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Authors: Adam Fawer

Tags: #Ciencia-Ficción, Intriga, Policíaco

El Teorema (54 page)

BOOK: El Teorema
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Miró el espejo negro que tenía delante y sólo vio un débil reflejo de sí mismo en la luz azul de su reloj. Tenía que llegar al otro lado antes de que fuese demasiado tarde. El sujeto podía recuperar la conciencia en cualquier momento. Aún tendría algo de Thorazine en su sistema; las probabilidades de que se despertara totalmente lúcido y dispuesto a escapar eran muy bajas…

¿Bajas? ¿Es que había perdido el juicio? La situación había cambiado del todo. Cogió el teléfono para llamar de nuevo a Grimes pero no había tono. Apretó el botón y lo soltó lentamente, a la espera de que esta vez funcionara.

Siguió sin tener tono.

Comenzó a aporrear el teléfono y los trozos de la carcasa de plástico volaron por los aires mientras se hundía cada vez más en la locura.

Nava se apoyó en la puerta. Le costaba respirar. Había tenido que detenerse y descansar dos veces en el corto trayecto de regreso al vestíbulo. Le pesaba el pie izquierdo. En cada paso, oía el chapoteo de la sangre. Afortunadamente, la puntera de acero de la bota había impedido que la bala saliera del pie; al menos un lado de la herida estaba taponado.

Se preguntó cuánto tiempo más estaría consciente antes de que la hemorragia le hiciera perder el conocimiento. Unos quince minutos como máximo. No tardaría en averiguarlo. Respiró hondo, se irguió todo lo que pudo e intentó abrir la puerta. No se movió. Sacó del bolsillo el pulgar del guardia y lo apretó contra la pantalla del escáner. Nada.

Mierda. Todas las cerraduras electrónicas estaban desconectadas. Se apartó un par de pasos, sacó de la mochila la pistola calibre 45 del guardia y destrozó la cerradura con tres disparos. Abrió la puerta y recorrió el pasillo en la dirección inversa a la de antes. El pasillo, tan blanco e inocente cuando funcionaban las luces, le parecía ahora un lugar claustrofóbico poblado de amenazas. No quería morir allí, a diez metros bajo tierra.

Tenía que concentrarse. Necesitaba concentrarse en Caine, en la misión, en sus propósitos.

Por fin encontró una placa metálica en la pared que decía «Ala D»; se estaba acercando. Le había parecido extraño que hubiesen encerrado a Jasper en D8, tan lejos de su hermano. Ahora todo tenía sentido; David se encontraba en DIO, muy cerca de su gemelo.

Se apoyó con todo su peso en la puerta más cercana para recuperar el aliento. D6. Ya casi estaba. Respiró profundamente un par de veces y siguió adelante. A pesar de que la temperatura había subido, se estremeció. Comenzaba a tener frío por la pérdida de sangre.

Se forzó a dar otro paso… y luego otro. D8. Otro paso. Estaba más cerca. Cojeó hasta la puerta al final del pasillo. Las últimas reservas de adrenalina le dieron una súbita carga de energía. A poco más de un metro de la puerta DIO, levantó la pistola.

Caine tenía que estar al otro lado. Tenía que estar, porque si no estaba, ninguno de los dos saldría de allí con vida. Apuntó a la cerradura y comenzó a disparar.

Caine intentó abrir los ojos y entonces se dio cuenta de que los tenía abiertos. Notó que una luz muy brillante le quemaba el cerebro. Quería protegerse los ojos, pero no podía mover los brazos, ni siquiera podía parpadear. Dios, estaba paralizado. No, un momento… si estaba paralizado, aún podría parpadear, ¿no?

Oyó un suave gemido y descubrió que salía de su garganta.

—¿David, puedes hablar? —Una voz de mujer. Le resultaba conocida. Sabía quién era ella, era…

—Soy Nava. Voy a sacarte de aquí.

