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Authors: Michael Crichton

Tags: #Tecno-Thriller

Estado de miedo (20 page)

BOOK: Estado de miedo
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—Bien, bien —dijo Drake, y asintió con la cabeza.

—Los políticos estarán aquí solo un día, algunos unas horas, y no tendrán tiempo de asistir a las conferencias salvo para una breve sesión fotográfica que los muestre entre el público, pero están bien informados y serán eficaces. Además, tenemos a los colegiales de la ciudad, entre los cursos cuarto y séptimo, que vendrán a diario para conocer los peligros… perdón, la catástrofe… que amenaza su futuro, y tenemos material educativo para los maestros, a fin de que puedan explicar a los niños la crisis provocada por el cambio climático abrupto.

—¿Cuándo saldrá ese material?

—Iba a salir hoy, pero lo retendremos para sustituir el emblema.

—De acuerdo —dijo Drake—. ¿Y qué tenemos para la enseñanza secundaria?

—Aquí nos hemos encontrado con un problema —contestó el relaciones públicas—. Enseñamos el material a una muestra de profesores de ciencias de instituto y… esto…

—¿Y qué? —preguntó Drake.

—Por la reacción observada, es posible que no encaje tan bien.

El semblante de Drake se ensombreció.

—¿Y por qué no?

—Bueno, el programa de estudios de secundaria tiene una orientación muy universitaria, y no hay mucho espacio para optativas…

—Esto no es precisamente una
optativa

—Y… esto… opinaron que era todo especulativo y poco consistente. Escuchamos una y otra vez comentarios como: «¿Dónde están aquí los datos científicos sólidos?». Me limito a informarle, señor Drake.

—Maldita sea —protestó Drake—. Esto no tiene nada de especulativo. Está ocurriendo.

—Quizá no disponíamos de la documentación adecuada para demostrar lo que usted dice.

—Joder. En fin, ya da igual —dijo Drake—. Usted confíe en mí: está ocurriendo. Delo por hecho. —Se volvió y, sorprendido, dijo—: Peter, ¿cuánto hace que estás aquí?

Evans llevaba en la puerta al menos dos minutos y había oído buena parte de la conversación.

—Acabo de llegar, Nick.

—Está bien. —Drake se volvió hacia los demás—. Creo que ya hemos acabado con esto. Acompáñame, Peter.

Drake cerró la puerta de su despacho.

—Necesito consultarte algo, Peter —dijo con calma. Rodeó su mesa, cogió unos papeles y los deslizó hacia Evans—. ¿Qué carajo es esto?

Evans los miró.

—Es la retirada de apoyo de George.

—¿La redactaste tú?

—Sí.

—¿De quién fue idea el párrafo 3a?

—¿El párrafo 3a?

—Sí. ¿Añadiste tú esta pequeña muestra de sensatez?

—La verdad es que no recuerdo…

—Entonces permíteme que te refresque la memoria —lo interrumpió Drake. Cogió el documento y empezó a leer—: «En el caso de que se afirme que no estoy en pleno uso de mis facultades mentales, cabe la posibilidad de que se intente obtener un mandamiento de anulación de las condiciones de este documento. Por tanto, por este documento se autoriza el pago de cincuenta mil dólares semanales al NERF en espera de la sentencia judicial. Dicha suma se considerará suficiente para cubrir los costes en curso en que incurra el NERF Y mediante dicho pago se invalidará el mandamiento de anulación». ¿Escribiste tú esto, Peter?

—Sí.

—¿De quién fue la idea?

—De George.

—George no es abogado. Recibió ayuda.

—No de mí —contestó Evans—. Prácticamente me dictó la cláusula. A mí no se me habría ocurrido.

Drake dejó escapar un resoplido de indignación.

—Cincuenta mil a la semana —dijo—. A ese ritmo, tardaremos cuatro años en recibir la ayuda de diez millones de dólares.

—Eso es lo que George quería hacer constar en el documento —dijo Evans.

