«Las reliquias de Xavier fueron llevadas primeramente a Malaca, donde fueron veneradas como las de un santo. Reposaron allí hasta mediados de agosto de ese año, en que partieron en un navío hacia la India. El 16 de marzo de 1554, Viernes de Pasión, el cuerpo fue recibido solemnemente en Goa por el virrey, el cabildo catedralicio, la cofradía de la Misericordia y millares de fieles que portaban velas encendidas en las manos».
En el pequeño jardín, bajo el ciprés, Ignacio se santiguaba después de concluir el rezo del breviario. Alzó los ojos al cielo, meditabundo, y fue a sentarse en un banco de piedra que estaba un poco más allá. Polanco, desde la ventana, creyó llegado el momento de ir a hablar con él.
Cuando descendió a la planta baja, encontró en el vestíbulo a la veintena de jesuitas que residían en la casa. Nadie dijo nada. Todos sabían la difícil misión que tenía encomendada. Alguno sonrió para darle ánimos, los demás hablaban con la mirada. El joven padre Ribadaneira tenía lágrimas en los ojos. El secretario le puso la mano en el hombro al pasar, cariñosamente. Se detuvo luego por un momento en la puerta, se volvió y les dijo a todos, con firmeza:
—Creemos en la resurrección, hermanos. Nuestro padre Íñigo el primero entre todos. ¡Benditos los que mueren en el Señor!
Dicho esto, se encaminó con pasos decididos por el centro del jardín.
Ignacio parecía estar aguardándole en el banco de piedra. Se apartó a un lado y le hizo sitio. Polanco se sentó a su lado. Estuvieron durante un largo rato en silencio, como contemplando de común acuerdo la belleza invernal del jardín. Parecía que las oraciones aún permanecían suspendidas en el aire limpio. El mirlo detuvo por un momento su canto estridente.
—Estaba pensando en algunas cosas —dijo al fin Íñigo.
—Lo sé —contestó el secretario—. Siempre estás pensando. Cuando no rezas…
—¿Sabes? Hoy me he sentido más viejo que nunca antes. Pero eso no me entristece. Aunque hay cosas que me enternecen.
—Tú dirás.
—Ahí está el universo interminable. De su contemplación me brota la mejor enseñanza: nunca llegaremos a dar de mano en esta tarea nuestra de servir a lo que Dios quiere de nosotros. Sólo nos detendremos cuando él quiera. Nos imponemos tareas, hacemos planes, proyectamos grandes empresas, aplazamos la vida, aguardamos frutos, troceamos el camino, lo salpicamos de etapas… Y sabemos que, en esta marcha, en este avanzar, nuestras vidas, nuestras pobres vidas, disponen de un resuello muy breve… Nunca aquí veremos concluida la obra. ¡Nunca aquí alcanzaremos al sol!
Tratar de contar lo que conocemos acerca de la vida de Francisco de Javier en una novela resulta pretencioso. Fui consciente de ello desde el momento que me acerqué a la abundante documentación que existe sobre este gran hombre. A diferencia de otros personajes históricos alejados en el tiempo, y a pesar de haber transcurrido su vida hace ahora quinientos años, contamos en este caso con una amplísima colección de fuentes informativas.
En primer lugar están las cartas y escritos personales de Javier, en total 137, que constituyen una crónica de viajes y una detallada exposición de los hechos del misionero en las diferentes etapas de su gran empresa en Oriente. Nos aportan, además, algo fundamental a la hora de narrar cosas acerca de él: los rasgos de su personalidad tan sugestiva. Ya desde el principio, estos documentos se convirtieron en la primera y principal fuente de conocimiento del santo en Europa. En 1545, en plena acción misionera de Javier, se imprimieron las tres primeras cartas. Antes de finalizar el siglo
XVI
, apareció publicada la primera colección de escritos, recopilada por Tursellino, que reunía en total una selección de 52 cartas. San Francisco Javier no fue un teólogo sistemático, sino un hombre de acción. A su muerte no nos dejó un diario de sus viajes o cosa parecida. Pero, gracias a su tarea epistolar, nos es posible conocer sus virtudes, criterios y andanzas misioneras. Sus cartas transparentan la riqueza humana y la grandeza de espíritu de un hombre entregado por entero a la misión. De su lectura atenta se deduce que Javier estaba revestido de afabilidad, humildad, comprensión, respeto y cortesía. Su vida interior, en íntima unión con Dios, era intensa; fuera de lo normal. Se ha dicho con razón que fue un hombre de acción y a la vez un místico. Nada me ha servido más que esta colección de escritos para formarme una semblanza del personaje. Y mi primera sorpresa al leerlos fue que el santo misionero resultaba absolutamente atrayente para el hombre moderno por su dinamismo, la altura de sus ideales y el ansia exploradora que mueve sus inmensos desplazamientos. Hoy día se pueden obtener publicados estos documentos en la edición de la BAC que se presenta bajo el título Cartas y escritos de san Francisco Javier (Madrid, 1996), basada en la edición crítica de Monumenta Histórica Societas Iesu, con la valiosa introducción del R Félix Zubillaga, S.I. Se incorpora así mismo un útil y extenso índice de personas, lugares y cosas como final del libro. La edición crítica comprende 137 escritos de los que 125 son cartas, 5 instrucciones y el resto otros documentos menores. De las cartas, siete son autógrafas, 23 fueron escritas por un escribano y 95 fueron reconstruidas a base de recoger los textos originales dispersos.
