—Nos la podríamos llevar al desierto con Cross —dijo Dante sonriendo.
—Tú estás loco —le replicó Losey, dándose repentinamente cuenta de que lo estaba de verdad.
—¿Por qué no? —dijo Dante. ¿Por qué no divertirnos un poco? el desierto es lo bastante grande como para enterrar un par de cadáveres.
Losey pensó en el cuerpo de Athena, en su bello rostro, su voz y su majestuosa figura. ¿Qué bien se lo pasarían él y Dante. Puesto que ya era un asesino, qué más daba que fuera un violador. Marlowe, Pippi de Lena y su viejo compañero Phil Sharkey. Era un asesino por partída triple, pero su timidez le hubiera impedido cometer una violación. Se estaba convirtiendo en uno de aquellos chiflados a los que tantas veces había detenido a lo largo de su vida, y todo por una mujer que vendía su cuerpo a todo el mundo. Menudo elemento estaba hecho aquel pelmazo que tenía delante, siempre con aquel gorro tan raro en la cabeza.
—Probaré suerte —dijo Losey. La invitaré a tomar una copa. Si viene, ella se lo habrá buscado —dijo.
A Dante le hizo gracia el razonamiento de Losey.
—Todo el mundo se lo busca —dijo. Nosotros también nos lo buscamos.
Repasaron todos los detalles, y después Losey regresó a su apartamento. Dante se preparó un baño, pues le apetecía utilizar los costosos perfumes de la villa. Mientras disfrutaba de la tibia y perfumada agua de la bañera, con el negro y áspero cabello típico de los Clericuzio convertido en un espumoso moño blanco en lo alto de su cabeza, se preguntó cuál sería su destino. En cuanto él y Losey abandonaran el cuerpo de Cross en el desierto, a muchos kilómetros de Las Vegas, empezaría la parte más difícil de la operación. Tendría que convencer a su abuelo de su inocencia. Si las cosas se ponían feas confesaría también la muerte de Pippi, y su abuelo lo perdonaría. El Don siempre le había tenido un cariño especial.
Además ahora él era el Martillo de la familia. Pediría ser nombrado bruglione del Oeste y Jefe supremo del hotel Xanadú. Giorgio se opondría, pero Vincent y Petie se mantendrían neutrales. Se conformarían con vivir de sus negocios legales. El viejo no viviría eternamente, y Giorgio era un burócrata. Algún día el guerrero se convertiría en emperador, pero él no entraría en la sociedad legal. Él encabezaría el regreso de la familia a la gloria de antaño. Jamás abandonaría el poder sobre la vida y la muerte.
Salió del baño y utilizó la ducha para eliminar la espuma que le cubría el cabello. Se perfumó el cuerpo con varias colonias de los elegantes frascos que llenaban los estantes y se esculpió el cabello y con el contenido de distintos tubos de aromáticos geles tras haber leído cuidadosamente las instrucciones. Después abrió la maleta donde guardaba sus gorros renacentistas y eligió uno en forma de flan, con incrustaciones de piedras preciosas y bordados hechos con hilos de color dorado y violeta. Allí, en la maleta, el gorro parecía un poco ridículo, pero cuando se lo puso vio que le confería el majestuoso aspecto de un príncipe, sobre todo por la hilera de piedras verdes de la parte anterior. Así se presentaría aquella noche ante Athena o ante Tiffany en caso de que le fallaran los planes, pero ambas podrían esperar en caso necesario.
Cuando terminó de vestirse, Dante pensó en cómo sería su vida futura. Viviría en una de aquellas villas tan lujosas como palacios. Dispondría de un surtido inagotable de bellas mujeres, un harén que ni siquiera tendría que costear pues las chicas serían las mismas que cantaban y bailaban en el espectáculo del hotel Xanadú. Podría comer en seis restaurantes distintos, con seis cocinas internacionales diferentes. Podría ordenar la muerte de un enemigo y recompensar a un amigo. Sería lo más parecido a un emperador romano que permitían los tiempos modernos. El único que se interponía en su camino era Cross.
Al regresar a su apartamento, Jim Losey examinó el rumbo que había tomado su vida. Durante la primera parte de su carrera había sido un policía extraordinario, un auténtico caballero defensor de la sociedad. Aborrecía con toda su alma a los delincuentes y especialmente a los negros. Pero poco a poco había cambiado. Le dolían las críticas y las protestas de los medios de difusión por la brutalidad de la policía. La misma sociedad a la que él defendía de la escoria lo atacaba sin compasión, y sus superiores, con sus uniformes cuajados de galones dorados, se ponían del lado de los políticos que mentían a los ciudadanos y soltaban chorradas sobre la necesidad de no odiar a los negros; y ¿qué tenía eso de malo? Eran los que más delitos cometían. ¿Acaso él no era un americano libre que podía odiar a quien le diera la gana? Eran unas cucarachas que devorarían toda la civilización. No querían trabajar ni estudiar. Para ellos, quemarse las pestañas estudiando por la noche era una estupidez pues sólo disfrutaban lanzando pelotas de baloncesto bajo la luz de la luna. Atracaban a los ciudadanos desarmados, convertían a sus mujeres en putas y mostraban un intolerable desprecio por la ley y sus representantes. Su misión era proteger a los ricos de la maldad de los pobres, y su mayor deseo era hacerse rico. Quería trajes, coches, comida, bebida y, por encima de todo, la clase de mujeres que los ricos podían permitirse el lujo de tener. Y todas aquellas cosas eran típicamente norteamericanas.
