El viajero (33 page)

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Authors: David Lozano

Tags: #Terror, Fantástico, Infantil y Juvenil

BOOK: El viajero
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Dominique entendió a lo que se enfrentaban.

—Se trata de convertir esto es un bunker —comentó—. Para resistir cada noche el asalto del vampiro...

—Esa criatura no tardará en dar con este edificio, lleva noches buscando. Y no olvidéis una cosa —precisó Daphne—. Un vampiro no puede entrar en una casa si no se le invita. Mantened todo bien cerrado y no habrá problema. Dominique, tú y yo nos vamos a hacer una visita al Instituto Anatómico Forense. Pero antes pasaremos por mi casa para coger material.

El aludido tragó saliva.

—No pretenderás... —empezó.

—Con un poco de suerte, todavía tendrán allí los cuerpos de Raoul y Melanie. No pongas esa cara —procuró animarlo la bruja—. Aún es de día, no hay ningún peligro.

Daphne miró a los dos chicos, algo abrumados por el cariz que estaban adquiriendo los acontecimientos.

—Mirad, esto es lo que hay —afirmó, compadeciéndose de ellos, al darse cuenta de que les estaba pidiendo un comportamiento de adultos—. Y no va a mejorar. Por una razón u otra, estáis metidos hasta el cuello en esta historia, así que tenéis que decidir cuál va a ser vuestra participación. A estas alturas no podemos andarnos con dudas, el tiempo corre en contra nuestra. Se trata de una misión clandestina y peligrosa a la que el destino os ha conducido. Ya sé que sois muy jóvenes, pero también el Viajero lo es. Así son las cosas. La vida, a veces, te obliga a madurar a marchas forzadas, salpicando tu camino de circunstancias adversas.

—Vaya panorama —observaba Jules, menos convencido que antes—. ¿Por qué todo lo que merece la pena es peligroso?

—El que no arriesga, no gana —sentenció Daphne—. No se puede tener todo. La vida en sí ya es una apuesta. De todos modos, aún podéis manteneros al margen...

—Estamos con Pascal —concluyó Dominique recuperando su habitual aplomo—. Nos necesita aquí, somos su apoyo en este mundo. Y nos mantendremos con él hasta el final. Por él y por Michelle. No habrá por nuestra parte más titubeos, ¿verdad, Jules?

El otro resopló, como despidiéndose de su vida tranquila. Pero sonreía. No podía evitarlo: aquello le encantaba. Por paradójico que resultara, su sueño era vivir una pesadilla, y se estaba cumpliendo. Aunque el secuestro de Michelle lo cambiaba todo, él estaba convencido de que volvería a estar con ellos.

—No los habrá —contestó—, contad conmigo.

Dominique, disimulando unos temores que no habían terminado de extinguirse, se dirigió de nuevo a la bruja:

—Seguimos, Daphne.

—Muy bien —respondió ella, satisfecha—. El Viajero ya tiene su propio equipo de mortales.

* * *

Pascal despertó asustado de su ensoñación gracias a la bofetada, e intentó apartarse del extremo del camino para obedecer a la chica desconocida, cuyas palabras ahora sí oía. Sin embargo, un tentáculo se enroscó alrededor de una de sus piernas. El primer tirón provocó que Pascal cayera al suelo, todavía agarrado a la chica.

—¡No te dejes llevar! —le advirtió ella con el semblante tenso, sin cejar en su empeño de atraerlo hacia la zona más resguardada del sendero—. ¡O nunca volverás!

El tentáculo comenzó a arrastrarlo hacia la oscuridad. Pascal gritaba, dando patadas con su pierna libre a aquella carne oscura que atenazaba una de sus pantorrillas.

—¡Una piedra! —se le ocurrió pedir a la chica mientras su cuerpo se iba aproximando a la oscuridad con cada tirón—. ¡Dame una de esas piedras blancas del camino, de las que brillan!

