El vencedor está solo (36 page)

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Authors: Paulo Coelho

BOOK: El vencedor está solo
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»No voy a ser demasiado amable con ellos; están acostumbrados a que los traten siempre como a los que están en la parte más baja de la escala de poder en Cannes. Les diré que les estoy haciendo un gran favor y eso es todo; a partir de ahí, no correrán el riesgo de perder una oportunidad como ésa porque pueden llegar a despedirlos, y lo que no falta en este mundo es gente con una cámara y una conexión a Internet, ávida de colgar en la red mundial lo que todos, absolutamente todos, han pasado por alto. Creo que en algunos años los periódicos sólo utilizarán los servicios de personas anónimas, disminuyendo así sus costes, ya que la circulación de revistas y de periódicos es cada vez menor.

Quería demostrar sus conocimientos sobre los medios de comunicación, pero a la chica que está a su lado no le interesa; coge uno de los papeles y comienza a leer.

—¿Quién es Lisa Winner?

—Tú. Te hemos cambiado el nombre. Mejor dicho, el nombre ya estaba escogido incluso antes de que te seleccionasen. A partir de ahora te llamas así: Gabriela es demasiado italiano, y Lisa puede ser de cualquier nacionalidad. Los estudios de mercado aseguran que los apellidos de entre cuatro y seis letras son siempre más fáciles de retener para el gran público: Fanta. Taylor. Burton. Davis. Woods. Hilton. ¿Quieres que siga?

—Ya veo que sabes cómo funciona el mercado; ahora tengo que descubrir quién soy, según mi nueva biografía.

No intentó disimular la ironía en su voz. Estaba ganando terreno; empezaba a comportarse como una estrella. Empezó a leer lo que estaba allí escrito: la gran revelación escogida entre más de mil participantes para trabajar en la primera producción cinematográfica del famoso modisto y empresario Hamid Hussein..., etc.

—Los folletos están impresos desde hace más de un mes —dice el andrógino, haciendo que la balanza se incline otra vez a su favor y saboreando su pequeña victoria—. Lo escribió el equipo de marketing del grupo; nunca se equivocan. Fíjate en ciertos detalles como «Ha trabajado como modelo, ha hecho un curso de arte dramático». Va contigo, ¿no crees?

—Eso significa que me han seleccionado más por mi biografía que por la calidad de la prueba que me hicieron.

—Todas las personas que estaban allí tenían la misma biografía.

—¿Qué tal si dejamos de provocarnos e intentamos ser más humanos y más amigos?

—¿En este medio? Olvídalo. No hay amigos, sólo intereses. No hay humanos, sólo máquinas enloquecidas que se lo llevan todo por delante, hasta que consiguen llegar a donde quieren, o se estrellan contra un poste.

A pesar de la respuesta, Gabriela siente que ha acertado de lleno; la animosidad de su compañero de limusina se diluye.

Sigue leyendo: «Durante muchos años se negó a trabajar en el cine, ya que prefería el teatro como forma de expresión de su talento.»

—Eso te da muchos puntos: eres una persona íntegra que sólo has aceptado el papel porque te apasionaba realmente, aunque tenías ofertas para seguir trabajando en Shakespeare, Beckett o Genet.

El andrógino es culto. A Shakespeare lo conoce todo el mundo, pero Beckett y Genet sólo son para determinadas personas.

Gabriela —o Lisa— asiente. El coche llega a su destino, y allí están otra vez los famosos guardaespaldas vestidos de negro, camisa blanca y pequeñas radios en la mano, como si fuesen verdaderos policías (lo que tal vez sea el sueño colectivo de ese grupo). Uno de ellos le dice al chófer que siga adelante, todavía es muy temprano.

A esas alturas, sin embargo, el andrógino ya ha sopesado los riesgos y decide que llegar temprano es mejor. Sale de la limusina y se dirige a un hombre que mide el doble de su tamaño. Gabriela necesita distraerse, mejor pensar en otra cosa.

—¿Cuál es la marca de este coche? —le pregunta al chófer.

—Un Maybach 57S —responde él con acento alemán—. Una verdadera obra de arte, la máquina perfecta, el lujo supremo.

Pero ella ya no le presta atención. Ve al andrógino discutiendo con un hombre que mide el doble de su tamaño. El tipo no parece hacerle caso, y le hace un gesto para que vuelva al coche y dejen de interrumpir el tráfico. El andrógino, un mosquito, le da la espalda al elefante y camina hasta el coche.

Abre la puerta y le pide que salga; van a entrar de cualquier manera.

Gabriela teme lo peor: el escándalo. Pasa con el mosquito junto al elefante, que les dice: «¡Eh, no podéis entrar!», pero ambos continúan andando. Se oyen entonces otras voces: «¡Por favor, respeten las reglas, todavía no hemos abierto las puertas!» No tiene valor para mirar atrás y ver que la manada los persigue, dispuesta a masacrarlos en un momento.