Nava… ella lo había salvado… lo había alojado en la casa de un amigo… y entonces había ocurrido algo… algo importante. Se sentía muy confuso; notaba como si su cabeza estuviese hecha de corcho.

Más luz… unos dedos le tocaron el rostro, los párpados. Sonó un ruido metálico, un pinchazo y de pronto su párpado derecho quedó libre. Se repitió el chasquido, esta vez en el párpado izquierdo. Tenía los párpados hinchados, doloridos, como si fuesen un trozo de cuero reseco. A pesar del dolor, resultaba un placer poder cerrar los párpados.

—¡Ay! —gritó al notar un súbito dolor agudo en el brazo izquierdo.

—Perdona, estoy quitándote la aguja del suero —se disculpó Nava—. Ya acabo.

Otro pinchazo agudo. La sangre brotó por el lugar donde había estado metida la aguja. Intentó levantar el brazo para contener la hemorragia, pero un brazalete se le clavó en la muñeca. Probó con el otro brazo con el mismo resultado. También tenía sujetas las piernas con unos grilletes en los tobillos. Ahora comenzaba a recordar… la captura… el despertar en esa habitación, amarrado a la silla.

Miró en derredor. Nava estaba a su lado, con unas extrañas gafas. Una linterna que había colocado sobre la mesa proyectaba unas sombras enormes en las paredes. Nava desapareció del campo de visión. Después oyó que algo se rasgaba. Nava le deslizó un trozo de tela entre una de las esposas y la piel.

—David, voy a rociar la esposa con freón. Notarás un frío intenso durante un segundo. —Caine oyó el sonido inconfundible de un aerosol y se le heló la muñeca debajo de la tela—. No te muevas. —Antes de que pudiera asimilar las palabras de la muchacha, oyó un sonido agudo y seco como el de un cristal al romperse. Tenía el brazo libre.

—¿Estás bien?

—Sí, creo que sí —respondió Caine. Flexionó el brazo con cautela. Notaba un millar de pinchazos a medida que la sangre volvía a circular con normalidad. Se sentía terriblemente cansado y torpe. Nava le soltó el otro brazo y comenzó a ocuparse de las piernas. Acababa de rociar el último grillete cuando Caine oyó un golpe muy fuerte.

Ambos se volvieron hacia la fuente del sonido; al principio sólo vio un reflejo oscuro en el espejo, pero al mirar con mayor atención les pareció ver un punto de luz al otro lado. Continuaron los golpes hasta que apareció una enorme grieta a partir del centro del espejo.

Los reflejos de Caine y Nava desaparecieron cuando el espejo que ocupaba toda la pared estalló con un estrépito ensordecedor. Caine levantó los brazos para protegerse el rostro de los trozos de cristal que caían sobre ellos. Un millar de diminutos espejos volaron hacia él; unos pocos le rasgaron la piel. La sangre que brotó de los siete pequeños cortes lo sacó del ensimismamiento.

Sin embargo, fueron los gritos histéricos los que le devolvieron a la lucidez.

Capítulo 34

Nava se echó encima de Caine para protegerlo cuando una silla de metal atravesó el hueco y se estrelló contra el suelo; durante una fracción de segundo, el ruido del choque superó al de la caída de los cristales. A la aparición de la silla le siguió la de un hombre bajo y con el pelo ralo. Chillaba a voz en cuello.

—¡No se puede llevar al sujeto!

La muchacha se volvió para enfrentarse al atacante. Su rostro tenía un color casi morado y la sangre le manaba de un largo y profundo corte en la frente. El hombre se pasó la mano por la herida para quitarse la sangre que le dificultaba la visión.

Nava le apuntó a la frente con la pistola y apretó el gatillo, pero en lugar del estruendo de la detonación sólo oyó un chasquido. Había agotado el cargador. Antes de que pudiera reaccionar, el hombre se lanzó a través del par de metros que los separaban y chocó contra ella con tanto ímpetu que la derribó. El cráneo de Nava rebotó contra el suelo mientras el atacante le rodeaba el cuello con las manos.

