Caine: Pero Julia está muerta.
Ella: El Instante está fuera del Durante. Aquí Julia está viva. Es una niña pequeña. Está creciendo. Se está enamorando de Petey. Ella es la tía Julia de Betsy. Se está muriendo en un contenedor.
Caine: Ése es el olor. La conciencia de Julia trae el olor a mi mente.
Ella: Los recuerdos olfativos son los más fuertes. Como ella es nuestro conducto, su recuerdo del olor al morir nos acompaña.
Caine: ¿En el Durante, por qué le dice al doctor Tversky que intente matarme?
Ella: Es la única manera de provocar el accidente de Tommy.
Caine: Escogiste la vida de Betsy en detrimento de la de Tommy.
Ella: No. En tu Durante, Tommy se suicida. Al ayudarle a conocer sus sueños, alargamos su vida. Nada se pierde.
Caine: ¿Eres eterna?
Ella: Eso es incierto.
Caine: ¿Cómo es eso?
Ella: En algunos futuros somos eternos. En otros, desaparecemos. Nuestro destino está ligado al tuyo y al de los otros como tú, porque vosotros sois nosotros y nosotros somos vosotros.
Caine: ¿Por qué estoy aquí?
Ella: Tienes que comprender tu lugar. Debes usar el Instante para ayudarnos a todos nosotros.
Caine: ¿Cómo puedo ayudar? ¿Con el dinero de Tommy?
Ella: El dinero ayudará a unos pocos, pero en última instancia cambiará poco.
Caine: Entonces, ¿qué? ¿Cómo puedo ayudar?
Ella: No será aquí. Será más tarde, en el Durante.
Caine: ¿Por qué no aquí?
Ella: Necesitas más… tiempo.
—Eh, creo que ya vuelve en sí —dijo una voz a su lado—. ¿Está bien, amigo?
Caine se frotó la parte de atrás de la cabeza, donde comenzaba a salirle un chichón. Olió el aire con mucho cuidado. El olor había desaparecido.
—Sí —respondió—. Creo que estoy bien… por ahora.
Tversky hizo doble clic en «Sí» y en la pantalla apareció un escritorio rojo lleno de iconos. Hizo otro doble clic en la casilla azul con la letra «e» y esperó impaciente a que se abriera el buscador. Antes de que apareciera la página de inicio, escribió una nueva dirección. Tardó un minuto en encontrar la información que le interesaba.
EX DIRECTOR DE LA ANS, ACUSADO DE TRAICIÓN
por Patrick O'Beime
Washington, DC (AP). El doctor James P. Forsythe fue acusado hoy en Washington de 131 cargos de conspiración y traición contra Estados Unidos. El doctor Forsythe, antiguo director de la división de investigación científica y tecnológica de la Agencia Nacional de Seguridad, fue acusado hoy formalmente en un juzgado de Washington lleno a rebosar.
Las autoridades tuvieron la primera noticia de los presuntos delitos del doctor Forsythe cuando los bomberos acudieron a un edificio de oficinas en Nueva York donde había estallado una bomba (véase artículo relacionado) el 20 de febrero. Además de encontrar al doctor Forsythe y a miembros de su equipo atrapados debajo de los escombros, el personal de rescate también encontró tres cadáveres y centenares de archivos informáticos. Al parecer, el doctor Forsythe robó los archivos de la ANS después de que lo cesaran por coordinar una «operación ilegal del FBI» vinculada al tiroteo en la estación de Amtrack en Filadelfia (véase artículo relacionado) según comentó una fuente bien informada en Washington.
A pesar de que la fiscalía dice tener «pruebas abrumadoras», el doctor Forsythe se ha declarado «inocente» de todos los cargos. No obstante, los fiscales federales están convencidos de conseguir una condena.
«Tenemos una montaña de pruebas además de un testigo… es muy probable que lo condenen». El testigo estrella de la fiscalía es el señor Steven R. Grimes, empleado de la ANS.
«Con toda sinceridad, me asombré al saber que todo esto estaba ocurriendo delante mis narices —manifestó el señor Grimes en una declaración hecha hoy—. Nunca creí que Jimmy [Forsythe] fuese capaz de robar secretos del gobierno… Estoy dispuesto a hacer todo lo necesario para ayudar al fiscal en este caso. Soy norteamericano… y no me gustan los traidores…».
Tversky leyó el resto del artículo, pero no se mencionaba su nombre. Respiró aliviado. Si bien la policía aún quería hablar con él sobre la muerte de Julia, sabía que consideraban el caso como un suicidio. Sonrió. No se acababa de creer su buena suerte. Si aquella noche no se hubiera marchado del laboratorio, ahora podía estar entre rejas. Demonios, incluso podría haber muerto en la explosión.
A la vista de todo lo sucedido, se podía dar por realmente satisfecho. Con Forsythe acusado de conspiración, Tversky estaba prácticamente a salvo. Incluso si aquél lo acusaba de haber asesinado a Julia —y no tenía ningún motivo para hacerlo— ¿quién le creería? Era casi demasiado perfecto.
Era una pena haber perdido la mayor parte de sus archivos, pero estaba seguro de que podría reproducir el compuesto químico que había generado el don de David Caine. Lo único que necesitaba era tiempo, y en esos momentos en que estaba sano y salvo en México, lo tenía. Todas las mañanas, Tversky tiraba un par de dados para decidir adonde iría después. Confiaba en que si continuaba moviéndose al azar por el país, David no podría encontrarlo.
