Lo borró. No era más que una chiquilla. Después miró el segundo mensaje. «Perdóname, no quería mentirte. El concierto de los U2 ha sido perfecto, el último bis ha sido
Where the Streets Have No Name
. No te molestaré más. Éste es mi número. Búscame si quieres. Buenas noches. Tancredi.»
Se quedó con el teléfono en la mano delante de la puerta de su casa. Estaba indecisa sobre si borrarlo o no. Mantenía el pulgar quieto sobre la tecla. Miró el mensaje, tomó una decisión y entró en casa.
La voz de Andrea llegó desde el dormitorio.
—Cariño, ¿te lo has pasado bien?
—Sí, mucho… —contestó desde el salón.
—¿Vienes aquí?
Sofia respiró hondo, se sentía culpable. Luego pensó: «En realidad no he hecho nada, ha sido todo culpa suya y de Lavinia.» Así que fue a la habitación. Andrea estaba leyendo un libro:
Pastoral americana
, de Philip Roth. Lo dejó sobre sus piernas y sonrió.
—Siguen siendo buenos, ¿eh? Los vi una vez en el estadio Flaminio, en 1993. Todavía no nos conocíamos…
—Sí, muy buenos. —Le besó en los labios—. ¿Quieres beber algo?
—Sí, un poco de agua. Ah, aclárame una curiosidad.
Sofia estaba de espaldas, cerró los ojos. No iba a ser fácil. Entonces se volvió y sonrió.
—Claro, dime.
—¿Han hecho algún bis al final del concierto?
—Sí…
Where the Streets Have No Name
.
Y en aquel momento se sintió realmente culpable.
Los días siguientes fueron diferentes para Sofia. Era como si lo hubiera soñado todo, como si, extrañamente, se hubiera despertado de mal humor. Había algo que le gustaba mucho y algo que, sin embargo, desentonaba. Se sentía como cuando te despiertan con un sobresalto: te acuerdas de lo que estabas soñando, pero ya es demasiado tarde. En los sueños todo va como tú quieres, no hay problemas, nadie se molesta o tiene algo que objetar. Los sueños son simples.
Todo era como antes: desayunaba, salía temprano, hacía la compra, volvía para comer y luego, por la tarde, como siempre, daba clases en el conservatorio o en la escuela de música. Y no pensaba en él ni una sola vez a lo largo del día, había olvidado todo lo que había pasado, aquella fuga inesperada de su realidad. Se lo había impuesto. Y lo había conseguido.
—¿Qué tal te fue con Ekaterina Zacharova?
—¿Con quién?
—Con la profesora del otro día…
—Ah, bien, muy bien… Quiso saber por dónde íbamos contigo y luego nos hizo tocar algo, ¡mínimo esfuerzo, máxima diversión! —Aquél había sido el comentario de Jacopo, el más riguroso pero también el más simpático de sus alumnos masculinos, el que quería trasladar toda la música clásica al mundo virtual de los ordenadores—. ¿Sabes qué he pensado que sería un buen negocio?
—¿Qué?
—Arreglar piezas de música clásica para convertirlas en tonos de llamada, un mercado en continua expansión. Se puede ganar muchísimo dinero…
—Sí, sí, muy bien. ¡Mientras tanto, vamos a ver cómo te las apañas en el mundo real!
Y diciendo aquello le puso la partitura de las Invenciones a tres voces de Bach bajo los ojos. Jacopo resopló y empezó a tocar despacio, seguro de sí mismo, con una innata naturalidad. La N.° 2
en do menor
. Sofia también quedó satisfecha con las clases de los demás, incluida la de Alice, la más vital de sus alumnas, que siempre le hablaba de sus enamoramientos.
—Hay un chico que me gusta, pero es mayor que yo.
—¿Cuántos años tiene?
—Dieciséis.
—Pero Alice, es muy mayor, tiene diez años más que tú.
—Sí, lo sé. Pero me ha dicho CBQV.
—¿Y qué significa eso?