Cada centímetro que ganaba la negrura era jaleado por multitud de gemidos hambrientos, en un tono agudo que, en otras circunstancias, habría resultado gracioso.

—¡Son alimañas nocturnas, carroñeros! —avisó la chica entregándole la roca—. Están llegando más, son como hienas. ¡Si te sacan por completo de la luz, te devorarán! ¡Resiste!

Pascal estaba al borde de la oscuridad, a punto de ser apartado del camino. No podía esperar más, percibía aquellas presencias, notaba sus ojos afilados cayendo sobre él con ansia carnicera. Impulsó su brazo armado con todas sus fuerzas, la piedra bien agarrada en la mano, dándose cuenta de que si no acertaba se rompería él mismo la pierna. Pero acertó. Del tentáculo negro saltaron chispas, se oyó un bramido gutural que anuló los gimoteos carroñeros de las alimañas nocturnas y, por fin, Pascal vio libre su pierna, amoratada bajo el pantalón roto.

La propia piedra había iluminado con su resplandor metálico la negrura junto a él, lo que le mostró una escena dantesca que se quedaría grabada en su memoria para siempre y que le provocaría pesadillas mucho tiempo después: montones de despojos humanos, en diferente estado de putrefacción, se arremolinaban frente a Pascal, empujándose, alargando sus brazos corrompidos que mostraban el hueso en algunos lugares. Las mandíbulas castañeteaban sin carne, buscando alimento. Varios de aquellos engendros estaban perdiendo la apariencia humana, y otros mostraban unos rostros que eran auténticas calaveras, observándolo neutras desde sus cuencas vacías. Algunos conservaban todavía sus ojos vidriosos, rodeados de piel muerta y agusanada, con los que expresaban un apetito voraz que en aquella ocasión no se vería satisfecho.

Pascal alejó la piedra y la oscuridad le hizo el favor de apartar de su vista aquella imagen atroz, aunque seguía escuchando los alientos ansiosos de aquellos seres deshumanizados.

Lo de la piedra había sido una buena idea. Pascal fue consciente, agradecido, de que una vez más su intuición había funcionado. A lo mejor era ese el verdadero poder del Viajero.

El chico fue entonces arrastrado hacia el centro de la luz por la desconocida de bellos rasgos, cuyo tacto frío indicó al chico que ella también estaba muerta. Era un espíritu errante.

CAPITULO XXVI

EL edificio se erigía ante ellos, solemne, sobrio. Rodeaba la construcción, de tres alturas, un pequeño jardín por el que serpenteaba un camino pavimentado. En la parte trasera permanecía abierto el acceso para los furgones que traían los cadáveres o se los llevaban a las funerarias. El Instituto Anatómico Forense, bajo cuya apariencia tranquila se llevaban a cabo labores tan útiles como desagradables, los esperaba.

—¿Qué tal estoy? —preguntaba Daphne, que se había vestido, para la ocasión, de «entrañable anciana».

Dominique, a pesar de sus nervios, sonrió.

—Muy bien, seguro que pasas por la abuela de Melanie.

En eso consistía el plan: fingir la última visita de un familiar antes de que se llevaran los cuerpos a enterrar.

—Lo bueno de estos sitios —comentó la bruja— es que, como nadie en su sano juicio querría entrar, no suelen contar con especial vigilancia.

Todavía permanecían en la calle cuando una voluminosa mujer con la cara vendada salió del recinto en el que se disponían a entrar. Aunque pasó a su lado casi sin mirarlos, a los pocos pasos se detuvo para efectuar un giro de ciento ochenta grados. Se quedó observándolos con gesto inquisitivo.

—Hola —saludó acercándose unos pasos—. Soy la detective Marguerite Betancourt. ¿Me enseñan la documentación, por favor?

—¿Ocurre algo? —preguntó, sorprendida, Daphne—. ¿No podemos estar aquí?

