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Authors: Orson Scott Card

Tags: #Ciencia ficción

Ender el xenocida (32 page)

BOOK: Ender el xenocida
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—Sólo sobre mi cadáver —dijo Quara.

—Aprecio vuestra disposición a esperar hasta que sepamos más antes de que emprendáis ninguna acción —dijo Kovano—. Lo que nos lleva a ti, Grego Ribeira. Andrew Wiggin me asegura que hay motivos para creer que podría ser posible viajar más rápido que la luz.

Grego miró fríamente al Portavoz de los Muertos.

—¿Y cuándo estudiaste física, senhor Falante?

—Espero estudiarla contigo —dijo Wiggin—. Hasta que hayas examinado mi evidencia, apenas sé si hay razones para esperar ese logro.

Quim sonrió al ver lo fácilmente que Andrew repelía la discusión que Grego había pretendido provocar. Sabía que estaba siendo manipulado. Pero Wiggin no le había dejado ningún terreno razonable para mostrar su descontento. Era una de las habilidades más irritantes del Portavoz de los Muertos.

—Si existiera una forma de viajar a velocidades de ansible —dijo Kovano—, necesitaríamos sólo una nave de esas características para transportar a todos los seres humanos de Lusitania a otro mundo. Es una probabilidad remota…

—Un sueño idiota —masculló Grego.

—Pero lo perseguiremos. Lo estudiaremos, ¿verdad? —insistió Kovano—. O nos encontraremos trabajando en la fundición.

—No temo trabajar con las manos —contestó Grego—. Así que no crea que puede asustarme poniendo mi mente a su servicio.

—No me doy por aludido —dijo Kovano—. Sólo quiero tu cooperación, Grego. Pero si no puedo tenerla, entonces buscaré tu obediencia.

Al parecer, Quara se quedaba fuera. Se levantó, como había hecho Grego un momento antes.

—Así que pueden quedarse aquí sentados y contemplar la destrucción de una especie inteligente sin pensar siquiera en un medio de comunicarse con ella. Espero que disfruten siendo asesinos de masas.

Entonces, como Grego, hizo ademán de marcharse.

—Quara —dijo Kovano.

Ella esperó.

—Estudiarás formas para hablar con la descolada. A ver si puedes comunicarte con esos virus.

—Sé cuándo me arrojan un hueso —dijo Quara—. ¿Y si le digo que nos están suplicando que no los matemos? No me creerían de ninguna forma.

—Al contrario. Sé que eres una mujer sincera, aunque también seas terriblemente indiscreta. Pero tengo otro motivo para querer que aprendas el lenguaje molecular de la descolada. Verás, Andrew Wiggin ha mencionado la posibilidad que nunca se me había ocurrido. Todos sabemos que la inteligencia de los pequeninos data de la época en que el virus de la descolada barrió por primera vez este planeta. Pero ¿y si hemos malinterpretado causa y efectos?

Novinha se volvió hacia Andrew, con una sonrisa amarga.

—¿Crees que los pequeninos provocaron la descolada?

—No —respondió Andrew—. Quara dice que la descolada es tan compleja que puede contener inteligencia. ¿Y si los virus de la descolada están usando los cuerpos de los pequeninos para expresar su carácter? ¿Y si la inteligencia pequenina procede enteramente de los virus del interior de su cuerpo?

Ouanda, la xenóloga, habló por primera vez.

—Es tan ignorante en xenología como en física, señor Wiggin —espetó.

—Oh, mucho más. Pero se me ha ocurrido que nunca hemos pensado en otra forma de que los recuerdos y la inteligencia se conserven cuando un pequenino muerto pasa a la tercera vida. Los árboles no conservan exactamente el cerebro. Pero si la voluntad y memoria los lleva la descolada, la muerte del cerebro sería casi insignificante en la transmisión de la personalidad al padre-árbol.

—Aunque exista una posibilidad de que eso sea cierto —dijo Ouanda—, no hay ningún experimento posible que podamos ejecutar para averiguarlo.

Andrew Wiggin asintió con tristeza.

—Sé que a mí no se me ocurriría ninguno. Esperaba que a ti sí.

Kovano volvió a interrumpir.

—Ouanda, necesitamos explorar este tema. Si no lo crees, bien…, busca un medio de demostrar que es un error, y habrás cumplido con tu trabajo.

Kovano se levantó y se dirigió a todos.

—¿Comprenden lo que les pido? Nos enfrentamos a algunas de las opciones más terribles que la humanidad ha conocido jamás. Corremos el riesgo de cometer xenocidio, o de permitir que se cometa si permanecemos inactivos. Todas las especies inteligentes conocidas o supuestas viven a la sombra de un grave riesgo, y es aquí, con nosotros y nosotros solos, donde se encuentran casi todas las decisiones. La última vez que sucedió algo remotamente similar, nuestros antepasados humanos eligieron cometer xenocidio para salvarse a sí mismos, según creyeron. Les estoy pidiendo a todos que sigan todos los caminos, por improbables que parezcan, que nos muestren un destello de esperanza, que pueda proporcionarnos un leve atisbo de luz para guiarnos en nuestras decisiones. ¿Colaborarán?

