El último patriarca (11 page)

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Authors: Najat El Hachmi

Tags: #Drama

BOOK: El último patriarca
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Tan a gusto que se solía sentir rodeado de gente y tan fuera de lugar que debía de sentirse en aquella estancia donde sólo estaban él y ella, justo después de que la abuela cerrara la puerta. No sólo porque era la primera vez que estaba a solas con su ya esposa, quizá también porque sabía que afuera todos estaban a la espera de su actuación.

¿Cómo empezar? ¿Cómo demostrar al mundo que él era lo bastante viril y su esposa lo bastante decente como para haber conservado el himen intacto? Debía de ser muy extraño que el sexo, tan privado y tabú que era en aquellos lugares, se hiciera tan público en ceremonias como ésas. Incluso Mimoun, que para esos asuntos no había tenido nunca dificultad alguna, empezó a temer un posible fracaso. No dejaba de pensar en las mujeres y en los hombres de las habitaciones de al lado que esperaban su veredicto. Aunque su naturaleza nos podría hacer pensar que aquello iba a ser muy fácil para él, hay que tener en cuenta las circunstancias y la presión del entorno.

Y así ocurrió que cuando Mimoun se disponía a cumplir con su deber marital se encontró con que su miembro, ese cómplice que tantos problemas le había ocasionado, ahora no quería responderle.

La miraba a ella al fondo de la habitación, rodeada de telas blancas, y se miraba la entrepierna. Nada, nada de nada. Caminó arriba y abajo sobre el suelo pavimentado y cubierto de alfombras hechas de trapos viejos, arriba y abajo, con la chilaba de novio e intentando deshacerse de sus fantasmas. Nunca antes le había sucedido, más bien lo que le costaba era contenerse.

Iba y venía haciendo tiempo. Corrió la cortina y levantó el velo que cubría el rostro de madre, temblorosa. La debía de querer mirar para adivinarse deseado en los ojos de ella, alzándole la barbilla hasta que ella no pudo esquivar por más tiempo su mirada, buscando en ella algún atisbo de atracción. Pero no. Su mujer había sido muy bien educada y no se comportaría como un animal en celo. Se lo quedó mirando un instante, indiferente, con esos ojos tan grandes que parecía que se le fueran a salir del rostro. Nada, su miembro continuaba sin responder.

Hasta que una de sus hermanas, la mayor y ya casada, tocó a la puerta con los nudillos y dijo, ¿va todo bien? ¿Hay noticias? ¿Ya podemos hacer los «iuius»?

Él abrió la puerta y le dijo entra, que no sé qué me pasa. Que no puedo, hermana, que no puedo. Debió de pasar mucha vergüenza al decir algo así, pero ella lo entendió antes de que acabara la frase y dijo que ya lo solucionaría. Fueron a buscar el brasero, y la tía, que de tanto vivir en la ciudad ya había aprendido mucho de esos temas, fue quemando diferentes tipo de hierbas y de minerales encima del fuego encendido y dijo, levántate la chilaba y pasa las piernas por encima del humo. Él le hizo caso y pronto sintió un calorcillo que le subía piernas arriba; toda la estancia humeaba hierba quemada. ¿Es que no te lo digo siempre, Mimoun? Ya sabes quién te ha hecho eso, ¿no? Ha sido esa furcia que siempre rondas, Fatma te debe de haber echado mal de ojo, Mimoun. ¿No ves que está celosa y que se querría haber casado contigo? Con lo vieja que está, qué se habrá creído. Ahora veremos si a tu mujer también la han mirado mal y nos tenemos que pasar la noche humeándoos a los dos.

Pero en casa de Muhand no sabían hacer ese tipo de cosas, y nadie había hecho pasar a madre encima del humo cargado de olores para hacerle el himen impenetrable, nadie. O sea que debió de soltar un «ay» muy agudo cuando Mimoun la penetró tan fuerte como pudo, con prisa por demostrarles a todos que él era un hombre de verdad y su esposa, una mujer de las que ya no abundan y con la que crearía vínculos que nadie podría deshacer.

Ay, debió de gritar madre antes de que la tela blanca encima de la que había estado tumbada se manchara con unas gotas finísimas de sangre, como una lluvia. Sin saber que ese dolor dentro de la vagina sólo era el inicio del calvario que le esperaba.

25

UNA ESPOSA COMO ES DEBIDO

Madre era demasiado tozuda para ser la esposa de Mimoun. Él necesitaba una mujer que se dejase domesticar del todo y ella, en los asuntos que le eran importantes, no sabía ceder. No es que hiciera cosas que no debiese ni que quisiera gozar de más libertad de la que tenía, pero a madre le habían enseñado a ser una buena esposa y una buena nuera para la señora de lo que ya era su nuevo hogar.

Por eso le debió de costar mucho quedarse una semana entera encerrada en su habitación, esperando a que pasasen los siete días estipulados en que sólo tenía que dedicarse al disfrute de los primeros momentos del matrimonio. Lo hizo por respeto a la abuela, por respeto a las tradiciones y porque en el pueblo habría sido un escándalo que hubiera salido antes de cumplirse la semana. No tuvo que serle fácil, debía de ir por toda la habitación, colocando las tazas de té que sus primas le habían regalado encima del estante del fon4o de la estancia y los vasos dorados y las teteras en el armario de delante de la puerta del lavabo, y sacudiendo las mantas, que doblaba para colocarlas de asiento junto a la pared, en el espacio entre la cama y la entrada.

