Esta noche dime que me quieres (40 page)

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Authors: Federico Moccia

Tags: #Drama, Romántico

BOOK: Esta noche dime que me quieres
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—¿Por qué precisamente yo? Por cinco millones de euros podrías haber tenido a cualquiera, a mujeres mucho más bonitas que yo.

Tancredi sonrió.

—Quizá porque me dejé influir por aquel ingeniero. Porque lo soñé… El problema es que soñé con los ojos abiertos.

Más tarde, se dieron juntos una ducha con agua caliente, se secaron, se pusieron los albornoces y se tendieron sobre una de las grandes tumbonas matrimoniales de cojines esponjosos. Tancredi abrió un Cristal helado que sacó de una nevera oscura, empotrada en la roca, y llenó dos copas altas. Empezaron a tomárselo, riendo, bromeando, hablando de recuerdos de la escuela y de algún viaje al extranjero hecho durante la juventud. Con sus historias se sentían cercanos, no tan distantes como cabría esperar. Después, el pecho de Sofia demasiado descubierto. Una mirada maliciosa. Aquel último sorbo de champán. Las piernas tocándose. Tancredi le metió la mano debajo del albornoz.

—Estás excitada otra vez.

—Y lo tuyo no es broma.

Y entonces, sin pudor, como si se conocieran de siempre, empezaron a acariciarse mirándose a los ojos, contemplando el sexo del otro, curiosos, con intención provocativa. Tancredi le abrió las piernas y empezó a lamerla sin detenerse. Ella le metió las manos entre el pelo y le empujó la cabeza más abajo. Intentó detenerlo cuando estaba a punto de llegar al orgasmo.

Cuando terminó, él se puso delante de ella, todavía excitado. Sofia empezó a acariciarlo y, mirándolo, lo acercó a ella. Se lo introdujo en la boca, comenzó a lamerlo lentamente y, después, con más fuerza, hasta el fondo, casi engulléndolo. Tancredi se separó de ella y volvió a tomarla. Comenzó por penetrarla lentamente, pero poco a poco lo fue haciendo cada vez más de prisa. Sintió que estaba a punto de acabar de nuevo. Luego se puso de lado e hizo que Sofia se subiera sobre él sin quitarse de debajo. Ella siguió moviéndose encima de él, caliente, excitada, cada vez más, cada vez más de prisa hasta que, con algunos gritos, volvió a alcanzar el orgasmo al mismo tiempo que él. Se dejó caer encima de Tancredi, sudada, aún ardiente, aún excitada y sorprendida por cómo iba la noche.

—No me lo puedo creer. Pero ¿es la langosta o es que has metido algo en el champán?

Tancredi le sonrió.

—Cinco días. Sólo cinco días. No me pidas ni uno más.

Más tarde fueron a la habitación de Sofia. Hicieron de nuevo el amor, de un modo todavía más atrevido y salvaje, sin límites, sin vergüenza, de nuevo extrañamente hambrientos, conociéndose mejor, descubriendo novedades. Él la tomó por detrás y ella lo animó:

—Así, continúa, así, más adentro, hazme gozar también así.

Mientras se acariciaba ella misma, llegó al orgasmo con él.

Se durmieron casi al amanecer. Cuando Sofia se despertó, era mediodía y estaba sola. Fue al baño, sonrió ante el espejo y alzó una ceja recordando todos los momentos de la noche anterior. Después encendió el ordenador. Increíble. Su página estaba llena de comentarios. Todos eran de felicitación por el excelente concierto. Al final, incluso había alguna breve respuesta suya. Leyó varios comentarios que llevaban su firma y se sorprendió por la manera en que habían escogido las palabras. Los habían escrito exactamente como lo habría hecho ella. Ya no le sorprendía nada. Miró el estado del tiempo en el ordenador y vio que no podía esperar más. Había llegado el momento. Sacó el móvil del bolso y marcó el número. A la segunda llamada, Andrea respondió.

—¡Cariño! Pensaba que ya no ibas a llamarme. ¿Cómo fue ayer?

—Muy bien.

—¡Genial, estupendo! ¡Y con lo cansada que estarías después del viaje! Me he metido en Internet y he leído un montón de comentarios. Incluso has podido responder a algunos… antes de llamarme.

—Lo sé… Pero los he escrito mientras desayunaba en la cama. He pensado que todavía estarías durmiendo.

—¡Sí! ¿¡¿Hasta mediodía?!?

—Bueno, como yo no estoy, a lo mejor aprovechas.

—¡Pero qué dices! Y oye, he visto que también hiciste un bis al final.

Sofia no se había fijado en aquello. Corrió hasta el ordenador, encontró en la esquina el programa del concierto, lo abrió y lo leyó rápidamente. Justo al final, encontró la mención del bis: Bach, la
Giga
de la
Tocata en mi menor
.

—Sí… —recuperó el aliento—. Toqué la
Giga
.

—Bien, me alegro mucho por ti, ¿has visto como al final no estabas tan oxidada?

Estuvieron hablando durante unos minutos. Algunas noticias de casa, algún comentario sobre el trabajo de Andrea y después Sofia decidió terminar la conversación:

—Bueno, tengo que colgar, dentro de un rato empiezan los ensayos de la tarde.

—De acuerdo. Llámame cuando puedas.

—Sí, cariño, hasta luego.

Cerró el móvil y se quedó mirándolo. Increíble, no tenía ningún sentimiento de culpabilidad. «¿Cómo es posible? ¿Será porque lo considero una especie de misión? En fin —sonrió—, ¡tampoco parece que esté haciendo demasiados sacrificios!» Se sorprendió por aquella extraña ironía sobre sí misma y también por el hecho de haber querido terminar de hablar con Andrea tan pronto. Por lo general, hablaban durante mucho rato y ella siempre le contaba muchas cosas, lo hacía partícipe de todo lo que le pasaba. Claro, aquella vez tampoco podía contárselo todo. Y se encontró de nuevo riéndose de sí misma. No. La verdad era otra. Tenía ganas de desayunar. Y, sobre todo, después de aquella noche, de volver a verlo.

40

—Buenos días, ¿has dormido bien? Te he dejado descansar…

Sofia se sentó frente a él y le sonrió desde detrás de las gafas de sol

—Muy bien, gracias. Aunque tengo un poco de hambre…

Tancredi le mostró lo que había en la mesa.

—He hecho que prepararan para ti unos excelentes cruasanes franceses, huevos revueltos, zumo de naranja, café de tueste oscuro y leche fresca… Macedonia de fruta, piña, melocotón, mango, kiwi.

—Mmm… No lo resisto más. —Empezó a comer—. Está riquísimo. —Lo dijo con la boca llena.

Tancredi se echó a reír.

—Ya te dije que no miento. —Después le sirvió café y añadió un poco de leche—. ¿Lo quieres más claro?

—No, no, así está bien. Y sin azúcar, por favor.

Tancredi sonrió.

—Lo sé. Sólo azúcar de caña.

—Ah, claro, lo olvidaba. —Siguió comiendo. Devoró la piña y el mango, probó los huevos y los acompañó con unos pequeños triángulos de pan tostado que un camarero había dejado sobre la mesa—. Todavía está caliente.

—Gracias.

Al lado había una mantequilla francesa ligeramente salada. Sofia untó un poco en aquel pan todavía caliente y a continuación le dio un gran bocado.

Tancredi la observaba, divertido, admirándola mientras comía.

—Mmm… Está delicioso. Es como un sueño…

—Tú eres un sueño. Y es un espectáculo ver comer a una mujer con tanto apetito.

—Mmm, es verdad… —Se lamió incluso los dedos, metiéndoselos en la boca; jugaba adrede a comportarse como una niña mimada y, al mismo tiempo, sensual.

Tancredi se recostó en la silla.

—Se dice que por la manera de comer de una mujer puede saberse cómo se comporta en la cama…

Sofia se rio.

—Después de anoche, ¿hay algo que todavía no te haya quedado claro?

Tancredi la miró intensamente.

—Llevo toda la mañana pensándolo. Hay cosas que me han parecido un poco complicadas, me gustaría repetir algunas partes. Tengo dudas sobre si lo habré soñado…

Sofia hizo intención de servirse un poco más de café, pero Tancredi fue más rápido: cogió la jarra y se lo puso.

—Gracias… Bueno, podría ser, eres un gran soñador.

—Cuando es posible, ¿por qué no?

—¿Y si el sueño se convierte en pesadilla?

—Me despierto.

—¿Siempre consigues controlarlo todo? ¿Dominar tus sentimientos?

—Creo que sí. A lo mejor es que nunca he corrido ese riesgo.

Se quedaron en silencio. Entonces Sofia se quitó las gafas.

—Y no me estás mintiendo.

—Ya te lo he dicho. —Sus ojos parecían tan tranquilos como el mar plano y azul que estaba delante de ellos—: no digo mentiras.

—Sí, es verdad. Te creo, sobre todo porque no necesitas mentir. —Comió un poco de piña—. Es que eres tan independiente en todo que eres de las pocas personas del mundo que puede permitirse el lujo de no decir mentiras.

—No sé si me estás tomando el pelo.

—En absoluto. Es lo que pienso, y ¿sabes lo que se me está ocurriendo?

—¿Qué?

—Que debe de ser terrible estar contigo.

—¿Por qué? —Lo preguntó con un tono divertido—. ¿No estuviste bien ayer? ¿Hice algo mal? ¡Dímelo! Intentaré mejorar en los próximos días.

—Que son cuatro…

—En los próximos cuatro días.

—Eres tan rico…

—¿Y bien? ¿Es ése el problema?

Sofia se encogió de hombros.

—No sabría qué regalarte. ¡A mí me encanta hacer regalos! Lo tienes todo.

Tancredi la abrazó.

—No es cierto. Me has hecho el regalo más bonito. Estás aquí.

Entonces la besó.

Los siguientes cuatro días fueron completos, divertidos, curiosos, inesperados. No se pelearon en ningún momento. Hicieron el amor continuamente. Hablaron a menudo. De cosas sin importancia, de episodios divertidos que habían vivido, de amigos, de viajes, de las primeras historias de amor. Se conocieron un poco más. Fueron a pescar acompañados de uno de los mejores pescadores de la isla. Sofia tuvo tanta suerte que pescó casi en seguida un pez con un volantín.

—Tengo miedo, tira un montón…

—¡No lo pierdas, no lo pierdas!

Consiguieron subirlo a la barca. Era un gran mahi-mahi.

—Cuidado, no te acerques.

El pescador lo metió inmediatamente en la cesta. Por la noche el cocinero hizo preparar una sopa en una gran olla colocada en la playa con el mahi-mahi y otros pescados. Añadió cangrejos y mejillones. Lo hirvió todo y lo aderezó con aceite, pimienta y azafrán. Sofia, al probarlo, cerró los ojos.

—No doy crédito, está fantástica.

—El pez que has cogido es lo que la hace tan sabrosa.

—¡Entonces es que soy realmente buena!

Siguieron comiendo mientras bebían un excelente Montrachet 2005 de Romanée Conti. De segundo tomaron langosta al vapor con unas salsas suaves y un filete de cola de rape con salsa de naranja. Y al final, una vez todos hubieron abandonado la isla, estuvieron charlando en la torre mientras bebían un Château d'Yquem.

—¿Puedo hacerte una pregunta?

—Claro.

—¿Qué se siente al poder tenerlo todo?

—¿Cómo sabes que lo tengo todo? Quizá me gustara tenerte a ti para siempre y, sin embargo, es algo que no tiene precio.

