Read Encuentros (El lado B del amor) Online
Authors: Gabriel Rolón
Tags: #Amor, Ensayo, Psicoanálisis
Violentar a otro es no respetar sus deseos
Hemos dicho repetidas veces que el hombre es un sujeto del deseo y no de la necesidad y esto se ve claramente en la manera en la que han evolucionado las reglas de las relaciones de pareja.
Hasta hace un tiempo, la mujer necesitaba del hombre para subsistir. Por eso, cuando se acercaba a los 30 años y estaba soltera, todos empezaban a preocuparse en su entorno. «¿Vos no serás demasiado pretenciosa?», le decía la madre a una de mis pacientes.
Porque en ese momento la mujer era un sujeto de quien alguien debía hacerse cargo; en un principio el padre, más tarde el esposo. Y, obviamente, una situación así instaura algo que es ya de por sí peligroso, que es la dependencia. Porque el que se hace cargo de alguien adquiere derechos sobre esta persona.
El mejor ejemplo son los padres cuando el hijo es menor de edad. Ejercen sobre él un derecho que genera, a su vez, obligaciones, pero que coloca al dependiente en una situación de inferioridad. Y esto, cuando se da en una relación que debería ser de paridad, como la pareja, por ejemplo, es ya un acto agresivo.
Por suerte, en la actualidad, esta manera de relacionarse ha cambiado y las mujeres se han corrido de ese lugar de dependencia. Hoy, una mujer de treinta años no está pensando quién la va a mantener sino con qué se va a mantener a sí misma, qué va a estudiar, de qué desea trabajar e incluso si desea o no casarse o tener hijos. Cosas que eran impensadas hace apenas cincuenta años atrás.
Pero este hecho, que la mujer ya no necesite del hombre, lejos de ser algo menor, pone a ambos ante un desafío maravilloso que es el de hacerse desear mutuamente, ya que dos personas que no se necesitan eligen de todos modos estar juntos sólo cuando eso es lo que desean. Y esto los obliga a seducirse, escucharse y hacer esfuerzos por comprenderse y establecer acuerdos para vivir en pareja.
Una de mis pacientes me contó que, antes de ir a acostarse, se acercó a su marido que leía en el living y le preguntó si no quería quedarse a dormir con ella esa noche.
Obviamente que era un juego de seducción, dado que el esposo vive allí, pero aun así es maravilloso que alguien pueda ejercer ese derecho de decirle al otro que aún lo quiere en su vida, que lo sigue eligiendo.
En épocas más injustas, si una mujer quería separarse no tenía adonde ir, a no ser que volviera a casa de sus padres, si es que éstos se lo permitían. Por suerte ése no es ya un problema, dado que una mujer puede mantenerse sola, tener una vida autosuficiente y plena, y esto ya pone en juego algo que es mucho más sano, porque es del orden del deseo y no de la necesidad.
La necesidad, como ya dijimos, es uno de los pocos rasgos animales que aún nos queda; necesidad de respirar o de alimentarnos, por ejemplo. Pero cuando esa necesidad se instala en el ámbito del amor, todo se corrompe. El deseo, en cambio, introduce la capacidad de elegir y es allí donde encontramos un valor importante.
Retomando el tema de la violencia, digamos que el violento, como el posesivo, es alguien que básicamente no tiene respeto por el deseo ajeno. Pero esto que de alguna manera fue apañado o al menos, silenciado en otros tiempos, es algo de lo que ahora se habla y mucho.
Por eso no es lo mismo la mujer que en los años treinta soportaba una bofetada que la que lo hace hoy. Porque en aquellos tiempos, esta aberración culturalmente formaba parte de los usos corrientes y, además, no tenía adonde ir. En la actualidad, esa actitud de quedarse no responde a una dificultad de la época y la cultura, sino que es una conducta derivada de su propia subjetividad, algo de lo cual debe hacerse cargo para poder cambiarlo. Y allí es donde los analistas tenemos la posibilidad de hacer algo para revertir esa situación.
La violencia también tiene un comienzo
Es muy común que alguien no le dé importancia a las primeras señales que anuncian la presencia de una conducta violenta. Lo que la experiencia demuestra es que es muy raro que el maltrato comience desde el vamos con una agresión física. Por lo general, lo que se encuentra es que ya antes habían aparecido algunos signos más sutiles, un insulto, un portazo o una mala contestación, a los que la persona no le dio la debida magnitud.
En el caso de Luciana, la primera situación que ella recordó al repasar la historia de su pareja tuvo que ver con un enojo que tuvieron por una causa insignificante. En esa discusión su novio se puso muy tenso y le gritó que se fuera y saliera de su vista.
Unas semanas después, cuando ella salía rumbo al trabajo, la tomó con fuerza del brazo y la detuvo diciéndole que a él nadie lo dejaba con la palabra en la boca.
El último aviso fue ya mucho más claro. Habían peleado porque ella había llegado tarde luego de ir al cine con una amiga. Su pareja la acusó de estar con otro hombre y le advirtió que se cuidara mucho porque ella no sabía de lo que era capaz.
En la próxima discusión la tomó del cabello y la golpeó por primera vez.
Observemos cómo la violencia suele ir creciendo si no se la detiene. Es como un alud de piedras que caen barranca abajo y aumentan su velocidad y su fuerza en su recorrido hasta el instante del impacto final. Por eso el momento de marcar las pautas de una relación es al comienzo. Ante la aparición de ese primer grito o insulto es cuando alguien debe parar esa actitud con firmeza. Como le decía un paciente a su esposa que acostumbraba a gritar: «yo, en estas condiciones, no voy a seguir hablando».
Porque es innegable que, en muchas ocasiones, una discusión puede ser algo productivo, pero jamás lo será un insulto. Por el contrario, éste genera en el agresor la tentación de avanzar aún más, porque con cada uno de estos actos va perdiendo el respeto por el otro.
Y es en situaciones como éstas donde podemos observar lo peligroso de la idealización del amor de la que hablamos, de creer que con el amor todo se puede. Eso es mentira. Con el amor no basta.
Haciendo una analogía, podríamos decir con términos matemáticos que el amor es condición necesaria pero no suficiente para que un vínculo sea viable. Pongamos un ejemplo.
Es necesario que una figura tenga cuatro lados para que sea un cuadrado, pero no basta con eso. Además, es condición que esos cuatro lados sean iguales y que los cuatro ángulos sean rectos, si no, por más que la figura tenga cuatro lados, con eso no tendremos un cuadrado.
Lo mismo podríamos decir de la relación entre los vínculos y el amor. Es importantísimo amar a alguien para construir algo en común, pero no alcanza con eso y, si no le sumamos el respeto y la confianza, por ejemplo, no encontraremos en esa unión el clima necesario para, al menos, sentirnos bien.
Sin embargo, tras tanto tiempo de insistir con que el amor todo lo puede, no es de extrañar que alguien quiera sostener la relación a cualquier costo sólo por estar enamorado, cuando lo más sensato sería hacer el duelo por la ruptura de esa relación y verse libre para construir luego, una nueva, con reglas más sanas.
Pero claro, nos fue dicho también que lo hermoso es amar a alguien con locura y, si eso es sólo una metáfora, no hay problemas a la vista, pero cuando eso es cierto, estamos ante una situación peligrosa.
Me permito insistir en la necesidad de quitarle a la locura esa mirada romántica que ve en ella visos de genialidad o excentricismo. La locura es algo doloroso que lastima al enfermo y a su entorno. Nada hay en ella de atractivo ni envidiable.
Lo difícil no es amar con locura, para eso basta con entregarse sin oponer resistencia a lo peor de nosotros. Lo difícil es amar sanamente, controlando la ira, el malhumor, poniendo palabras en lugar de actos y comprendiendo que la pasión, cuando está al servicio del erotismo, puede llevar a disfrutes maravillosos, pero cuando esa misma pasión se vuelca sin freno en las discusiones puede tener consecuencias lamentables.
No es sencillo manejar esto, porque la pasión suele desplazarse por los diferentes afectos y mezclarse de un modo indiscriminado; por eso muchas parejas después de grandes peleas, en las que no faltan los gritos e incluso el maltrato físico, terminan teniendo relaciones sexuales, como si la situación de violencia los erotizara.
Y es posible que así sea; ya que la violencia, muchas veces, es una manera errónea de incentivar la pasión en una pareja. Errónea porque, en esos casos, la pasión aflora de una manera destructiva. Lo cual nos lleva a la conclusión de que, así como el amor, tampoco la pasión es intrínsecamente buena o mala, sino que esto dependerá de qué es lo que haga arder con su fuego.
Recuerdo que siendo chico asistí a un encuentro en el cual un sacerdote nos habló de lo que él llamó «la Pasión del Cristo». Sentado en un banco escuché ese relato primero con curiosidad, luego con atención y finalmente con horror. Y ciertamente no entendí qué de todo lo que el sacerdote acababa de contarnos podía haber sido erotizante para Jesús. Tiempo después comprendí que pasión significa también padecimiento.
Resulta muy interesante ver que se utilice una misma palabra para hablar del máximo placer y del máximo dolor, porque es una forma en la que el lenguaje desnuda la dualidad esencial que recorre al ser humano desde su propia sangre: Eros y Tánatos, la pulsión de vida enfrentada y entremezclada todo el tiempo con la pulsión de muerte.
¿Puede cambiar una persona violenta?
