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Authors: Jincy Willett

Tags: #Intriga

El taller de escritura (36 page)

BOOK: El taller de escritura
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—Sí —dijo Harry—, pero suponiendo que Frank en el pasado tuviera novias, no resultaría difícil localizarlas y preguntarles si podrían intentar averiguar quién es «B». Una vez identificada B, tendríamos la baza perfecta para encontrar al editor que escribió la carta.

Amy se detuvo y pensó.

—¿Difícil para quién? Harry, si fuéramos los detectives de una serie de televisión con acceso a numerosas bases de datos que pudiéramos consultar con solo introducir un par de ingeniosas variables…

—No, lo siento, no hemos querido decir eso —dijo Carla—. Obviamente nosotros no podemos hacerlo, pero la policía sí.

A lo que Amy respondió riendo con ligereza. Naturalmente que la policía podía hacerlo. Si es que lograban atraer su atención, claro. Les explicó a Carla y Harry lo del sargento C., y
Cómo dar largas. Segunda parte
.

—Estoy segura de que tenéis razón —dijo Amy—, e incluso me imagino que, algún día, en el futuro, algún policía en algún sitio dará con la carta y concentrará toda su atención en ella y todo lo demás. Pero, ahora mismo, voy a sacar a pasear a mi perro.

—¡No, no, no! —gritó Carla.

Harry B. se aclaró la garganta.

—Amy, estás pasando algo por alto.

—¿El qué?

—El francotirador se está volviendo descuidado, o al menos está empezado a serlo.

—Piénsalo —dijo Carla—. En todo este tiempo, con las desagradables notas, la máscara de Bundy y todo lo demás, jamás ha cometido un error. Ha estado actuando como una mente criminal, zigzagueando pero sin cometer una sola metedura de pata.

—Y ahora esta carta —dijo Harry—, que ha intentado modificar para protegerse a sí mismo cuando lo que debería haber hecho era no haber dicho nada sobre ella.

—¡Exacto! —dijo Carla—. ¿Por qué compartir esa información contigo? ¿Por qué le interesa hacerlo? No le interesa en absoluto a menos que quiera que sepas sobre él.

Amy dejó caer la correa y se apoyó sobre la mesa del teléfono. Tenían razón. Se había centrado tanto en la descripción de la muerte de Frank y las amenazas a su propia persona y a Alphonse, que había pasado por alto lo más obvio. El francotirador había querido que ella supiera cómo había muerto Frank.

No tenía ninguna fe en que la historia de trasfondo fuera objetiva, pero sí que creía que la escena general descrita en Moonlight Beach era totalmente real, al menos desde el punto de vista del francotirador. Frank tenía algo sobre él, algo que había llevado consigo allí, y había muerto por el error de cálculo del francotirador. Este no había sido consciente de su propia fortaleza, la fuerza de su propia presencia, una vez desenmascarada. No se había dado cuenta de que era un monstruo hasta que había visto la verdad en la «ridícula» expresión de Frank. Probablemente no había tenido intención de hacerle daño a Frank, y mucho menos matarlo. Estaba demasiado ocupado en revelar su propio poder. Todo lo que tenía intención de hacer, o todo lo que había pensado hacer, era…

—¡La carta! —gritó Amy.

—Eso es —dijo Carla—. La carta lo delató.

—No, me estoy refiriendo a la otra carta. La carta que Frank llevó a su cita. ¡Dios! Soy tan corta… ¿Qué pasó con ella? —Corrió hacia el ordenador y recuperó la nota del francotirador—. «Entonces se levantó» —les leyó—, «y cogió la maldita carta de la mesa apartándose de mí». Bueno, ¿y qué pasó con ella?

Harry comentó:

—Quizá los policías la encontraron en la playa. Podrían haberla metido en una bolsa y estar en alguna estantería en cualquier sitio.

—No había ninguna carta en la playa —recordó Amy—. No había nada en la playa excepto Frank y yo, y ese horrible teléfono móvil. De eso estoy totalmente segura.

—Bien —dijo Harry—, entonces eso lo dejamos aparte. Lo más probable pues es que fuera recogida junto con la basura.

—¡Espera! —dijo Carla—. ¡Los arbustos de hibisco! Todavía pueden quedar restos en los arbustos. Me pondré con ello.

Mientras Harry trataba de convencer a Carla de que la idea de que aún quedaran restos legibles en los arbustos era ridícula, puesto que había llovido bastante desde la muerte de Frank, Amy aprovechó para cerrar los ojos y esperar a visualizar nítidamente la imagen del hibisco y Frank aferrándose a él con la mano como si fuera un adorno de Navidad. No le hizo falta consultar la carta para saber qué fue lo que el francotirador vio por última vez de Frank: «…y entonces extiende su mano hacia mí y el tiempo se detiene». Ahora podía ver claramente que la mano de Frank no estaba vacía. Agarraba con ella la carta. Y tal y como supo por la descripción del francotirador, por su precisión, a medida que Frank caía, también pudo averiguar qué había pasado con la carta.

—Tuviste tiempo para agarrarlo de la mano —dijo en voz alta—, pero por el contrario preferiste coger la carta.