—¡Crece bien que volveré!
—Pero, perdona, ¿te lo ha dicho así sin más, sin conocerte?
—Sale con una que vive en mi edificio y es de su edad. Nos hemos visto un montón de veces, porque cuando la viene a buscar espera, y espera, y espera… ¡Así que al final hablamos! ¡Yo a mi novio no lo haré esperar!
—Me gustará ver si cuando tengas novio de verdad no lo harás esperar… Pero, aunque tenga que esperarse, ¡tampoco es justificación para que lo intente con otra! Si no, querrá decir que no se trata de nada serio.
—Cuando hablas así se me hace raro. Ni siquiera mi madre me habla así.
Sofia vio que estaba a punto de abrirse el capítulo casa y familia, que podía ser problemático. Decidió pisar sobre seguro y le plantó delante una partitura también a ella. Alice colocó bien el taburete y atacó la
K 457
de Mozart. La tocó con increíble facilidad, como si la hubiera compuesto ella. Sofia se sorprendió.
—¡Eh, voy a tener que ausentarme más a menudo!
—No lo digas ni en broma… Te he echado un montón de menos.
—¡Pero si sólo ha sido una clase!
—Pero mi maestra eres tú.
—De acuerdo, intentaré no volver a faltar. Pero tú también tienes que seguir tocando así.
Se sonrieron, entre ellas reinaba una preciosa sintonía. Cuando al final de aquel día Sofia salió del conservatorio, estaba feliz y serena, no tenía ninguna preocupación ni ninguna expectativa. Incluso cuando el coche oscuro se detuvo ante ella, lo miró con tranquilidad. La puerta se abrió y del vehículo bajó una mujer. Saludó al conductor y se dirigió hacia el edificio. Al llegar frente a la entrada, abrió el bolso, cogió las llaves y entró. Entonces el automóvil se marchó. No era él. Sofia se encaminó hacia su coche. ¿Y si hubiera sido él? ¿Qué habría dicho? ¿Cómo habría reaccionado? Suspiró. No le gustaría encontrarse en aquella situación. Había quedado claro. No volverían a verse y él no la buscaría más. Y Sofia estaba segura de ello. Si era un hombre inteligente, y debía de serlo, habría entendido a la perfección cómo era ella. Provocar otro encuentro habría sido una equivocación.
Subió al coche y dejó el bolso en el asiento de al lado. ¿Cuántas cosas sabía de ella? Arrancó el motor. Tenía su número de teléfono, había descubierto dónde daba clase, conocía sus gustos, había hablado con Lavinia, había encontrado a Ekaterina Zacharova y había conseguido que se trasladara a Roma, sabía lo de los U2 y lo de Norah Jones. Condujo en silencio hasta su casa. ¿Qué más sabía de su vida aquel hombre? Sofia aparcó, apagó el motor y permaneció sentada en el coche, en silencio. Volvió a repasar toda aquella historia. Le habría gustado ser ella quien lo hubiera espiado a escondidas. Le habría gustado seguirlo, entrar en su vida, en su casa, en su despacho, abrir sus cajones, descubrir lo que sabía de ella, hasta qué punto la conocía. Pero era imposible. Sólo en aquel momento lo vio claro: él lo sabía todo de ella y ella no sabía absolutamente nada de él. La invadió la rabia. Se quedó en el coche para calmarse. Un rato después, subió a casa.
Andrea la llamó en cuanto oyó el ruido de la puerta:
—¿Cariño?
—¿Sí?
—Ven aquí… Quiero enseñarte una cosa.
—Ya voy.
Cuando entró en la habitación, Andrea sonreía. Tenía el ordenador encima de la mesilla de la cama.
