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Authors: Fritz Leiber

Tags: #Fantástico

Espadas contra la muerte (27 page)

BOOK: Espadas contra la muerte
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Y se echó a reír.

Esta vez no hubo la advertencia de un batir de alas... Fue sólo una sombra deslizante que rozó la mano alzada de Fafhrd y se alejó en silencio. Por un momento pareció que iba a posarse en el tejado, pero aleteó vigorosamente hacia arriba.

—¡Por la sangre de Kos! —exclamó Fafhrd, saliendo de su asombro—. ¡Lo ha cogido, Ratonero! ¡A por él,
Kooskra!
¡A por él!

Y rápidamente le quitó la capucha al águila.

Pero esta vez resultó claro desde el principio que algo iba mal. El águila batía despacio las alas y parecía tener dificultad para ganar altura. Sin embargo, se aproximó a la presa. El pájaro negro viró de repente, se lanzó en picado y subió de nuevo. El águila lo seguía de cerca, aunque su vuelo era todavía inestable.

En silencio, Fafhrd y el Ratonero observaron cómo los pájaros se aproximaban a la torre alta y maciza del templo abandonado, hasta que sus cuerpos se siluetearon contra la superficie antigua, que resplandecía pálidamente.

Kooskra
pareció recuperar entonces toda su potencia. Logró situarse en una posición superior y se cernió mientras su presa trazaba giros frenéticos y caía verticalmente.

—¡Alcánzale, por Kos! —susurró Fafhrd, golpeándose una rodilla con el puño.

Pero
Kooskra
no dio alcance al ave negra, la cual, en el último momento, se deslizó a un lado y encontró refugio en una de las altas ventanas de la torre.

Ahora no cabía duda alguna de que algo extraño le ocurría
a Kooskra.
Trató de aletear alrededor del alféizar que cobijaba a su presa, pero perdió altura. Se volvió de repente, alejándose de la pared, moviendo las alas de una manera irregular y convulsa. Lleno de aprensión, Fafhrd cerró fuertemente sus dedos sobre el hombro del Ratonero.

Cuando
Kooskra
llegó a un punto por encima de ellos, emitió un terrible graznido que agitó la tranquila noche de Lankhmar. Luego cayó como una hoja muerta, trazando círculos. Sólo una vez más pareció hacer un esfuerzo para dominar sus alas, pero fue en vano. Aterrizó pesadamente a corta distancia de donde estaban los dos amigos. Cuando Fafhrd llegó al lugar, la encontró muerta.

El bárbaro se arrodilló y acarició las plumas del ave mientras miraba la torre. La perplejidad, la ira y cierto pesar se reflejaban en su rostro.

—Vuela hacia el norte, viejo pájaro —murmuró en voz baja y profunda—. Vuela a la nada,
Kooskra.
Entonces se dirigió al Ratonero—: No le encuentro ninguna herida. Juraría que nada le ha tocado mientras volaba.

—Ocurrió cuando abatió al otro pájaro—dijo serenamente el Ratonero—. No miraste las garras de ese feo pájaro, si no habrías visto que estaban untadas de una sustancia verduzca, la cual penetró en su cuerpo por algún pequeño rasguño. Cuando estaba posada en su mano incubaba ya la muerte, y el veneno actuó con mayor rapidez cuando el águila atacó al pájaro negro.

Fafhrd asintió, mirando todavía la torre.

—Esta noche hemos perdido una fortuna y un cazador fiel. Pero la noche no ha terminado todavía. Siento curiosidad por esas mortíferas sombras.

—¿En qué estás pensando? —inquirió el Ratonero.

En que a un hombre le sería fácil lanzar una cuerda con un ancla pequeña sobre un ángulo de esa torre, y que tengo esa cuerda arrollada a mi cintura. La hemos usado para trepar al tejado de Muulsh y podemos usarla de nuevo. No malgastes palabras, pequeño. ¿Qué hemos de temer de Muulsh? Vio que un pájaro se llevaba la joya. ¿Por qué habría de enviar guardias para que registren los tejados? Sí, ya sé que el pájaro echará a volar cuando vaya a cogerle, pero puede soltar la joya, o tú puedes alcanzarle de un tiro certero con tu honda. Además, soy especialmente ducho en estos asuntos. ¿Garras envenenadas? Llevaré los guantes y el manto, y una daga desenfundada Vamos, pequeño, no discutamos. Ese rincón alejado de la casa de Muulsh y el río es el más idóneo, ese donde se alza el pequeño chapitel roto. ¡Ya vamos, oh torre!

Y agitó el puño mientras decía esto.

El Ratonero tarareó un fragmento de canción en voz baja y siguió mirando aprensivamente a su alrededor, mientras sujetaba la cuerda por la que Fafhrd trepaba la pared de la corre del templo. Se sentía francamente mal, participando con Fafhrd en aquella empresa descabellada, con la suerte que habían tenido aquella noche probablemente agotada y el antiguo templo silencioso y desolado.

Estaba prohibido bajo pena de muerte entrar en semejantes lugares, y nadie sabía las cosas malignas que podían acechar allí, acreciéndose en la oscuridad. Además, la luz lunar era demasiado reveladora, y el Ratonero se estremeció al pensar en los blancos excelentes que él y Fafhrd constituirían contra la pared.