—¿Qué?

—Os llamaré después —dijo—. Ahora, por favor, dejadme a solas, Carla. De verdad, lo digo en serio.

Amy y Alphonse caminaron y caminaron hasta que él se tumbó en un aparcamiento y se negó a moverse. Estaban a más de un kilómetro de casa, en un centro comercial con un Ralphs, un Staples y una pizzería donde, según el eslogan de su neón, la masa era tan fresca como si la preparara uno mismo. Había conseguido que le salieran ampollas en los dos pies, pero no había logrado meter el genio en la botella (la mano, la carta). Sabía que, independientemente del tiempo que tardara en regresar, su casa no le serviría como refugio. Así que se tomó su tiempo. Le dio diez minutos y entonces le dijo con voz suave «Donut», y Alphonse se puso en pie torpemente y avanzó hacia ella empujándola para regresar a casa. A mitad de camino, Amy se detuvo en un puesto de donuts y le compró uno de azúcar. Una persona que pasaba por allí haciendo
footing
observó aquella estampa con censura. Amy le devolvió la mirada a la mujer e incluso estuvo a punto de ponerle la zancadilla.

Había decidido tomarse su tiempo para volver a casa, pero al ver a Alphonse lamer el azúcar se dio cuenta de que ya era bien tarde. Pronto empezaría a oscurecer. Necesitaba meterse en casa antes de que anocheciera.

Cuando llegaron a casa, cerró la puerta con llave y lo comprobó un par de veces. También comprobó el contestador automático e hizo la ronda junto con Alphonse por todas las habitaciones y el garaje. No se había dejado ninguna ventana abierta. Limpió la casa, cambió las sábanas y toallas y ordenó los muebles de la cocina. Continuó estando activa. Anochecería pronto, como sucede en el oeste. No había crepúsculo. La noche se cernía de repente ennegreciéndolo todo, y entonces te veías rodeado de oscuridad y con un montón de horas interminables por delante. Oscuridad, oscuridad y oscuridad. Amy sabía que aquella iba a ser una mala noche porque nada pareció mejorar al encender todas las luces. Incluso con las persianas bajadas y las cortinas corridas se sentía expuesta como en un diorama:
Mujer suburbana asustada
. Dio de comer a Alphonse, pero ella no pudo probar bocado. El vino le resecaba la garganta. Intentó ver una película, pero tuvo que dejarlo porque no podía atender al sonido de la televisión. También intentó leer, pero no podía retener una sola frase. Estaba tan obsesionada que le sobresaltaba cualquier sonido que se producía en la casa e incluso el sonido de su propia voz le parecía desnaturalizado. Cuando el teléfono sonó, tal y como Amy sabía que lo haría, casi resultó ser un alivio.

La persona que llamaba desde un número privado no dijo nada.

Los latidos del corazón de Amy resonaban con fuerza en sus oídos. Todo su cuerpo temblaba mientras, paralizada, sostenía el auricular con fuerza y esperaba que sucediera algo. Sin intención de hacerlo, abrió la boca:

—Tuviste tiempo para agarrarlo de la mano —dijo—, pero preferiste coger la carta.

La persona que llamaba desde un número privado no dijo nada.

Como por arte de magia, Amy dejó de temblar. El sonido de su propia voz la había sorprendido. Estaba hablándole al francotirador y no estaba en absoluto acurrucada temblando de miedo. De hecho, por primera vez en años, lo que estaba haciendo era escribir un diálogo.

—Te crees muy listo. Y tienes toda la razón, lo eres —dijo—. Pero eso no está bien, chico, porque si no te lo creyeras serías mejor escritor. ¿Qué es lo siguiente? ¿Decir que te tomas en serio tu trabajo? Dime, ¿alguna vez te has preguntado por qué no logras publicar? —¿Qué sucedería ahora? ¿Colgaría de repente el teléfono e iría corriendo a por ella para despedazarla con un hacha? ¡
Qué demonios
!, pensó Amy—. Porque sé que no has conseguido publicar nada. Ni una sola vez. Estoy segura.

Se escuchó un grito ahogado en el otro lado de la línea.

—¿Y quieres saber por qué?

Era muy alentador escuchar aquellos titubeos, los movimientos del auricular y lo que parecía ser el francotirador rebuscando algo a lo lejos. En definitiva, la pérdida del control por su parte. Entonces, por supuesto, sonaron los clics de la grabadora y la voz de Dot entonando: «¡Asesinato! Un crimen horrendo».

—¡Apaga la estúpida grabadora! —dijo Amy—. Ahora mismo, o cuelgo.

El francotirador apagó la grabadora.

Muy bien, so lista
, pensó Amy. ¿
Qué hago ahora
?

—Lo que voy a hacer ahora —dijo Amy—, es colgar el maldito teléfono y contactar con todos los alumnos para concretar una fecha y hora para nuestro próximo encuentro. Así que recibirás una llamada mía en breve. ¿No te parece interesante? —Amy miró el calendario—. Es un poco precipitado, pero no veo por qué no podríamos quedar este próximo miércoles a la hora de siempre. Nos reuniremos en mi casa. No llegues tarde —dijo Amy—. Debatiremos tu trabajo.

