Read Enigma. De las pirámides de Egipto al asesinato de Kennedy Online
Authors: Bruno Cardeñosa Juan Antonio Cebrián
Tags: #Divulgación
Para la ciencia actual es relativamente sencillo interpretar correctamente los descubrimientos antropológicos, pero a veces se descubren ciertos fraudes… |
Así estaban las cosas hasta que en 1936 el dentista Alvan T. Marston, al estudiar la morfología del canino, se dio cuenta de que este diente pertenecía a un simio y también advirtió que la mandíbula tenía un color chocolate porque había sido tratada con bicromato de potasio. Tuvieron que pasar unos cuantos años hasta que en 1953 se diera el tiro de gracia al
hombre de Piltdown
: un equipo de investigadores del Museo Británico, dirigido por Kenneth Oakley, Wilfred Le Gros Clark y Joseph Weiner, anunció que se trataba de una burda falsificación. Aunque no sabían a quién atribuírsela.
Frank Spencer, director del Departamento de Antropología de la Universidad de Nueva York, fue quien desenmascaró la falsificación y a su autor, que no era otro que Charles Dawson, el «descubridor» del cráneo anómalo. Con la ayuda de pruebas de datación con fluorina, se determinó que era una mandíbula de orangután unida a un cráneo humano, ambos medievales. En definitiva, el cráneo de Piltdown resultó ser una astuta combinación de dos piezas anatómicas con un siglo de diferencia entre ambas: un cráneo humano y una quijada de orangután convenientemente limada para encajarla en el cráneo y engastarle luego una dentadura humana.
Pero Dawson ya no estaba en este mundo para recibir críticas ni agravios. Se había llevado el secreto a la tumba cuando murió, en 1916, laureado con toda clase de honores. Pocos repararon en que tras su muerte cesaron también los hallazgos de huesos, como si el yacimiento se hubiera volatilizado de pronto.
Entonces, los investigadores buscaron a una segunda persona que ayudara a Dawson a ingeniar la elaborada operación de engaño. La lista de sospechosos era larga. Spencer logró eliminar de la misma a dos personajes muy famosos: el padre jesuita Teilhard de Chardin y sir Arthur Conan Doyle, muy próximos al caso. De hecho, Teilhard había encontrado en Piltdown un colmillo de
Eoanthropus
que, según sus palabras, «tanto práctica como teóricamente se adapta exactamente a la mandíbula y viene a representar una fase de transición en el paso del modo de morder del mono al modo de morder del hombre».
Ese segundo hombre que ayudó a Dawson a pergeñar tan famoso fraude ha resultado ser el prestigioso anatomista sir Arthur Keith, conservador del Museo Hunteriano del Real Colegio de Cirujanos. Al conocerse el engaño, se promovió una moción de censura al British Museum en el Parlamento británico, pero todo quedó en un mero papeleo.
Así se dio por cerrado el caso de la mayor falsificación científica del siglo XX, que mantuvo en jaque a la antropología durante cuarenta largos años. Al final supuso un alivio que se descubriera el fraude, pues, como era lógico, no encajaba con el resto de hallazgos fósiles que se iban realizando en otras partes del mundo.
No todos están de acuerdo con que fuera Dawson el principal culpable de todo. Un estudio de la revista
Nature
, publicado en 1996, se decanta por el conservador del Museo de Historia Natural, Martin A. V. Hinton, quien consideraba a Smith Woodward un pomposo y deseaba ridiculizarle a toda costa, consiguiéndolo de esa manera.
La consecuencia es que un falsificador provisto de conocimientos de los modernos métodos de datación química y radiométrica podría hacer una falsificación difícilmente detectable, por lo cual nada nos garantiza que no haya alguna otra falsificación del tipo de la de Piltdown en uno de los grandes museos del mundo, aguardando a ser denunciada.
Sea como fuere, tan sólo es cuestión de asumir los errores con inteligencia y una buena dosis de humildad y sentido del humor.
«Por el deseo de Dios, después de un viaje largo de la isla de Groenlandia al sur hacia las partes restantes más distantes del mar del océano occidental, navegando hacia el sur entre el hielo, los compañeros Bjarni y Leif Eiriksson descubrieron una nueva tierra, sumamente fecunda e incluso tiene vides, a esa isla la nombraron Vinland. Eric [Henricus], legado del Observador Apostólico y obispo de Groenlandia y las regiones vecinas, llegó a esta verdaderamente inmensa y muy fértil tierra, en el nombre Dios Omnipotente, en el último año de Pascal, nuestro padre más bendito, allí estuvieron mucho tiempo, en invierno y en verano, después navegó hacia el Noreste, hacia Groenlandia y entonces en obediencia más humilde al deseo de su Superior.»
Estas palabras están tomadas del denominado
mapa de Vinland
—la Tierra de las Viñas—, según el cual los vikingos groenlandeses de origen islandés y noruego habrían descubierto América cinco siglos antes de Colón. Aunque hoy en día hay pruebas e indicios muy notables de la llegada de navegantes escandinavos a América, la cuestión del
mapa de Vinland
es distinta, pues obedece a una serie de intereses que se manifiestan de forma recurrente por parte de miembros de las importantísimas colonias de norteamericanos de origen escandinavo obsesionados en demostrar que sus antepasados habían llegado a América antes que los navegantes españoles. Aunque se probase la llegada de marinos nórdicos al Nuevo Continente, este hecho no restaría en absoluto mérito alguno a Colón, pero para muchos el famoso
mapa de Vinland
, custodiado en la prestigiosa Universidad de Yale, podía ser la prueba definitiva de que las historias de viejos y valerosos navegantes vikingos eran ciertas.
La historia del mapa comenzó en 1960, cuando Paul Mellon, el benefactor que da el segundo nombre a la Universidad Carnegie-Mellon, regaló a la Universidad de Yale, una de las más antiguas y prestigiosas de América del Norte, un mapa en el que se veían, muy bien definidos, los contornos de América del Norte. Supuestamente, era una representación detallada de tres territorios:
Helluland
—la Tierra de las piedras planas, posiblemente la isla de Baffin—,
Markland
—la Tierra de los bosques, posiblemente Labrador— y
Vinland
—la Tierra de Viñas, posiblemente Terranova—, en el noroeste del Atlántico. Había un texto que decía que allí se cultivaban viñas, por lo que los navegantes escandinavos le dieron ese nombre. A este mapa se le dio el nombre de
mapa de Vinlandia y
sería la prueba irrefutable de que América había sido descubierta por los islandeses establecidos en Groenlandia, Leif Ericsson y Bjarni Herjolfsson, cinco siglos antes que Colón.
A mediados del siglo X, se dio un calentamiento climático en Canadá, incluyendo Terranova, en el que hoy están de acuerdo la mayor parte de los geofísicos y meteorólogos, lo que permitía el cultivo de viñas y que hizo que Groenlandia recibiese el nombre que aún conserva:
Greenland
, Tierra Verde. A partir del siglo XV, un progresivo enfriamiento hizo que se volviese una tierra fría e inhóspita. Tal vez por causas climáticas, a principios del siglo XV los esquimales atacaron la pequeña colonia escandinava, que fue aniquilada en unos pocos años. De ella sólo quedan hoy restos arqueológicos, aun a pesar de que llegó a tener un obispo y una población próspera y numerosa, de buenos y audaces navegantes, que probablemente llegaron hasta lo que hoy es América, desde sus puertos en la costa occidental de la gran isla helada.
Para analizar el mapa, los investigadores se propusieron emplear el radiocarbono 14. Científicos del Instituto Smithsoniano y de la Universidad de Arizona concluyeron que el mapa era anterior a Cristóbal Colón en cincuenta años, proporcionando la evidencia que faltaba de que los vikingos habían descubierto América y regresado a Europa. En Yale se mostraron encantados con el resultado.
Sin embargo, en 1973 Walter McCrone, un microscopista de reputación mundial, encontró anatasa cristalizada en la tinta. Ese óxido de titanio no se comercializó hasta 1920. Curiosamente, esta investigación no desacredita la anterior, lo que ocurre es que la técnica del carbono-I4 se empleó para analizar el pergamino, no la tinta.
Más recientemente se ha hecho un nuevo análisis con un moderno método en el que interviene un láser; se llama espectrografía Raman. Cuando una luz monocromática muy fuerte —por ejemplo un láser— choca con unas moléculas, los fotones pierden energía al excitar vibraciones típicas de las moléculas. Esa pérdida de energía se analiza con el espectrómetro. El resultado es el espectro vibracional Raman, que es único para cada tipo de molécula. Es decir, es la huella de identidad de la molécula. Este moderno sistema ha permitido ver que hay dos tintas, una negra de carbono y otra amarilla que es la que contiene el titanio. Algunos de los defensores de la autenticidad del mapa dicen que el dióxido de titanio podría haber sido natural; pero hay pruebas que demuestran claramente lo contrario. En las tintas del mapa no hay sólo dióxido de titanio. Cuando la tinta es de óxido de hierro suele dejar con el tiempo un reborde amarillento. Ese reborde se da en el
mapa de Vinland
y es en él donde apareció la anatasa. Pero como resulta que la tinta negra no es de óxido de hierro sino de carbono, no debería haber dejado el borde amarillento. Por tanto, parece claro que el falsificador sabía que había que dejar un borde amarillento y lo hizo con el recientemente comercializado óxido de titanio en años posteriores a 1920, lo que finalmente le delató. La conclusión de la investigación fue demoledora para los defensores del mapa: se trata de una falsificación de 1923.
El profesor Robin Clark del University College de Londres, autor del estudio, dice que el falsificador sabía que debía quedar un residuo amarillo y trató de reproducirlo. La tinta negra por encima es de carbono, lo que hace imposible que deje el residuo negro. El informe y las conclusiones británicas se publicaron en un artículo el 31 de julio de 2002 en la revista
Journal Analytical Chemistry
.
A pesar de tan contundentes evidencias, existen investigadores empecinados en la autenticidad del mapa, casi siempre como base para argumentar sus teorías sobre viajes a América anteriores a Colón. El último ha sido Gavin Menzies, dispuesto por cualquier medio a demostrar la llegada a Groenlandia en el siglo XV de navegantes chinos. Muchos de estos investigadores defienden teorías interesantes y atrevidas, pero hacen mal en apoyarse en el mapa de Vinland. Lo sentimos mucho, pero es falso.
La historia de la emblemática Dama de Elche, como de tantas otras piezas artísticas, es también la historia de los tejemanejes políticos y arqueológicos, que han hecho que recaigan sobre ella las sospechas de una estupenda falsificación.
Sus peripecias empiezan el 4 de agosto de 1897, año en que se produce el hallazgo casual de la Dama de Elche en el yacimiento de La Alcudia en una urna de losa, que fue seguido, de forma casi inmediata, de su venta por cuatro mil francos a Pierre Paris, coleccionista que trabajaba para el Museo del Louvre.
La escultura de referencia se dató en el siglo IV a.C. y se trata de un busto de piedra caliza cuya función parecía ser la de urna funeraria, ya que tiene un orificio posterior donde se depositaban las cenizas del difunto. Muestra el busto de una mujer o divinidad con lujosas joyas y un tocado muy especial: dos enormes rodetes que son como enormes orejeras cuya función se desconoce. Según una hipótesis del profesor Francisco Vives, experto en la escultura y autor del ensayo
La Dama de Elche en el año 2000
, fue una figura de cuerpo entero sentada y con una policromía bien definida de rojos y azules. Posteriormente, se rompería en dos partes para reutilizar la zona del tronco y transformar la parte dorsal de la figura en una incompleta urna funeraria.
La imagen que tenemos de nuestros antiguos íberos pende de un hilo muy fino. Sí la Dama de Elche fuese un fraude, se desmoronaría un importante símbolo de nuestra Antigüedad. |
Como la Ley de Excavaciones y Antigüedades, que prohíbe la venta o exportación de productos arqueológicos, no se promulgó sino hasta 1912, el arqueólogo francés Pierre Paris adquirió la pieza para el Louvre y allí estuvo durante décadas. En 1941 regresó a España gracias a las gestiones de Francisco Franco con el gobierno de Vichy presidido por Petain. Se intercambió por un Velázquez y a España llegó este enigmático busto junto con un cuadro de Murillo. Tras unos años en el Museo del Prado, pasó a presidir la estupenda colección de escultura ibérica del Museo Arqueológico Nacional.