera que seas, no puedo guardarte ningún rencor puesto que eres miembro de un grupo al que he cogido bastante cariño
.

¡
Este es un buen tema para una historia! Así que hacedme el favor y que alguno de vosotros siga adelante con él
.

De: «Carla Karolak» ‹[email protected]

Para: «Amy Gallup» ‹[email protected]

Tema: Estás loca van a despedirte

Enviado: Sábado, 3 de noviembre de 2007, 9.30

:-O ¿De quién se trata? ¿De Edna? ¿Qué máscara era? La de Bundy, ¿verdad? Pensé que alguien la había cogido. Dios santo, ¿por qué no me llamaste? ¿Por qué tenemos que dejarlo? ¡Es horrible! ¡¡¡Contesta al teléfono!!!

De: «Amy Gallup» ‹[email protected]

Para: «Carla Karolak» ‹[email protected]

Tema: RE: Estás loca van a despedirte

Enviado: Sábado, 3 de noviembre de 2007, 17.00

Lo siento, Carla, pero quizá mañana vuelva a conectar el teléfono… Dependerá de mi estado de ánimo, que sigue siendo nefasto. Le pasó a Tiffany, y la máscara era la de Bundy. Por cierto tengo en el maletero del coche la)(*#$& máscara por si la quieres de vuelta. Tenemos que cancelar el curso porque el francotirador, obviamente, no va a parar. Han pasado algunas cosas que no te he contado, como una crítica de muy mal gusto del relato de Marvy, y una sucia caricatura de Edna que, gracias a Dios, intercepté. La máscara en el coche de Tiffany fue algo realmente aterrador. Estaba apoyada en el asiento de atrás y ella no la vio hasta que casi estuvo en la carretera principal.

Alguien está loco y no soy yo, y de todas formas tampoco me importa que me despidan.

Amy G.

5 de noviembre de 2007

Amy Gallup

964 Jacaranda Drive

Escondido, 92025 California

Querida Sra. Gallup
:

Tres de sus estudiantes del curso #LA097798382 han llamado a nuestra oficina esta mañana exigiendo que las clases de su taller de escritura se reanuden. De estas conversaciones ha trascendido que usted aparentemente ha notificado el motivo de la cancelación de las clases a cada uno de sus alumnos, lo que expresamente le aconsejamos no hacer
.

Le informo de que en el futuro no será requerida para impartir clases con nosotros
.

Saludos cordiales
,

Lauren McDoo

Asistente ejecutiva del decano asociado

Extensión universitaria de la facultad de Artes Creativas
.

De: «Carla Karolak» ‹[email protected]

Para: «Amy Gallup» ‹[email protected]

Tema: RE: RE: Estás loca van a despedirte

Enviado: Lunes, 5 de noviembre de 2007, 12.15

Acabo de colgar a Harry Blasbalg, que ha llamado a esa mocosa de la oficina de la extensión universitaria y ha «amenazado con demandarlos» si no nos permiten continuar con las clases (¿Quién lo hubiera pensado?). Está llamando a todo el mundo, y hasta ahora ¡todos estamos de acuerdo con él! Va en orden alfabético, así que de momento solo somos Ricky, Chuck y yo, pero no van a conseguir pararnos.

Por cierto, nadie piensa que estés loca por lo del francotirador.

Por favor, cuelga el teléfono. Tenemos que hablar. Lo conseguiré de cualquier forma.

De: «Amy Gallup» ‹[email protected]

Para: «Carla Karolak» ‹[email protected]

Tema: RE: RE: RE: Estás loca van a despedirte

Enviado: Martes, 6 de noviembre de 2007, 18.24

Me han despedido.

No obstante, no hay que preocuparse. En el catálogo de otoño he contado otros seis cursos de extensión universitaria que imparten clases de escritura este semestre:

«¡Consigue publicar!»

«Encuentra tu historia interior»

«Encuentra tu propia voz»

«Encuentra el representante perfecto»

«Encuentra un tema para tus memorias»

«Encuentra tu propio culo con ayuda de tus dos manos, un mapa y una brújula»

Vale, me he inventado dos, pero realmente hay un montón de cursos en los que estoy segura que el grupo sería bien acogido. A esos HDP debe de estar resultándoles difícil devolveros todos esos $$$.

Relájate, Carla. No te preocupes tanto.

De: «Killjoy» ‹[email protected]

Para: «Amy Gallup» ‹[email protected]

Tema: RE: RE: Estás loca van a despedirte

Enviado: Martes, 6 de noviembre de 2007, 21.06

«Lo que no sé es lo que tú, el francotirador, has ganado o perdido. Lo realmente extraño es que, quienquiera que seas, no puedo guardarte ningún rencor puesto que eres miembro de un grupo al que he cogido bastante cariño».

Y yo me pregunto: ¿qué supondría para ti el guardarme rencor?

Bueno, obviamente he perdido, ¿no?

