Read Ensayo sobre la lucidez Online
Authors: José Saramago
Pasaba un poco de las cinco cuando el comisario salió. Podría haber aprovechado el taxi que en ese exacto momento dejaba a una persona en la puerta del periódico, pero prefirió caminar. Curiosamente, se sentía leve, sereno, como si le hubieran extraído de un órgano vital el cuerpo extraño que poco a poco lo estaba carcomiendo, la espina en la garganta, el clavo en el estómago, el veneno en el hígado. Mañana todas las cartas de la baraja estarán sobre la mesa, el juego del escondite terminará, porque no cabía la menor duda de que el ministro, en caso de que la noticia saliera a la luz, e, incluso sin salir, alguien se la comunique, sabrá contra quién apuntar inmediatamente el dedo acusador. La imaginación parecía dispuesta a ir más allá, hasta llegó a dar un primer paso inquietante, pero el comisario la sostuvo por el cuello, Hoy es hoy, señora mía, mañana ya veremos, dijo. Había decidido volver a la providencial, s.a., pero sintió que de repente las piernas le pesaban, los nervios flojos eran como un elástico que hubiese permanecido en tensión demasiado tiempo, una urgente necesidad de cerrar los ojos y de dormir le reclamó. Tomo el primer taxi que aparezca, pensó. Todavía tuvo que andar bastante, los taxis pasaban ocupados, uno ni siquiera oyó que lo llamaban, y finalmente, cuando ya apenas conseguía arrastrar los pies, una chalupa de socorro recogió al náufrago a punto de ahogarse. El ascensor lo izó caritativamente hasta el piso catorce, la puerta se dejó abrir sin resistencia, el sofá lo recibió como a un amigo, en pocos minutos el comisario, a pierna suelta, dormía como un tronco, o con el sueño de los justos, como también solía decirse en el tiempo en que se creía que pudieran existir. Reconfortado en el maternal regazo de la providencial, s.a., seguros & reaseguros, cuyo sosiego hacia justicia a los nombres y atributos que le habían sido conferidos, el comisario durmió una buena hora, al cabo de la cual se despertó, así lo parecía, con nuevos bríos. Al desperezarse sintió en el bolsillo interior de la chaqueta el segundo sobre, el que no llegó a ser entregado, Tal vez haya cometido un error apostando todo a un único caballo, pensó, pero rápidamente comprendió que le habría sido imposible mantener dos veces la misma conversación, ir de un periódico a otro contando la misma historia y, al repetirla, desgastándole veracidad, Lo que está hecho, hecho está, pensó, no adelanto nada dándole vueltas. Entró en el dormitorio y vio brillar la luz intermitente del contestador de llamadas. Alguien había telefoneado y dejado un mensaje. Pulsó el botón, primero salió la voz de la telefonista, después la del director de la policía, Tome nota de que mañana, a las nueve, repito, a las nueve, no a las nueve y veintiuna, le estarán esperando en el puesto seis-norte el inspector y el agente de segundo grado que trabajaron con usted, debo decirle que, además de que su misión ha caducado por incapacidad técnica y científica del respectivo responsable, su presencia en la capital ha pasado a ser considerada inconveniente, tanto por el ministro del interior como por mí, añado también que el inspector y el agente están oficialmente encargados de traerlo ante mi presencia, pudiendo detenerle si se resiste. El comisario se quedó mirando el contestador, y después, lentamente, como quien se está despidiendo de alguien que ya va lejos, extendió la mano y accionó el botón de borrar. Luego entró en la cocina, se sacó el sobre del bolsillo, lo empapó de alcohol y, doblándolo en forma de V invertida dentro del fregadero, le prendió fuego. Un chorro de agua se llevó las cenizas cañería abajo. Hecho esto, regresó a la sala, encendió todas las luces y se dedicó a la lectura pausada de los periódicos, prestando especial atención al que, o a quien, de alguna manera, había dejado entregado su destino. Llegada la hora, miró en el frigorífico por si se pudiera preparar algo parecido a una cena, pero desistió, lo escaso no era sinónimo de frescura ni de calidad, Deberían poner aquí un frigorífico nuevo, pensó, éste ya ha dado lo que tenía que dar. Salió, cenó rápidamente en el primer restaurante que encontró en el camino y regresó a la providencial, s.a. Tenía que levantarse temprano al día siguiente.