Todo empezó con los sobornos para proteger el juego. Después pasó a las acusaciones falsas para obligar a los traficantes de droga a pagar a cambio de su protección. Cierto que siempre había estado orgulloso de su condición de héroe de la policía y de las alabanzas que había recibido por su valor; pero todo aquello no tenía ninguna recompensa monetaria. Tenía que seguir comprando ropa barata y vigilar mucho los gastos para poder llegar a fin de mes. Él defendía a los ricos contra los pobres pero no recibía la menor recompensa por ello, y de hecho era un pobre. La gota final que colmó el vaso de su paciencia fue el hecho de que los ciudadanos lo tuvieran en menor estima que a los delincuentes. Algunos de sus compañeros policías habían sido juzgados y enviados a la cárcel por haberse limitado a cumplir con su deber, e incluso habían sido expulsados del cuerpo. Los violadores, los ladrones de viviendas, los atracadores asesinos y los ladrones a mano armada tenían más derechos en pleno día que los policías.
A lo largo de los años había tratado de justificar sus puntos de vista. La prensa y la televisión injuriaban a los servidores de la ley La maldita ley Miranda, el maldito Sindicato Americano de las Libertades Civiles... Ya veríamos si aquellos malditos abogados hubieran sido capaces de patrullar seis meses por las calles. Seguro que no habrían tardado mucho tiempo en declararse partidarios de los linchamientos.
Al fin y al cabo él utilizaba las triquiñuelas, las palizas y la amenazas para obligar a los delincuentes a confesar sus delitos y apartarlos de la sociedad. Pero aun así no estaba muy convencido de la bondad de sus razonamientos. Era un policía demasiado bueno como para eso. No podía aceptar el hecho de haberse convertido en un asesino.
Pero eso qué más daba. Lo importante era que se haría rico. Arrojaría la placa y las menciones honoríficas a la cara del Gobierno y de los ciudadanos. Se convertiría en jefe de seguridad del hotel Xanadú con un sueldo diez veces superior al que percibía en aquellos momentos; y desde aquel paraíso del desierto contemplaría satisfecho el desmoronamiento de Los Ángeles bajo el asalto de los delincuentes, contra los cuales él ya no tendría que luchar. Aquella noche vería la película Mesalina y asistiría a la fiesta de despedida, y a lo mejor se comería un rosco con Athena. Tuvo sensación de que la mente se le encogía de temor mientras una dolorosa punzada le recorría todo el cuerpo ante la simple posibilidad de poder ejercer sobre ella semejante dominio. En la fiesta intentaría venderle a Skippy Deere una película basada en su carrera de máximo héroe del Departamento de Policía de Los Ángeles. Dante le había dicho que Cross quería invertir, lo cual le hacía mucha gracia. ¿Por qué matar a un tipo dispuesto a invertir dinero en esa película? Muy sencillo, porque sabía que Dante lo mataría a él en caso de que se echara atrás, y él sabía que por muy duro que fuera no podría matar a Dante. Conocía demasiado bien a los Clericuzio.
Durante una décima de segundo pensó en el pobre Marlowe, un negro realmente encantador, alegre y dispuesto a colaborar en todo momento. Siempre había apreciado a Marlowe, y lo único que de verdad lamentaba era haber tenido que asesinarlo.
Aún le quedaban varias horas de espera antes de que se proyectara la película y empezara la fiesta. Hubiera podido ir a jugar un poco al casino principal, pero el juego era una actividad propia de primos. Decidió no hacerlo. Tenía una noche muy movida delante. Primero vería la película y asistiría a la fiesta y después a las tres de la madrugada, tendría que ayudar a Dante a liquidar a Cross de Lena y enterrarlo en el desierto.
A las cinco de la tarde, Bobby Bantz invitó a su villa a la plana mayor de Mesalina para tomar unas copas de celebración: Athena, Dita Tommey, Skippy Deere y, como gesto de cortesía, Cross de Lena. Sólo Cross declinó la invitación, alegando estar muy ocupado con los preparativos de aquella noche especial.
Bantz iba acompañado de su última conquista, una muchacha llamada Johanna descubierta por un cazatalentos en una pequeña localidad de Oregón. La chica había firmado un contrato de dos años en virtud del cual percibiría quinientos dólares semanales. Era guapa aunque carecía de talento, pero tenía un aspecto tan virginal que por sí solo constituía un espectáculo aparte. Sin embargo, con una astucia impropia de sus años sólo había accedido a acostarse con Bobby Bantz tras haberle arrancado la promesa de llevarla a Las Vegas para la proyección de Mesalina. Skippy Deere, que ocupaba un apartamento de la villa de Bantz; había decidido instalarse en el de su amigo, impidiendo con ello que éste pudiera echar un rápido polvo con Johanna, lo cual había provocado la irritación de Bantz. Skippy estaba tratando de venderle la idea de una película que lo entusiasmaba. El hecho de entusiasmarse por un proyecto constituía una parte muy legítima de la tarea de un productor.