Dicen que madre estaba muy guapa, tan joven, con las manos teñidas de rojo, los ojos pintados y la boca coloreada con corteza de nogal. Se debía de atar el pañuelo justo en medio de la nuca y se le vería el pelo tan bien peinado allí donde comenzaba la tela, seguramente con la raya aliado y los pendientes bajándole por las orejas y rozando de vez en cuando su cuello. Se debía de sentar junto a la pared, con las piernas dobladas a un lado, frotándose de vez en cuando los talones cuando venían a visitarla las mujeres del pueblo, deseosas de conocer a la nueva nuera de Driouch.

A ver si consigues que este chico siente un poco la cabeza, que tiene demasiados pájaros, le decían. ¿Te han contado lo de las palomas? Y ella no sabía de qué le hablaban, pero tampoco preguntó nada, pues su suegra le hizo chsss y nadie le daba ninguna otra información sobre aquel asunto. Sí que era verdad que en aquella casa había muchos agujeros en lo alto de las paredes del patio donde anidaban un número exagerado de palomas, pero ¿qué tenía eso que ver con su marido?

Madre quería barrer el suelo después de las visitas, los restos de cáscara de cacahuete de encima de la alfombra, pero la abuela le cogía asustada la escoba, ¡bendita! ¿Es que no sabes que eso trae mala suerte? Dicen que los siete días posteriores a la pérdida de la virginidad cualquier mujer se vuelve más vulnerable que nunca, que su estado es diferente, como si estuviera medio en el cielo y medio en la tierra, rodeada a todas horas de ángeles que la contemplan enternecidos. Pero los ángeles huirían despavoridos si ella hiciera algo que los pudiera ofender, como por ejemplo barrer, fregar o lavar la ropa. Incluso saldrían corriendo y la dejarían desprotegida si llegara a salir del lugar donde ha dejado de ser niña. Sin su guardia constante durante ese periodo de tiempo, todos los
djins
del mundo se le podían meter dentro y nunca más volvería a ser la misma.

No es que madre no se creyera esas cosas, pero estaba demasiado acostumbrada a trabajar desde que salía el sol hasta el anochecer. Siempre había sido así. Se sintió aliviada cuando el último día de su cautiverio vinieron a visitarla sus padres, como debe ser, y le llevaron unos cuantos pollos asados para comer. El abuelo segundo le debía de decir no llores, mujer, que si tú lloras, yo también. Pero al oírlo hablar con la voz rota, ella aún debía de llorar más.

Al día siguiente ya podía volver a ser ella, y empezó a aprenderse de memoria todos los rincones de la casa para trabajar tanto como hiciera falta. Así se olvidaba de la añoranza de su padre y cumplía el que había de ser su destino.

Cuando aprendió a cocinar, a hacer el pan, a moler la harina y a recoger las hierbas para los conejos, la abuela segunda siempre le repetía que todo eso le serviría para ir preparada a la casa de su marido. Piensa que una novia siempre es el centro de atención y que serás juzgada por tus acciones y por lo que salga de tu boca. Gozarás de los favores de tu señora siempre que ella esté contenta con el trabajo que hagas, no lo olvides. Ella es mayor y se merece que la honres como madre de su hijo. Que no salgan de tus labios más que palabras dulces y que tus manos no se detengan nunca.

Pero la abuela segunda jamás se habría imaginado que pudiera existir un marido como Mimoun, y es por ello que madre estaba preparada para ser una esposa como es deoido, pero no su esposa.

Seguramente madre lo aprendió todo muy de prisa y debía de estar contenta de que la abuela halagara sus guisos y las pastas que hacía. Debéis aprender de ella, les decía a sus hijas más pequeñas, y ellas ya la querían como a una hermana,. Madre también se acostumbró a ese Mimoun que bromeaba a todas horas y que ya no le hacía tanto daño por las noches. Se reían juntos, y ella quizá pensaba a menudo que era un joven muy agradable y que podría aprender a amarlo aunque fuera su esposo. Mimoun aprendía a ser afectuoso con ella, pero ella no estaba preparada para ser su mujer.

Dicen que aquel día hacía mucho calor, que la abuela no se había encontrado demasiado bien y que se tenían que lavar y extender los granos de trigo tiernos para hacer los cereales tostados que se comían por la mañana. Al oír que su madre y su esposa hablaban, Mimoun había dicho yo no quiero que hagas ese tipo de labores del campo, y aún menos en la parte trasera de la casa; que lo hagan las niñas.

Las niñas pusieron en remojo el cereal después de desprenderlo del tallo y fueron a recoger la ropa tendida cerca del río. Puede que se hubieran encontrado con alguna amiga con quien chismorrear porque aún no habían regresado.

Quizá madre dijera,
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, hace ya mucho que el trigo está en remojo, voy a escurrirlo y a extenderlo antes de que se estropee, y salió por la puerta principal.

