El Último Don (69 page)

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Authors: Mario Puzo

Tags: #Intriga

BOOK: El Último Don
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—Tenemos que vigilarla. Dante está lo bastante loco como para hacer cualquier barbaridad.

El cóctel en la villa de Bantz estuvo realzado por la presencia de numerosas bellezas.

Melo Stuart iba acompañado de una joven y famosa actriz de teatro a la que él y Skippy Deere querían confiar el principal papel femenino en la película sobre la vida de Jim Losey. La acriz tenía unas acusadas facciones egipcias y unos modales arrogantes. Por su parte, Bantz no se separaba ni un solo instante de su nuevo hallazgo, la ingenua virgen Johanna, de apellido desconocido. Athena más radiante que nunca, se había presentado con sus amigas Claudia, Dita Tommey y Molly Flanders. A pesar de que apenas había abiérto la boca, tanto Johanna como Liza Wrongate, la actriz de teatro, la estaban mirando con una mezcla de temor reverente y envidia. Ambas se acercaron a ella; la reina a la que esperaban sustituir.

Claudia le preguntó a Bobby Bantz: —¿No has invitado a mi hermano?

—Por supuesto que sí, —contestó Bantz—, pero me ha dicho que estaba muy ocupado.

—Gracias por darle a la familia de Ernest el porcentaje que le corresponde —dijo Claudia sonriendo.

—Molly me atracó —dijo Bantz.

Siempre había apreciado a Claudia, quizá porque Marrion le tenía simpatía, de modo que no se tomó a mal su irónico comentario. Me puso una pistola en la sien.

—Aun así hubieras podido poner trabas —dijo Claudia. Marrion aprobaría tu conducta.

Bantz la miró sin decir nada, y de repente sintió que las lágrimas le asomaban a los ojos. Nunca podría Llegar a ser como Marrion, y lo echaba de menos.

Entre tanto, Skippy Deere había acorralado a Johanna y le estaban hablando de su nueva película en la que había un estupendo papel de una sola escena para una joven e inocente muchacha, bárbaramente violada por un traficante de drogas.

—Sería un papel estupendo para ti. No tienes mucha experiencia, pero si Bobby da el visto bueno podrías hacer una prueba. Tras una breve pausa añadió en tono confidencial. Pero creo que tendrías que cambiarte de nombre. Johanna es demasiado vulgar para tu carrera —dijo, aludiendo al estrellato que la chica tenía por delante.

Johanna se retiró para hablar con Bantz, y él se reunió con Melo Stuart y Liza, su nueva amiga. A pesar de sus grandes dotes como actriz de teatro, Skippy dudaba de su futuro en la pantalla. La cámara era demasiado cruel con la clase de belleza que ella tenía, y su inteligencia no le permitiría encajar en ciertos papeles. Pero Melo había insistido en que le dieran el principal papel femenino de la película de Losey, y a veces no se podían contrariar los deseos de Melo. Además, el principal papel femenino de aquella película era una idiotez sin la menor sustancia.

Deere besó a Liza en ambas mejillas.

—Te vi en Nueva Yprk —le dijo. Una interpretación excepcional. Espero que participes en mi nueva película. Melo cree que será tu entrada triunfal en el cine.

Liza le dirigió una fría sonrisa. —Primero tengo que ver el guión —dijo.

Deere reprimió la punzada de furia que siempre sentía en tales ocasiones. Le estaban ofreciendo la oportunidad de su vida, y encima la tía quería ver el maldito guión. Vio la irónica sonrisa de Meló.

—Faltaría más —dijo, pero ten por seguro que jamás te enviaría un guión que no fuera digno de tu talento.

Melo, que siempre se mostraba más ardiente en sus negocios que en sus aventuras, —dijo:

—Liza, te podemos garantizar el principal papel femenino de una película de serie A. El guión no es un texto tan sagrado como en el teatro. Se puede cambiar a tu gusto.

Liza lo miró con una sonrisa ligeramente más cordial.

—¿O sea que tú también te crees estas tonterías? Las obras teatrales se modifican. ¿Qué te imaginas que hacemos cuando las representamos fuera de la ciudad?

Antes de que uno de sus dos interlocutores pudiera contestar, Jim Losey y Dante Clericuzio entraron en el apartamento. Deere se acercó a ellos para saludarlos y presentarlos a los demás invitados.

Losey y Dante formaban una pareja casi cómica Losey, alto, apuesto e impecablemente vestido con camisa y corbata a pesar del sofocante calor de julio de Las Vegas. A su lado Dante, con el musculoso cuerpo a punto de reventar la camiseta y un gorro renacentista con incrustaciones de piedras preciosas, coronando su áspero y corto cabello negro. Todos los presentes en la estancia, expertos en mundos de fícción, se dieron cuenta de que aquellos dos tipos no eran de ficción sino de verdad, por muy extraño que fuera su aspecto. Sus rostros eran demasiado fríos e inexpresivos. Aquello no se hubiera podido simular con maquillaje.