—Pero ¿de quién salió la idea? —insistió Drake—. Si no fue tuya, ¿de quién fue?

—No lo sé.

—Averígualo.

—No sé si será posible —respondió Evans—. George ha muerto, e ignoro a quién consultó…

Drake lanzó una mirada iracunda a Evans.

—Peter, ¿estás con nosotros en esto o no? —empezó a pasearse de un lado a otro—. Porque el litigio de Vanuatu es sin duda la demanda más importante que hemos presentado jamás. —Se dejó llevar por la oratoria—. Es mucho lo que hay en juego, Peter. El calentamiento del planeta es la mayor crisis a la que se enfrenta la humanidad. Tú lo sabes. Yo lo sé. La mayor parte del mundo civilizado lo sabe. Debemos actuar para salvar la Tierra antes de que sea demasiado tarde.

—Sí —contestó Evans—. Lo sé.

—¿Lo sabes? —dijo Drake—. Tenemos una demanda, una demanda vital, que precisa de nuestra colaboración. Y cincuenta mil dólares semanales la estrangularán.

Evans sabía con certeza que eso no era verdad.

—Cincuenta mil dólares es mucho dinero —dijo—; no veo por qué tendrían que estrangularla.

—¡Por qué así será! —prorrumpió Drake—. ¡Por qué yo te digo que así será! —Pareció sorprenderse de su propio exabrupto. Se agarró al escritorio para recuperar el control—. Oye, aquí no podemos olvidamos del adversario. Las fuerzas de la industria son poderosas, extraordinariamente poderosas. Y la industria quiere quedarse a sus anchas para contaminar. Quiere contaminar aquí, y en México, y en China, y en todas partes donde lleva a cabo sus actividades. Es mucho lo que hay en juego.

—Lo entiendo —dijo Evans.

—Poderosas fuerzas muestran interés en este caso, Peter.

—Sí, estoy seguro.

—Fuerzas que no se detendrán ante nada para asegurarse de que perdemos.

Evans frunció el entrecejo. ¿Qué pretendía decide Drake?

—Su influencia está en todas partes, Peter. Pueden influir en los miembros de tu bufete. O en otras personas que conoces. Personas en quienes crees que puedes confiar, pero no puedes. Porque están en el otro bando, y ni siquiera lo saben.

Evans guardó silencio, se limitó a mirar a Drake.

—Sé prudente, Peter. Guárdate las espaldas. No hables de lo que estás haciendo con nadie… con nadie… excepto conmigo. Procura no usar el móvil. Evita el correo electrónico. Y estate atento por si te siguen.

—Bien… pero en realidad ya me han seguido —dijo Evans—. Hay un Prius azul…

—Esos son nuestros hombres. No sé qué están haciendo. Los retiré hace días.

—¿Vuestros hombres?

—Sí. Es una empresa de seguridad nueva que hemos estado probando. Resulta obvio que no son muy competentes.

—Estoy confuso —dijo Evans—. ¿El NERF tiene una empresa de seguridad?

—Por supuesto. Desde hace años. Por el peligro al que nos enfrentamos. Por favor, Peter, compréndeme: todos corremos peligro. ¿No te das cuenta de lo que significará esta demanda si ganamos? Billones y billones de dólares que la industria deberá pagar en los años venideros para interrumpir las emisiones que están causando el calentamiento del planeta. Billones. Con eso en juego, unas cuantas vidas poco importan. Así que vete con mucho cuidado.

Evans dijo que así lo haría. Drake le estrechó la mano.

—Quiero saber quién aconsejó a George ese párrafo —dijo Drake—. Y quiero ese dinero liberado para usado como consideremos oportuno. Todo eso ahora depende de ti. Buena suerte, Peter.

Al salir del edificio, Evans se tropezó con un joven que corría escalera arriba. Chocaron con tal fuerza que Evans casi se cayó al suelo. El joven se apresuró a disculparse y prosiguió su camino. Parecía uno de los muchachos contratados para el congreso. Evans se preguntó cuál sería la crisis en ese momento.