Incluso Grego y Quara asintieron, aunque de mala gana. Por el momento, al menos, Kovano había conseguido transformar a todos los pendencieros egoístas de la habitación en una comunidad cooperativa. Cuánto duraría fuera de aquella estancia era motivo de especulación.

Quim decidió que el espíritu de cooperación duraría probablemente hasta la siguiente crisis… y tal vez eso sería suficiente.

Sólo quedaba una confrontación más. Cuando la reunión se disolvió y todo el mundo se despidió o se entretuvo conversando, Novinha se acercó a Quim y lo miró ferozmente a la cara.

—No vayas.

Quim cerró los ojos. No había nada que decir a una declaración como aquélla.

—Si me quieres —continuó ella.

Quim recordó la historia del Nuevo Testamento, cuando la madre de Jesús y sus hermanos fueron a visitarlo, y quisieron que interrumpiera las enseñanzas a sus discípulos para que los recibiera.

—Éstos son mi madre y mis hermanos —murmuró.

Ella debió de entender la referencia, porque cuando Quim abrió los ojos, se había ido.

Apenas una hora más tarde, Quim se había marchado también, en uno de los preciosos camiones de carga de la colonia. Necesitaba pocos suministros, y en un viaje normal habría ido a pie. Pero el bosque al que se dirigía estaba muy lejos, y habría tardado semanas en llegar sin vehículo; tampoco habría podido llevar suficiente comida. Éste continuaba siendo un entorno hostil: no producía nada comestible para los humanos, y aunque lo hiciera, Quim seguiría necesitando los supresores de la descolada. Sin ellos, moriría por el virus mucho antes de hacerlo de hambre.

A medida que la ciudad de Milagro iba menguando a sus espaldas, mientras se internaba cada vez más en los espacios abiertos de la pradera, Quim, el padre Esteváo, se preguntó qué habría decidido el alcalde si supiera que el líder de los herejes era un padre-árbol que se había ganado el nombre de Guerrero, y que había afirmado que la única esperanza para los pequeninos era que el Espíritu Santo, el virus de la descolada, destruyera toda vida humana en Lusitania.

No habría importado. Dios había llamado a Quim para que predicara el evangelio de Cristo en cada nación, raza, lengua y pueblo. Incluso los más guerreros, sedientos de sangre y rebosantes de odio podrían ser tocados por el amor de Dios y transformados en cristianos. Había sucedido muchas veces en la historia. ¿Por qué no ahora?

«Oh, Padre, haz una obra poderosa en este mundo. Nunca necesitaron tus hijos más milagros que nosotros.»

Novinha no hablaba con Ender, y éste tenía miedo. No era petulancia; nunca había visto a Novinha comportarse de esa forma. Ender pensaba que el silencio no era para castigarlo, sino más bien para no hacerlo: guardaba silencio porque, si hablaba, sus palabras serían demasiado crueles para poder ser olvidadas.

Así, al principio no intentó arrancarle ninguna palabra. La dejó moverse como una sombra por la casa, pasando junto a él sin mirarlo. Ender intentó quitarse de en medio y no se acostaba hasta que ella estaba dormida.

Era Quim, obviamente. Su misión con los herejes: resultaba fácil comprender lo que temía, y aunque Ender no compartía los mismos temores, sabía que el viaje de Quim no carecía de riesgos. Novinha estaba comportándose de forma irracional. ¿Cómo habría podido él detener a Quim? Era el único de los hijos de Novinha sobre el que casi no ejercía ninguna influencia; habían llegado a un entendimiento hacía años, pero fue una declaración de paz entre semejantes, no como la relación paternal que Ender había establecido con todos los demás hijos. Si Novinha no había sido capaz de persuadir a Quim para que renunciara a su misión, ¿qué más podría haber conseguido Ender?

Novinha probablemente lo sabía, intelectualmente. Pero como todos los seres humanos, no actuaba siempre según su comprensión. Había perdido demasiadas personas a las que amaba; cuando sentía que podía perder a otro más, su reacción era visceral, no intelectual. Ender había llegado a su vida como curador, como protector. Su trabajo era impedir que tuviera miedo, y ahora lo tenía, y estaba enfadada con él por haberle fallado.

Sin embargo, después de dos días de silencio, Ender consideró que ya tenía bastante. Éste no era un buen momento para que se alzara una barrera entre ellos. Él sabía, y también lo sabía Novinha, que la llegada de Valentine sería difícil para ambos. Él tenía tantos viejos hábitos de comunicación con Valentine, tantas conexiones con ella, tantos caminos en su alma, que le resultaba difícil no volver a ser la persona que había sido durante los años (los milenios) que habían pasado juntos. Habían experimentado tres mil años de historia como si los hubieran visto con los mismos ojos. Con Novinha sólo había estado treinta años. En tiempo subjetivo, era más de lo que había pasado con Valentine, pero resultaba muy fácil volver a su antiguo papel de hermano de Valentine, como Portavoz de su Demóstenes.