Deere le estaba hablando a Bantz de un tal Jim Losey, el máximo héroe del Departamento de Policía de Los Ángeles, un hijo de puta tremendamente alto y guapo que a lo mejor incluso podría interpretar el papel principal pues la película sería la historia de su vida. Era una de esas biografías auténticas en la que uno se podía inventar cualquier cosa, por estrambótica que fuera.
Tanto Deere como Bantz sabían muy bien que la posibilidad de que Losey interpretara su propio papel era una simple fantasía inventada no sólo para engañar a Losey y conseguir que éste les vendiera barata su historia sino también para despertar el interés del público.
Skipy Deere expuso a grandes rasgos el contenido de la historia. Nadie mejor que él para vender un proyecto inexistente. Cogió el teléfono, obedeciendo a un impulso repentino, y antes de que Bantz pudiera protestar invitó al investigador al cóctel de las cinco de la tarde. Losey preguntó si podría llevar a una persona con él; y Deere le contestó que sí, suponiendo que sería una amiga. Skippy Deere, en su calidad de productor cinematográfico, era muy aficionado a mezclar mundos distintos. Nunca se sabía qué milagro podía ocurrir.
Cross de Lena y Lia Vazxi se encontraban en la suite del último piso del Xanadú, repasando los detalles de lo que iban a hacer aquella noche.
Tengo a todos los hombres en sus puestos —dijo Lia. Controlo todo el recinto de la villa. Ninguno de ellos sabe lo que tú y yo vamos a hacer; no intervendrán para nada, pero me he enterado de que Dante tiene a un equipo del Enclave cavando una tumba en el desierto. Tenemos que andarnos con mucho cuidado esta noche.
—Lo que a mí me preocupa es lo que va a pasar después de esta noche —dijo Cross. Entonces nos las tendremos que ver con Don Clericuzio. ¿Tú crees que se tragará la historia?
—Más bien —No, —contestó Lia, pero es nuestra única esperanza.
—No tengo más remedio que hacerlo —dijo Cross encogiéndose de hombros. Dante mató a mi padre y ahora él me tiene que matar a mí. Espero que el Don no se haya puesto de su parte desde un principio —añadió—. Entonces no tendríamos ninguna posibilidad.
—Podemos desbaratarlo todo —apuntó cautelosamente Lia—, depositar todas nuestras dificultades en manos del Don y dejar que sea él quien decida y actúe.
—No —dijo Cross. El Don no puede tomar una decisión en contra de su nieto.
—Sí, tienes razón —le dijo Lia, pero aún así, el Don se ha ablandado un poco últimamente. Dejó que aquellos tipos de Hollywood te estafaran; y eso es algo que jamás hubiera permitido en su juventud. No por el dinero sino por la falta de respeto.
Cross escanció un poco más de brandy en la copa de Lia y encendió un puro. No le dijo nada de David Redfellow.
—¿Te gusta tu habitación? le preguntó con una burlona sonrisa en los labios. Lia dio una calada a su puro.
—Es preciosa, desde luego, pero ¿a quién le interesa vivir de esta manera? Te quita fuerzas y despierta envidias. No es propia de personas inteligentes insultar a los pobres de esta manera, despertar en ellos el deseo de matar. Mi padre era un hombre muy rico en Sicilia, pero nunca vivió en medio del lujo.
—Lo que ocurre es que tú no entiendes cómo es América —dijo Cross. Cualquier pobre que vea el interior de esta villa se alegra, porque en su fuero interno sabe que algún día vivirá en un lugar como éste.
En aquel momento sonó el teléfono privado de la suite del último piso. Cross lo cogió. El corazón le dio un vuelco. Era Athena.
—¿Podemos vernos antes de la proyección de la película? —le preguntó.
—Sólo si tú subes a mi suite —contestó Cross. Ahora no puedo salir de aquí.
—Qué amable —dijo fríamente Athena—. Pues entonces nos veremos después de la fiesta. Yo me retiraré temprano y te esperaré en mi villa.
—Es que no voy a poder ir —dijo Cross.
—Mañana por la mañana regreso a Los Ángelés —dijo Athena—, y pasado mañana viajaré a Francia. No volveremos a vernos en privado hasta que tú vayas allí... si es que vas.
Cross miró a Lia y vio que éste sacudía la cabeza frunciendo el ceño Entonces le preguntó a Athena:
—¿Puedes venir aquí ahora? Te lo ruego.
Tuvo que esperar un buen rato antes de que ella le contestara... —Sí, dame una hora.
—Te enviaré un coche y unos guardias de seguridad. Te estarán esperando delante de tu villa. Colgó el teléfono y le dijo a Lia: