Espadas entre la niebla (26 page)

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Authors: Fritz Leiber

Tags: #Fantástico

BOOK: Espadas entre la niebla
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»Es curioso cómo sucedió. Los dos hombres me habían tratado muy bien, prometiéndome dulces si iba a un lugar cercano con ellos, cuando me pareció oír la voz de Anra que me susurraba: "No vayas". Sentí un escalofrío de terror y eché a correr por un callejón.

»Tuve la impresión de que ahora Aura podía ver a veces las imágenes en mi mente, incluso cuando estábamos alejados. Nunca me había sentido tan cerca de él.

»Estaba deseando que hiciera una escapada conmigo, pero ya os he dicho lo que le sucedió la primera vez que lo intentó. Y, con el transcurso de los años, aquel confinamiento absoluto en la casa llegó a parecer su forma natural de vida. En cierta ocasión, nuestra madre habló vagamente de un posible traslado a Antioquía, y él cayó enfermo y no se restableció hasta obtener la promesa de que nunca nos marcharíamos.

»Entretanto, se estaba convirtiendo en un joven esbelto, moreno y apuesto. Friné empezó a mirarle con interés y a buscar excusas para ir a su habitación. Pero él estaba asustado y la rechazaba. Sin embargo, me instó a que trabara amistad con ella, que estuviera cerca de la muchacha e incluso compartiera su cama en las noches en que mi madre no la quería. A él parecía gustarle eso.

»Ya conocéis la inquietud que sobreviene a un niño que madura cuando busca el amor, la aventura, los dioses, o todo ello a la vez. Anra sentía esa inquietud, pero sus únicos dioses estaban en aquellos rollos polvorientos que mi padre había rotulado como ";Sabiduría secreta!". Yo apenas sabía a qué se dedicaba por el día, excepto que hacía extrañas ceremonias y experimentos mezclados con sus estudios. Algunos los llevaba a cabo en el pequeño sótano donde estaban las tres piedras grises, y en esas ocasiones, me hacía vigilar. Ya no me decía qué leía o pensaba, y yo estaba tan ocupada en mi nuevo mundo que apenas notaba la diferencia.

»Y, no obstante, podía ver que su inquietud iba en aumento. Me encargaba misiones más largas y difíciles, me hacía preguntar por libros de los que los escribas nunca habían oído hablar, buscar y seleccionar a toda clase de astrólogos y hechiceras, me pedía que robara o comprara ingredientes cada vez más extraños a los herboristas. Y cuando le conseguía tales tesoros, se limitaba a cogerlos desabridamente, sin demostrar la menor alegría, y a la noche siguiente, estaba dos veces más sombrío. Atrás habían quedado los días felices, como cuando le conseguí los primeros rollos persas sobre Ahriman, la primera piedra imán, o cuando le repetía cada sílaba que había captado de las palabras de un famoso filólogo ateniense. Ahora estaba más allá de todo eso. En ocasiones, apenas escuchaba mis informes detallados, como si ya les hubiera echado un vistazo y supiera que no contenían nada que le interesara.

»Cada vez estaba más ojeroso y enfermizo. Su inquietud se expresaba en frenéticos paseos en su habitación, y me recordaba a mi madre atrapada en aquel corredor subterráneo bloqueado. Verle en semejante estado me causaba una gran aflicción. Anhelaba ayudarle, compartir con él mi nueva vida excitante, proporcionarle aquello que deseaba con tanto desespero.

»Pero no era mi ayuda lo que necesitaba. Se había embarcado en una búsqueda misteriosa que yo no comprendía, y había llegado a un atolladero amargo y corrosivo en el que su propia experiencia no podía ir más adelante.

»Necesitaba un maestro.

8: El anciano sin barba

—Tenía quince años cuando conocí al Anciano sin barba. Así le llamé entonces y sigo llamándole del mismo modo, pues no puedo pensar en ninguna otra característica distintiva. Siempre que pienso en él, incluso cuando le miro, su rostro se confunde con los de la multitud anónima. Es como si un gran actor, después de representar toda clase de personajes, hubiera encontrado el más sencillo y perfecto de los disfraces.

»En cuanto a lo que hay tras ese rostro demasiado ordinario, es algo que a veces puedes percibir pero que te resulta difícil comprender, todo lo que puedo decir es que se trata de una saciedad y un vacío que no son de este mundo.

Fafhrd retuvo el aliento. Habían llegado al extremo del reborde por el que cabalgaban. La pendiente de la izquierda se alzaba de súbito, convertida en el centro de la montaña, mientras que la cuesta de la derecha descendía y se perdía de vista, dejando un insondable abismo negro. El camino proseguía entre una y otra, una franja pétrea de escasos palmos de anchura que conducía a la cumbre. El Ratonero palpó la cuerda enrollada en su hombro, como para convencerse de que seguía allí. Por un momento los caballos se mostraron remisos a seguir adelante; luego, como si el ligero resplandor verde y el incesante murmullo que lo cubría todo fuera una red intangible que los arrastraba, reanudaron la marcha.