Ender esperaba que Novinha sintiera celos con la llegada de Valentine, y estaba preparado para eso. Había advertido a Valentine que al principio tendrían pocas oportunidades de estar juntos. También ella lo había comprendido: Jakt tenía sus preocupaciones, y ambos cónyuges necesitaban tranquilidad. Era casi una tontería que Jakt y Novinha sintieran celos de los lazos entre hermano y hermana. Nunca había existido el más leve atisbo de sexualidad en la relación entre Ender y Valentine (cualquiera que los conociera se habría reído ante la idea), pero no era la infidelidad sexual lo que preocupaba a Novinha y Jakt. Ni el lazo emocional que ambos compartían: Novinha no tenía ningún motivo para dudar del amor y devoción que Ender sentía hacia ella, y Jakt no podría haber pedido más de lo que Valentine le ofrecía, tanto en pasión como en confianza.

Era más profundo que eso. Era el hecho de que, incluso ahora, después de tantos años, en cuanto estaban juntos funcionaban de nuevo como una sola persona, ayudándose mutuamente sin tener que explicar lo que intentaban conseguir. Jakt lo veía e incluso a Ender, que no lo conocía de antes, le resultaba obvio que el hombre estaba destrozado. Como si viera a su esposa junto a su hermano y pensara: Esto es la intimidad. Esto es lo que significa que dos personas sean una. Creía que Valentine y él estaban todo lo cerca que un marido y una esposa podían estar, y tal vez era así. Sin embargo, ahora tenía que enfrentarse al hecho de que era posible que dos personas estuvieran aún más cerca. Que fueran, en cierto sentido, la misma persona.

Ender podía sentirlo en Jakt, y admiraba la habilidad de Valentine para tranquilizarlo, y en distanciarse de Ender para que su esposo se acostumbrara gradualmente al lazo que existía entre ambos, en pequeñas dosis.

Lo que Ender no podía haber predicho era la forma en que reaccionó Novinha. Primero la conoció como madre de sus hijos: la fiera e irracional lealtad que sentía hacia ellos. Supuso que, si se veía amenazada, se volvería posesiva y controladora, como era con sus hijos. No estaba preparado para la manera en que se aisló de él. Incluso antes de este tratamiento de silencio por la misión de Quim, se había mostrado distante. De hecho, ahora que lo pensaba, se daba cuenta de que había empezado antes de la llegada de Valentine. Era como si Novinha hubiera empezado a ceder ante una rival antes de que ésta estuviera siquiera allí.

Era lógico, desde luego, tendría que haberlo previsto. Novinha había perdido a demasiadas figuras importantes en su vida, demasiadas personas de las que dependía. Sus padres. Pipo. Libo. Incluso Miro. Podía ser protectora y posesiva con sus hijos, que la necesitaban, pero con la gente que ella necesitaba era todo lo opuesto. Si temía que pudieran arrebatárselos, se apartaba de ellos. Dejaba de permitirse necesitarlos.

No eran ellos, sino él. Ender. Ella estaba intentando dejar de necesitarlo a él. Y este silencio, si continuaba, abriría un abismo tan grande entre la pareja que su matrimonio nunca se recuperaría.

Si eso sucedía, Ender ignoraba qué haría. Nunca se le había ocurrido que su matrimonio pudiera estar amenazado. No se había casado a la ligera: pretendía morir casado con Novinha, y todos estos años se habían llenado de la alegría que produce la confianza plena en otra persona. Ahora Novinha había perdido esa confianza en él. Pero no era justo. Él seguía siendo su marido, fiel como no lo había sido ningún otro hombre, ninguna otra persona en su vida. No se merecía perderla por un ridículo malentendido. Si dejaba pasar las cosas, como parecía decidida Novinha, aunque inconscientemente, ella se convencería del todo de que nunca podría depender de otra persona. Eso sería trágico, porque sería falso.

Ender estaba ya preparando una confrontación de algún tipo con Novinha cuando Ela la provocó accidentalmente.

—Andrew.

Ela estaba de pie en la puerta. Si había dado una palmada pidiendo permiso para entrar, Ender no la había oído. Pero claro, ella no necesitaba permiso para entrar en la casa de su madre.

—Novinha está en nuestra habitación.

—Vengo a hablar contigo.

—Lo siento, no puedo darte un adelanto de la paga.

Ela se echó a reír mientras avanzaba para sentarse a su lado, pero la risa murió rápidamente. Estaba preocupada.

—Quara —dijo.

Ender suspiró y sonrió. Quara siempre llevaba la contraria desde su nacimiento, y nada la había hecho cambiar. Sin embargo, siempre se había llevado mejor con Ela que con nadie.

—No es lo de siempre. De hecho, es menos problemática que de costumbre. Ni una pelea.

—¿Una mala señal?

—Sabes que está intentando comunicarse con la descolada.

—Lenguaje molecular.

—Bueno, lo que está haciendo es peligroso, y no establecerá comunicación aunque tenga éxito. Sobre todo si tiene éxito, porque entonces habrá una buena posibilidad de que muramos todos.

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