A diferencia de Dalton, éste no era un asesino profesional, pero Nava no estaba casi en condiciones de luchar. Tenía el brazo izquierdo inutilizado y se sentía cada vez más débil por la pérdida de sangre. La única ventaja que le llevaba el hombre era la energía alimentada por la rabia. Nava creyó que bastaría para derrotarlo.

No estaba dispuesta a rendirse sin más. Metió la mano entre las piernas del hombre, le agarró los testículos y se los retorció. En el acto, separó las manos de su cuello para llevarlas a la entrepierna, al tiempo que soltaba un alarido. Nava no lo soltó. Incapaz de librarse de los dedos que lo martirizaban, Forsythe levantó el puño y la golpeó en el rostro. Nava no pudo parar el golpe, que la pilló de lleno en la boca.

Una vez más, la cabeza de Nava rebotó en el suelo. Lo soltó y el hombre se apartó. Se sujetaba la mano y gemía. Nava escupió sangre y se levantó como pudo. Tenía que sacar a Caine de allí.

Sin hacer caso de los gemidos de Forsythe, Nava se ocupó del último grillete. Lo partió de un culatazo y ayudó a Caine a levantarse de la silla. Le flaquearon las piernas y descargó todo el peso sobre Nava. Por un momento pareció que ambos caerían al suelo.

—Con calma, David. Yo tampoco estoy en muy buena forma.

—Lo siento. Creo que ya estoy mejor.

—¿Puedes caminar? —preguntó Nava.

Caine dio un par de pasos, sujeto al brazo de Nava.

—Sí —respondió—. Estoy algo mareado, pero puedo caminar.

Nava asintió mientras ponía un cargador nuevo en la pistola.

—Muy bien. Vamos allá.

—¡Nooo! —chilló Forsythe. Algo aplastó el pie herido de Nava y la hizo caer al suelo. El científico le había clavado un trozo de cristal en la bota. Ahora le tocó a Nava gritar. Movió el pie, cayó de bruces y soltó el arma.

Forsythe se acercó a gatas y la sangre que le chorreaba de la boca dejó una estela a su paso. Nava le dio un puntapié en la cabeza, pero no llevaba la fuerza necesaria para detenerlo. Continuó avanzando. Nava movió la mano con desesperación entre los cristales rotos en busca del arma.

La encontró en el último segundo. Apuntó a Forsythe y apretó el gatillo. En aquel momento, Caine le sujetó la muñeca y le levantó el brazo. La bala pasó por encima de la cabeza de Forsythe y fue a incrustarse en la pared. Forsythe dejó de gritar. En la habitación se hizo un silencio sepulcral. Nava sólo oía el eco de la detonación en sus oídos.

Miró a Caine, desconcertada.

—No más muertes —dijo él sencillamente.

Nava vaciló por un momento. Luego hizo girar el arma en la mano y descargó un brutal culatazo en la cabeza de Forsythe, que se desplomó, inconsciente.

—No lo he matado —afirmó con voz entrecortada.

—Tenemos que salvar a Jasper —dijo Caine.

—Sígueme.

Caine cogió la linterna mientras Nava salía de la habitación. Era tal el dolor en el pie destrozado que estuvo a punto de caerse dos veces. La tercera vez que tropezó, Caine la sujetó a tiempo.

—Al parecer no soy el único que necesita ayuda para caminar —comentó.

Nava siguió adelante.

—Para —dijo cuando llegaron delante de D8—. Tápate los oídos. —Nava disparó contra la cerradura hasta convertirla en un trozo de metal retorcido. Caine abrió la puerta con la linterna en alto.

—Oh Dios, Jasper… —susurró. Jasper yacía sobre una mesa con los brazos y las piernas sujetos con recias correas de cuero.

—¿David, de verdad que eres tú? —farfulló.