—¿Es una pregunta?

—No. Porque ya conozco la respuesta.

Sofia lo miró.

—¿Qué pasó?

—¿Qué quieres decir?

—Normalmente me imagino a la gente como tú en su cuarto matrimonio, que también se está acabando, con otra mujer, mucho más joven que las anteriores, lista para ocupar el lugar de la última, y así sucesivamente. Tienen ochenta años y los ves en los periódicos a punto de casarse con veinteañeras. En cambio en ti hay algo que desentona, no pareces uno de ésos.

—¿He echado por tierra tus teorías?

—Has despertado mi curiosidad.

—¿Te cuento un cuento?

—No, simplemente dime la verdad. Si me la puedes contar.

—Digamos que he llegado a una conclusión: puede que esté mejor solo.

—No lo creo. Esta vez te estás mintiendo incluso a ti mismo. Imagínate lo bonito que sería compartir todo lo que tienes con una mujer… Divertirte con ella, quizá tener hijos y divertirte también con ellos. Hacer las cosas más sencillas. Tú tienes a tu alrededor un montón de gente que lo hace todo por ti, pero no piensas en lo bonito que debe de ser saber hacer algo y, un día, poder explicárselo a tu hijo. Sí, por ejemplo, enseñarle a pescar…

—¿Es una propuesta?

—Ya sabes que estoy casada.

Se quedaron un rato en silencio. Entonces él le hizo la pregunta más difícil:

—¿Y tú eres feliz?

Y ella encontró la única respuesta posible:

—Por ahora no me lo planteo.

A la mañana siguiente, salieron a bucear en aguas poco profundas. Se lo pasaron bien pescando estrellas de mar y grandes moluscos y jugando con un caballito de mar. Sofia lo siguió, intrigada por su extraño modo de nadar. Encogía y estiraba la cola.

—¡Nunca lo había visto!

Hicieron esquí acuático. Después, dieron una vuelta en bicicleta y, por la tarde, tomaron el té con unas excelentes galletas inglesas de mantequilla.

—¡Me parece que estoy cogiendo unos cuantos kilos!

—Aun así, sigues siendo preciosa.

—¡¿Cómo que aun así?! ¡Entonces es verdad! Qué desastre.

—Está bien, me sacrificaré. ¿Quieres perder alguno ahora?

Hicieron el amor en la torre, bajo la puesta de sol, allí donde no podían ser vistos por nadie. Más tarde, por la noche, después de un baño bajo la luna, lo hicieron en la playa, cuando ya no quedaba nadie que pudiera interrumpirlos.

Y llegó el último día.

Todo había ido muy bien: los comentarios en la página web, las fotos de los conciertos, las llamadas a casa. Andrea no sospechaba nada. Habían hablado poco por teléfono, sólo una llamada diaria hacia las siete de la tarde. Pero era normal, estaba muy ocupada. Salieron en velero y dieron la vuelta a la isla. La casa, vista desde el mar, era preciosa.

Un poco más tarde regresaron a tierra, atracaron el barco, se bajaron en el embarcadero y caminaron en silencio hasta llegar a una mesa que Tancredi había hecho preparar dentro de la selva, cerca del lago. Comieron allí, saboreando unos excelentes
tagliolirti
con bogavante acompañados de un buen Sancerre Edmond. Sofia se saltó el segundo y tomó un postre, una
mousse
. El cocinero se había superado a sí mismo.

—Es realmente de ensueño. No es posible. —Probó un poco más. Se quedó con los ojos cerrados, con la cuchara en la boca, girándola como si fuera una piruleta—. ¡Yo creo que le añade alguna droga especial!

Tancredi se rio.

—Coge otra.

—¡No puedo!

—Total…

—Total, ¿qué?

—Total, lo hecho, hecho está. ¡Ni siquiera mis cuidados han podido limitar los daños!

Sofia resopló y se puso las manos en las caderas.

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