—Yo estaba en una taberna. Acababa de llevar un mensaje a uno de los amigos de Cloe, la muchacha griega, apenas mayor que yo misma, cuando le vi sentado en un rincón. Interrogué a Cloe acerca de él, y me dijo que era una corista griega y poeta comercial desafortunado, o no, que era un adivino egipcio... Cambió nuevamente de idea y trató de recordar lo que una alcahueta de ramos le había dicho sobre aquel hombre, le dirigió una rápida mirada y dijo que en realidad no le conocía en absoluto y que no importaba.

»Pero la expresión vacía de aquel hombre me intrigó. Allí había una nueva clase de misterio. Cuando llevaba cierto rato ,airándole, él se volvió y nuestros ojos se encontraron. Tuve la impresión de que era consciente de que le observaba desde el principio, pero había hecho caso omiso como un hombre adormilado ignora a una mosca que zumba a su alrededor.

»Después de aquella única mirada volvió a su posición anterior, pero cuando salí de la taberna me siguió y se puso a mi lado.

»—No eres tú sola la que mira a través de tus ojos, ¿verdad? ———me dijo en voz baja.

»Esta pregunta me sobresaltó tanto que no supe cómo responder, pero él no me pidió que lo hiciera. Su rostro se animó, sin que por ello se individualizara más y empezó de inmediato a hablarme del modo más encantador y gracioso, aunque sus palabras no me dieron ningún indicio de quién era o qué hacía.

»No obstante, de los pocos indicios que reveló, deduje que poseía cierto conocimiento de las cosas extrañas que siempre interesaban a Anca, así que le seguí de buen grado, dándole la mano.

»Pero no por mucho tiempo. Pasamos por un callejón estrecho y serpenteante, y entonces vi un extraño fulgor en sus ojos y noté que me apretaba la mano de una forma que no me gustó. Me asusté un poco y esperé que en cualquier momento llegara a mi mente la advertencia de Anra de que corría peligro.

»Pasamos junto a una casa de vecindad de aspecto sombrío y nos detuvimos ante una destartalada construcción de tres pisos que se apoyaba en aquella casa. El hombre dijo que vivía en el piso más alto. Me arrastró hacia la escala que hacía las veces de escalera, y la señal de peligro seguía sin llegar. Entonces, su mano se deslizó hacia mi muñeca y ya no esperé más, sino que me zafé de un tirón y eché a correr, sintiendo que mi temor iba en aumento a cada zancada.

»Cuando llegué a casa, Anra deambulaba por su habitación como un leopardo enjaulado. Estaba ansiosa de contarle lo ocurrido y cómo había podido escapar por los pelos, pero él no hacía más que interrumpirme para pedirme detalles del Anciano, y agitaba airado la cabeza porque era muy poco lo que podía decirle. Entonces, cuando llegué a la parte de mi huida, una asombrosa expresión, como de tormento por la traición cometida, contorsionó sus facciones, alzó las manos como para pegarme y entonces se derrumbó sobre el canapé, sollozando.

»Pero cuando me incliné ansiosa sobre él, dejó de llorar. Me miró por encima del hombro, pálido pero sereno, y dijo:

» —Ahura, tengo que saberlo todo acerca de él.

»En aquel momento me di cuenta de todo lo que me había pasado desapercibido durante años: que mi deliciosa libertad era un fraude, que no era Anta, sino yo, la que estaba encadenada, que el juego no era tal, sino una servidumbre, que mientras yo había salido al mundo con todos mis sentidos alerta, absorta en la captación de sonidos, colores, formas y movimientos, en él se había desarrollado aquello para lo que yo no tuve tiempo, el intelecto, la finalidad, la voluntad, que no era más que una herramienta para él, una esclava a la que enviar a hacer recados, una extensión insensible de su propio cuerpo, un tentáculo que él podía perder y producir de nuevo, como un pulpo..., que incluso mi aflicción ante su profundo desengaño, mi voluntad de hacer cualquier cosa para complacerle, no era más que otro medio que usaría fríamente contra mí, que nuestra misma proximidad, hasta tal punto que éramos dos mitades de una sola mente, no era para él más que otra ventaja táctica.

»Había llegado a la segunda gran crisis de su vida, y nuevamente, volvía a sacrificar a su ser más querido sin el menor titubeo.

»Había algo aún más desagradable que eso, como pude ver en sus ojos en cuanto estuvo seguro de que haría lo que deseaba. Éramos como reyes hermanos en Alejandría o Antioquía, compañeros de juegos desde la infancia, destinados el uno al otro, pero sin saberlo, y el muchacho impedido e impotente... Y ahora la noche nupcial había llegado demasiado pronto y de un modo horrendo.

»Al final regresé al estrecho callejón, la casa sombría, la destartalada construcción, la escala, el tercer piso y el Anciano sin barba.

»No cedí sin esfuerzo: en cuanto salí de la casa, tuve que poner toda mi voluntad para recorrer de nuevo el camino. Hasta entonces, incluso en mi escondrijo bajo las tejas, sólo había tenido que espiar y observar para Anra, sin necesidad de actuar.