El comisario estaba despierto cuando sonó el teléfono. No se levantó para responder, sabía que sería alguien de la dirección de la policía recordándole la orden de presentarse a las nueve, atención, no a las nueve y veintiuna, en el puesto militar seis-norte. Lo más seguro es que no vuelvan a telefonear y se comprende fácilmente el porqué, en su vida profesional, y quién sabe si también en la vida particular, los policías hacen gran consumo del proceso mental a que llamamos deducción, también conocido como inferencia lógica del raciocinio, Si no responde, dirán, es porque ya viene de camino. Cuánto se equivocaban. Es cierto que el comisario está levantado, es cierto que ha entrado en el cuarto de baño para los necesarios alivios y aseos del cuerpo, es cierto que se ha vestido y va a salir, pero no para llamar al primer taxi que se encuentre y decirle al conductor que le mira expectante por el espejo retrovisor, Lléveme al puesto seis-norte, Puesto seis-norte, perdone, pero no sé dónde está eso, será una calle nueva, Es un puesto militar, si tiene ahí un mapa, se lo señalo. No, este diálogo no sucederá jamás, ni ahora ni nunca, lo que el comisario va a hacer es comprar los periódicos, con esa idea se fue anoche pronto a la cama, no para descansar lo que necesitaba y llegar al encuentro en el puesto seis-norte. Las farolas de la calle todavía están encendidas, el quiosquero acaba de subir las persianas, comienza a colocar las revistas de la semana, y cuando termina este trabajo, como una señal, las farolas se apagan y la furgoneta de reparto aparece. El comisario se aproxima mientras el quiosquero dispone los periódicos según el orden que ya conocemos pero, esta vez, de uno de los de menor venta se ven casi tantos ejemplares como los que habitualmente tienen los de mayor tirada. Al comisario se le antoja buen augurio, aunque esta agradable sensación de esperanza sufrió un choque violento, los titulares de los primeros periódicos de la fila eran siniestros, inquietantes, esta vez todos en rojo intenso, Asesina, Esta mujer mató, Otro crimen de la mujer sospechosa, Un asesinato hace cuatro años. En el otro extremo, el periódico donde el comisario estuvo ayer preguntaba, Qué más nos falta por saber. El título era ambiguo, podía significar esto, aquello y también sus contrarios, pero el comisario prefirió verlo como una pequeña linterna colocada en el valle de las sombras para guiarle los atribulados pasos. Démelos todos, dijo. El quiosquero sonrió al mismo tiempo que pensaba que, por lo visto, había ganado un buen cliente para el futuro y le entregó una bolsa de plástico con todos los periódicos dentro. El comisario miró alrededor en busca de taxi, en vano esperó casi cinco minutos, por fin se decidió a ir andando hasta la providencial, s.a., ya sabemos que no está lejos de aquí, pero la carga es pesada, nada menos que una bolsa de plástico abarrotada de palabras, más fácil sería llevar el mundo a las espaldas. Quiso la suerte que, habiéndose metido por una calle estrecha con la intención de atajar camino, se le deparase un modesto café a la antigua usanza, de esos que abren temprano porque el dueño no tiene nada más que hacer y donde los clientes entran para cerciorarse de que las cosas, allí, siguen en los lugares de siempre y el sabor del bollo de arroz emana de la eternidad. Eligió una mesa, pidió un café con leche, preguntó si hacían tostadas, con mantequilla, claro, margarina ni olerla. Vino el café con leche, y era sólo pasable, pero las tostadas llegaron directamente de las manos del alquimista que si no descubrió la piedra filosofal fue porque no consiguió traspasar la fase de la putrefacción. Ya había abierto el periódico que más le interesaba, lo hizo apenas se acababa de sentar, y una ojeada le bastó para percatarse de que el ardid resultó, el censor se dejó engañar por la confirmación de lo que ya conocía, sin pasarle por la cabeza que hay