Las dos mujeres se miraron con detenimiento, calibrándose mutuamente. La bruja rogó para que la detective no le registrase el bolso.

—Sí pueden —contestó Marguerite—. Esto es un simple control rutinario, nada más.

Le enseñaron lo que pedía. Dominique la había reconocido. Era la que dirigía la investigación por la muerte de Delaveau, y había estado muy presente en el instituto.

La detective, por su parte, tenía buena memoria para las caras. Aun así, había estado a punto de no reconocer a aquella señora que, por primera vez, veía vestida de una forma convencional. No se le olvidaría su nombre, pensaba investigarla. Demasiadas coincidencias: en el hospital aquella noche, en el parque Monceau cuando lo de los chicos asesinados, ahora allí...

—Por cierto... —indagó devolviéndoles los carnés—. ¿No estuvo usted hace unos días en el hospital Pitié Salpétriére? Creo que la recuerdo.

—Sí —Daphne mostró sorpresa ante la capacidad de retentiva de aquella policía, pero decidió no mentir; la mentira levanta sospechas—. Mi ayudante sufrió una agresión por la noche. ¿Estaba usted allí?

—Sí —la detective no despegaba los ojos de ella—. Qué casualidad, ¿verdad?

Aquellas últimas palabras rezumaban sarcasmo, pero Daphne simuló no captarlo.

Marguerite se fijó en la pareja tan extraña que hacían la anciana y el chaval en silla de ruedas. Ardía en deseos de averiguar qué los relacionaba, pero se abstuvo de plantearlo. Ya habría tiempo de obtener más información.

—¿Se disponían a entrar al Instituto Anatómico Forense? —ella señaló el edificio frente a ellos—. Como se han detenido aquí...

Daphne se apresuró a negar con la cabeza.

—No, gracias a Dios —fingió—. Nos hemos parado a hablar al encontrarnos, eso es todo.

Se hizo el silencio, mientras una Marguerite poco convencida reanudaba su calculadora inspección ocular.

—Y tú, ¿no deberías estar en clase? —interrogó al joven.

—No tengo clase esta tarde —respondió Dominique conteniendo la ansiedad.

—Que tengan un buen día —se despidió Marguerite dándose la vuelta y comenzando a alejarse.

Dominique y Daphne recuperaban su respiración cuando la detective se volvió una vez más.

—Dominique, ¿en qué
lycée
estudias?

Daphne habría querido prevenirle para que mintiera, pero no tuvo tiempo.

—En el Marie Curie, señora.

Marguerite se acarició el collar que le colgaba al cuello, cuyas piedras castañetearon al tocarse.

* * *

Pascal recuperaba el aliento, sentado sobre aquella tierra pálida que hacía juego con el tono inmaculado del semblante de ella. Se había salvado por poco, como atestiguaban los gruñidos que se iban apagando conforme la manada de muertos se alejaba en las tinieblas.

—Gracias, de verdad —dijo él procurando frenar el latido de sus sienes—. Me has salvado la vida.

La joven se echó a reír.

—Qué difícil es hacer eso en este mundo. Ha sido un placer.

Pascal quiso saber a qué se acababa de enfrentar:

—Ese sonido que me envolvía... anuló mi voluntad, no podía pensar. He estado a punto de suicidarme yendo hacia esos monstruos, jamás me había ocurrido algo parecido. ¿Quién me llamaba con esa voz tan... seductora?

—Sirenas. En cuanto comiences a oír su llamada, tápate los oídos, piensa en otra cosa —advertía la chica—. Son almas en pena que vagan por la oscuridad y cuyos lamentos son irresistibles. Se las bautizó así porque su maléfico poder recuerda a unas criaturas mitológicas con el mismo nombre que aparecen en la epopeya de Ulises. Allí se las describe como seres cuyo canto es tan hermoso que los marinos que las oyen no pueden resistirse, por lo que acaban dirigiendo sus buques contra los arrecifes. Los supervivientes son asesinados sin piedad.

