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Authors: Nick Hornby

En picado (28 page)

BOOK: En picado
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Pero yo era una detective de pena. Sabía que el nombre de la mujer de Martin era Cindy, así que busqué Cindy Sharp en la guía telefónica, y no estaba, y después de eso se me acabaron las ideas. Así que le pregunté a Jess, porque no creía que JJ aprobara lo que pretendía hacer, y Jess encontró toda la información que necesitábamos en cuestión de cinco minutos (en el ordenador). Pero quería venir conmigo a ver a Cindy, y le dije que de acuerdo. Lo sé, lo sé. Pero intenten ustedes decirle a Jess que no a algo que quiere hacer.

JESS

Entré en el ordenador de papá, y puse «Cindy Sharp» en Google, y encontré una entrevista que había concedido a una revista femenina cuando a Martin lo metieron en la cárcel. «Cindy Sharp habla por primera vez sobre su desconsuelo» y demás. Podías pinchar con el ratón en una foto suya con las dos niñas. Cindy se parecía a Penny, aunque era mayor y un poco más gorda, por haber tenido niños y esas cosas. Y ¿qué se apuestan ustedes a que Penny se parecía a la chica de quince años, con la diferencia de que la quinceañera era aún más delgada que Penny y tenía más grandes las tetas o algo así? Son gilipollas, ¿a que sí?, los hombres como Martin. Creen que las mujeres son como putos ordenadores portátiles o yo qué sé, oh, mi portátil está hecho polvo y tengo que comprarme otro más delgadito y que haga más cosas.

Así que leí la entrevista, y decía que Cindy vivía en un pueblo que se llama Torley Heath, a unos sesenta y cinco kilómetros de Londres. Y si trataba de evitar que gente como nosotros llamara a su puerta para decirle que volviera con su marido, cometió un grave error, porque la reportera explica exactamente dónde está su casa —enfrente de una tienda anticuada que hace esquina, a dos casas de la escuela—. La reportera nos cuenta todo esto porque quiere que sepamos lo idealista o lo que sea que es la vida de Cindy. Lejos de su ex marido que está en la trena por haberse acostado con una cría de quince años.

Decidimos no decírselo a JJ. Estábamos completamente seguras de que nos lo impediría por alguna tontería u otra. Diría: «No es asunto vuestro», o «Vais a joder la última oportunidad que le queda». Pero nosotras pensábamos que nuestro plan (de Maureen y mío) era bueno. Nuestras razones eran éstas: Cindy quizá odiara a Martin porque era un ligón que iba por ahí con cualquiera. Pero ahora era un hombre que se quería suicidar, y lo más seguro es que no fuera a ninguna parte con nadie, al menos durante un tiempo. Así que, a grandes rasgos, si no lo acogía de nuevo es que lo odiaba lo bastante para querer que muriera. Y eso es mucho odio. Muy bien, él ni siquiera había dicho que quería volver con ella, pero necesitaba estar en un ambiente doméstico seguro, en un sitio como Torley Heath. Era mejor no hacer nada en un lugar donde no había nada que hacer que en Londres, donde había posibles problemas —chicas adolescentes y clubs nocturnos y edificios altísimos—. Así es como lo veíamos nosotras.

Y elegimos un día y nos fuimos de Londres. Maureen hizo unos horribles sándwiches de huevo relleno, completamente pasados de moda, que no pude comer. Y cogimos el metro en Paddington, y luego el tren a Newbury, y luego otro autobús a Torley Heath. Había estado temiéndome que Maureen y yo no tuviéramos mucho que decirnos la una a la otra, y nos aburriéramos como ostras, y que yo acabara haciendo alguna estupidez por culpa del aburrimiento. Pero no fue así, sobre todo por mí; por el esfuerzo que puse para que no fuera así. Decidí que iba a hacer de entrevistadora, y me pasé todo el viaje averiguando cosas sobre la vida de Maureen, por aburridas o deprimentes que fueran. Lo malo es que en realidad eran cosas demasiado aburridas y deprimentes de escuchar, así que desconectaba mientras la oía hablar, y pensaba en la pregunta siguiente. Un par de veces me miró con extrañeza, así que imagino que cantidad de veces le volvía a preguntar algo que me acababa de explicar hacía unos segundos. Como esa vez en que, al volver a prestarle atención, le oí decir: «Tal y tal y tal y conocí a Frank.» Y fui y le dije: «¿Cuándo conociste a Frank?», cuando me temo que lo que me acababa de decir era: «Fue entonces cuando conocí a Frank.» Así que tenía que cuidar un poco todo esto, si es que algún día quería ser entrevistadora. Pero digámoslo claramente: no entrevistaría a gente que no hacía nada y que además tenía un hijo discapacitado, ¿no les parece? Y entonces me sería más fácil concentrarme, porque mis entrevistados hablarían de sus nuevas pelis y de otras cosas de las que te apetecería un montón enterarte.

Bien, el caso es que hicimos el jodido viaje a través de ninguna parte sin que en ningún momento le llegara a preguntar si había practicado el sexo a lo perrito o cosas por el estilo. Y de lo que me di cuenta entonces es de que había recorrido ya un largo camino desde Nochevieja. Había madurado como persona. Y eso me hizo pensar que nuestra historia estaba a punto de acabar, y que iba a ser un final feliz. Porque había madurado como persona, y porque además nos encontrábamos en esa fase en la que estábamos arreglando los problemas de cada uno de nosotros. No nos limitábamos a andar por ahí rumiando las cosas. Es entonces cuando las historias terminan, ¿no? Cuando la gente demuestra que ha aprendido cosas, y los problemas se resuelven. Lo he visto en montones de películas. Arreglamos a Martin hoy, y luego nos ocupamos de JJ, y luego de mí, y luego de Maureen. Y nos reunimos en la azotea al cabo de noventa días, y sonreímos, y nos abrazamos, y nos damos cuenta de que hemos avanzado.

La parada del autobús estaba justo al lado de la tienda de la que hablaba el artículo de la revista. Así que nos bajamos y nos quedamos enfrente de la tienda y miramos al otro lado de la calzada para ver lo que veíamos. Y lo que vimos fue esa especie de casita de campo rodeada de un muro bajo, y se veía el interior del jardín, en el que había dos niñas pequeñas todas arropadas con sombreros y bufandas, jugando con un perro. Así que le digo a Maureen: ¿Sabes cómo se llaman las niñas de Martin? Y ella dice: Sí, se llaman Polly y Maisie (lo cual me pareció bastante bien). Les pegaba mucho a Martin y a Cindy tener unas niñas llamadas Polly y Maisie, que son unos nombres pijos y pasados de moda, de forma que cualquiera pudiera hacer como que el señor Darcy o quién sabe quién vivía en la puerta de al lado. Así que grité: ¡Eh, eh, Polly! ¡Maisie!, y las niñas nos miraron y se nos acercaron, y mi trabajo de detective se acabó en ese momento.

Llamamos a la puerta y salió Cindy, y me dio la impresión de que casi me reconoció, y voy y digo: Soy Jess. Una de los Cuatro de Toppers' House; a la que, ya sabe, relacionaban con su marido en los periódicos. Aunque era mentira, dicho sea de paso. (Ésa soy yo diciéndole a Cindy que era mentira, no a ustedes; la verdad, me gustaría saber dónde van los signos de puntuación o lo que sea. Ahora veo un poco para qué sirven.)

Y ella dice: Ex marido, en un comienzo nada alentador y poco amistoso.

Y yo digo: Bueno, ése es el punto, ¿no?

Y ella dice: ¿Sí?

Y yo digo: Sí. Porque no tiene por qué ser su ex marido.

Y ella dice: Oh, por supuesto que sí.

Y aún no habíamos pasado de la puerta principal.

En este punto Maureen dice: ¿No cree que podríamos pasar para hablar con usted? Yo soy Maureen. También amiga de Martin. Hemos venido en tren desde Londres.

Y en autobús, digo yo. Quería que supiera que habíamos hecho un esfuerzo.

Y Cindy dice: Perdón, pasen. No: Lo siento, pero váyanse a la mierda, que era lo que yo pensaba que iba a decirnos. Se estaba disculpando por su descortesía al tenernos allí de pie en la puerta. Así que me digo: Oh, esto va a ser fácil. Dentro de diez minutos casi la habré obligado a acogerlo de nuevo en casa.

Así que entramos en la casita, que era muy acogedora pero nada parecida a la de las revistas (como me había imaginado que tenía que ser). Los muebles no casaban, y eran viejos, y todo olía un poco a perro. Nos hizo pasar a la sala, y vimos que había un tipo sentado junto al fuego. Era guapo, y más joven que ella, y pensé: Vaya, vaya, tenía los pies debajo de la mesa. Porque estaba escuchando el walkman sin zapatos, y uno no escucha el walkman sin zapatos en casa de alguien cuando sólo está de visita, ¿me equivoco?

Cindy fue hasta él y le dio unos golpecitos en el hombro, y le dijo: Tenemos visita, y él dice: Oh, lo siento. Estaba escuchando a Stephen Fry leyendo un Harry Potter. A los niños les encanta, así que estoy viendo cómo es. ¿Lo han oído ustedes?

Y yo digo: Sí, ¿te parece que tengo nueve años o algo? Y él no sabe qué decir. Se quita los auriculares y aprieta el botón del walkman.

Y Cindy dice: El perro con el que estaban jugando las niñas es de Paul. Y yo pienso: ¿Y? Pero no lo digo.

Cindy le dijo que éramos amigos de Martin, y él preguntó si ella quería que se marchase, y ella dijo: No, por supuesto que no. Sea lo que sea lo que vengan a decirme, quiero que lo oigas. Así que digo: Bien, hemos venido a decirle a Cindy que debería volver con Martin, así que seguramente Paul no querrá oírlo.

Y esta vez el hombre tampoco supo qué decir.

Maureen me mira, y dice: Estamos preocupados por él.

Y Cindy dice: Sí, bueno, no puedo decir que me sorprenda. Y Maureen le cuenta lo del tipo que se tiró de la azotea de Toppers' House, porque su mujer y sus hijos le habían dejado, y Cindy dice: ¿Sabe que Martin nos dejó a nosotras? ¿Que no fuimos nosotras quienes le dejamos? Y yo digo: Sí, por eso hemos venido. Porque si vosotras le hubierais dejado, este viaje habría sido una completa pérdida de tiempo. Pero ya ve. Hemos venido a decirle que ha cambiado de opinión, o algo así. Y Maureen dice: Creo que sabe que fue una equivocación. Y Cindy dice: No me cabía la menor duda de que acabaría dándose cuenta a la larga, y tampoco me cabía la menor duda de que entonces ya sería demasiado tarde. Y yo digo: Nunca es demasiado tarde para aprender. Y ella dice: Para él lo es. Y yo le digo que pensaba que le debía una segunda oportunidad, y ella se sonríe un poco y dice que no está de acuerdo, y yo le digo que no estoy de acuerdo con que no esté de acuerdo y ella dice que estamos de acuerdo en no estar de acuerdo. Y yo digo: ¿Quiere que se muera, entonces?

Y se queda un momento callada, y yo pienso: La tengo. Pero ella va y dice: Yo también pensé en matarme, cuando las cosas se pusieron feas de verdad, hace ya un tiempo. Pero a mí no me quedó esa opción, por las niñas. Martin no es parte de la familia. Odia ser parte de la familia. Y ahí fue cuando decidí que era cosa suya. Si tenía la libertad de andar por ahí follando, también tenía la libertad de matarse. ¿No les parece?

Y yo digo: Bueno, entiendo por qué dice eso. Lo cual es un error, porque no ayuda en nada a lo que yo quiero decirle.

Cindy dice: ¿Les ha dicho él que no le dejo ver a las niñas?

Y Maureen dice: Sí, nos lo dijo. Y Cindy dice: Pues no es verdad. No le permito verlas aquí en casa. Podría llevárselas los fines de semana a Londres, pero no quiere. O dice que va a hacerlo, pero luego se busca excusas. No quiere ser esa clase de padre, ¿entienden? Es demasiado esfuerzo. Él quiere volver a casa del trabajo, a leerles una historia algunas noches, no todas, e ir a verlas al teatro del colegio en navidades. Lo demás no le interesa. Y luego dice: No sé por qué les estoy diciendo esto. Y yo digo: Es un poco gilipollas, la verdad, ¿no? Y ella se echa a reír. Ha cometido montones de equivocaciones, dice. Y sigue cometiéndolas.

Y entonces el tal Paul dice: Si Martin fuera un ordenador, dirías que tiene un fallo de programación,
y yo
le digo: ¿Qué tiene que ver contigo todo esto? Y Cindy dice: Escucha, hasta ahora he sido muy paciente contigo. Dos desconocidas llaman a mi puerta y me dicen que vuelva con mi ex marido, un hombre que casi me destruye, y las hago pasar y las escucho. Pero Paul es mi compañero, y parte de mi familia, y un maravilloso padrastro para las niñas. Así que eso es lo que él tiene que ver con todo esto.

Y entonces Paul se levanta y dice: Creo que me llevaré arriba a Harry Potter, y casi se tropieza con mis pies, y Cindy casi se lanza hacia nosotros y dice: Cuidado, querido, y entonces caigo en la cuenta de que Paul es ciego. ¡Ciego! ¡La hostia! Por eso tiene un perro. Por eso Cindy ha estado intentando
decirme
que Paul tenía un perro (porque yo no hacía más que decirle cosas como: ¿Te crees que tengo nueve años o qué? Oh, Dios, Dios...). Así que hemos hecho todo este viaje para decirle a Cindy que deje a ese hombre ciego para volver con un hombre que se folla a quinceañeras y la trata como si fuera una mierda. No iba a haber ninguna diferencia, ¿no? Los ciegos siempre están diciendo que quieren que los traten como a todo mundo. Así que dejo lo de la ceguera al margen del asunto. Sólo diré que recorrimos todo aquel trayecto para decirle a Cindy que tenía que dejar a un tipo estupendo que era bueno con ella y con las niñas para volver con un gilipollas de marca mayor. Y la verdad es que no sonaba nada bien.

Pero les diré qué es lo que me parece increíble. La única prueba de que Martin hubiera tenido que ver con Cindy alguna vez era el hecho de que nosotras nos hubiéramos presentado en su casa aquel día. Bueno, nuestra aparición en su casa y sus niñas, claro, aunque éstas sólo lo probarían si les hicieran la prueba del ADN y demás. De todas formas, lo que quiero decir es que, en lo referente a Cindy, Martin bien podría no haber existido nunca. Todos habían avanzado. Cindy tenía una nueva vida. Camino de Torley Heath, me había estado preguntando cuánto había madurado, pero lo único que había hecho era un viaje en tren y otro en autobús sin preguntarle a Maureen por sus posturas sexuales. Después de ver a Cindy, no me daba la sensación de haber hecho un viaje tan largo. Cindy se había librado de Martin, se había puesto en movimiento y había conocido a alguien. Su pasado quedaba en el pasado, pero ¿el nuestro? No lo sabía... Nuestro pasado seguía en el candelero. Podíamos verlo todos los días al despertar. Era como si Cindy viviera en un lugar moderno como Tokio y nosotros viviéramos en un lugar antiguo como Roma o algo parecido. Sólo que no podía ser exactamente así, porque Roma seguramente es un lugar genial para vivir, con lo de la ropa y los helados y los chicos guapísimos y demás —tan genial como Tokio—. Y donde nosotros vivíamos no era genial. Así que quizá sería mejor decir que era como si Cindy viviera en un moderno ático de lujo y nosotros viviéramos en un viejo cuchitril de mierda que tendría que haber sido derruido hacía años. Vivíamos en un sitio con agujeros en las paredes, y cualquiera podía meter la cabeza por ellos si se le antojaba, y hacernos muecas de burla. Y Maureen y yo habíamos estado intentando convencer a Cindy de que dejara su maravilloso ático y se mudara a nuestro antro. No era una oferta muy tentadora, ahora lo veía claro.

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