—Mira… —Sofia lo besó primero y después miró la pantalla. Vio una casa en 3D. Andrea hizo que empezara la presentación. La toma avanzó rápidamente hacia la puerta, que se abrió—. Es la casa de nuestros sueños —le explicó Andrea con expresión radiante. La filmación continuó, mostraba las diferentes habitaciones de la casa—. Ésta es la cocina, grande y espaciosa; el salón; nuestro dormitorio; los de los niños… Y éste es tu baño, la ducha, la gran bañera con hidromasaje… ¿Te gusta? Es toda para nosotros…
Andrea había proyectado una simulación en 3D. Era una villa hecha a medida, con grandes espacios, magníficamente decorada con cuadros, sofás, alfombras. Había cuidado los colores de las toallas, de los albornoces, de las paredes, de la cocina, del dormitorio. Sofia estaba entusiasmada.
—Tiene todo lo que me gusta… Gracias, has escogido por mí de la mejor manera.
Se besaron. Después cenaron y pasaron una velada tranquila. Los días siguientes también fueron muy normales.
Entonces, una mañana, Sofia sorprendió a Andrea:
—¿Y esto?, ¿a qué viene esta novedad?
—Lo sabía. No te gusto.
—Muchísimo, pero cuando lo podíamos hacer juntos siempre me decías que no te apetecía…
Permanecieron un instante en silencio. Sofia estaba en pie frente a él. Llevaba un chándal puesto.
—Pero han pasado un millón de cosas desde entonces, cariño. No te lo tomes como una ofensa. Si he decidido ir a correr es porque estoy a punto de cumplir treinta años. Me siento en baja forma, no me muevo lo suficiente… —Entonces se dio cuenta de lo que había dicho e intentó arreglarlo—. Iré a correr sólo tres veces por semana y siempre por la mañana.
—No irás al gimnasio, ¿verdad?
Sofia se echó a reír.
—No, no iré. De todos modos, aunque fuera, no me comportaría nunca como Lavinia.
—Sí, sí, pero ya sabes… Hay ciertos ambientes que al final provocan la tentación…
Sofia se volvió a ver sola con Tancredi en el avión, en el hotel; recordó las habitaciones comunicadas, el regreso, la cena a la luz de las velas…
—Yo creo que si quieres engañar a tu pareja no hace falta que haya un sitio que lo justifique, se puede hacer de todos modos… Y en cualquier parte.
—¿Incluso corriendo? —Andrea intentó ser gracioso.
—Sí. Pero es que yo no quiero engañarte.
Se quedaron un rato mirándose.
—¿Me lo dirías?
—Sí. Creo que sí. Pero tal vez tendría que encontrarme en esa situación para ser realmente honesta. ¿De verdad querrías saberlo?
—No lo sé. Tendría que pensarlo. Tal vez no.
—Bueno, entonces piénsatelo. Mientras tanto, me voy a correr. —Sofia se detuvo en la puerta—. A veces las personas pueden cambiar. Yo creo y espero haber cambiado para mejor.
Lo que le resultó más difícil durante aquellos días fue intentar aplazar el encuentro con Lavinia. Sofia no contestó a sus llamadas. Después le llegó un mensaje: «¡Eh, casi me vi obligada a hacerlo! Y además, perdona, pero podrías haber dicho que no… ¿no? ¿O es que dijiste que no?»
Sofia tampoco respondió al mensaje, así que, al final, una mañana se la encontró debajo de su casa.
—¿Puedo acompañarte?
—Tengo mi coche.
—Pero ¿adónde vas en chándal?
—¿A ti qué te parece? —Entonces decidió que no hacía falta andarse con tantos misterios—. A correr.
—Pero si yo voy al gimnasio, ¡podrías apuntarte conmigo!
—Sí, y con Fabio y los amigos de Fabio. Además, Andrea no quiere, considera que es un lugar de perdición.
Lavinia sonrió.
—¿Le has dicho que es el mundo entero lo que es un lugar de perdición? El engaño puede estar detrás de la esquina, y también en un concierto… o en un avión.
Aquello también lo sabía.
Sofia no podía creérselo. «¡Incluso se ha dedicado a presumir ante mi amiga!»
—¿Cuándo has hablado con él? ¿Qué te ha contado?