Sonaba en sus oídos el clamor bajo pero potente de las aguas del Hlal, que fluía arremolinado más allá de la base de la pared opuesta Una vez le pareció que el mismo templo vibraba como si el Hlal le royera sus partes esenciales.

Delante de sus pies se abría el oscuro abismo de unas dos varas que separaba el almacén del templo. Permitía una visión lateral del jardín del templo vallado, en el que crecían las malas hierbas y estaba sumido en una decadencia absoluta.

Y ahora, al mirar en aquella dirección, vio algo que le hizo enarcar las cejas y le erizó el cabello: al otro piado del espacio iluminado por la luz de la luna pasó velozmente una figura de aspecto humano pero de un volumen inverosímil. El Ratonero tuvo la impresión de que el extraño cuerpo carecía de las curvas y las formas de los miembros características del ser humano, que su rostro no tenía rasgos y que su desagradable aspecto general era el de una rana. Su color parecía ser un marrón apagado uniforme. La figura se desvaneció en dirección al templo. Por el momento el Ratonero no podía conjeturar de qué se trataba.

Alzó la vista, con el propósito de advertir a Fafhrd, pero el bárbaro estaba ya balanceándose en el alféizar de la ventana, a una altura vertiginosa. Como no quería gritar, hizo una pausa, tratando de decidirse, sólo a medias decidido a trepar por la cuerda para reunirse con su compañero. Durante todo el tiempo tarareaba un fragmento de canción, una tonada que usaban los ladrones porque suponían que reforzaban el sueño en los habitantes de una casa que robaban. Deseó fervientemente que la luna se ocultara bajo una nube.

Entonces, como si su temor hubiera engendrado una realidad, algo áspero pasó rozándole una oreja y chocó con sonido amortiguado contra la pared del templo. Sabía qué era aquello: una bola de arcilla húmeda proyectada con una honda.

En el mismo momento en que se arrojaba al suelo, otros dos proyectiles siguieron al primero. Por los impactos, pudo discernir que habían sido disparados desde cerca y con la intención de matar más que de ponerle fuera de combate. Observó el tejado iluminado por la luna, pero no pudo ver nada. Antes de que sus rodillas tocaran el tejado, había decidido lo que debía hacer para ayudar a Fafhrd. Había una forma rápida de retirada, y la adoptó.

Cogió el largo cabo de cuerda y se lanzó al abismo entre los edificios, al tiempo que otras tres bolas de arcilla se aplanaban contra la pared.

Mientras Fafhrd se balanceaba cautamente sobre el alféizar de la ventana y encontraba un apoyo sólido, comprendió qué era lo que le había intrigado respecto al carácter de las tallas desgastadas por la intemperie en el muro antiguo: de un modo u otro todas parecían relacionarse con aves—aves de rapiña en particular— y con seres humanos que tenían rasgos grotescos de ave: cabezas con pico, alas de murciélago y garras en las extremidades.

Todo el alféizar tenía una cenefa con tales criaturas, y el adorno de piedra sobresaliente en el que se había enganchado el ancla representaba la cabeza de un halcón. Esta desagradable coincidencia hizo que se abrieran en el interior de Fafhrd las puertas macizas que retenían el miedo y una ligera sensación de pasmo y horror empezó a apoderarse de su mente, extinguiendo una parte de su cólera por la deplorable muerte de
Kooskra.
Pero al mismo tiempo sirvió para confirmar ciertas nociones vagas que se le habían ocurrido antes.

Miró a su alrededor. El pájaro negro parecía haberse retirado al interior de la torre, donde la tenue luz lunar revelaba el suelo de piedra lleno de desperdicios y una puerta semiabierta que daba a un rectángulo oscuro. El nórdico desenfundó un largo cuchillo y avanzó sin hacer ruido, apoyando el peso de su cuerpo primero en un pie y luego en el otro para percibir las posibles debilidades en las piedras centenarias.

Aumentó la oscuridad, pero cedió un poco a medida que sus ojos se acostumbraban a la negrura. El suelo pétreo bajo sus plantas se hizo resbaladizo, y en oleadas cada vez más fuertes llegó a su nariz el olor acre, a moho, de un corral de aves. Había también un ruido suave e intermitente. Fafhrd se dijo que era natural que alguna clase de aves, quizá palomas, anidaran en aquella estructura desierta, pero un razonamiento más profundo insistía en que sus especulaciones anteriores eran ciertas. Rebasó un panel de piedra sobresaliente y llegó a la cámara superior principal de la torre.

La luz lunar que penetraba a través de dos aberturas en el techo, a considerable altura, revelaba vagamente unas paredes ahuecadas, que se ensanchaban a partir de donde él estaba hacia la izquierda. Allí el sonido del Hlal era apagado y profundo, como si se alzara más a través de las piedras que del aire. Ahora Fafhrd estaba muy cerca de la puerta entreabierta.