Empezó a marcar tan pronto como colgó. Ya eran las ocho y media y tenía un montón de llamadas que hacer.

Novena clase.
Revelación

De los diez alumnos restantes, Carla resultó ser la más dura de pelar. Aunque claramente tenía intención de mantener su relación con Amy, tanto si esta quería como si no, pareció sorprenderle de veras el hecho de sugerir una última clase. Al final, se permitió decir que un pequeño grupo de elegidos (Chuck, Edna, Harry B., y Marvy) podría estar bien, pero nadie más, ni siquiera Pete ni Ricky aunque fueran buenos tipos.

—¿No te das cuenta de que fui la anfitriona de un asesino? Ahora detesto tener que pasar por mi salón y ni siquiera puedo dormir sin tomar un montón de Xanax. —Amy estuvo rápida. Tenían que ser todos y tenía que ser el miércoles en su casa. Finalmente, Carla accedió de buena gana e incluso se ofreció para encargarse del catering y de la limpieza posterior. Según ella, el dinero no era problema… Y también traería algunas sillas extra porque la casa de Amy era, ya sabes, bastante acogedora y no quería que ella se molestara en mover un dedo.

—En absoluto —dijo Amy—. Nada de comida y tampoco, especialmente, bebidas, a menos que la gente traiga cada una la suya. Piénsalo, Carla. ¿Qué pasó la última vez que servimos aperitivos? —Carla pensó en ello—. ¡Dios! —dijo—. Esto va en serio, ¿no es cierto? —Así era.

Carla tenía razón acerca de la calidez de su casita. En su actual estado, abarrotada de cosas, no había manera de dar cabida a once personas en el salón. Amy básicamente había habitado en su dormitorio y en la zona del comedor, que había convertido en despacho. El salón había servido durante años como una zona intermedia entre los dos, un sitio perfecto para tender la colada, dejar las bolsas de la compra, el correo y todos los libros que no cabían en las estanterías. Tuvo que pasarse un día entero vaciándolo de todo aquello que no fueran muebles. Apiló los libros en las estanterías de la pared que ya estaban abarrotadas y amenazaban con romperse y subió el resto a lo que, se suponía, era su habitación de sobra pero que usaba como desván y que contenía lámparas de sobremesa, espejos, dos camas gemelas aún sin montar y medio camión de cartones sin desembalar de su mudanza con Bob.

Una vez puesta en marcha, incluso encontró divertida la tarea al haberse encontrado con títulos que había olvidado que tenía: los dos volúmenes de la historia del mundo de H. G. Wells, los libros de jardinería de Max, y obras de Saki, Stephen Leacock, Coppard y Chesterton. Había montones de libros que jamás había abierto. Libros escritos por autores que en ocasiones habían publicitado los libros de Amy a cambio de propaganda de sus libros en los libros que a su vez Amy escribiría. Ahora que los miraba mientras los amontonaba: lectores prometedores, iluminación, delicia, sabiduría sin pretensiones… fuera lo que fuese lo que significaban, habían sido, como todas sus reseñas, cuidadosamente escritas para evitar mentir descaradamente. Se había apoyado mucho en el «Si…», como por ejemplo «Si sueñas con un viaje tranquilo y sensual por el viejo Nilo, este es tu libro». Por otro lado, si prefieres rasgarte las encías antes que viajar en el tiempo por un río infestado de ranas, es mejor leer a Flaubert. «Para todos aquellos lectores que aún lamentan la desaparición del misterio de la habitación cerrada con llave…» Se detuvo a observar la cubierta de un libro oscuro llamado
Christmas Tremens
, «una lectura clave para los nietos adultos de los alcohólicos». Tendría que haber cualificado aquel comentario tan bobo de alguna forma, ya que el editor le había cortado las alas y ella ni se había dado cuenta. ¡Qué escritora tan vaga y furiosa había sido! Llegados a un punto, probablemente después de
Christmas Tremens
, habían dejado de pedirle reseñas, pero ella había seguido guardando esos estúpidos libros porque, las reseñas, en sí mismas, era su único trabajo publicado desde
Un infierno feroz
.

Una vez que había puesto a un lado aquella pila de basura y había reordenado suficientemente la habitación para dejar más paso hacia el salón, cargó con todos los libros y los dejó al lado de la chimenea. Supuestamente, el miércoles por la noche iba a hacer frío. No tendría que comprar pastillas de encendido.

El miércoles por la mañana se conectó y comprobó su cuenta de correo electrónico para enviar las indicaciones de cómo llegar a su casa. En su bandeja de entrada, había un mensaje de «Francotirador4758» que contenía un archivo adjunto.

Dado que vamos a hablar de «mi trabajo», pensé que deberías tener más. Adjunto extractos de mis anotaciones más recientes. Puedes distribuirlas entre los chavales o guardártelas para ti sola. También puedes considerarlas como hechos reales o ficticios. La crítica me motiva. Especialmente si proviene de aspirantes lameculos y también de ti, gorda viciosa, puta arrastrada sin talento…

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