que tener mucho cuidado con lo que se cree saber, porque por detrás se oculta una cadena interminable de incógnitas, la última de ellas, probablemente, sin solución. De cualquier modo, no merecía la pena hacerse ilusiones, el periódico no iba a estar durante todo el día en los quioscos, podía imaginarse al ministro del interior bramando poseso de furia y gritando, Retiren esa mierda inmediatamente, a ver si averiguan quién dio esas informaciones, la última parte de la frase acudió al discurso por arrastramiento automático, de sobra sabía él que sólo de una persona podrían haber partido esta filtración y esta traición. Fue entonces cuando el comisario decidió hacer la ronda de los quioscos hasta donde las fuerzas le alcanzaran para observar si el periódico se estaba vendiendo mucho o poco, para ver las caras de las personas que lo compraban y si directamente iban a la noticia o si se entretenían en futilidades. Echó un vistazo rápido a los cuatro periódicos grandes, groseramente elemental, aunque eficaz, el trabajo de intoxicación del público proseguía, dos y dos son cuatro, y siempre serán cuatro, si ayer hiciste aquello, hoy harás esto, y quien tenga el descaro de dudar de que una cosa lleve forzosamente a la otra está en contra de la legalidad y del orden. Agradecido, pagó su cuenta y salió. Comenzó por el quiosco donde compró los periódicos y tuvo la satisfacción de ver que la pila que le interesaba ya era mucho más baja. Interesante, no, preguntó al quiosquero, está vendiéndose mucho, Parece que alguna radio ha hablado de un articulo que trae, Una mano lava la otra y las dos lavan el rostro, dijo misteriosamente el comisario, Tiene razón, respondió el quiosquero, sin ver la relación. Para no perder tiempo buscando quioscos se informaba en cada uno dónde quedaba el más próximo, tal vez gracias a su aspecto respetable siempre le respondían, aunque claramente se veía que a cada empleado le habría gustado preguntarle Qué tiene el otro que yo no tenga aquí. Pasaron horas, ya el inspector y el agente, en el puesto seis-norte, se cansaron de esperar y pidieron instrucciones a la dirección de la policía, ya el director habló con el ministro, ya el ministro dio conocimiento de la situación al jefe del gobierno, ya el jefe del gobierno le respondió, El problema no es mío, es suyo, revuélvalo. Entonces aconteció lo inevitable, llegando al décimo quiosco el comisario no encontró el periódico. Lo pidió haciendo como que iba a comprarlo, pero el quiosquero le dijo, Ha llegado tarde, hace menos de cinco minutos que se los han llevado. Se los llevaron, por qué, Están retirándolos de todas partes, Retirándolos, Es otra manera de decir que han secuestrado la edición, Y por qué, qué traía el periódico para que lo secuestraran, Era algo relacionado con la mujer de la conspiración, mire en ésos, ahora parece que mató a un hombre, No podría conseguirme un periódico, me haría un gran favor, No tengo, pero incluso teniendo no se lo vendería, Por qué, Quién me dice a mi que usted no es un policía que va por ahí viendo si caemos en la trampa, Tiene toda la razón, cosas peores se han visto en este mundo, dijo el comisario y se alejó. No quería encerrarse en la providencial, s.a., seguros & reaseguros, para escuchar la llamada de la mañana y probablemente algunas otras que exigirían saber dónde rayos se había metido, por qué motivo no respondía al teléfono, por qué no cumplió la orden que le habían dado de estar a las nueve en el puesto seis-norte, pero la verdad es que no tenía adónde ir, ante la casa de la mujer del médico habría ahora un mar de personas gritando, unos a favor, otros en contra, lo más seguro es que la mayoría estén a favor, los otros son minoría, no querrán arriesgarse a ser vejados o algo peor. Tampoco podría ir al periódico que publicó la noticia, si no hay policías de civil en la entrada, estarán muy cerca, ni siquiera puede telefonear porque tiene la certeza de que las comunicaciones estarán intervenidas, y al pensar esto comprendió, por fin, que también la providencial, s.a., seguros & reaseguros, estará vigilada, que los hoteles