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Authors: Fritz Leiber

Tags: #Fantástico

Espadas contra la muerte (31 page)

BOOK: Espadas contra la muerte
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Entraron a la vez en el palacio. Las puertas eran anchas y ninguno de los dos hombres reconoció la presencia del otro. La pared de granito negro ante ellos tenía un hueco enorme, el ancho hogar donde la llama azul brillaba casi can cegador mente como el sol y ascendía fieramente por el cañón para formar la larga llama que habían observado desde lejos. Ante el hogar había una silla de ébano, con cojines de terciopelo negro, y sobre aquel hermoso asiento descansaba una brillante máscara negra, un rostro con los agujeros de los ojos totalmente abiertos.

Los ocho cascos de hierro del caballo blanco y el negro resonaron sobre las losas negras.

Fafhrd y el Ratonero desmontaron y avanzaron, respectivamente, hacia el lado norte y el sur de la silla de ébano, tapizada con terciopelo negro, sobre la que reposaba la rutilante Máscara de la Muerte. Tal vez afortunadamente en aquel momento la misma Muerte estaba fuera, atareada o de vacaciones.

En aquel instante, tanto Fafhrd como el Ratonero se dieron cuenta de que habían prometido a Ningauble o Sheelba matar a su camarada. El Ratonero desenvainó a «Escalpelo» y, con la misma rapidez, Fafhrd extrajo de su funda a «Varita Gris». Permanecieron cara a cara, dispuestos a matarse.

En aquel instante una cimitarra larga y brillante descendió entre ellos, rápida como la luz, y la máscara negra y brillante de la muerte quedó partida exactamente en dos, desde la frente al mentón.

Entonces la rápida espada del duque Danius avanzó como una lengua mortífera hacia Fafhrd. El nórdico apenas pudo parar el golpe del aristócrata enloquecido. La reluciente hoja se deslizó contra el Ratonero, el cual también pudo desviar el golpe a duras penas.

Probablemente ambos héroes habrían muerto allí, pues ¿quién a la larga tiene poder para dominar al loco?, de no haber sido porque en aquel instante la misma Muerte regresó a su morada en el castillo negro del Reino de las Sombras y con sus manos negras cogió al duque Danius por el cuello y le estranguló antes de que transcurrieran diecisiete latidos del corazón de Fafhrd, veintiuno del corazón del Ratonero..., y unos centenares por parte de Danius.

Ninguno de los dos héroes se atrevió a mirar a la Muerte. Antes de que aquel ser notable y horrendo hubiera acabado con Danius, su loco enemigo, cada uno cogió una mitad de la reluciente máscara negra, saltaron sobre sus caballos y galoparon uno al lado del otro como dos lunáticos gemelos, de la especie más frenética. Sobre ellos cabalgaba, aun con mayor frenesí que aquel con el que ellos cabalgaban sus poderosos caballos blanco y negro, ese jinete campeón cósmico, el Miedo, y salieron del Reino de las Sombras hacia el oeste por el camino más recto posible.

