Enigma. De las pirámides de Egipto al asesinato de Kennedy (31 page)

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Authors: Bruno Cardeñosa Juan Antonio Cebrián

Tags: #Divulgación

BOOK: Enigma. De las pirámides de Egipto al asesinato de Kennedy
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El investigador inglés Chris Aubeck, autor en España de un artículo sobre esta historia —revista
LRV
, número 6— y buen conocedor del tema, señala respecto a lo afirmado por Allen sobre que el experimento fuera realizado en el otoño de 1943 y que él se encontrara muy cerca, a bordo de
Andrew Furuseth
, que se ha comprobado que sólo coincidieron el 16 de agosto de 1943 y no en otoño. Pero cabe una última posibilidad. En una carta dirigida a Goerman el 2 de agosto del 1979, Allen decía que existían dos DE173 y en la edición anotada del libro de Moore y Berlitz que Allen envió a casa en Navidades de 1979 escribió que «había dos barcos, DE173 Y DE168 —o algún número de identificación así— … la lógica me decía que era el DE173. Estaba equivocado…». En su última entrevista, en 1986, dijo otra vez que era el DE168, número de identificación del
USS Amick
, que estuvo en las Bermudas en las fechas en que se suponía ocurrió el experimento, siendo empleado para probar nuevos recursos de defensa. ¿En qué consistía el experimento? De momento, no lo sabemos…

Los discos de Baian Kara Ula

En realidad, todo parece una leyenda urbana que fue alimentándose poco a poco sin que nadie realmente profundizara en el origen de las informaciones, que nos remontan al año 1938. En esa fecha, una expedición habría alcanzado la frontera entre China y el Tíbet a la altura de una región llamada Baian Kara Ula. Allí encontraron algunos restos inquietantes. Por un lado, unas supuestas tumbas escondidas en una cueva que albergaban los restos sin vida de unos personajes que para nada parecían humanos. Junto a ellos se localizaron setecientos discos de piedra sobre cuya superficie aparecían grabados unos símbolos —de aspecto rúnico— que en principio nadie fue capaz de descifrar.

Meses después entraron en juego los investigadores de la Universidad de Pekín, que examinaron aquellos símbolos jeroglíficos intentando hallarles sentido. Y lo encontraron: aquella escritura cifrada venía a decir que hace más de diez mil años unos seres del espacio llamados
dropa
llegaron hasta esa región. Además, los investigadores chinos habrían localizado varias leyendas en la región que confirmaban la legendaria visita al lugar de unos personajes de poco más de un metro de altura.

Ésa es la historia, pero la realidad es bien diferente. Gracias al investigador británico Chris Aubeck, se pudo localizar la fuente original de la información. Data del año 1962, cuando la dio a conocer una revista titulada
El universo del vegetarianismo
, que se editaba en Alemania y que era de corte totalmente sensacionalista; podrían contarse con los dedos de una mano las informaciones que publicaron que resultaron ciertas. Por desgracia, nadie se planteó la poca credibilidad de esta revista, y el texto fue copiado posteriormente por la revista germana
UFO
y de ahí saltó a las páginas de la publicación rusa
Sputnik
en el año 1966. Y como esta última sí gozaba de credibilidad, el asunto de los
dropa
comenzó posteriormente a obtener notoriedad y repercusión en todo el mundo.

Como consecuencia de ese salto entre revista y revista, cada vez que se publicaba, la información original sufría nuevos añadidos inventados por los redactores de turno. Así, en el año 1979, varias publicaciones norteamericanas dieron a conocer el caso aderezado por el relato de algunos lugareños de la región tibetana que recordaban como aquellos seres llegados del espacio hace doce mil años procedían de la estrella Sirio, que aparece en infinidad de mitos de pueblos y civilizaciones a lo largo del globo terráqueo.

Esta última versión de la leyenda de los
dropa
fue narrada en un libro por un personaje llamado David Agamon, que dio al relato su forma definitiva. En su trabajo se daban a conocer, por primera vez, las fotografías de algunos de esos discos que contenían los enigmáticos símbolos. En sus páginas decía que dichas imágenes habían sido obtenidas en el Museo de Pekín, pero casi dos décadas después, Agamon confesó la verdad a la revista
Fortean Times
: las imágenes las había falsificado él mismo en su propio domicilio.

Por desgracia, las informaciones sobre los
dropa
y los discos resultaron falsas desde un principio. Eso no ha sido óbice para que infinidad de publicaciones hayan reproducido todo ese mito sin que nadie reparara en la inautenticidad de unas afirmaciones que acabaron por convertirse en una leyenda. Parecía una historia fascinante, pero estamos ante un fraude más.

El broche de Frenesie

Un año: 1887.

Una ciudad: Preneste (la actual Palestrina, en Italia).

Un descubrimiento arqueológico: un broche de bronce.

Una inscripción en latín:
«Manios med fhe fhaked Numasioi»
(que sería el equivalente del latín clásico
«Manius me fecit Numasio»
, es decir, «Manió me hizo para Numerio»).

He aquí los elementos principales del llamado «broche de Preneste», que pretendía ser la prueba más antigua en latín escrito (siglo VII a. C).

Y así empieza el misterio de esa extraña fíbula que se pensó que pertenecía a la época etrusca, porque había sido encontrada en una tumba de esta cultura datada en el siglo VII a.C.

Todo esto era asombroso porque venía a demostrar a los lingüistas que el latín escrito era algo común en esa lejana época y, por lo tanto, había que reescribir parte de la historia.

El autor del fabuloso descubrimiento fue Wolfgang Helbig, un conocido científico alemán especialista en arqueología romana, sobre todo en lo referente a las pinturas de Pompeya. Una persona que gozaba de una gran reputación, casado con la princesa Nadina Schakowskoy, y al que nadie osaba contradecir o poner en entredicho sus hallazgos. Y éste de la fíbula era de tal categoría que sirvió para que Helbig ocupara la dirección del Instituto Alemán en Roma, del que había sido vicerrector hasta ese momento.

Pero no todos estaban de acuerdo con este polémico descubrimiento arqueológico y con este nombramiento. Se empezó a analizar el pasado de Helbig y se descubrió que no todo estaba claro en su carrera académica. Por ejemplo, había sospechas de que había traficado con objetos antiguos de los museos para conseguir así un sobresueldo. No obstante, su prestigio era tal por aquella época de finales del siglo XIX y principios del XX que nadie puso en duda sus afirmaciones. Hubo sólo un profesor italiano que empezó a decir que aquello era imposible, que Helbig estaba mintiendo; todo el mundo se echó sobre él, le echaron de la Universidad, y murió solo, amargado y pobre en una buhardilla.

Cuando se inició la Primera Guerra Mundial en 1914, se expulsó de Italia a los súbditos alemanes y, sin embargo, a Helbig se le permitió permanecer en Roma, por expreso deseo de la familia real de Vittorio Emmanuel III.

Helbig muere al año siguiente, en 1915, cargado de reconocimientos y honores, y con el broche expuesto en las vitrinas de los museos de la ciudad eterna. Tuvo que pasar más de medio siglo para que su falsificación fuese demostrada, gracias a la investigación de la famosa fíbula de Preneste que realizó la profesora italiana Margarita Guarducci, quien fue directora nacional de Arqueología en Italia. Sus conclusiones se recogen en su obra
La Cosidetta Fíbula Prenestina: Antiquari, Eruditi e Falsari nella Roma dell’Ottocento
(Roma, 1980).

Guarducci es conocida como la
arqueóloga de San Pedro
. Tenía noventa y siete años cuando murió en 1999, y su prestigioso nombre ya era conocido por sus estudios sobre la basílica de San Pedro, a los que dedicó toda su vida. A ella se debe de modo especial la confirmación de la existencia de la tumba del apóstol Pedro bajo el altar mayor de la Confesión, la identificación de las reliquias del apóstol en 1965, y el desciframiento de numerosas inscripciones como la de Preneste. De esta manera, sabemos que el broche fue en realidad una burda falsificación hecha por dos personas.

Una de ellas era el comerciante sin escrúpulos Francesco Martinetti, un antiguo restaurador y anticuario enriquecido con el tráfico de obras de arte clásicas, y la otra era el propio Helbig, que fue quien le añadió a la aguja del broche etrusco la arcaica inscripción latina que lo haría famoso. Dejar la fíbula en una tumba etrusca y lanzar el descubrimiento a bombo y platillo, aprovechando la credibilidad que tenía Helbig, fue todo uno. Reconstruyendo los hechos, existían tres elementos importantes en esta operación, de los cuales dos eran auténticos: el broche y la tumba. El tercero, la inscripción, era la pata que no encajaba en este elaborado y falsificado banco arqueológico.

Martinetti murió ocho años después del supuesto descubrimiento, en 1895, dejando a su familia cargada de pleitos y de deudas con una singular herencia: la «casa de los milagros», llamada así porque con los años fueron apareciendo, ocultos en los muros, suelos y muebles, objetos de lo más variopintos, monedas de oro y joyas. El último tesoro y el más valioso surgió en 1933, cuando se demolió todo el edificio. La falsa inscripción supuso un nuevo jarro de agua fría para la arqueología y la lingüística.

Habrá que esperar a otra prueba más sólida para demostrar que el latín escrito se utilizaba de manera asidua en el siglo VII a.C., porque el broche de Preneste ha pasado a formar parte de las falsificaciones arqueológicas más sonadas de la historia. Descartada la fíbula, tres pueden ser los documentos más vetustos con alfabeto latino: la inscripción de Dueños (o
Vaso de Dueños
, especie de vasija con una fórmula de encantamiento mágico, escrita en latín arcaico del siglo IV a. G), el
Lapis Niger
y el
Lapis Satricanum
(siglo VI a.C.).

El fraude y la falsificación de objetos y obras etruscas fue una moda en el siglo XIX y XX, tal es así que en ese mismo año de 1933 se expusieron al público, en el Museo Metropolitano de Nueva York, tres estatuas de guerreros de terracota en un lugar de honor de la Sala Etrusca.

El Museo estaba orgulloso de esta exposición hasta que se demostró que también eran más falsos que un euro de corcho…

Capítulo IX
Grandes conspiraciones de la historia
¿Quién mató a Kennedy?

A día de hoy, todavía resulta imposible responder a esta pregunta. Sin embargo, de algo puede estar seguro el lector: no fue Oswald o, al menos, no fue sólo él quien acabó con la vida del carismatico presidente norteamericano…

Pese a ello, los abrazafarolas del poder siguen empeñándose en hacer comulgar con ruedas de molino a la humanidad. Lo decimos a propósito de un reciente estudio científico publicado en Estados Unidos, según el cual se confirma que Oswald fue el único responsable de la muerte de John Fiztgerald Kennedy, ya que certifican la existencia de la «bala mágica» que acabó con el presidente. Sin embargo, las incógnitas sobre su muerte siguen todavía vigentes. Así lo vamos a comprobar muy rápidamente…

Los responsables de la citada investigación son Kenneth Rahn y Larry Sturdivan, quienes efectuaron un análisis balístico y químico del proyectil que acabó con la vida de Kennedy aquel 22 de noviembre de 1963. Tras su trabajo concluyeron que la versión oficial que lleva cuatro décadas provocando polémica y discusión responde a la realidad de lo ocurrido aquel trágico día en Dallas.

Cuando ocurrió aquello, el carismàtico presidente recibía los agasajos de la multitud durante su trayecto en coche por la ciudad. En el vehículo oficial viajaban su esposa Jacqueline y el gobernador de Texas, John Connaly. Todo ocurrió a gran velocidad: varios disparos cortaron de raíz la vida de JFK y paralizaron al mundo entero. Todavía se busca a los culpables, por mucho que algunos quieran hacernos creer lo contrario.

Aparentemente, tres balas fueron las que disparó Lee Harvey Oswald para consumar el magnicidio. La primera hirió en el cuello a Kennedy, la segunda alcanzó levemente al gobernador Connaly, mientras la tercera impactó directamente en la cabeza del presidente. Pero, desde un principio, la tesis de triple disparo de Oswald planteó un serio inconveniente: el rifle que utilizó el presunto asesino, un Mannlicher-Carcano de 6,5 mm, sólo era capaz de disparar una vez cada 2,3 segundos. Sin embargo, la escena completa del crimen duró 4,8 segundos. Por tanto, Oswald sólo tuvo tiempo para disparar dos veces, razón por la cual se alimenta la posible existencia de un segundo francotirador que abre la puerta a infinidad de sospechas.

La conocida Comisión Warren, nombrada oficialmente para esclarecer el magnicidio, solucionó el problema al asegurar que, en realidad, Oswald sólo efectuó dos disparos. El segundo habría sido el que destrozó el cráneo de Kennedy, mientras que el primero le entró al presidente por la base de la cabeza en su parte trasera; salió por la parte frontal superior; descendió y avanzó hacia el asiento delantero para entrar por detrás del hombro izquierdo de Connaly; salió por el pecho; entró en su mano por la parte superior; salió por la inferior y se elevó para acabar alojándose en el muslo izquierdo. Lógicamente, tras la versión de la Comisión Warren se conoció a tan prodigioso proyectil como la «bala mágica». Y es que, según esa versión oficial, el proyectil efectuó siete impactos sin perder velocidad y realizando sorprendentes cambios de dirección durante el trayecto.

El reciente informe científico de Rahn y Sturdivan ha vuelto a reavivar una polémica que late desde hace décadas. Sin embargo, la sorprendente propuesta que efectúan entra en clara confrontación con otros trabajos. Por ejemplo, con el que en 2003 fue dado a conocer por Dave Conklin, en el que calcula la dirección de la bala que tuvo que disparar Oswald desde el sexto piso del edificio Texas School Bokk, en donde se encontraba el francotirador. Tras un estudio completo y exhaustivo no encontró un modelo, por muy rocambolesco que fuera, que explicara cómo se produjo todo.

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