Losey se acercó inmediatamente a Athena y le dijo que estaba deseando verla en Mesalina. Abandonó su estilo amenazador y adoptó una actitud casi aduladora. Las mujeres siempre lo encontraban encantador. ¿Cómo era posible que Athena fuera una excepción?

Dante se llenó una copa y se sentó en el sofá. Nadie se acercó a él excepto Claudia. Se habían visto como mucho tres o cuatro veces a lo largo de toda su vida y sólo tenían en común algunos recuerdos infantiles. Claudia le dio un beso en la mejilla. Dante solía atormentarla cuando eran pequeños; pero ella siempre lo recordaba con cierto cariño.

Dante se inclinó hacia delante para abrazarla.

—Claudia, estás guapísima. Si hubieras sido así cuando eramos pequeños no te hubiera pegado tantos tortazos.

Claudia le arrancó el gorro renacentista de la cabeza. Cross me ha hablado de tus sombreros. Te favorecen mucho —dijo, encasquetándoselo en la cabeza. Ni siquiera el Papa tiene un gorro como éste.

—Y eso que tiene muchos —dijo Dante. ¿Quién hubiera imaginado que llegarías a ser un personaje tan importante en el mundo del cine?

—¿A qué te dedicas últimamente? le preguntó Claudia.

—Dirijo una empresa de productos cárnicos —contestó Dante. Somos proveedores de muchos hoteles. Oye —añadió con una sonrisa, ¿me podrías presentar a tu preciosa estrella?

Claudia lo acompañó al lugar donde se encontraba Athena, todavía acosada por Jim Losey. Athena contempló con una sonrisa el gorro de Dante y éste la miró con una expresión encantadoramente cómica.

Losey aún no se había dado por vencido. —Estoy seguro de que su película será estupenda le —dijo. Confío en que cuando termine la fiesta me permita ser su guardaespaldas y acompañarla a la villa para tomar una copa juntos.

Estaba interpretando el papel del buen policía. Athena rechazó con suma elegancia su invitación.

—Me encantaría —contestó, pero sólo me quedaré media hora en la fiesta y no quisiera que usted se la perdiera por mi culpa. Mañana tengo que coger el avión a primera hora, y después viajaré a Francia. Tengo muchas cosas que hacer.

Dante admiró su tacto. Se veía con toda claridad que aborrecía a Losey pero que al mismo tiempo le tenía miedo. Aún así dejaba abierta la posibilidad de que Losey pensara que podía tener alguna oportunidad con ella.

—Puedo acompañarla a Los Ángeles —dijo Losey. ¿A que hora es el vuelo?

—Es usted muy amable —contestó Athena, pero se trata de un pequeño vuelo chárter privado y todas las plazas están ocupadas.

En cuanto regresó a su villa, Athena llamó a Cross y le dijo que iba para allá.

Lo primero que llamó la atención de Athena fueron las medidas de seguridad. Había guardias en el ascensor que conducía a la suite del último piso del hotel Xanadú. El ascensor se abría con una llave especial, tenía cámaras de seguridad en el techo y sus puertas se abrían a una antesala vigilada por cinco hombres. Uno de ello se encontraba junto a la puerta del ascensor, otro estaba sentado junto a un mostrador con cinco pantallas de televisión, dos estaban jugando una partida de cartas en un rincón de la estancia y otro se hallaba sentado en el sofá, leyendo el Sports lllustrated. Todos la miraron con la característica expresión de sortilegio con que tantas veces la habían mirado los hombres; reconociendo la singularidad de su belleza, aunque hacía ya tiempo que semejantes miradas no despertaban su vanidad. Ahora sólo sirvieron para hacerle comprender la existencia de un peligro. El hombre del mostrador pulsó un botón que abría la puerta de la suite de Cross. Cuando hubo entrado, la puerta se cerró trás ella.

Se encontraba en la zona reservada a despacho. Cross se acercó y la acompañó a la zona de estar. Le dio un suave beso en los labios; y se dirigió con ella al dormitorio. Se desnudaron sin decir una sola palabra y se abrazaron. Cross experimentó una profunda sensación de alivio al sentir el contacto de su piel y contemplar el esplendor de su rostro.

—Hay pocas cosas en el mundo que me gusten tanto como mirarte —le díjo con un suspiro.

Ella le contestó con una caricia, le acercó los labios para que los besara y lo atrajo a la cama. Intuía su sinceridad y sabía que hubiera estado dispuesto a dar cualquier cossa que le pidiera. A cambio, ella estaba dispuesta a cumplir todos sus deseos. Por primera vez en mucho tiempo reaccionó no sólo físicamente sino también mentalmente. Lo amaba con toda su alma y le encantaba hacer el amor con él. Era consciente sin embargo de que en cierto modo Cross era un hombre peligroso, incluso para ella.

Al cabo de una hora se vistieron y salieron a la terraza.

Las Vegas estaba inundada de luces de neón, y las calles y los vulgares edificios de los hoteles aparecían bañados por la dorada luz del sol del atardecer. Más allá estaban el desierto y las montañas. Allí se sentían aislados. Las verdes banderas de las villas permanecían inmoviles pues no soplaba la menor brisa.