Lankhmar y sus alrededores, adonde regresaron a toda prisa, no guardaba para ellos más que hostilidad. Tanto Ningauble como Sheelba estaban muy enfadados por conseguir sólo media máscara, aun cuando fuera la máscara del ser más poderoso en todos los universos conocidos y desconocidos. Los dos archimagos, bastante egocéntricos y más bien irracionales, empeñados y apasionados en su guerra privada —aunque eran sin duda los brujos más astutos y sabios que jamás existieron en el mundo de Nehwon—, se mostraron totalmente inflexibles contra los cuatro buenos argumentos que Fafhrd y el Ratonero Gris adujeron en defensa propia: primero, que se habían atenido a las reglas impuestas por el mago, preocupándose ante todo de sacar la Máscara de la Muerte (o la mayor porción de ella que pudieran conseguir) del Reino de las Sombras, fuera cual fuese el coste personal y la mengua de su amor propio, pues, si hubieran luchado entre sí, como requería la segunda regla, lo más probable era que se hubieran matado mutuamente, en cuyo caso ni una sola astilla de la máscara habría llegado a poder de Sheelba o Ningauble, mientras que ¿quién en su sano juicio se enfrentaría en combate a la Muerte? En este punto, la suerte de Danius reforzaba considerablemente el argumento. En segundo lugar, la mitad de una máscara mágica es mejor que nada. En tercer lugar, como cada mago tenía media máscara, ambos se verían obligados a poner fin a su estúpida guerra, cooperar en el futuro y así duplicar sus poderes ya considerables. Y en cuarto lugar, que ninguno de los dos brujos habían devuelto a Vlana e Ivrian con su encantadora carne viva a Fafhrd y el Ratonero, ni las habían hecho desvanecerse totalmente en el tiempo, de modo que no quedara memoria de ellas en ninguna parte, como habían prometido, sino que torturaron a los dos héroes —y era probable que también a las dos muchachas— con un horrendo encuentro final. Con sus artes mágicas, Ningauble convirtió en animalillos domésticos todos los objetos que contenía el hogar que Fafhrd y el Ratonero habían robado, mientras Sheelba reducía la casa a cenizas indistinguibles de aquellas de la vivienda anterior en la que Vlana e Ivrian habían perecido.

Probablemente esto fue lo mejor, puesto que la idea de vivir en una casa detrás de la «Anguila de Plata», en medio del cementerio de sus grandes amores, sin duda había sido para los dos héroes demasiado mórbida desde el principio.

En lo sucesivo, Sheelba y Ningauble, sin mostrar la menor gratitud ni remordimiento alguno por sus venganzas infantiles, insistieron en obtener del Ratonero y de Fafhrd el máximo servicio establecido en el trato que habían cerrado con los dos héroes.

Pero a Fafhrd y el Ratonero Gris no volvieron a acosarles las admirables y magníficas Ivrian y Mana, ni siquiera volvieron a pensar en ellas salvo con el corazón ligero y una gratitud indolora. De hecho, al cabo de unos días el Ratonero inició una apasionante aventura amorosa con la sobrina de Karstak Ovarcamortes, casi adolescente todavía y muy atractiva, mientras que Fafhrd se entendía con las hijas gemelas del duque Danius, muy bellas y ricas pero, aun así, a punto de dedicarse a la prostitución por la excitación que el oficio prometía.

Lo que Vlana e Ivrian pensaron de todo esto en su morada eterna en el Reino de las Sombras es totalmente asunto suyo y de la Muerte, cuyo rostro horrendo ahora podían mirar sin ninguna clase de temor.

El bazar de lo extraño

Las extrañas estrellas del Mundo de Nehwon resplandecían sobre la ciudad de tejados negros de Lankhmar, donde las espadas tintinean casi con tanta frecuencia como las monedas. Por una vez no había niebla.

En la Plaza de las Delicias Ocultas, que se encuentra siete manzanas al sur de la Puerta del Pantano y se extiende desde la Fuente de la Oscura Abundancia hasta el Santuario de la Virgen Negra, las luces de las tiendas tenían un brillo mortecino, como el de las estrellas, pues allí los vendedores de drogas, los buhoneros y los mercachifles de curiosidades iluminaban sus puestos y los lugares donde se acurrucaban con hongos luminosos, luciérnagas y braserillos con una única ventana diminuta, ocupándose de sus asuntos casi con tanto silencio como las estrellas se ocupan de los suyos.

En el Lankhmar nocturno había muchos lugares ruidosos iluminados por antorchas, pero por una tradición inmemorial los susurros suaves y una penumbra agradable son la regla de la Plaza de las Delicias Ocultas. Los filósofos acuden allí a menudo con el único propósito de meditar, los estudiantes para soñar y los teólogos de mirada fanática para tejer como arañas abstrusas y nuevas teorías acerca del Diablo y otras fuerzas oscuras rectoras del universo. Y si alguno de ellos encuentra un poco de diversión ¡licita por el camino, sus teorías, sueños, reologías y demonologías salen, indudablemente, beneficiadas.

