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Authors: Orson Scott Card

Tags: #Ciencia ficción

Ender el xenocida (28 page)

BOOK: Ender el xenocida
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Pero gran parte de su furia se debía a la forma en que Wang-mu había hablado acerca del Congreso Estelar. Era como si Wang-mu no considerara al Congreso la autoridad suprema de toda la humanidad; como si imaginara que Sendero era más importante que la voluntad colectiva de todos los mundos. Aunque sucediera lo inconcebible y se ordenara que Han Fei-tzu se presentara a juicio en un mundo situado a un centenar de años luz de distancia, él lo haría sin una protesta, y se enfurecería si alguien en Sendero opusiera la más leve resistencia. ¿Rebelarse como Lusitania? Impensable. La simple idea hacía que Qing-jao se sintiera sucia.

Sucia. Impura. Albergar un pensamiento tan rebelde la hizo empezar a buscar una línea en las vetas de la madera para seguirla.

—¡Qing-jao! —gimió Wang-mu en cuanto su señora se arrodilló y se inclinó sobre el suelo—. ¡Por favor, dime que los dioses no te están castigando por haber oído las palabras que he pronunciado!

—No me están castigando —replicó Qing-jao—. Me purifican.

—Pero no son ni siquiera mis palabras, Qing-jao. Son palabras de personas que ni siquiera están aquí.

—Son palabras impuras, no importa quién las diga.

—¡Pero no es justo que te humilles por unas ideas en las que nunca has pensado ni has creído!

¡Peor y peor! ¿No se callaría nunca Wang-mu?

—¿Debo oírte ahora decir que los propios dioses son injustos?

—¡Lo son, si te castigan por las palabras de otras personas!

La muchacha era desesperante.

—¿Ahora eres más sabia que los dioses?

—¡También podrían castigarte porque te atrae la gravedad, o porque la lluvia te moja!

—Si me exigieran que me purificara por esas cosas, entonces lo haría, y lo consideraría justicia —sentenció Qing-jao.

—¡La justicia no tiene significado! —gritó Wang-mu—. Cuando dices la palabra, te refieres a lo que quiera que decidan los dioses. Pero cuando yo la digo, me refiero a la equidad, a gente que es castigada sólo por lo que han hecho a propósito, a…

—Yo debo atender a lo que los dioses entienden por justicia.

—¡La justicia es la justicia, digan lo que digan los dioses!

Qing-jao estuvo a punto de incorporarse y abofetear a su doncella secreta. Habría sido adecuado, pues Wang-mu le causaba tanto dolor como si la hubiera golpeado. Pero no era corriente en Qing-jao pegar a una persona que no tenía libertad de responderle. Además, aquí se presentaba un acertijo sumamente interesante. Después de todo, los dioses le habían enviado a Wang-mu: Qing-jao estaba segura de ello. Así que en vez de discutir con Wang-mu directamente, intentaría comprender lo que los dioses pretendían al enviarle una sirvienta que decía cosas tan vergonzantes e irrespetuosas.

Los dioses habían hecho que Wang-mu dijera que era injusto castigar a Qing-jao simplemente por oír las irrespetuosas opiniones de otra persona. Tal vez la afirmación de Wang-mu era cierta. Pero también era cierto que los dioses no podían ser injustos. Por tanto, debía ser que Qing-jao no estaba siendo castigada sólo por oír las traicioneras opiniones de la gente. No, Qing-jao tenía que purificarse porque, en el fondo de su corazón, una parte de ella debía de creer esas opiniones. Tenía que limpiarse porque en su interior todavía dudaba del mandato celestial del Congreso Estelar; todavía opinaba que no era justo.