Desde que se conoció en Europa la noticia de la muerte de san Francisco Javier, se convirtió en una figura de singular interés cuya vida suscitó la aparición de apasionadas biografías. La primera de ellas fue la que escribió el portugués Manuel Texeira, amigo de Javier. En 1572 se publicó la Vida de san Francisco Javier escrita por Pedro de Ribadaneira, biógrafo de Ignacio de Loyola. Le siguieron otras obras escritas por los siguientes autores: Tursellino, Luis Guzmán, Alessandro Valignano, Martin Christophe (1608), Miguel Coissard (1612), Esteban Binet (1622), Balinhem y una vida anónima publicada en Mons en 1619. La primera edición completa de sus cartas apareció en París en 1628. El P. Juan Francisco Mousnier pedía en 1655 a san Vicente Ferrer que le enviara a Madagascar las cartas de san Francisco Javier. Se refería a la obra Francisci Xaverii epistolarum libri quator, ab Horatio Tursellino in latinum conversi ex hispano, publicada en Roma en 1596.
Las biografías posteriores son innumerables. Más de tres mil libros, trabajos y artículos se contabilizan publicados sobre Francisco de Javier.
Si hay que destacar de entre todas una obra de investigación realmente exhaustiva sobre el santo misionero, ésa siempre será, sin duda, la de George Schurhammer. Este jesuita alemán nacido en 1882 dedicó gran parte de su vida a recorrer los territorios por los que viajó Javier; recopiló sobre él toda la información que pudo; describió con asombrosa minuciosidad su vida y reunió una infinidad de documentos. Más de 350 obras, entre libros y artículos, componen las publicaciones completas del P. Schurhammer. El primer trabajo javeriano que se editó fue un artículo de 17 páginas que apareció en 1916 en la revista Schweizerische Rundschau. Trataba del viaje de san Francisco de Javier a través de Suiza. La editorial Herder de Friburgo con el tiempo habría de publicar la última y definitiva vida de Javier escrita por Schurhammer. En 1955, apareció el primer volumen con el título Franz Xaver. Sein leben und sein zeit (Francisco Javier. Su vida y su tiempo). Hoy se encuentran felizmente traducidos al español los cuatro extensos volúmenes que comprenden la obra completa por un equipo dirigido por el P. Francisco Zurbano, y publicados en una edición patrocinada por el Gobierno de Navarra, la Compañía de Jesús y el Arzobispado de Pamplona.
Precisamente por contarse con tan dilatada información, novelar al completo la vida de Francisco de Javier, sin saltarse aspectos fundamentales que están muy bien documentados, es prácticamente imposible. Constituiría una novela extensísima y pretenciosa que excedería fatigosamente los límites de esto que hemos dado en llamar «novela histórica».
Sin embargo, no quiere decir ello que la vida de Javier no sea susceptible de ser novelada. Muy al contrario, nos hallamos ante una biografía realmente novelesca. Son las etapas de su vida, las parcelas de su particular itinerario, las que nos dan la materia de inspiración para un sinfín de posibles relatos. Ya de por sí la infancia y la adolescencia son enormemente atractivas, por desenvolverse en unos parajes sugestivos, en el corazón de Navarra, en pleno camino de peregrinos hacia Santiago, en el castillo de sus antepasados, un feudo sometido a los vaivenes de un mundo cambiante que abandona ya el sistema medieval de los ancestros para verse inmerso en la amplitud del Estado moderno con la política de los Reyes Católicos. Las vidas de su padre, su madre, sus hermanos…; los problemas de la familia, la humillación del linaje, los miedos, la zozobra… En fin, el despertar a la vida de un muchacho de espíritu noble en la peculiaridad histórica del siglo
XVI
constituye una riquísima fuente de inspiración.