Cuando volvió a salir, miró calle abajo. El Prius azul había desaparecido.

Entró en el coche y volvió a casa de Morton para ver a Sarah.

HOLMBY HILLS
MARTES, 5 DE OCTUBRE
17.57 H

La circulación era densa. Avanzando lentamente por Sunset, tuvo tiempo de sobra para pensar. La conversación con Drake le había dejado una extraña sensación. De hecho, la reunión en sí había tenido algo de raro. Como si en realidad fuese innecesaria, como si Drake simplemente desease asegurarse de que podía solicitar la presencia de Evans y contar con ella. Como si reafirmase su autoridad. O algo por el estilo.

En todo caso, Evans tenía la impresión de que algo se le escapaba, y también le causaba cierta extrañeza esa empresa de seguridad.

Sencillamente no parecía encajar. Al fin y al cabo, el NERF estaba entre «los buenos». Ellos no deberían andar por ahí a escondidas, siguiendo a otras personas. Y por alguna razón las paranoicas advertencias de Drake eran poco convincentes. Drake estaba reaccionando de manera desproporcionada, como era propio de él.

Tendía a la teatralidad por naturaleza. No podía evitarlo. Para él, todo era una crisis, todo era desesperado, todo era de vital importancia. Vivía en un mundo de urgencia extrema, pero ese no era necesariamente el mundo real.

Evans telefoneó a su oficina, pero Heather había dado por concluida la jornada. Telefoneó al despacho de Lowenstein y habló con Lisa.

—Oye —dijo—, necesito tu ayuda.

—Claro, Peter —contestó ella, bajando la voz y adoptando un tono de complicidad.

—Han entrado a robar en mi apartamento.

—No me digas. ¿En tu casa también?

—Sí, también. Necesito hablar con la policía…

—Pues sí, desde luego. ¡Dios mío! ¿Se han llevado algo?

—No lo creo —contestó Evans—; es solo por presentar la denuncia y todo eso. Ahora estoy ocupado, con Sarah… y esto puede alargarse hasta entrada la noche…

—Ah, claro, ¿necesitas que denuncie yo el robo a la policía?

—¿Podrías? —preguntó Evans—. Sería una gran ayuda para mí.

—Por supuesto, Peter. Déjalo en mis manos. —Lisa hizo una pausa. Cuando volvió a hablar, fue casi en un susurro—; ¿Hay algo que… esto… prefieres que la policía no encuentre?

—No.

—O sea, a mí me da igual, pero en Los Ángeles todo el mundo tiene algún que otro mal hábito, o si no, no estaríamos aquí…

—No, Lisa —dijo Evans—. No tomo drogas, si es eso lo que quieres decir.

—Ah, no —se apresuró a rectificar Lisa—. No estaba suponiendo eso. ¿Ni fotos, ni nada por el estilo?

—No, Lisa.

—¿Nada… ya sabes… con menores de edad?

—Me temo que no.

—De acuerdo, solo quería asegurarme.

—Bueno, gracias por encargarte. Y para abrir la puerta…

—Ya lo sé —dijo ella—, la llave está debajo del felpudo.

—Sí. —Evans se interrumpió—. ¿Cómo lo sabías?

—Peter —dijo ella, al parecer un poco ofendida—. Puedes dar por hecho que yo sé ciertas cosas.

—Está bien. Bueno, gracias.

—No hay de qué. ¿Y qué sabes de Marga? ¿Cómo lo lleva? —preguntó Lisa.

—Está bien.

—¿Has ido a verla?

—Esta mañana, sí, y…

—No, quería decir al hospital. ¿No te has enterado? Marga volvía hoy del banco y ha entrado en su apartamento mientras lo robaban. ¡Tres robos en un día! Tú, Marga, Sarah. ¿Qué está pasando? ¿Tú sabes algo?