»Pero al final, fue lo mismo. Llegué penosamente al último escalón y llamé a la puerta combada, la cual se abrió a mi contacto. En el interior, al otro lado de una habitación en la que flotaba humo, detrás de una gran mesa vacía, a la luz de una sola lámpara que quemaba mal, con los ojos tan fijos y sin parpadear como los de un pez, estaba sentado el Anciano sin barba.

Ahura hizo una pausa y Fafhrd y el Ratonero notaron que una humedad viscosa se posaba en su piel. Alzaron la vista y vieron que desde las alturas vertiginosas se desenroscaban, como espectros de serpientes constrictoras o plantas trepadoras, finos zarcillos de niebla verdosa.

—Sí —dijo Ahura—,siempre hay niebla o humo de alguna clase donde él está.

»Regresé tres días después y le conté todo a Aura... como un cadáver que da testimonio acerca de su asesino. Pero en este caso, al juez le encantó el testimonio, y cuando le conté cierto plan que había concebido el Anciano, una alegría sobrenatural brilló en su rostro.

»Contratarían al Anciano como tutor y médico de Anra. Esto no ofreció dificultad, pues mi madre siempre accedía a los deseos de mi hermano, y quizá aún abrigaba alguna esperanza de verle salir por fin de su encierro. Además, el Anciano tenía una mezcla de discreción y poder que sin duda le franquearía la entrada en cualquier parte. En cuestión de pocas semanas, estableció con toda naturalidad un dominio sobre los miembros de la casa sin excepción..., algunos, como mi madre, simplemente para ignorarlos; otros, como Friné, para utilizarlos en su momento.

»Siempre recordaré la reacción de Anra el día que llegó el Anciano. Aquél iba a ser su primer contacto con la realidad que existía más allá del muro del jardín, y pude ver que estaba terriblemente asustado. A medida que transcurrían las horas de espera, se retiró a su habitación, y creo que fue principalmente el orgullo lo que le impidió cancelar todo el asunto. No oímos llegar al Anciano..., sólo la vieja Berenice, que contaba las piezas de plata en el exterior, interrumpió su murmullo. Anra se tendió en el canapé, en el rincón más alejado de la estancia, aferrada al borde, los ojos fijos en el umbral. Una sombra acechaba allí, y fue oscureciéndose y definiéndose más. Entonces, el Anciano dejó en el umbral las dos bolsas que llevaba y miró a Anra, detrás de mí. Un instante después, los lastimeros jadeos de mi hermano se extinguieron. Se había desvanecido.

»Aquella noche dio comienzo su nueva educación. Todo lo que había ocurrido se repitió, por así decirlo, en un nivel más profundo y extraño. Había lenguajes que aprender, pero ninguno de los lenguajes que se encuentran en los libros humanos; rituales que entonar, pero no dirigidos a ningún dios al que habrían adorado los hombres ordinarios; pócimas mágicas que preparar, pero con hierbas que yo pudiera comprar o robar. Todos los días, Anra se instruía en los métodos para llegar a la oscuridad interior, las enfermedades y los poderes desconocidos de la mente, las emociones reprimidas desde tiempo inmemorial que deben de tener su origen en las impurezas insidiosas que los dioses pasaron por alto en la tierra de la que hicieron al hombre. En etapas silenciosas, nuestro hogar se convirtió en un templo de lo abominable, un monasterio de lo sucio.

»Sin embargo, nada había de sucia orgía, de excesos viciosos, en sus acciones. Lo que hacían, fuera lo que fuese, lo realizaban con una autodisciplina estricta y una concentración mística. No había en ellos ninguna señal de relajación. Buscaban un conocimiento y un poder surgidos de la oscuridad, ciertamente, pero eran capaces de sacrificarse para obtenerlo. Eran religiosos, con una salvedad: que su ritual era la degradación, su objetivo un caos mundial ante el que sus mentes dominadoras tocarían con una lira rota, su dios la quintaesencia del mal, Ahriman el abismo definitivo.

»La rutina cotidiana de nuestro hogar siguió adelante como realizada por sonámbulos. A veces, tenía la sensación de que todos nosotros, excepto Anra, no éramos más que sueños tras los ojos vacíos del Anciano, actores en una pesadilla premeditada en la que los hombres interpretaban bestias; las bestias, gusanos, y éstos el cieno.

»Cada mañana, salía y efectuaba mi recorrido acostumbrado por Tiro, charlando y riendo como antes, pero de una manera vacía, sabiendo que no era más libre que si unas cadenas visibles me ataran a la casa, una marioneta oscilando de la pared del jardín. Sólo en la periferia de las intenciones de mi amo, me atrevía a prestarles resistencia siquiera pasivamente... Una vez proporcioné disimuladamente a Cloe un amuleto protector, porque me pareció que la consideraban como un sujeto para experimentos como los que habían llevado a cabo con Friné. Y a cada día que pasaba, se ampliaba la periferia de sus intenciones... En realidad, mucho tiempo atrás habrían abandonado la casa, si no fuera por el vínculo extraordinario de Anra con ella.

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