Movía la mano sobre los verdes granos para que no quedase ninguno encima del otro y de vez en cuando retiraba alguna piedra minúscula con el pulgar y el índice y la lanzaba hacia atrás, por encima de los hombros. En ello estaba cuando oyó a Mimoun detrás de ella diciendo: pero ¿yo qué te había dicho? ¿Qué te había dicho? ¿Es que mi palabra no vale para nada? Y madre ya tenía la cara sobre el trigo y él había agarrado la pieza de hierro que utilizaban para moler las especias y se sentaba encima de ella golpeándole las piernas. Madre no sabía gritar, y gritar la hubiera ayudado. Mimoun le pegaba cada vez más fuerte al ver que no le hacía daño. Cuanto más callaba ella, las lágrimas rodándole por el rostro, más rabia sentía él. Si tan sólo hubiera gritado un poco, él se habría sentido vencedor. Y si hubiera gritado, la abuela no habría tardado tanto en llegar hasta allí y en sacarle de encima a Mimoun. ¿Por qué no me llamabas, bendita? No entendía que aquella mujer aguantara los golpes en silencio y Mimoun no paraba de repetir que le tenía que hacer caso en todo lo que le dijera, en todo.

Madre se pasó no se sabe cuántos días con las piernas tan llenas de moratones que no podía ni caminar, ya ni se acuerda. Cuando me cuenta esta historia, yo siempre se las repaso con atención, para comprobar si todavía le queda alguna marca.

26

EL HIJO DEL HIJO

Con episodios como aquéllos, la mujer de Mimoun había ido aprendiendo que cuando él decía algo se le tenía que hacer caso al pie de la letra. Pero madre era muy tozuda para ser la mujer de Mimoun, porque para ella era más importante cumplir sus deberes que obedecer a su esposo y punto. De modo que debía de recibir bastante a menudo por esa manía suya de no hacer lo que él decía, incluso debió de recibir durante el tiempo que duró su primer embarazo.

Mimoun iba y venía de la ciudad, alternando trabajillos de pocas semanas con dilatados periodos de descanso. Aún trabajaba con la convicción de que ése no era el destino que le tocaba vivir. Cuando no tenía nada que hacer, subía a la terraza de una de las habitaciones, que hacía un amenazante ruido como si fuera a romperse, y se podía pasar así todo el día, vigilando que su mujer le fuera en verdad fiel y que no se saltara ninguna norma de las que le había impuesto.

Seguramente desde allí arriba se ftiaba más que nunca en el rival número dos, que se llamaba igual que el rival número uno. Hasta entonces no le había molestado demasiado, pero ahora observaba que el chico empezaba a entrar en esa edad en la que todos lo consideraban un niño aunque ya no lo fuera. Mimoun pensaba en él mismo cuando tenía sus años, en cómo le gustaba magrear a sus primas cuando las tenía cerca. Ellas se reían porque de hecho él era un niño, pero Mimoun gozaba de ellas como cualquier adulto, y se masturbaba recordando cómo les tocaba los suaves pechos o el culo. Y por eso enrojeció de rabia cuando vio que su mujer jugaba con el rival número dos. Ella sostenía en alto un libro del niño y éste saltaba y saltaba para conseguir alcanzarlo. En cada salto le tocaba la cintura y su rostro quedaba junto al pecho de ella. Mimoun no había dicho nada.

Nada hasta la noche, en que le soltó al oído: ¿te ha puesto caliente el pequeño? Y ella no sabía ni de qué hablaba. Te ha gustado que te tocara las tetas, ¿eh? Eres una puta, como todas las mujeres, y la debía de penetrar sin muchas contemplaciones. Si te vuelvo a ver cerca de él te mato. ¿Me has entendido? Te mato.

Mimoun seguía encontrándose con Fatma, a pesar de tener para él a aquella mujer con la que iba creando unos vínculos tan intensos. Fatma hacía cosas que una mujer decente no debía hacer nunca, aunque fuera con su esposo. Además, madre estaba embarazada, y ya se sabe que las embarazadas suelen estar raras.

Pero no por eso la dejaba tranquila, y ella esperaba nerviosa el día del parto. Presentía que llevaba un niño en el vientre.

Madre quería tener niños, porque no podía imaginarse a una hija suya sufriendo a su marido. Mimoun, en cambio, sólo quería niñas, decía que ellas eran más fieles con sus padres y que los chicos siempre te acaban traicionando.

Así se fueron sucediendo los días de aquella primavera, hasta que una mañana madre se levantó con los riñones doloridos y dijo,
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, me parece que me pasa algo. Se debía de asustar como se asustan todas las madres primerizas, pero la partera del pueblo llegó a tiempo para explicarle cómo lo tenía que hacer. La cogió fuerte hasta que empujó lo suficiente y se oyó el chillido de un niño. Lo que nació en casa de los Driouch fue un varón, el primero de los nietos que le daría su primogénito. Mimoun dijo que nadie dejara ir un «iuiu» de alegría, que para él la alegría hubiera sido una hija, de modo que en el pueblo todo el mundo pensó que había nacido una niña.

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