Observó una diminuta abertura enrejada en la puerta, como el ventanuco de una celda. Situado contra la pared, en el extremo ancho de la habitación había una especie de altar, decorado con unas esculturas indiscernibles. Y a cada lado, en gradas regulares como las del mismo airar, había varias hileras de pequeñas manchas negras.

Entonces oyó una voz estridente de falsete:

—¡Hombre! ¡Hombre! ¡Macar! ¡Macar!

Una porción de las manchas negras se abalanzaron desde las gradas, aumentando de tamaño al extender sus alas, y convergieron sobre él. Y debido sobre todo a que, en su temor, había esperado aquello, alzó el manto para protegerse la cabeza, al tiempo que asestaba cuchilladas en un veloz movimiento circular. Ahora que estaban tan cerca podía verlos mejor: eran pájaros de plumas negras como la tinta, provistos de garras crueles, cada uno igual que los dos contra los que
Kooskra
había luchado. Graznaban sin cesar y le atacaban como gallos de pelea capacitados para volar.

Al principio pensó que podría vencerlos sin dificultad, pero era como luchar contra un torbellino de sombras. Tal vez golpeó a dos o tres, no podía saberlo, pero no importaba. Sintió que las garras aferraban y picoteaban su muñeca izquierda.

Entonces, como le pareció que era lo único que podía hacer, saltó a través de la puerta entreabierta, la cerró tras él, acuchilló al ave aferrada a su muñeca, encontró las punzadas por el tacto, las abrió con el cuchillo y succionó el veneno que Podrían tener las garras.

Empujó la puerta con el hombro y escuchó los aleteos y los furiosos graznidos de los pájaros burlados. Sería difícil huir de allí, pues aquella habitación interior en realidad no era más que una celda, sin luz excepto el pálido resplandor de la luna que se filtraba a través de la abertura enrejada en la puerta. No se le ocurría ninguna manera plausible de regresar al alféizar y descender, pues los pájaros le tendrían por completo a su merced mientras estuviera colgado de la cuerda.

Quería gritar una advertencia al Ratonero, pero temía que sus gritos, probablemente ininteligibles desde aquella altura, sólo sirvieran para atraer al Ratonero a la misma trampa. Lleno de furor e incertidumbre, pisoteó vengativamente el cuerpo del ave que había matado. Gradualmente sus temores se calmaron, pues los pájaros parecían haberse retirado. Ya no se lanzaban en vano contra la puerta ni se aferraban graznando a las rejas de la abertura. A través de ésta, Fafhrd podía tener una buena visión del sombrío altar y las gradas, cuyos negros ocupantes estaban inquietos, se movían de un lado a otro, se empujaban y revoloteaban de una grada a otra Su olor llenaba la atmósfera.

Entonces Fafhrd oyó de nuevo la estridente voz de falsete, pero esta vez había más de una voz.

Joyas, joyas. Brillo, brillo.

—Deslumbrantes, centelleantes.

—Arrancar oreja, picotear ojo.

—Arañar mejilla, clavar garras en el cuello.

Esta vez no había duda alguna de que eran las mismas aves las que hablaban. Fafhrd escuchó aquellas palabras fascinado. No era la primera vez que oía hablar a unos pájaros, a loros maldicientes y cuervos de lengua hendida El tono de aquellos pájaros era igualmente monótono y daba una impresión de estupidez, sus repeticiones vituperantes eran las mismas. Incluso había oído a algunos loros imitar la voz humana con mucha más precisión. Pero el contenido de las frases era tan diabólicamente pertinente que por un momento Fafhrd temió que dejaran de ser frases aisladas y se convirtieran en un discurso inteligente, con preguntas y respuestas racionales. Y no podía olvidar aquella orden cuyo objetivo era innegable: « ¡Hombre, hombre! ¡Matar, matar! ».

Mientras escuchaba como hechizado aquel coro cruel, una figura pasó sigilosamente ante la abertura enrejada, hacia el altar. No tenía de humana más que su forma general, sin rasgos, con uniforme, una superficie marrón correosa, como un oso de grueso pelaje, sin pelo. Fafhrd vio que los pájaros también se lanzaban contra aquella extraña figura y revoloteaban a su alrededor, graznando y atacándole.

Pero el recién llegado no les prestó ninguna atención, como si fuese inmune a los picos y las garras envenenadas. Avanzó sin prisas, con la cabeza alzada, hacia el altar. Ahora la luz de la luna se filtraba por una brecha en lo alto y llegaba casi verticalmente, formando un charco de luz pálida en el suelo, ante el mismo altar, y Fafhrd pudo ver que la criatura abría un cofre grande y empezaba a extraer pequeñas cosas que resplandecían, haciendo caso omiso a los pájaros que formaban un enjambre cada vez más nutrido a su alrededor.

Entonces la criatura se movió de modo que la luz de la luna la iluminó de pleno, y Fafhrd vio que se trataba de un hombre enfundado en un horrendo traje de cuero grueso, con dos delgadas ranuras en el lugar de los ojos. Estaba transfiriendo torpe pero metódicamente el contenido del cofre a una bolsa de cuero que llevaba, y Fafhrd se dio cuenta de que el cofre contenía las numerosas joyas y baratijas que los pájaros habían robado.

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