Qing-jao se arrastró inmediatamente hasta la pared más cercana y empezó a buscar la línea adecuada en las vetas de la madera. Gracias a las palabras de Wang-mu, había descubierto una suciedad secreta en su interior. Los dioses la habían acercado un paso más para conocer sus lugares más oscuros, para que algún día pudiera estar completamente llena de luz y ganarse así el nombre que incluso ahora seguía siendo tan sólo una burla. «Una parte de mí duda de la justicia del Congreso Estelar. ¡Oh, dioses, por el bien de mis antepasados, mi pueblo, mis gobernantes, y por último por mi propio bien, purgad esta duda de mí y dejadme limpia!»

Cuando terminó de seguir la línea (y únicamente hizo falta seguir una sola línea para que quedara limpia, lo cual era una buena señal de que había aprendido algo bien), vio que allí estaba todavía Wang-mu, observándola. Toda la furia de Qing-jao se había desvanecido, y de hecho se sentía agradecida a Wang-mu por haber sido una herramienta involuntaria de los dioses para ayudarla a aprender una nueva verdad. Pero, con todo, Wang-mu tenía que comprender que se había pasado de la raya.

—En esta casa somos leales sirvientes del Congreso Estelar —declaró Qing-jao, la voz suave, la expresión amable—. Si tú fueras una sirvienta leal de esta casa, también servirías al Congreso con todo tu corazón.

¿Cómo podría explicarle a Wang-mu lo dolorosamente que ella misma había aprendido la lección, lo dolorosamente que aún la estaba aprendiendo? Necesitaba que Wang-mu la ayudara, no que se lo pusiera más difícil.

—Sagrada, no lo sabía —murmuró Wang-mu—. No tenía ni idea. Siempre había oído mencionar el nombre de Han Fei-tzu como el del más noble servidor de Sendero. Creía que servíais al Sendero, no al Congreso, o nunca habría…

—¿Nunca habrías venido a trabajar aquí?

—Nunca habría hablado mal del Congreso. Te serviría aunque vivieras en la casa de un dragón.

«Tal vez lo hago —pensó Qing-jao—. Tal vez el dios que me purifica es un dragón, frío y caliente, terrible y hermoso.»

—Recuerda, Wang-mu, que el mundo llamado Sendero no es el Sendero mismo, sino que lleva su nombre para recordarnos que sigamos el auténtico Sendero cada día. Mi padre y yo servimos al Congreso porque ostenta el mandato del cielo, y por eso el Sendero requiere que lo sirvamos por encima de los deseos y necesidades del mundo concreto llamado Sendero.

Wang-mu la miraba con los ojos desorbitados, sin parpadear. ¿Comprendía? ¿Creía? No importaba, llegaría a creer con el tiempo.

—Vete ahora, Wang-mu. Tengo que trabajar.

—Sí, Qing-jao.

Wang-mu se levantó inmediatamente y retrocedió, inclinándose. Qing-jao se volvió hacia su terminal. Pero cuando empezaba a requerir más informes a la pantalla, se dio cuenta de que había alguien en la habitación con ella.

Giró en su silla: en la puerta estaba Wang-mu.

—¿Qué pasa?—preguntó Qing-jao.

—¿Es el deber de una doncella secreta decirte cualquier sabiduría que acuda a su mente, aunque resulte ser una tontería?

—Puedes decirme lo que quieras. ¿Te he castigado alguna vez?

—Entonces, por favor, perdóname, Qing-jao, si me atrevo a decir algo sobre la gran tarea en la que estás trabajando.

¿Qué sabía Wang-mu de la Flota Lusitania? Era una estudiante rápida, pero Qing-jao le enseñaba a un nivel tan primitivo en todos los temas que era absurdo pensar que pudiera siquiera entender los problemas, mucho menos las respuestas. Sin embargo, su padre le había enseñado que los sirvientes son siempre más felices cuando saben que sus amos escuchan sus voces.

—Cuéntamelo, por favor —rogó Qing-jao—. ¿Cómo podrías decir algo más estúpido que mis propias palabras?