Pascal asintió.

—Pero ¿por qué lo hacen? ¿Qué quieren?

—Nadie lo sabe porque nadie que haya respondido a su llamada ha vuelto para contarlo. Su efecto es letal. Quizá es su eterna soledad lo que las hace llamar a todo el que vislumbran desde la noche de la que no pueden huir. Pero tú ni siquiera habrías llegado a verlas, pues los carroñeros han intuido que caerías bajo su hechizo y se han interpuesto para devorarte.

—Y esos carroñeros que dices...

Ella sonreía.

—Para ser el Viajero, ignoras muchas cosas —Pascal se dio cuenta entonces de que ella lo había identificado. Lógico, un ser vivo en aquel lugar resultaba demasiado llamativo—. Esos seres no son humanos; como has podido comprobar, se trata de simples animales depredadores. Ni siquiera conservan la inteligencia, son fruto de la degeneración provocada por el Mal. Se dedican a moverse entre las sombras, buscando saciar su permanente apetito de carne mientras se van corrompiendo, pudriendo. Al final, el Mal se los lleva a mayores profundidades. No sé qué harían en vida para terminar así, pero es un horizonte desolador...

El chico asintió.

—Veo que sabes quién soy. Me llamo Pascal, ¿y tú?

—Beatrice, Viajero Pascal. Soy un espíritu errante. Recorro los caminos sin pausa, pues no tengo tumba en la que reposar durante el tiempo de la espera.

Aquel dato despertó de nuevo la curiosidad de Pascal. Esa chica era el primer muerto con el que se encontraba en aquellas peculiares circunstancias.

—¿Por qué no tienes tumba? —preguntó, deseando que aquella cuestión no fuese incómoda para ella—. ¿Es que no te enterraron al morir?

Ella no tuvo inconveniente en responder:

—En realidad, dispongo de una tumba en el mundo de los vivos. Pero está vacía. Como no aloja mis restos, no me sirve aquí de refugio. Dejé hace diez años el mundo de los vivos, pero nunca encontraron mi cuerpo, así que no pudieron enterrarme; solo cuento allí con una lápida donde mi familia acude a depositar flores.

—Lo... lo siento —titubeó Pascal, arrepintiéndose de haber sacado un tema tan triste.

Beatrice se echó a reír.

—No te preocupes, hace tiempo que he superado mi propia historia. Aquí todo se relativiza.

El Viajero suspiró, agradecido por la frescura que la chica mostraba en todo momento. Por eso se atrevió a seguir indagando:

—¿Y cómo te las apañas para moverte por aquí? Con todos los peligros que hay...

—Nunca me aparto de los caminos. Además, los espíritus errantes tenemos la capacidad de avanzar mucho más deprisa que el resto de las criaturas de este mundo. Por eso llegué a tiempo de salvarte.

La verdad era que aquella chica tenía muy buen aspecto, por lo que Pascal no pudo evitar fijarse un instante en ella. De piel fina, casi transparente, su pelo castaño le caía hasta los hombros y su cuerpo esbelto destacaba bajo unos vaqueros ajustados y una camiseta de marca. Pascal supuso que era la ropa que vestía cuando terminó su vida. Sus ojos algo rasgados y sus finas cejas le otorgaban un aire exótico, oriental. La chica miraba siempre con intensidad, como ofreciendo su compromiso a través de las pupilas. El suyo era un rostro suave y honesto, de una belleza más serena que excitante. A Pascal le chocaba mucho pensar que estaba muerta. No pudo evitar un comentario:

—Estás... estás muy bien —al segundo siguiente, Pascal no podía creer que hubiese dicho aquello. Además, ¿a qué venía en aquel momento? No mentía ni había hecho nada malo, pero el recuerdo de Michelle le hizo sentirse extrañamente culpable por una observación tan frívola.

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