¿Y qué decir de la siguiente etapa: la vida estudiantil en el París universitario? Es la juventud el momento vital que más define a Francisco de Javier. Se dan una serie de circunstancias que no dejan de parecer providenciales: el triunfo en el campo de los estudios, los títulos, la vida en el colegio de Santa Bárbara, la amistad con Pierre Favre, las diversiones, el particular ambiente que parece llamar al permanente carpe diem, la penuria en cuestión de dineros y, finalmente, la aparición en escena de Íñigo de Loyola. Todo parecía estar misteriosamente ordenado, en un caos «pensado», para que se produjera el viraje final, el salto al vacío, la conversión. Abandona su familia, su tierra, su mundo familiar y nunca más volvería a su lugar de origen. Dotado de muchas y grandes cualidades humanas, aspiraba a una gloria humana, quería sobresalir. Después, Ignacio, perseverante, tenaz, supo conquistar su corazón: «¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo, si al final pierde su alma?». Años más tarde, el mismo Ignacio, refiriéndose al proceso de su conversión, diría de él que fue «el barro más duro que le tocó moldear».
Desde ese momento comienza una nueva etapa, en la que Francisco Javier es protagonista directo de la fundación de la Compañía de Jesús. Estos años son intensos, apasionantes. Pero es en ellos cuando cobra mayor relevancia la figura de Ignacio de Loyola. Por esta razón, me parece que pertenecen como tema esencial a la vida del gran santo fundador de la orden de los jesuitas, más que a la de Javier.
Los cuatro viajes del misionero constituyen de por sí una novela cada uno. Por eso, decidirse era difícil. Me pareció que el primero de ellos, el viaje a la India, era el más determinante en la personalidad de Javier. Es el inicio, la salida hacia lo desconocido, el ingreso en esa especie de locura vital que le llevará por todo el Oriente hacia un «más allá» que sólo finalizará con la extenuación y la muerte. Un rasgo fuerte y muy característico de esta etapa es la confianza absoluta, ciega, total en Dios y cuyo secreto está en la voluntad, en la determinación firme de querer servir a Dios por encima de todas las criaturas —el principio y fundamento ignaciano—; esta confianza le hace relativizar y superar miedos, trabajos, peligros, riesgos e incertidumbres. A pesar de sus ricas y numerosas cualidades humanas, vive una humildad impresionante, apoyada en su honda experiencia espiritual, en un sentido fuerte de la transcendencia y de la misericordia de Dios.
Es difícil novelar acontecimientos de la vida de Javier sin las referencias a Ignacio de Loyola. Y existe, indudablemente, siempre el peligro de derivar el relato hacia la personalidad fuerte y seductora del santo fundador de la Compañía de Jesús. Huyendo de esta circunstancia, procuré siempre que Íñigo fuera sólo un trasfondo, una figura muy relevante, pero obvia y poco explícita, para que no eclipsara la verdadera naturaleza de Francisco, su determinación, su unidad interior y su riqueza personal.
Quizás por esa razón, esta novela aglutina en realidad tres relatos diferentes con un único protagonista principal, Javier. Y el último «libro» pretende ser una resolución a modo de final de camino. Una recapitulación. Lo que constituye la fe en que todo, absolutamente todo, será Uno con Dios y que se denomina Apokatastasis o «restauración de todas las cosas», tal como lo anunció san Pedro poco después de Pentecostés. En san Pablo aparece como «recapitulación» (anakephalaiosis). Expresado por el sabio san Ireneo como un momento final y esplendoroso donde todo cobrará sentido. El itinerario de cada persona es el itinerario de todo el Cosmos. Regresamos al punto del que habíamos partido. Al final del recorrido volvemos a encontrarnos en el Dios llenos de experiencia de amor y de conocimiento. Es como decir con una confianza feliz: «
Todas las cosas, sean las que sean, acabarán bien
».
JESÚS SÁNCHEZ ADALID
JESÚS SÁNCHEZ ADALID, (1962) es de Villanueva de la Serena (Badajoz). Se licenció en Derecho por la Universidad de Extremadura y realizó los cursos de doctorado en la Universidad Complutense de Madrid. Ejerció de juez durante dos años, tras los cuales estudió Filosofía y Teología. Además se licenció en Derecho Canónico por la Universidad Pontificia de Salamanca.
Su amplia y original obra literaria ha conectado con una variada multitud de lectores gracias a la veracidad de sus argumentos y a la intensidad de sus descripciones, que se sustentan en la observación y la documentación. Sus novelas constituyen una penetrante reflexión acerca de las relaciones humanas, la libertad individual, el amor, el poder y la búsqueda de la verdad.