—Mi querida hermana mayor —dijo Wang-mu—. Tú misma me has dado esta idea. Has dicho muchas veces que nada conocido en toda la ciencia y la historia podría haber causado que la flota desapareciera con tanta perfección, y a la vez.

—Pero sucedió, y por eso debe ser posible después de todo.

—Lo que se me ocurrió, mi dulce Qing-jao, es algo que me explicaste la última vez que estudiamos lógica. Acerca de la primera causa y la causa final. Todo este tiempo has estado buscando primeras causas: cómo se hizo desaparecer a la flota. Pero ¿has buscado causas finales, lo que deseaba conseguir alguien aislando a la flota, o incluso destruyéndola?

—Todo el mundo sabe por qué la gente quiere detener a la flota. Intentan proteger los derechos de las colonias, o tienen la ridícula idea de que el Congreso pretende destruir a los pequeninos junto con toda la colonia. Hay miles de millones de personas que quieren detener a la flota. Todos ellos son sediciosos de corazón y enemigos de los dioses.

—Pero alguien lo hizo —adujo Wang-mu—. Sólo se me ocurrió que ya que no puedes descubrir lo que sucedió a la flota directamente, entonces si descubrieras quién lo hizo, tal vez llegaras a averiguar cómo lo consiguieron.

—Ni siquiera sabemos si alguien lo hizo —objetó Qing-jao—. Pudo haber sido algo. Los fenómenos naturales no tienen propósitos en mente, ya que no tienen mente.

Wang-mu inclinó la cabeza.

—Entonces te he hecho perder el tiempo, Qing-jao. Por favor, perdóname. Tendría que haberme marchado cuando me lo ordenaste.

—Está bien —asintió Qing-jao.

Wang-mu se marchó al instante. Qing-jao no sabía si su servidora había oído siquiera sus últimas palabras. «No importa», pensó. Si Wang-mu estaba ofendida, lo arreglaría más tarde. Era muy amable por parte de la muchacha pensar que podía ayudarla con su tarea; ya se aseguraría de que supiera lo contenta que estaba de que tuviera un corazón tan animoso.

Qing-jao volvió a su terminal. Repasó cansinamente los informes de la pantalla. Los había estudiado todos antes, y no había encontrado nada útil. ¿Por qué debería ser diferente esta vez? Tal vez esos informes y sumarios no le mostraban nada porque no había nada que mostrar. Tal vez la flota desapareció porque algún dios se había vuelto loco; había historias similares en la antigüedad. Tal vez no había ninguna prueba de la intervención humana porque ningún humano lo había hecho. Se preguntó qué diría su padre de eso. ¿Cómo trataría el Congreso con una deidad enloquecida? Ni siquiera podían localizar a un escritor sedicioso como Demóstenes, ¿qué esperanza tenían de seguir y atrapar a un dios?

«Quienquiera que sea Demóstenes, ahora mismo se estará riendo», pensó Qing-jao. Tanto trabajo para persuadir a la gente de que el gobierno se equivocaba al enviar a la Flota Lusitania, y ahora la flota había sido detenida, justo como quería Demóstenes.

Justo como quería Demóstenes. Por primera vez, Qing-jao hizo una conexión mental, tan evidente que no pudo creer que no la hubiera hecho antes. Era tan obvio, de hecho, que la policía de muchas ciudades había supuesto que quienes ya eran seguidores conocidos de Demóstenes debían de estar implicados en la desaparición de la flota. Habían detenido a todos los sospechosos de sedición y habían intentado arrancarles una confesión a la fuerza. Pero, por supuesto, no habían interrogado a Demóstenes, porque nadie sabía quién era.

Demóstenes, tan listo que había eludido ser descubierto durante años, a pesar de toda la búsqueda por parte de la policía del Congreso. Demóstenes, tan elusivo como la causa de la desaparición de la flota. Si pudo hacer un truco, ¿por qué no el otro? «Tal vez si encuentro a Demóstenes descubriré cómo se interceptó a la flota. No es que sepa por dónde empezar a buscar. Pero al menos es una aproximación diferente. Al menos no tendré que leer los mismos informes inútiles y vacíos hasta la saciedad.»

De repente, Qing-jao recordó quién había dicho casi exactamente lo mismo, tan sólo momentos antes. Sintió que se ruborizaba, la sangre caliente agolpada en sus mejillas. «Qué arrogante fui al tratar a Wang-mu de forma condescendiente, al despreciarla por imaginar que podía ayudarme con mi alta tarea. Y ahora, ni cinco minutos después, el pensamiento que introdujo en mi mente ha madurado en un plan. Aunque el plan fracase, fue ella quien me lo dio, o al menos me puso en camino. Así que yo fui la tonta al pensar que ella lo era.» Lágrimas de vergüenza llenaron los ojos de Qing-jao.

Entonces pensó en algunos versos de una canción de su antepasada-del-corazón:

Quiero recuperar

las flores de las moras

que han caído

aunque las peras maduran y permanecen

La poetisa Li Qing-jao conocía el dolor de llorar por las palabras que ya han caído de nuestros labios y nunca pueden recuperarse. Pero era lo bastante sabia para comprender que, aunque esas palabras han desaparecido, existen todavía nuevas palabras que decir, como las peras maduras.

Para consolarse de la vergüenza de haber sido tan arrogante, Qing-jao repitió todas las palabras de la canción, o al menos empezó a hacerlo. Pero cuando llegó al verso:

barcos dragón en el río

Su mente regresó a la Flota Lusitania, imaginando a todas aquellas naves estelares como barcos fluviales, pintadas tan fieramente y a la vez arrastradas por la corriente, tan lejos de la costa que ya no pueden ser oídos por fuerte que griten.

De barcos dragón sus pensamientos pasaron a cometas dragón, y ahora pensó en la Flota Lusitania como cometas con la cuerda rota, impulsadas por el viento, separadas ya del niño que las hizo volar. Qué hermoso, verlas libres. Sin embargo, qué aterrador debía de ser para ellas, que nunca ansiaron la libertad.

No temí a los vientos enloquecidos

ni a la violenta lluvia

Las palabras de la canción volvieron de nuevo a ella. «No temí. Vientos enloquecidos. Lluvia violenta. No temí mientras...

bebimos por la buena fortuna

con cálido vino de moras,

ahora no puedo concebir

cómo recuperar

ese tiempo

Mi antepasada-del-corazón podía espantar su miedo bebiendo —pensó Qing-jao—, porque tenía alguien con quien beber. E incluso ahora,

sola en mi tálamo con una copa

mirando tristemente a la nada

La poetisa recuerda a su compañero perdido. ¿A quién recuerdo yo ahora? —pensó Qing-jao—. ¿Dónde está mi dulce amor? Qué época sería aquélla, cuando la gran Li Qing-jao era todavía mortal y hombres y mujeres podían estar juntos como tiernos amigos, sin preocuparse por quién era agraciado por los dioses y quién no. Entonces una mujer podía llevar una vida tal que incluso en su soledad tenía recuerdos.

Yo ni siquiera puedo recordar la cara de mi madre. Sólo las fotos planas; no puedo recordar su cara en movimiento mientras sus ojos me miraban.

Sólo tengo a mi padre, que es como un dios; puedo adorarlo y obedecerlo e incluso amarlo, pero no puedo jugar con él; cuando bromeo con él, siempre tengo cuidado de que apruebe la forma en que lo hago. Y Wang-mu.

Hablé firmemente de cómo seríamos amigas, y sin embargo la trato como a una criada, no olvido ni por un solo instante quién es la agraciada por los dioses y quién no. Es un muro que nunca puede cruzarse. Estoy sola ahora y estaré sola siempre.

un frío claro atraviesa

las cortinas de la ventana

la luna creciente más allá de los barrotes de oro.»

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