estarán alertados, que no hay en la ciudad una sola alma que lo pueda acoger, aunque quisiera. Adivina que el periódico ha recibido la visita de la policía, adivina que el director ha sido forzado, por las buenas o por las malas, a identificar a la persona que facilitó las informaciones subversivas publicadas, quizá haya tenido la debilidad de mostrar la carta con el sello de la providencial, s.a., firmada de puño y letra por el comisario en fuga. Se sentía cansado, arrastraba los pies, tenía el cuerpo bañado en sudor, pese a que el calor no fuera para tanto. No podía andar todo el día por estas calles haciendo tiempo sin saber para qué, de súbito sintió un deseo enorme de ir al jardín de la mujer del cántaro inclinado, sentarse en el borde de la fuente, acariciar el agua verde con las puntas de los dedos y llevárselos a la boca. Y después, qué haré después, preguntó. Después, nada, volver al laberinto de las calles, desorientarse, perderse y volver atrás, caminar, caminar, comer sin apetito, sólo para poder sostener el cuerpo, entrar en un cine dos horas, distraerse viendo las aventuras de una expedición a marte en aquel tiempo en que aún existían los hombrecillos verdes, y salir pestañeando ante la brillante luz de la tarde, pensar en entrar en otro cine y gastar otras dos horas navegando veinte mil leguas en el submarino del capitán nemo, y luego desistir de la idea porque algo extraño ha sucedido en la ciudad, estos hombres y estas mujeres que van distribuyendo pequeños papeles que los transeúntes se detienen para leer y después se guardan en los bolsillos, ahora mismo acaban de entregarle uno al comisario, es la fotocopia del artículo del periódico secuestrado, ese que lleva el titular Qué más nos falta por saber, ese que cuenta entre líneas la verdadera historia de los cinco días, entonces el comisario no consigue reprimirse, y allí mismo, como un niño, rompe a llorar convulsivamente, una mujer de su edad se le acerca y le pregunta si se siente mal, si necesita ayuda, y él sólo puede gesticular que no, que está bien, que no se preocupe, muchas gracias, y, como el azar a veces hace bien las cosas, alguien desde un piso alto de este edificio lanza un puñado de papeles, y otro, y otro, y aquí abajo, la gente levanta los brazos para alcanzarlos, y los papeles vuelan como palomas y uno descansa un momento en el hombro del comisario y luego se desliza hasta el suelo. Resulta que no todo está perdido, la ciudad ha tomado el asunto en sus manos, ha puesto en marcha cientos de máquinas fotocopiadoras, y ahora son grupos animados de chicas y chicos los que van metiendo los papeles en los buzones de las casas o los entregan en las puertas, alguien pregunta si es publicidad y ellos responden que sí señor, y de la mejor que hay. Estos felices sucesos dieron nueva alma al comisario, como por arte de magia, de la blanca, no de la negra, le desapareció la fatiga, es otro hombre este que avanza por las calles, es otra la cabeza que va pensando, viendo claro lo que antes era oscuro, enmendando conclusiones que antes parecían de hierro y ahora se deshacen entre los dedos que las palpan y ponderan, por ejemplo, no es nada probable que la providencial, s.a., seguros & reaseguros, siendo como es una base reservada, haya sido sometida a vigilancia, colocar allí policías al acecho podría hacer que se levantaran sospechas sobre la importancia del local, lo que, por otro lado, tampoco sería tan grave, trasladando la providencial, s.a., a otro lugar, el asunto quedaba resuelto. Esta nueva y negativa conclusión volvió a lanzar densas sombras de tempestad sobre el ánimo del comisario, pero la conclusión siguiente, aunque no tranquilizadora en todos los aspectos, le sirvió, al menos, para solventar el grave problema de habitación o, dicho de otra manera, la duda de saber dónde dormiría esta noche. El caso se explica en pocas palabras. Que el ministerio del interior o la dirección de la policía hayan visto con justificado desagrado cómo su funcionario cortó los contactos de forma unilateral no quiere decir que les hayan dejado de interesar sus andanzas y su paradero habitual y, por tanto, en caso de imperiosa necesidad, cómo poder encontrarlo. Si el comisario decidiera perderse en esta ciudad, si se escondiera en algún antro tenebroso como hacen los forajidos y los fugitivos, sería el mayor de los esfuerzos dar con él, sobre todo si hubiera llegado a establecer una red de complicidades con los medios de la subversión, operación que, por otro lado, dada su complejidad, no se monta en media docena de días, que tantos son los que hemos pasado aquí. De modo que nada de vigilancia en las dos entradas de la providencial, s.a., dejar, por el contrario, el camino libre para que la querencia natural, que no es sólo cosa de toros, haga regresar al lobo a su cubil, al papagayo de mar a su agujero de la roca. Cama conocida y acogedora podrá tener el comisario, suponiendo que no vengan a despertarlo a medianoche, abierta la puerta con sutiles ganzúas y rendido él ante la amenaza de tres pistolas que le apuntan. Es bien cierto que, como algunas veces ya habremos dicho, hay ocasiones tan nefastas en la vida que si a un lado llueve, al otro hace viento, así en esta situación se encuentra el comisario, obligado a escoger entre pasar una mala noche debajo de un árbol del jardín, a la vista de la mujer del cántaro, como un vagabundo, o confortablemente consolado por las mantas ya usadas y por las sábanas arrugadas de la providencial, s.a., seguros & reaseguros. Al final la explicación no fue tan sucinta como habíamos prometido arriba, sin embargo, y esperamos que se comprenda, no podíamos abandonar sin la debida ponderación ninguna de las variables en juego, menudeando con imparcialidad los diversos y contradictorios factores de seguridad y de riesgo, para terminar concluyendo lo que desde el principio ya sabíamos, que no vale la pena correr a bagdad tratando de evitar la cita que teníamos marcada en samarra. Puesto todo en la balanza y desistiendo de emplear más tiempo en aferir los pesos hasta el último miligramo, hasta la última posibilidad, hasta la última hipótesis, el comisario tomó un taxi para la providencial, s.a., esto era ya al final de la tarde, cuando las sombras refrescan el sendero de enfrente y el sonido del agua cayendo en las fuentes cobra aliento y se torna súbitamente perceptible para sorpresa de quien pasa. No se veía ni un papel abandonado en las calles. A pesar de todo, se nota que el comisario va un tanto aprensivo y verdaderamente no le faltan motivos. Que su propio razonamiento y el conocimiento adquirido a lo largo del tiempo sobre las mañas policiales lo
hayan inducido a pensar que ningún peligro le estará acechando en la providencial, s.a., o lo asaltará durante la noche, no significa que la ciudad de samarra no esté donde está. Esta reflexión indujo al comisario a llevarse la mano a la pistola y pensar, Por si acaso, aprovecho la subida en el ascensor para quitarle el seguro. El taxi se detuvo, Llegamos, dijo el conductor, y en ese instante el comisario vio, pegada al parabrisas, una fotocopia del artículo. A pesar del miedo, sus angustias y sus temores habían merecido la pena. El portal del edificio estaba desierto, el portero ausente, el escenario era perfecto para el crimen perfecto, la puñalada directa en el corazón, el golpe sordo del cuerpo cayendo sobre el pavimento, la puerta que se cierra, el automóvil con matriculas falsas que se aproxima y parte llevándose al asesino, no hay nada más simple que matar y ser muerto. El ascensor estaba abajo, no necesitó llamarlo. Ahora sube, va a dejar la carga en el piso catorce, dentro una serie de inconfundibles chasquidos dice que un arma está dispuesta para disparar. En el pasillo no se ve ni un alma, a esta hora las oficinas ya están todas cerradas. La llave se deslizó suavemente en la cerradura, casi sin ruido la puerta se dejó abrir. El comisario la empujó con la espalda, encendió la luz, ahora va a recorrer todas las dependencias, abrir los armarios donde puede caber una persona, mirar debajo de las camas, apartar las cortinas. Nadie. Se sintió vagamente ridículo, un fierabrás de pistola en puño apuntando a la nada, pero el que se asegura, dicen, muere de viejo, deben de saberlo en esta providencial, s.a., siendo como es de seguros y de reaseguros. En el dormitorio la luz del contestador está encendida, indica que hay dos llamadas, una tal vez sea del inspector pidiéndole que tenga cuidado, otra será de un secretario de albatros, o las dos son del director de la policía, desesperado por la traición de un hombre de confianza y preocupado por su propio futuro, aunque la responsabilidad de la elección no le pertenezca. El comisario se puso ante sí el papel con los nombres y direcciones del grupo, al que había añadido el número de teléfono del médico, y marcó. Nadie le respondió. Volvió a marcar. Marcó una tercera vez, pero ahora como si fuera una señal, dejó que sonaran tres toques y colgó. Marcó por cuarta vez y por fin respondieron, Diga, dijo secamente la mujer del médico, Soy yo, el comisario, Ah, buenas noches, hemos esperado su llamada. Qué tal están, Nada bien, en veinticuatro horas han conseguido hacer de mi una especie de enemigo público número uno, Lamento la parte que tuve en que eso haya sucedido, No ha sido usted quien escribió lo que ha aparecido en los periódicos, Hasta eso no he llegado, Quizá lo que ha publicado hoy uno de ellos y los miles de copias que se han repartido ayuden a aclarar este asunto, Ojalá, No parece muy esperanzado, Tengo esperanzas, claro, pero necesitan tiempo, la situación no se resolverá de un momento a otro, No podemos seguir viviendo así, encerrados en esta casa, estamos como en la cárcel, He hecho cuanto estaba a mi alcance, es lo que le puedo decir, No va a volver por aquí, La misión que tenía encomendada ha terminado, tengo orden de regresar, Espero que volvamos a vernos alguna vez, y en días más felices, si los hubiera, Por lo visto se han perdido por el camino, Quiénes, Los días felices, Me va a dejar más desanimada de lo que ya estaba, Hay personas que continúan de pie incluso cuando son derrumbadas, y usted es una de ellas, Pues en estos momentos bien que agradecería que me ayudaran a levantarme, Lamento no estar en situación de poderle dar esa ayuda, Creo que ha ayudado mucho más de lo que quiere que se sepa, Eso es sólo una impresión suya, recuerde que está hablando con un policía, No lo he olvidado, pero es cierto que he dejado de considerarlo como tal, Gracias por esas palabras, ahora sólo me queda despedirme hasta cualquier día de éstos, Hasta cualquier día, Cuídese, Lo mismo le digo, Buenas noches, Buenas noches. El comisario colgó el teléfono. Tenía ante sí una larga noche y ninguna manera de pasarla a no ser durmiendo, si el insomnio no decide entrar en su cama. Mañana, probablemente, vendrán a buscarlo. No se presentó en el puesto seis-norte como le habían ordenado, por eso vendrán a buscarlo. Quizá dijera esto mismo una de las llamadas que ha borrado, quizá le avisaban de que los enviados llegarán aquí a las siete de la mañana y que cualquier intento de resistencia sólo empeorará de forma irremediable el mal ya hecho. Y, claro, no necesitan ganzúas para entrar porque traerán la llave. El comisario devanea. Tiene al alcance de la mano un arsenal de armas dispuestas para disparar, podrá resistir hasta el último cartucho, o, bueno, por lo menos, hasta la primera bomba de gas lacrimógeno que le suelten dentro de la fortaleza. El comisario devanea. Se ha sentado en la cama, después se deja caer, cierra los ojos e implora que el sueño no tarde, Ya sé que la noche no ha comenzado, piensa, que todavía queda claridad en el cielo, pero quiero dormir como parece que duerme la piedra, sin los engaños del sueño, encerrado para siempre en un bloque de piedra negra, al menos, por favor, si otra cosa no puede ser, hasta mañana, cuando vengan a despertarme a las siete. El sueño oyó la desolada invocación, vino corriendo y se quedó unos instantes, después se retiró para que el comisario se desnudara y se metiese en la cama, pero luego volvió, presto, para quedarse toda la noche a su lado, ahuyentando los sueños bien lejos, hasta la tierra de los fantasmas, allí donde, uniéndose el fuego y el agua, nacen y se multiplican.