Aquella noche, sin embargo, había una deslumbrante excepción a la ley de la penumbra. De un portal bajo con un arco trebolado recién abierto en una pared antigua, la luz se vertía en la plaza. Alzándose sobre el horizonte del pavimento como una monstruosa luna brillante con los rayos de un sol asesino, el nuevo portal amortiguaba casi hasta la extinción las estrellas de los demás comerciantes de misterios.

Sobresalían del portal una serie de objetos extraños y fantásticos, mientras que al lado de la puerta una figura de rostro ávido se agazapaba luciendo una indumentaria que nunca se había visto en tierra o en el mar..., en el Mundo de Nehwon. Llevaba un gorro que era como un pequeño cubo rojo, unos pantalones holgados y unas bocas exóticas, rojas y con las puntas hacia arriba. Sus ojos tenían una expresión tan depredadora como los de un halcón, pero su sonrisa era cínica y lascivamente halagadora, como la de un sátiro antiguo.

De vez en cuando se levantaba, hacía algunas cabriolas y barría una y otra vez las losas con una larga y ruda escoba, como si quisiera limpiar el camino para que entrase algún emperador fantástico, y a menudo se detenía en su danza para hacer grandes reverencias, pero siempre con la vista levantada, a la multitud agrupada en la oscuridad ante el portal, y movía la cabeza hacia el interior de la nueva tienda en un gesto de invitación a la vez servil y siniestro.

Nadie había hecho todavía acopio de valor para adelantarse en el círculo de luz y entrar en la tienda, o siquiera para inspeccionar las rarezas expuestas con tanto descuido pero tentadoramente junto al portal. Pero el número de mirones fascinados iba en rápido aumento. Se oían murmullos de censura por aquel nuevo método deslumbrante de comercio —la infracción a la costumbre de penumbra en la plaza—, pero en conjunto las quejas eran eclipsadas por los jadeos y los murmullos de asombro, admiración y curiosidad cada vez más vehementes.

El Ratonero entró en la plaza por el extremo de la fuente tan silenciosamente como si hubiera acudido a cortar una garganta o espiar a los espías del Señor Supremo. Sus mocasines de piel de ratón no producían ningún ruido. Su espada «Escalpelo», en una vaina de piel de ratón, no emitía el menor sonido al rozar con la túnica o el manco, ambos de seda gris tejida de un modo curiosamente tosco. Las miradas que lanzaba a su alrededor por debajo de la capucha de seda gris medio echada hacia atrás estaban cargadas de amenaza y un paralizante sentimiento de superioridad.

Por dentro el Ratonero se sentía casi como un escolar..., un escolar temeroso de una reprimenda y una agobiante imposición de tareas para hacer en casa, pues en su bolsa de piel de rata, el Ratonero llevaba una nota garabateada en tinta de sepia marrón oscuro sobre una piel plateada de pez por Sheelba, el del Rostro Sin Ojos, invitando al Ratonero a presentarse en aquel lugar y a aquella hora.

Sheelba era el tutor sobrenatural del Ratonero y también, cuando Sheelba tenía ese antojo, era su guardián, y nunca servía de nada hacer caso omiso de sus invitaciones, pues Sheelba tenía ojos para localizar a quienes se atrevieran a burlarle, aunque no los tuviera en la cara.

Pero las tareas que Sheelba imponía al Ratonero en ocasiones como aquella eran especialmente pesadas e inclusa ruidosas, como conseguir nueve gatos blancos sin un solo pelo negro entre todos ellos, o robar cinco ejemplares del mismo libro de caracteres rúnicos mágicos de cinco bibliotecas de brujería muy separadas unas de otras, u obtener especímenes de los excrementos de cuatro reyes vivos o muertos, y por ello el Ratonero había acudido pronto a la cita, para recibir la mala noticia lo antes posible, y había acudido solo, pues no quería que su camarada Fafhrd permaneciera a su lado riendo disimuladamente mientras Sheelba dirigía sus homilías brujeriles a un obediente Ratonero..., y tal vez pensara en tareas adicionales.