Pero no pasa nada, aunque en ningún momento el andrógino haya acelerado el paso, tal vez por respeto al vestido largo de su compañera. Ahora caminan por el jardín inmaculado, el horizonte se ha teñido de rosa y azul, el sol se está poniendo.

El andrógino saborea otra victoria.

—Son muy machos mientras nadie se queja. Pero basta con levantarles la voz, mirarlos fijamente a los ojos y seguir adelante, y ya no se arriesgan. Tengo las invitaciones y eso es todo cuanto debo mostrarles; son grandes pero no son estúpidos, saben que sólo la gente importante es capaz de tratarlos como yo lo he hecho.

Y concluye, con una sorprendente humildad:

—Estoy acostumbrado a fingir que soy importante.

Llegan a la puerta del hotel de lujo, completamente aislado de la agitación de Cannes, donde se hospedan solamente aquellos que no tienen que andar de un lado a otro por la Croisette. El andrógino le dice a Gabriela/Lisa que vaya al bar y pida dos copas de champán: así sabrán que está acompañada. Nada de hablar con extraños. Nada de vulgaridades, por favor. Él va a ver cómo está el ambiente y a distribuir los folletos.

—Aunque no sea más que una cuestión de protocolo. Nadie publicará tu foto, pero me pagan para eso. Vuelvo dentro de un minuto.

—Pero acabas de decir que los fotógrafos...

Vuelve la arrogancia. Antes de que Gabriela pueda acabar, él ya ha desaparecido.

No hay mesas vacías; el local está lleno, todo el mundo va de esmoquin o vestido largo. Todos hablan en voz baja; eso si hablan, porque la mayoría tienen los ojos fijos en el océano que se ve a través de las grandes vidrieras. Aunque es su primera vez en un sitio como ése, nota un sentimiento palpable, inconfundible, que planea sobre todas esas cabezas coronadas: un profundo tedio.

Todos han participado en cientos, miles de fiestas como ésa. Antes se preparaban para la excitación de lo desconocido, de encontrar un nuevo amor, de hacer contactos profesionales importantes, pero ya han llegado a la cima de su carrera, ya no hay desafíos, sólo les queda comparar un yate con otro, las joyas propias con las de la vecina, los que están sentados en las mesas más cercanas a las vidrieras con los que están más lejos, señal inconfundible del estatus superior del primer grupo. Sí, ése es el fin de la línea: tedio y comparación. Tras décadas intentando llegar a donde están ahora, parece que no les ha quedado absolutamente nada, ni siquiera el placer de contemplar otra puesta de sol en un lugar como ése.

¿Qué piensan esas mujeres, tan ricas, silenciosas y distantes de sus maridos?

Edad.

Tienen que volver a cierto cirujano plástico y rehacer lo que el tiempo va consumiendo. Gabriela sabe que eso también le pasará a ella algún día y, de repente —puede que por culpa de todas las emociones de ese día, que termina de una manera tan diferente de como empezó—, nota que vuelven los pensamientos negativos.

De nuevo la sensación de terror mezclada con alegría. Una vez más, el sentimiento de que, a pesar de toda su lucha, no merece lo que le está pasando; simplemente es una chica que se esfuerza en su trabajo, pero que no está preparada para la vida. No conoce las reglas, está yendo más allá de lo que el buen juicio le dicta, ese mundo no le pertenece, y jamás conseguirá formar parte de él. Se siente desamparada, no sabe exactamente qué ha ido a hacer a Europa; no hay nada de malo en ser actriz en el interior de Estados Unidos, haciendo lo que le gusta y no lo que otros le imponen. Quiere ser feliz y no está segura de ir por el buen camino.

«Deja eso. ¡Aparta esos pensamientos!»

No puede hacer yoga allí, pero intenta concentrarse en el mar y en el cielo rojo y dorado. Está ante una oportunidad de oro, tiene que superar su repulsa y hablar más con el andrógino en los pocos momentos libres antes del «pasillo». No puede cometer errores; ha tenido suerte y debe aprovecharla. Abre el bolso para coger el maquillaje y retocarse los labios, pero todo lo que ve dentro es un papel de seda arrugado. Estuvo por segunda vez en la habitación de los regalos con la maquilladora aburrida, y otra vez olvidó coger su ropa y sus documentos, ¿dónde iba a dejarlos?

Ese bolso es una metáfora perfecta para lo que está viviendo: bonito por fuera, totalmente vacío por dentro.

«Contrólate.

»El sol desaparece en el horizonte y renacerá mañana con la misma fuerza. Yo también tengo que renacer ahora. El hecho de haber vivido tantas veces en sueños este momento debería ser suficiente para estar preparada, segura. Creo en los milagros, Dios me bendice, ha escuchado mis oraciones. Debo recordar lo que el director me decía siempre antes de cada ensayo: aunque estuviera haciendo la misma cosa, era necesario descubrir algo nuevo, fantástico, increíble, que me hubiera pasado desapercibido la vez anterior.»