Dejó el ordenador, le pagó veinte pesos al hombre que atendía el local y salió al exterior. En cuestión de segundos estaba bañado en sudor. El sol mexicano era abrasador, y Tversky se protegió los ojos. Diablos, hacía un calor infernal. Para colmo el olor de la basura parecía haberlo inundado todo, un hedor repugnante que parecía eclipsar todos los demás sentidos.
Caminaba a paso ligero en dirección a su alojamiento para alejarse cuanto antes del olor cuando vio un puesto de venta de helados al otro lado de la calle. No podía ser más oportuno porque desde el segundo en que se había sentido sofocado por el olor, le había dominado el deseo de tomar un helado de chocolate. Sin mirar, se lanzó a cruzar la calle hacia el puesto.
No vio el autobús hasta que fue demasiado tarde. El impacto lo hizo volar por los aires. Cayó al suelo en el momento justo para ser aplastado por uno de los neumáticos delanteros. Sus costillas se rompieron en centenares de trozos y le atravesaron los pulmones y el corazón.
Oyó a varias personas que gritaban pidiendo ayuda, pero sabía que era inútil. Mientras lo envolvía la oscuridad, agradeció que por lo menos el olor parecía haberse disipado. Se preguntó por qué había tenido tanta urgencia por cruzar la calle. De haber vivido unos segundos más, quizá hubiese comprendido el significado del olor, pero se le había acabado el tiempo.
El último pensamiento que cruzó su mente fue: «Si ni siquiera me gusta el helado…».
Un mes antes en un contenedor de basura, Julia apretó la mano de Nava por última vez y murió, con una sonrisa en los labios y la imagen de un helado de chocolate en su mente.
Comencé a escribir este libro en parte porque quería crear algo realmente único, por mí mismo, sin la ayuda de nadie. Lo curioso es que a lo largo del camino descubrí que, escribir una novela es la empresa más participad va que he abordado. A cada paso, alguien me ayudaba a seguir adelante, y sin todas y cada una de las personas mencionadas abajo, este libro nunca se hubiese publicado.
Como no deseo clasificar a las personas por su nivel de ayuda, decidí hacerlo por orden cronológico. Aquí están:
Stephanie Williams. Tú estabas conmigo en Starbucks cuando escribí mi primera página y fuiste la primera persona que leyó mi libro cuando acabé de escribir la última. Sin ti, mi sueño de escribir una novela seguiría siendo un sueño. Te debo más de lo que puedo decir. Te echo de menos.
Daniela Drake. Tú leíste todos los borradores y fuiste la única persona de la que podía esperar la crítica implacable que necesitaba para eliminar todo lo superfluo. (Además eres la única capaz de discutir con inteligencia las complejidades de los reality shows.)
Erin Hennicke. La primera persona «de la industria» que leyó mi libro, y lo que es más importante, siempre tenías un consejo cuando acabé la «parte fácil» (escribir).
Suzanne Gibones-Neff. No sólo hiciste de conciencia y de animadora durante todo el proceso de elaboración de la novela, sino que también me presentaste a…
Barrie Trimingham. Apenas te conozco, y sin embargo, me ayudaste a que publicar este libro se hiciera realidad cuando atendiste la llamada de Suzanne y me pusiste en contacto con…
Ann Rittenberg. Muy posiblemente la mejor agente literaria del mundo. Creíste en mí cuando mi libro todavía estaba en pañales y fuiste la primera persona en decirme que de verdad podía ganarme la vida escribiendo.
Ted Gideonse. El hombre de los misterios internacionales. Sin ti tendría que habérmelas apañado sólo con los contratos japoneses y el código fiscal alemán, algo que no hubiese sido agradable.
Mauro DiPetra. Conseguiste que HarperCollins comprara mi libro. Luego lo editaste. Después me convenciste para que corrigiera las partes que no creía que no necesitaran corrección (aunque la necesitaban). A continuación lo editaste de nuevo. No se puede pedir más.
Joelle Yudin. Mi salvavidas en muchísimas cosas. Respondiste a todas mis preguntas estúpidas, sin hacerme sentir nunca como un estúpido.
Maureen Sugden y Andrea Molitor. Sin vuestra ayuda, habría muchísimas comas en el lugar equivocado y montones de guiones inútiles. Me habéis hecho quedar bien, por lo que os estoy muy agradecido.
Julia Bannon, Jamie Beckman, George Bick, Lisa Gallagher, Karen Resnick, Pam Spengler-Jaffee y todos los demás en HarperCollins que hicieron un montón de cosas que ni siquiera sabía que existían.
Por último, a todos mis agentes extranjeros. Sois fantásticos.
Adam Fawer (1970- )
Nació en New York en 1970. Licenciado en la Universidad de Pensylvania, obtuvo un Máster en la Escuela de Negocios de Stanford. Tras realizar varios trabajos en diversas empresas, se dedicó a la literatura. Su primera novela,
Improbable
, recibió el premio
International Thriller Writers Award
, en la categoría «Mejor Primera Novela». Ha sido traducida a dieciocho idiomas. En castellano se publicó en 2005 con el ridículo título
El Teorema
.
[1]
White Rabbit (Go ask Alice)
era el título de una canción de 1967 de
The Jefferson Airplane
. Unos años más tarde, en 1971, se publicó en Estados Unidos un libro antidroga que se convirtió en una obra de referencia. Su título,
Go ask Alice
, se tomó de la canción de este grupo de rock estadounidense.
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