Read Enigma. De las pirámides de Egipto al asesinato de Kennedy Online
Authors: Bruno Cardeñosa Juan Antonio Cebrián
Tags: #Divulgación
Junto a las tres grandes pirámides de Gizeh, en El Cairo se encuentra un monumento que ha hecho correr ríos de tinta. Se trata de la Esfinge, un león con rasgos humanos que según la arqueología oficial tiene cuatro mil seiscientos años de antigüedad. Mide setenta y tres metros de longitud y veinte de altura. Sus enormes piedras —de hasta ochenta toneladas de peso— son mucho más voluminosas que las empleadas para levantar las pirámides, pero aquello no fue óbice para que los egipcios las trabajaran con tanta destreza como si fueran de arcilla.
Atribuyen su construcción al faraón Kefren, de la IV dinastía, e incluso aseguran algunas fuentes que el rostro de este león de piedra se asemeja al del mítico personaje. Sin embargo, existe la posibilidad de que sea mucho más antigua, más incluso que el propio nacimiento de las primeras civilizaciones. Así que, de confirmarse esa tesis, los historiadores quizá deban empezar a reescribir sus caducas cronologías…
A este respecto, el geólogo Robert Schoch, de la Universidad de Boston, identificó en la parte exterior de la Esfinge rasgos erosivos en la piedra que le hicieron pensar que hubo una época en la cual Darte del monumento estuvo cubierto por el agua. Tal grado de erosión no se encuentra en las cercanas grandes pirámides, que en un principio son de casi la misma época. Esto haría pensar en que en algún momento del pasado remoto la llanura estuvo inundada, algo que sucedió hace al menos ocho mil años. De acuerdo con esta teoría, la Esfinge sería mucho más antigua que las propias pirámides. La posibilidad de que los egipcios se encontraran allí este monumento cuando «conquistaron» el entorno del Nilo es una tesis que tiene cada vez más adeptos y que obligaría a pensar en la existencia de alguna civilización anterior a las conocidas y que fuera una suerte de «cultura madre» para el resto de pueblos que posteriormente emergieron en aquella región del planeta.
La apuesta del geólogo también se sostiene sobre otro singular hallazgo que el investigador Robert Bauval dio a conocer en 1994. Según este estudioso, las tres grandes pirámides serían una representación sobre la arena de la constelación de Orión, un cúmulo estelar que, no por casualidad, tuvo una enorme relevancia en la cosmología egipcia. Dicen las tradiciones que el dios Osiris, al morir, se convirtió en una de las tres estrellas del cinturón de Orión…
Pero la teoría de Bauval y Grahan Hancock, que publicó la tesis en un libro fundamental de la investigación heterodoxa,
Las huellas de los dioses
, presenta un detalle que resulta más relevante aún: los monumentos de la meseta de Gizeh representan a Orión tal y como esta constelación estaba dispuesta en el cielo allá por el año 10500 a.C. A nadie escapa que los edificadores de aquellas moles pétreas quisieron señalar esa fecha por alguna razón que todavía se nos escapa. Para redondear más la visión arqueastronómica (disciplina científica que estudia los monumentos de las antiguas civilizaciones en función de la astronomía) de este asunto es importante destacar algo que ocurre con la llegada del equinoccio de primavera. Ese día, la Esfinge apunta con sus ojos a determinadas estrellas. Para Giorgio de Santillana, profesor de Historia de la Ciencia en el Instituto Tecnológico de Massachusetts, este hecho demostraría que los antiguos egipcios ya conocieron un fenómeno llamado la «precesión de los equinoccios», un ciclo de 21.600 años de duración que se manifiesta cada año con el anticipo de la llegada de la primavera. Este efecto del movimiento de la Tierra se creía que era un descubrimiento de los modernos astrónomos y, sin embargo, aquellos sabios del Nilo ya lo conocían hace muchos miles de años. Para rematar la incógnita, no parece casual que, en el equinoccio de primavera del año 10500 a.C., la Esfinge mirara directamente a su orto helíaco, es decir, hacia donde se encontraba la estrella Sirio, mágica para los egipcios porque representa a la diosa Isis y que completa en el cielo a la constelación de Orión.
Nos queda esperar nuevas investigaciones para poder conocer la verdad sobre el origen de la Esfinge. De momento, se han localizado en el interior del monumento cámaras secretas a las que aún no han accedido los arqueólogos. Quién sabe si en su interior puede encontrarse la respuesta…
Este célebre faraón de la XVIII dinastía ha pasado a la historia más por el hallazgo de su tumba que por su vida en sí, carente de grandes epopeyas, o al menos eso es lo que oficialmente creemos.
En noviembre de 1922, el arqueólogo aficionado Howard Cárter, quien trabajaba en el Valle de los Reyes bajo el patrocinio de un excéntrico conde llamado lord Carnarvon, se topó con el más deslumbrante descubrimiento del Egipto faraónico. Por desgracia, hasta esa fecha casi todos los sepulcros correspondientes a mandatarios egipcios habían sido víctimas de la rapiña bandidesca o el expolio interesado. En cambio, la última morada de Tutankamon quedó intacta hasta que las excavaciones del inglés dieron con ella. Mucho se ha especulado sobre la supuesta maldición del faraón niño, el cual tuvo muy poco tiempo para disfrutar de su poder, ya que sólo pudo vivir diecinueve años, entre 1342 a. C y 1323 a.C., si bien sus fechas de nacimiento y muerte quedan sujetas a diversos debates entre los egiptólogos más ortodoxos.
Desde que Cárter le devolviera a este valle de lágrimas, los incidentes, desastres y muertes no han parado de acontecer para mayor ensalzamiento de la misteriosa momia. Lo cierto es que la simple casualidad acudió en beneficio de la duda; primero con la fatal neumonía que se cebó en Carnarvon originándole la muerte. Luego el desgobierno que sufrió Egipto y las enigmáticas muertes de algunos personajes relacionados con el descubrimiento. Finalmente, lo que comenzó siendo un gozoso capítulo para la arqueología moderna terminó convirtiéndose en casi una película de la maravillosa productora cinematográfica Hammer. Para mayor emoción, algunos autores del momento como la novelista gótica Marie Corelli, quien afirmó poseer un documento árabe en el que se relataban toda suerte de penurias y dramas para aquellos que osaran perturbar el sueño eterno del faraón, o el mismísimo sir Arthur Conan Doyle, que inopinadamente dio crédito a la fábula, abonaron las hipótesis más terroríficas vertidas sobre el enigma. En ellas se daba pábulo, sin precaución alguna, a un relato en el que un faraón enojado vuelve del otro mundo para cobrarse venganza entre los mortales que han profanado el santuario de su descanso final. Sea como fuere, y maldiciones al margen, lo que nos interesa es conocer cómo murió realmente este joven faraón que devolvió al pueblo egipcio el culto al dios Amón, estableciendo la capital en Tebas. Aunque, según parece, pudo abrazar en sus últimos años a una deidad única, contraviniendo así los intereses de la casta sacerdotal egipcia, lo que provocaría un fatal desenlace con su propia muerte por asesinato.
En 1968 se realizó una radiografía a la momia y en ella se advirtió lo que bien pudiera ser una fractura en el cráneo. Desde entonces se incrementó la versión sobre el homicidio, atribuyéndose al gran sacerdote Ay, sucesor, por cierto, de Tutankamon, la autoría del magnicidio. En 1997 se publicó en la prensa británica una investigación forense efectuada por el eminente neurorradiólogo Ian Isherwood, trabajo que fue complementado por el inspector de Scotland Yard, Graham Melvin. Según sus averiguaciones no había lugar para la especulación, confirmándose la muerte cruenta del faraón. El médico valoró a conciencia las radiografías obtenidas de la momia y dio crédito a la hipótesis criminal. Por su parte, el policía elaboró una lista de posibles sospechosos cuyo primer lugar ocupaba el sumo sacerdote antes mencionado e, inmediatamente después, Horembeb, general de los ejércitos egipcios, sucesor de Ay e iniciador de la XIX dinastía faraónica. Como vemos, esta extendida teoría sobre la muerte trágica de Tutankamon fue la más favorecida a lo largo de los años y, a estas alturas, eran muy pocos los que discutían su verosimilitud histórica. Sin embargo, el 5 de enero de 2005, un grupo de investigadores compuesto por nueve egipcios, dos italianos y un suizo examinó minuciosamente con escáner los restos momificados del faraón y descartó, tras haber analizado con pulcritud todas las radiografías, la hipótesis del asesinato. Los expertos concluyeron que no existía fractura craneal provocada, ya que el huesecillo encontrado en el interior de la cabeza podría tener origen en un movimiento brusco del cuerpo cuando fue extraído por Cárter, o bien en la propia actuación de los embalsamadores mientras manipulaban el cadáver del faraón durante el proceso de momificación. Estos mismos analistas observaron los rastros de una fractura en el fémur de la pierna izquierda, lo que confirmaría la evidente cojera que padecía el adolescente tal y como se refleja en los dibujos y relieves de la época.
Además, no se debería descartar una más que posible infección generalizada por causa de esta herida crónica, que, al ser imposible su total curación, habría marcado los últimos meses de existencia de este legendario faraón. No obstante, lo más seguro es que nunca faltarán comentarios, análisis exhaustivos o rigurosos estudios que avalen las dos teorías sobre el fallecimiento del considerado por todos como el último hijo del Sol. Lo que impedirá, a buen seguro, el propósito para el que vivieron tantos faraones, esto es, arribar a la orilla de la vida eterna cargados de riquezas y buenas obras.
¿Qué le pasó al faraón Amenofis IV (o Amenhotep IV) para que rompiera de golpe con las tradiciones politeístas de su país e instaurara un culto a un dios único?
Un misterio histórico del que, por suerte, tenemos algunos retazos para entender esa postura. Todo empezó con una visión mística. O mejor dicho, con una aparición de un objeto luminoso que le revela cuál debe ser la nueva religión para Egipto. Según cuenta la leyenda, durante una cacería del león el faraón Amenofis IV (1364-1347 a.C., según la cronología de Christian Jacq y de Josep Padró) tuvo un encuentro con un «disco solar resplandeciente», posado sobre una roca. Este latía como el corazón del faraón y su brillo era como oro y púrpura, según reza un papiro atribuido al mismo Amenofis, en su Canto IV al dios Atón. El faraón se postró de rodillas ante el disco, quedó traspuesto y empezó una nueva era…
Para muchos investigadores heterodoxos, el faraón habría sido testigo de un encuentro cercano con un ovni que él identifica como un «disco solar» prodigioso.
Amenofis era por entonces un joven monarca de la dinastía XVIII que no contaba con los triunfos y las conquistas de sus antepasados. Su carácter era más pacífico y contemplativo. Sin embargo, va a pasar a la historia por hacer algo que ningún otro faraón anterior se atrevió a hacer, ni siquiera a imaginar: derrocar a los viejos dioses y poner en su lugar al «bendito y gozoso Atón», un nombre que no era nuevo en el panteón egipcio. De hecho, en una inscripción de la dinastía XII se puede leer: «El subió al cielo y se fundió con Atón, el cuerpo del dios que lo había creado».
Se avecinaba una revolución religiosa en toda regla como jamás se había visto en Egipto, a la que se conoce históricamente como la «herejía de Amarna». Casi nadie le comprendió, pocos sacerdotes apoyaron esta postura, pero todos la acataron por la cuenta que les tenía. Encontró refugio en su esposa Nefertiti («la bella ha venido», que parece indicar un origen extranjero) con la que se casa en el segundo año de su reinado.
En el quinto año de su reinado es cuando tiene esa revelación y se produce el cisma religioso. Lo primero que hace es abandonar Tebas y fundar lejos de allí otra ciudad en la que se sienta más libre y pueda dar rienda suelta a todos los proyectos que quiere emprender. En el noveno año de su reinado crea la ciudad de Akhetaton, a unos doscientos ochenta kilómetros al norte de Tebas, que llegó a contar con veinte mil habitantes. La «ciudad del horizonte de Atón» se construye en la margen derecha del Nilo, y él se hace llamar Akhenaton, «el servidor de Atón». Sobre Akhetaton se levantó la población de Tell el-Amarna, que acabó por dar nombre a la época de Nefertiti y su esposo.
Desde ese momento, quedó proscrito el culto al dios poderoso Amón, que tenía sus principales templos en Tebas y al que se había adorado hasta que Akhenaton tuvo su extraña «visión». El siguiente paso fue prohibir el culto a Osiris, la divinidad de ultratumba que era tan querida e importante para su pueblo. Akhenaton prácticamente lo cambia todo: su nombre, la capital, el lenguaje, el arte y la teología. Ahora es el sumo sacerdote del nuevo y único dios, de la primera religión monoteísta, mil trescientos años antes de que naciera Jesucristo.
Amenofis IV cambia su nombre, la capital del reino, el lenguaje, la corte y la teología, todo en honor del dios Atón. |
Tell el-Amarna fue elegido como el enclave mágico para la nueva capital, la «ciudad del Sol», porque nunca antes en ese lugar se había adorado a otra divinidad. Según Cyril Aldred, uno de los mejores egiptólogos del siglo XX, profundo estudioso de la época amarniana, la construcción de Akhetaton, la nueva capital, se debió a la necesidad de construir un hogar para el dios, al igual que sucedía con otras divinidades egipcias: Amón tenía su sede en Tebas, Ptah en Menfis, Khnum en Elefantina y Ra en Heliópolis. Ahora le tocaba el turno a Atón…
Tardó tres años en verse construida. Estaba totalmente diseñada y pensada para rendir culto al dios Atón. Como nos recuerda Nacho Ares en su obra
Egipto insólito
: «El propio nombre de la ciudad en jeroglífico, Akhetaton, puede resultar esclarecedor. Aunque literalmente signifique ’el horizonte del disco solar’, Akhenaton pudo utilizar este término ya que le recordaba muy de cerca su extraña visión. El ideograma que viene a significar ’horizonte’ en egipcio se escribe con el dibujo de un disco sobre unas montañas».