La nota de Sheelba, grabada de un modo invisible en algún lugar de la cabeza del Ratonero, decía simplemente: «Cuando la estrella Akul adorne el capitel de Rhan, preséntate en la Fuente de la Oscura Abundancia», y firmaba la nota el pequeño óvalo sin rasgo alguno que era el sello de Sheelba.

El Ratonero se deslizó ahora a través de la oscuridad hasta la fuente, que era una gruesa columna negra de cuyo áspero extremo redondeado una sola gota negra se hinchaba y caía cada veinte latidos de corazón de elefante.

El Ratonero permaneció al lado de la fuente y, extendiendo una mano doblada, midió la, altitud de la estrella verde Akul. Aún tenía que bajar del cielo siete dedos más antes de que tocara la punta de aguja del esbelto y distante minarete de Rhan, silueteado por las estrellas.

El Ratonero se agachó al lado de la columna negra y baja y luego dio un ágil salto y subió a la parte superior, para ver si eso suponía una gran diferencia en la posición de Akul. Vio que no había ninguna.

Exploró la oscuridad cercana en busca de figuras inmóviles..., sobre todo una ataviada con túnica y capucha como un monje, tan encapuchado que uno no podría dejar de preguntarse cómo veía para caminar. Pero no había ninguna figura.

El estado de ánimo del Ratonero sufrió un cambio. Si Sheelba no tenía la cortesía de presentarse con antelación, —¡también él podía ser grosero! Fue a investigar la nueva tienda brillantemente iluminada y con la entrada en forma de arco, de cuyo brillo, que quebrantaba las leyes de la penumbra, había sido inquisitivamente consciente por lo menos una manzana antes de entrar en la Plaza de las Ocultas Delicias.

Fafhrd, el nórdico, abrió un párpado pesado a causa del vino ingerido y, sin mover la cabeza, exploró la pequeña habitación iluminada por el fuego en la que había dormido desnudo. Cerró aquel ojo, abrió el otro y examinó la otra mitad de la estancia.

No había señal del Ratonero en ninguna parte. ¡Todo iba a pedir de boca! Si conservaba aquella suerte, podría dedicarse al embarazoso asunto de aquella noche sin las chanzas del pequeño bribón gris.

De debajo de su mejilla cerdosa sacó un cuadrado de piel de serpiente violeta atravesado por poros diminutos, de modo que al sostenerlo entre sus ojos y las llamas del fuego formaba estrellitas. Lo contempló durante algún tiempo, hasta que aquellas diminutas estrellas revelaron oscuramente el mensaje: «Cuando la daga de Rhan acuchille la tiniebla en el corazón de Akul, busca la Fuente de las Gotas Negras».

Dibujada toscamente de un lado a otro de las punzadas, en un color marrón anaranjado, como de sangre seca, había una esvástica de siete brazos, que es uno de los sellos de Ningauble de los Siete Ojos.

Fafhrd interpretó con dificultad la Fuente de las Gotas Negras como la Fuente de la Oscura Abundancia. En su infancia, como alumno de los bardos cantores había tenido que familiarizarse con semejante lenguaje poético críptico.

Ningauble representaba para Fafhrd casi lo mismo que Sheelba representaba para el Ratonero, con la excepción de que el de los Siete Ojos era un archimago algo más pretencioso, cuyo gusto por las tareas taumatúrgicas que le imponía a Fafhrd era más complicado, como la matanza de dragones, el hundimiento de barcos mágicos de cuatro mástiles y el rapto de reinas encantadas defendidas por ogros.

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