El cambio, como ya dijimos, es algo posible, pero muy difícil. Es el fruto de un proceso que implica, antes que nada, reconocerse enfermo y entregarse a una ardua lucha por controlar sus impulsos en tanto que se encuentra el origen de tanta agresividad. Pero lo que de ningún modo existe es el cambio milagroso.
Pensemos que si ni siquiera el menor de los hábitos puede cambiarse de un día para el otro, mucho menos algo tan arraigado en la personalidad.
Retomemos el caso clínico.
En el último tiempo de su relación, el novio de Luciana viendo que ella estaba a punto de denunciarlo, le prometió que sería otra persona distinta de la que ella había conocido hasta ese momento.
«Hablamos y él quedó en que iba a cambiar —me dijo en una sesión— y de verdad parece otro.»
Obviamente no le creí. Por supuesto que parecía otro, porque estaba fingiendo ser quien no era.
Por miedo a que lo echara de la casa o fuera a la policía él había cambiado todas sus actitudes de un modo exagerado. Ése no era un cambio, era apenas un fingimiento, como quedaría demostrado poco tiempo después.
Pero hay algo que es tanto o más importante que preguntarse si la persona con la que estamos puede cambiar su conducta agresiva. Y es entender que podemos elegir en qué vínculo nos quedamos y en cuál no.
Por supuesto que si alguien ha sostenido una relación de esas características es porque en algún punto está implicado en ese modelo enfermo, pero es preferible trabajar sobre uno mismo, preguntarse y analizar el porqué de esas elecciones, en lugar de esperar a que el cambio venga desde el otro.
«El universo es una inmensa perversidad hecha de ausencia. Uno no está casi en ningún lado. Sin embargo, en medio de las infinitas desolaciones hay una buena noticia: el amor.»
ALEJANDRO DOLINA
¿Qué es la Pulsión de Muerte?
(o por qué elegimos sufrir)
Sería difícil desarrollar un concepto tan complejo en el ámbito de un libro que, como éste, no apunta al desarrollo de la teoría psicoanalítica. Para los que sientan interés en el tema los remito al texto «Más allá del Principio del Placer», de Sigmund Freud.
Pero digamos al menos que, así como desde lo biológico nacemos con el germen de nuestra propia destrucción, es decir, que llevamos en nosotros la información que le indica a nuestras células que debemos envejecer y morir, también desde lo psicológico tenemos una fuerza que apunta al aniquilamiento personal.
En capítulos anteriores lo llamamos Inconsciente Estructural. Básicamente es una fuerza que nos impulsa a elegir lo que va a hacernos mal y a repetir esa elección una y otra vez.
Por eso es que solemos relacionarnos de un modo enfermo y es a partir de ese modo como aparecen los celos, la posesión, los amores incondicionales o las relaciones violentas de las que hemos estado hablando.
Elegimos esos vínculos porque en algún punto nocivo satisfacen a una parte de nosotros: a nuestra pulsión de muerte. Pero el precio de esa satisfacción es nuestro sufrimiento.
Y este libro ha tratado de eso.
No ha sido mi intento el de volcar una mirada cínica sobre el amor, sino intentar pensar un poco más acerca de una temática tan compleja e importante sobre la que no hay un saber posible y en la que, sin embargo, solemos comportarnos como si supiéramos perfectamente de qué se trata.
Por eso, me pareció interesante que cuestionáramos esos lugares comunes que atraviesan el decir cotidiano y que muchas veces nos hacen tomar decisiones equivocadas.
No es cierto que el amor todo lo puede. No es cierto que el que ama no puede engañar. No es cierto que a la relación amorosa no haya que ponerle condiciones. No es cierto que el amor y el deseo vayan siempre de la mano. Pero decir que todo esto no es cierto no implica que sea imposible.
El arte de amar
Seguramente muchos hayan leído o al menos hayan escuchado hablar del libro de Erich Fromm llamado
El arte de amar
. Les confieso que siempre me ha gustado ese título. Porque pensar al amor como un arte es pensar al enamorado como a un artista, como alguien que construye una obra, que la cuida, que vuelve sobre sus pasos y se corrige, se mejora e intenta dar lo mejor de sí para que el fruto de su trabajo sea algo noble y bello.
Ése y no otro es el desafío de toda persona que intenta construir una relación sana, ya sea ésta una relación de pareja, de amistad o, incluso, una relación tan primaria como la de padres e hijos.
Este libro ha sido una invitación a reflexionar sobre el amor, resistiendo la tentación de caer en los tópicos que lo idealizan y lo ven como fuente de toda felicidad o como una fuerza que todo lo vence.
Lejos de eso, he tratado de pensar en el amor tal y cual lo veo a diario atravesando la vida de los hombres, produciéndoles sueños y desilusiones, placeres extremos y dolores insoportables.
En este breve recorrido hemos hablado de los celos y el deseo, de la infidelidad y la violencia, de la pareja y la sexualidad, del enamoramiento y la ilusión vana de hacer de dos uno.