Un hombre de aproximadamente cuarenta años, guapo, de pelo gris, vestido con un impecable esmoquin hecho a mano por algún maestro de sastrería, entra y se dirige hacia ella, pero ve la segunda copa de champán y se va hacia el otro extremo del bar. Tiene ganas de hablar con él; el andrógino tarda. Pero recuerda sus duras palabras: «Nada de vulgaridades.»De hecho, es condenable, inadecuado, inconveniente, ver a una mujer joven, sola en el bar de un hotel de lujo, abordar a un cliente mayor, ¿qué van a pensar?

Bebe el champán y pide otra copa. Si el andrógino ha desaparecido para siempre, no tiene cómo pagar la cuenta, pero eso no tiene importancia. Sus dudas e inseguridades desaparecen con la bebida, y ahora lo que la asusta es no poder entrar en la fiesta y cumplir con el compromiso asumido.

No, ya no es la muchacha de provincia que luchó para ascender en la vida, y nunca volverá a ser la misma persona. Adelante sigue el camino, pero otra copa de champán y el miedo a lo desconocido se transforma en el pánico a no volver a tener la oportunidad de descubrir lo que significa realmente estar allí. Lo que ahora la aterra es saber que todo puede cambiar de un momento a otro; ¿cómo hacer para que el milagro de hoy siga manifestándose mañana? ¿Qué garantía tiene de que todas las promesas que ha oído en las últimas horas se cumplirán realmente? Ha estado muchas veces ante puertas magníficas, oportunidades fantásticas, ha soñado durante días y semanas con la posibilidad de cambiar para siempre su vida, para descubrir finalmente que el teléfono no sonaba, que su curriculum había sido olvidado en una esquina, el director llamaba para disculparse y decirle que había encontrado a otra persona más adecuada para el papel, «aunque tienes mucho talento y no debes darte por vencida». La vida tiene muchas formas de poner a prueba la voluntad de una persona; o haciendo que no pase nada, o haciendo que todo pase al mismo tiempo.

El hombre que ha entrado solo mantiene los ojos fijos en ella y en la segunda copa de champán. ¡Le gustaría tanto que se acercara! Desde por la mañana no había tenido la oportunidad de hablar con nadie de lo que le estaba pasando. Pensó varias veces en llamar a su familia, pero el teléfono estaba dentro de su verdadero bolso, probablemente lleno de mensajes de sus compañeras de habitación, que quieren saber dónde está, si tiene alguna invitación, si le gustaría acompañarlas a algún evento de segunda categoría, al que «determinada persona podría asistir».

No puede compartir nada con nadie. Ha dado un gran paso en su vida, está sola en el bar de un hotel, aterrada con la posibilidad de que el sueño se acabe, y al mismo tiempo sabiendo que nunca más volverá a ser quien era. Ha llegado cerca de la cima de la montaña: o hace un esfuerzo extra o será derribada por el viento.

El hombre de pelo gris, de aproximadamente cuarenta años, que está bebiendo un zumo de naranja, sigue allí. En un determinado momento sus miradas se cruzan y él sonríe. Ella finge que no lo ha visto.

¿Por qué tiene tanto miedo? Porque no sabe muy bien cómo comportarse a cada nuevo paso que da. Nadie la ayuda; todo lo que hacen es darle órdenes, esperando que las cumpla con rigor. Se siente como una niña encerrada en un cuarto oscuro, intentando buscar su propio camino hacia la puerta, porque alguien muy poderoso la está llamando y espera ser obedecido.

El andrógino, que acaba de entrar, la interrumpe.

—Esperaremos un poco más. Empiezan a entrar en este momento.

El hombre guapo se levanta, deja la cuenta pagada y se dirige a la salida. Parece decepcionado; puede que estuviera esperando el momento adecuado para acercarse, decir su nombre y...

—... hablar un poco.

—¿Qué?

Se le había escapado algo. Dos copas de champán y su lengua ya estaba demasiado suelta.

—Nada.

—Sí, has dicho que necesitas hablar un poco.

El cuarto oscuro y la niña que no tiene a nadie que la guíe. Humildad. Hará lo que se prometió a sí misma hace unos minutos.

—Sí. Me gustaría saber qué hago aquí. Cómo he venido a parar a este universo que gira a nuestro alrededor, y del que todavía no comprendo casi nada. Todo es diferente de como lo imaginé. ¿Puedes creerlo?, cuando te fuiste a hablar con los fotógrafos, me sentí abandonada y asustada. Cuento con tu ayuda y quiero saber si eres feliz en tu trabajo.

Algún ángel —al que seguro que le gusta el champán— hace que diga las palabras adecuadas.

El andrógino la mira sorprendido; ¿acaso está intentando ser su amiga? ¿Por qué hace preguntas que nadie se atreve a hacer si lo conoce desde hace tan sólo unas horas?

Nadie confía en él porque no pueden compararlo con nada, es único. Al contrario de lo que piensan, no es homosexual; simplemente ha perdido el interés en el ser humano. Se decoloró el pelo, se viste como siempre ha querido, pesa exactamente lo que quiere pesar, sabe que provoca una impresión de extrañeza en la gente, pero no se siente obligado a ser simpático con nadie, siempre que haga bien su papel.

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