Athena apretó fuertemente la mano de Cross. —Te veré en la proyección de la película y en la fiesta de despedida? —le preguntó.

—Lo siento pero no podré asistir —contestó Cross. Ya nos veremos en Francia.

—Veo que es muy difícil acercarse a ti —dijo Athena. El ascensor cerrado con llave y un montón de hombres vigilando.

—Es sólo por unos días —dijo Cross. Hay demasiados forasteros en la ciudad.

—Me han presentado a tu primo Dante —dijo Athena. Parece que ese investigador de la policía es muy amigo suyo. Forman una pareja encantadora. Losey se ha mostrado muy interesado por mi bienestar y mis horarios. Dante también me ha ofrecido su ayuda. Parecían muy preocupados y tenían mucho empeño en que yo llegara sana y salva a Los Ángeles.

Cross le apretó cariñosamente la mano. —Llegarás —le dijo.

—Claudia me ha dicho que Dante es primo vuestro —dijo Athena. ¿Por qué lleva esos sombreros tan raros?

—Dante es un chico muy simpático —dijo Cross.

—Pues Claudia me ha contado que vosotros dos sois enemigos desde la infancia —dijo Athena.

—Es cierto —dijo jovialmente Cross, pero eso no significa que sea una mala persona.

Contemplaron en silencio las calles de abajo, llenas de automoviles y de gente que se dirigía a pie a los distintos hoteles para cenar y jugar, soñando con unos placeres preñados de peligros.

—O sea que ésta es la última vez que nos vemos —dijo Athena, volviendo a apretar la mano de Cross como si quisiera borrar lo que acababa de decir.

—Ya te he dicho que nos veremos en Francia —replicó Cross.

—¿Cuándo? —preguntó Athena.

—No lo sé —contestó Cross. Si no aparezco, eso querrá decir que estoy muerto.

—¿Tan grave es la cosa? —preguntó Athena.

—Sí.

—¿Y no me puedes decir de qué se trata? Cross dudó un instante antes de contestar

—Estarás a salvo —dijo, y creo que yo también lo estaré. Más no te puedo decir.

—Esperaré —dijo Athena, dándole un beso antes de abandonar la suite.

Cross la vio alejarse y poco después salió a la terraza para verla salir del hotel y cruzar la columnata. Observó cómo el vehículo con los guardias de seguridad la conducía a su villa. Después cogió el teléfono y llamó a Lia Vazzi, ordenándole que reforzara todavía más las medidas de seguridad en torno a Athena

A las diez de la noche ya estaba llena la zona del salón de baile del hotel Xanadú convertida en improvisada sala cinematográfica. El público esperaba la proyección del montaje provisional de Mesalina. Había una sección especial con mullidas butacas y una consola con un teléfono en el centro. Uno de los asientos estaba vacío y en él se había colocado una corona de flores con el nombre de Steve Stallings. Las demás butacas estaban ocupadas por Claudia, Dita Tommey, Bobby Bantz y su acompañante Johanna, Melo Stuart y Liza, y Skippy Deere, que inmediatamente tomó posesión del teléfono.

Athena fue la última en llegar, y su presencia fue acogida con vítores por parte de todos los miembros del equipo de rodaje y los dobles de inferior categoría. Los participantes más importantes, los actores secundarios del reparto y todos los ocupantes de los sillones la aplaudieron y la besaron en la mejilla mientras se dirigía al sillón del centro. Entonces Skippy Deere cogió el teléfono y le dijo al operador que ya podía empezar.

Cuando apareció la frase dedicada a Steve Stallings sobre fondo negro, el público aplaudió respetuosamente. Bobby Bantz y Skippy Deere se sabían opuesto a la inserción de la dedicatoria, pero Dita Tommey había conseguido imponer su criterio, sólo Dios sabía por qué, —dijo Bantz. Pero qué más daba, aquello era sólo un montaje provisional y además la muestra de sentimentalismo sería comentada por la prensa.

La película apareció en la pantalla.

Athena estaba arrebatadora, con una sensualidad mucho más acusada que en la vida real y un ingenio que no constituyó ninguna sorpresa para quienes la conocían. De hecho, Claudia había escrito varias frases especialmente destinadas a subrayar aquella cualidad. No habían reparado en gastos y las importantes escenas sexuales se habían realizado con un gusto exquisito.

No cabía duda de que Mesalina, después de todas las dificultades con que había tropezado, alcanzaría un éxito extraordinario. Dita Tommey estaba reslumbrante de felicidad pues finalmente se había convertido en una directora cotizada. Melo Stuart ya estaba calculando cuánto podría pedir en la siguiente película de Athena. Bantz, con un semblante de no demasiado sueño, estaba preocupado pensando en lo mismo. Skippy calculaba el dinero que iba a ganar. Finalmente se podría comprar un jet privado

Claudia estaba más emocionada que nadie. Su creación ya había conseguido llegar a la pantalla. El crédito del guión original era exclusivamente suyo. Gracias a Molly Flanders cobraría un porcentaje sobre los beneficios brutos. Cierto que Benny Sly había hecho algunos retoques, aunque no los suficientes como para figurar en los créditos.

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