—No, no he vuelto a hablar con él. Pero aquella tarde me dijo que iba a llevarte a Verona y que volverías a tiempo, así que deduje…
—¿Dedujiste? Sí, hombre…
—Bueno, pues si quieres saberlo todo, deduje que aquel tipo era una pasada y que de alguna manera se había enamorado de ti. Así que me gustaría saber cómo empezó, cómo siguió, qué pasó y, sobre todo, cómo continuará.
—¿Nada más?
—¡Bueno, a medida que me lo vayas contando estoy segura de que se me ocurrirán otras preguntas! En cualquier caso, creo que las mujeres ya somos en todo y para todo como los hombres. ¿Por qué no tendríamos que vivir también nosotras de infidelidades? ¿De conquistas y victorias? Ellos lo hacen desde siempre. ¡Perdona! ¿No luchamos para obtener la igualdad?
—No creo que fuera ése el objetivo de las primeras feministas.
—Bueno, me parece que algunas de ellas ya lo tenían en mente. Dime qué hay que sea más divertido. ¿Te aburriste aquella noche? —Sofia sacudió la cabeza. Lavinia sonrió—. ¿Lo ves? Me das la razón.
Su amiga vio que no valía la pena esforzarse.
—De acuerdo, si te apetece acompañarme al parque, te lo contaré.
Dicho aquello, comenzaron a caminar hacia el principio de la Appia. Lavinia la miraba en silencio, pendiente de sus labios, muerta de curiosidad.
—¿Y bien? ¿Cuánto tengo que esperar todavía?
—Quería ver cuánto aguantabas…
—¿Yo? ¡Si ya lo sabes! Resistencia cero.
Y al admitir su debilidad, hizo que Sofia se enterneciera. De manera que empezó su narración: la llegada a la iglesia, el encuentro con su vieja compañera de estudios, Ekaterina Zacharova, que iba a sustituirla, la apuesta…
—¿Lo entiendes? ¡Aposté por ti y perdí!
—Pues entonces es superfuerte, por eso me dijo que te mandara el mensaje a esa hora exacta. Lo tenía todo calculado. Vamos, Sofi, ¡que ese tipo es un genio!
—Pero ¿un genio de qué? ¡Sólo quería llevarme a la cama!
—¡Sí, pero al menos lo ha hecho de una manera genial! —Sofia continuó su narración: el avión, el coche en Verona, la suite de su hotel—. Lo ha comprado para dejarte con la boca abierta… Pero venga, Sofi, esto es un sueño…
—Depende del punto de vista. Para mí también resulta inquietante.
—A mí también me gustaría que un hombre me causara esa inquietud… ¡Aparte de la que me hace sentir Fabio, naturalmente!
—Ah, claro, naturalmente… —Luego siguió con la historia. Le habló del concierto, de la cena en el avión—. Piensa que hasta había una cabina con una cama de matrimonio.
—¿También tenía una cabina con una cama de matrimonio?
—Sí.
—¿En serio? Pues entonces… follasteis.
—¡Lavi! Ésa tampoco es la manera de hablar de una feminista, pareces un camionero.
—¡Sí! Cosa que no entiendo. ¿Por qué se considera vulgares a los camioneros? Una vez conocí a uno muy culto, con una elegancia particular.
Sofia se sorprendió.
—¿Y dónde lo conociste?
—¡En el gimnasio!
Sofia extendió los brazos.
—¡Pues entonces es un vicio!
—Venga, estaba bromeando. Total, ¿te fuiste con él a la cama o no?
—Rotundamente no.
—Es decir, no hicisteis nada, no te lo follaste… Vale, sí, es decir, ¿no hicisteis el amor?
—¡Nooo!
—¿Un beso?
—Tampoco.
—¿Nada?
—Nada.
—No me lo creo.
—No te lo creas. Puedes hacer lo que quieras.
—Perdona, pero el avión, la cena, el concierto, la suite… ¡Vas totalmente a contracorriente! Cualquier otra mujer habría dicho que sí por una décima parte de esas cosas…