Siendo una niña ya mayor, a Amy le traumatizó una película antigua que vio en televisión. A un pianista loco le amputaban las manos después de que muriera, y estas se dedicaban a arrastrarse por las noches en una vieja mansión con corrientes de aire, estrangulando a la gente. Frankenstein era trágico, y Bela Lugosi la mataba de risa, pero, por alguna razón, el espectáculo de las manos blancas moviéndose cautelosamente sobre el cubrecama le cortaba la respiración. Desde entonces tomó por costumbre mantener bien cerrada la puerta del armario de su dormitorio, al igual que dejar abierta la puerta para poder ver la luz que subía del piso de abajo. Asimismo insistió, pese a las prácticas objeciones de su madre, en poner un cubre-canapé alrededor del cual las pelusas se recogían a puñados. Ella fingía encontrar el cubre-canapé como algo femenino que le daba al cuarto un aire íntimo y acogedor, pero en realidad solo era una endeble barrera más allá de la viscosidad maligna que merodeaba bajo su cama. Detrás de esas cortinas rosas esperaban las manos blancas, agazapadas, flexionándose y meditando sobre su itinerario nocturno.

Lo que más miedo le daba eran los dedos, pero no en el sentido morboso al estilo muñón, ya que, en aquellos días, todavía tenían que ser presentados en pantalla de manera real sin, realmente, dejar nada a la imaginación. Sino que los dedos eran inteligentes. «Eres buena con las manos», solía decirle su abuela cuando Amy manejaba las cartas para jugar a los ochos locos y al Hi-Lo Jack. Uno podía ser bueno o torpe con las manos, pero las manos que, hipotéticamente, corrían por debajo de su cama eran muy hábiles. Y lo sabían todo sobre ella.

La mayoría de las noches la joven Amy dormía bien, pero al menos una noche a la semana, a veces dos, las manos trepadoras la aterrorizaban. Naturalmente nunca llegó a verlas ni siquiera con el rabillo de ojo, pero con frecuencia las oía corretear por el suelo, la cómoda, e incluso en una ocasión que le resultaba imposible olvidar, las oyó dar golpecitos en la ventana de al lado de su cama, unos golpecitos tan suaves y sutiles que parecían ser una melodía compuesta, bajo algún código obsceno, solamente para sus oídos. A los doce años no le importaba su simbolismo. Ya tenía bastante con pasar todas aquellas largas noches en vela sin tener que torturarse con significados más profundos. Todo lo que sabía sobre las manos es que estaban ahí para hacerse con ella, y solo podía escapar de ellas haciendo una maldita vigilancia constante.

No obstante, con el tiempo aprendió algo peor: en realidad las manos no estaban bajo su cama ni dentro del armario. De hecho, ni siquiera eran manos. En su totalidad, eran algo más. Y vivían en su cabeza. Se dio cuenta de ello en una de esas largas noches cuando se despertó de un sueño profundo por la nítida imagen consecutiva e hiperreal de una mano amputada posada en su mesilla de noche. La mano tenía los dedos índice y corazón extendidos hacia ella, vibrando, un lento gorjeo en el aire de la noche. Y cuando, al despertarse tan de repente y encontrarse paralizada por el miedo, se incorporó y encendió la luz de la mesilla, vio que la mano permanecía sólida, absurda y tridimensional. Era como siempre la había imaginado, pero más pequeña y quizá compacta, y francamente, su aspecto era estúpido. Un objeto ridículo que apartó con tan solo un abrir y cerrar de ojos. Y allí estaba otra vez su preciosa mesilla de noche, ligera e uniformemente cubierta de polvo.

Naturalmente no había manos amputadas correteando por su dormitorio a medianoche. Estaba protegida por leyes biológicas y físicas. No había tenido miedo a nada en este mundo. Amy era una niña reflexiva, pero sobre todo lo era cuando estaba a solas y se entregaba a las observaciones formales, y la más convincente de ellas era la que escribió en su diario, que en aquel momento solo era un volumen de tres libros. Entonces sacó su pluma con recambios multicolor, abrió su diario, eligió la tinta color lila, y escribió:

¡Menuda mema he sido! He estado viviendo dentro de una película de serie B todo este tiempo. Si pienso en todas esas noches y todas las horas de sueño que he perdido… Pero quizá todo haya valido la pena. Acabo de darme cuenta de algo realmente profundo. Verdaderamente soy la «dueña de mi destino». Buenas noches, dulces sueños y ¡bienvenida sea la mañana!

Volvió a guardar el diario en el cajón de la mesilla, apagó la luz, y se acomodó para disfrutar de la primera noche sin preocupaciones que pudiera recordar. Pero como una hora después se despertó de repente gritando por culpa de la peor pesadilla que había tenido en toda su vida: la primera de las pesadillas de tarántulas. Las tarántulas la acorralaban en los pasillos, subían haciendo espirales por las escaleras, por los techos de las habitaciones superiores de casas que no le eran familiares, multiplicándose mientras correteaban, y siempre, al final, la rodeaban mordisqueándole los pies descalzos. Debían de ser arañas albinas puesto que eran tan blancas como grandes, además de estar cubiertas de abundante pelo color platino. Su madre y su padre estaban junto a ella, llamándola, sacudiéndola para que volviera en sí. Ellos le dijeron que había estado gritando durante diez minutos.

Amy tuvo dos pesadillas más aquella noche, pero no dejó escritas ninguna de ellas. Primero porque ella era, literalmente, y como a menudo le decían sus padres, su peor enemigo. Y segundo, porque ya echaba de menos a las manos. Las manos eran ficticias, pero las tarántulas sí existían en la vida real y bajo su apariencia acechaba algo más, algo mucho peor. ¡Bienvenida fuera la mañana!

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