—Lo soy, hermano mayor —contestó Caine, con voz ahogada—. Nava está conmigo. —Nava dejó que Caine se ocupara de desabrochar las correas y aprovechó la pausa para recuperar el aliento, apoyada en el marco. «Ya casi lo hemos conseguido», pensó. Casi.

Nava sintió cómo se desplomaba cuando perdió el conocimiento.

—Nava, Nava, despierta. —Caine palmeó suavemente el rostro de la muchacha—. Venga, ya casi lo hemos conseguido. —Nava parpadeó—. Ya vuelve en sí —le dijo a Jasper, que miraba nervioso por encima del hombro de su hermano—. Ayúdame a levantarla. —Jasper la cogió de una mano y Caine de la otra. Nava gimió cuando éste tiró de la mano.

—Muñeca… rota —murmuró.

—Oh, demonios —exclamó Caine y le soltó la mano como si hubiese tocado algo caliente—. Nava, lo siento.

—No pasa nada. —Nava negó con la cabeza—. Ayúdame a levantarme.

Jasper tiró suavemente de su brazo derecho mientras su hermano la sostenía por el lado izquierdo. Nava consiguió levantarse, aunque su equilibrio no parecía muy estable.

—Vamos —dijo—. No nos queda mucho tiempo.

Con Jasper y Caine a cada lado, Nava los llevó por el pasillo a oscuras. Cruzaron la puerta de seguridad que ella había abierto a tiros.

—Cuidado con los cuerpos —les advirtió cuando llegaron a un pequeño vestíbulo donde estaba el ascensor. Había un hombre tendido en el suelo.

—¿Está…? —comenzó a preguntar Caine.

—No están muertos —contestó Nava con toda naturalidad.

Este respiró más tranquilo mientras Nava apretaba el botón del ascensor. No pasó nada. No se oyó el sonido de la puesta en marcha; los números correspondientes a los pisos no se encendieron para indicar la velocidad del descenso. Las luces…

—¿El corte de electricidad no afecta a los ascensores? —preguntó Caine.

Nava se dio una palmada en la frente.

—Maldita sea —exclamó—. Sólo nos quedan dos minutos.

—¿Luego qué? —quiso saber Jasper.

—Luego este lugar se llenará con los guardias de seguridad del edificio y nos joderán vivos. Vamos. —Volvieron por donde habían venido. Nava les hizo contar veinte pasos y se detuvieron. Sacó un pegote de explosivo plástico de la mochila, lo sujetó al pie de la pared y a continuación lo conectó a un pequeño detonador con un teclado negro—. Preparaos para ayudarme. Cuando diga «ya», correremos hasta el vestíbulo donde están los ascensores. ¿Comprendido?

—Comprendido —respondieron los hermanos al unísono.

Nava marcó «0.45» en el teclado. Acercó el dedo al botón verde y…

—¡Espera! —dijo Caine.

—David, no hay tiempo…

—Si detonas la bomba aquí, pondrá en marcha una reacción en cadena que matará a muchas personas inocentes. Tenemos que cambiarla de sitio. Ponte a cubierto, yo fijaré el cronómetro. ¡Jasper, llévatela!

Antes de que ella pudiera protestar, Jasper sujetó a Nava por la cintura y la llevó a un lugar seguro. Caine quitó la bomba y caminó a través del vestíbulo hasta dar con el lugar correcto. En cuanto fijó el explosivo, modificó el tiempo. Sólo disponía de veinte segundos. Había una probabilidad del 37,458 por ciento de que no pudiera alejarse a tiempo, pero él había escogido su destino. No miró atrás.

Nava percibió la explosión antes de oírla. Salió despedida contra Caine, que se llevó la peor parte de la caída. A la onda de aire caliente le siguió un terrible estrépito. En el instante en que oyó caer el último cascote, se apartó de éste.

—¡Venga, vamos!

Caine y Jasper la ayudaron a levantarse y caminaron hacia los escombros. Donde había estado la pared ahora había un boquete enorme, y se había hundido parte del suelo. Nava miró al interior esperando recordar bien los planos del edificio.

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