—No —contestó Evans—. Resulta muy misterioso.

—Desde luego.

—Pero ¿y Marga…?

—Ah, sí —respondió Lisa—. Supongo que ha decidido enfrentarse a esos tipos, que era lo que no debía hacer, y le han dado una paliza, la han golpeado hasta dejarla inconsciente. Tenía un ojo morado, he oído decir, y mientras la policía la interrogaba se ha desmayado. Se ha quedado totalmente paralizada, incapaz de moverse. Incluso ha dejado de respirar.

—No hablas en serio.

—Sí. He mantenido una larga conversación con el inspector de policía que estaba presente. Me ha dicho que le ha ocurrido de repente, que era incapaz de moverse, y se ha puesto de color azul oscuro antes de que los auxiliares médicos aparecieran y la llevaran al hospital. Ha estado toda la tarde en cuidados intensivos. Los médicos están esperando que se recupere para preguntarle por el anillo azul.

—¿Qué anillo azul?

—Antes de quedar paralizada apenas balbuceaba, pero ha dicho algo sobre un anillo azul, o el anillo azul de la muerte.

—El anillo azul de la muerte —repitió Evans—. ¿Qué significa eso?

—No lo saben. Aún no puede hablar. ¿Toma alguna droga?

—No, es una obsesa de la salud —contestó Evans.

—Bueno, según he oído, los médicos dicen que se pondrá bien. Ha sido una parálisis pasajera.

—Luego iré a verla —dijo Evans.

—Cuando vayas, ¿podrás llamarme después? Yo me encargo de tu apartamento, descuida.

Cuando llegó a la casa de Morton, ya había oscurecido. Los guardias de seguridad se habían marchado; el único coche aparcado delante era el Porsche de Sarah. Ella misma abrió la puerta cuando Evans llamó. Se había puesto un chándal.

—¿Todo en orden? —preguntó él.

—Sí —contestó Sarah.

Atravesaron el vestíbulo y la sala de estar, Las luces estaban encendidas, y la sala era cálida y acogedora.

—¿Dónde están los guardias de seguridad?

—Se han ido a cenar. Volverán.

—¿Se han ido
todos
?

—Volverán. Quiero enseñarte una cosa —dijo ella. Sacó una varilla con un medidor electrónico acoplado. Recorrió con ella el cuerpo de Evans como en el control de un aeropuerto. Le tocó el bolsillo izquierdo—. Vacíalo.

En ese bolsillo solo llevaba las llaves del coche. Las dejó en la mesita de centro. Sarah le pasó la varilla por el pecho, por la chaqueta, Le tocó el bolsillo derecho de la chaqueta y, con una seña, le indicó que lo vaciase.

—¿A qué viene esto? —preguntó Evans.

Sarah, sin hablar, movió la cabeza en un gesto de negación. Evans extrajo un centavo y lo puso en la mesa.

Ella hizo otra seña con la mano: ¿más?

Evans se palpó otra vez, nada.

Sarah acercó la varilla a las llaves del coche. El llavero tenía un rectángulo de plástico, el mando con el que abría las puertas. Ella lo desmontó haciendo palanca con una navaja.

—Eh, oye…

Evans vio en el interior circuitos electrónicos y una pila de reloj. Sarah sacó un minúsculo dispositivo electrónico no mayor que la punta de un lápiz.

—Bingo.

—¿Es eso lo que creo que es?

Sarah cogió el dispositivo electrónico y lo echó a un vaso de agua. Luego se concentró en el centavo. Lo examinó con atención y después lo retorció entre los dedos. Para sorpresa de Evans, se partió por la mitad dejando al descubierto una pequeña unidad electrónica central. La echó también al vaso de agua.

—¿Dónde has dejado el coche? —preguntó.

—Delante de la casa.

—Luego lo examinaremos.

—¿Qué es todo esto? —preguntó Evans.

BOOK: Estado de miedo
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