—Pero es fácil responder a eso… —adujo Evans.
—Espera. No han acabado. Primero, despiertan dudas. Luego ofrecen explicaciones alternativas. Así que ahora sacan el gráfico de las temperaturas de la ciudad de Nueva York que has visto antes. Un aumento de cinco grados desde 1822. Y dicen que en 1822 la población de Nueva York era de ciento veinte mil personas. Hoyes de ocho millones. La ciudad ha crecido un seis mil por ciento. Por no hablar de todos esos rascacielos, aparatos de aire acondicionado y hormigón. Y ahora te pregunto: ¿Es lógico creer que una ciudad que ha crecido un seis mil por ciento tiene una temperatura más alta por un pequeño aumento del dióxido de carbono? ¿O la temperatura es mayor porque la ciudad en sí es mucho más grande?
Se recostó en la silla.
—Pero es fácil contrarrestar ese argumento —contestó Evans—. Existen muchos ejemplos de cosas pequeñas que producen grandes efectos. Un gatillo representa una pequeña parte de un arma, pero basta para disparar. Y en todo caso la preponderancia de las pruebas…
—Peter —dijo ella negando con la cabeza—. Si fueses miembro del jurado y te hiciesen esa pregunta sobre Nueva York, ¿a qué conclusión llegarías? ¿El calentamiento del planeta o demasiado hormigón? De hecho, ¿qué opinas?
—Creo que probablemente la temperatura es más alta porque es una gran ciudad.
—Exacto.
—Pero aún disponéis del argumento del nivel del mar.
—Por desgracia, los niveles del mar en Vanuatu no han crecido de manera significativa. Según la base de datos que se utilice, o se mantienen o han aumentado cuarenta milímetros en treinta años. Casi nada.
—Siendo así, es imposible ganar el caso —dijo Evans.
—Exactamente. Aunque debo decir que tu argumento del gatillo no está nada mal.
—Y si no podéis ganar, ¿para qué es esta rueda de prensa?
—Gracias a todos por venir —saludó John Balder acercándose a un grupo de micrófonos frente a las oficinas. Destellaron los flashes de los fotógrafos—. Soy John Balder, y me acompaña Nicholas Drake, presidente del Fondo Nacional de Recursos Medioambientales. También están conmigo Jennifer Haynes, mi principal ayudante, y Peter Evans, del bufete Hassle & Black. Juntos les anunciamos que vamos a presentar una demanda contra la Agencia de Protección del Medio Ambiente de Estados Unidos en nombre de la nación insular de Vanuatu, en el Pacífico.
De pie al fondo, Peter Evans empezó a morderse el labio, pero enseguida se contuvo. No había motivo para mostrar una expresión facial que pudiese interpretarse como nerviosismo.
—El depauperado pueblo de Vanuatu —prosiguió Balder— está condenado a empobrecerse más aún debido a la mayor amenaza medioambiental de nuestra época, el calentamiento del planeta, y el peligro de cambios climáticos abruptos que sin duda seguirá.
Evans recordó que hacía solo unos días Drake había descrito el cambio climático abrupto como una posibilidad en el horizonte. En menos de una semana se había transformado en una certeza.
Balder se expresó con elocuencia sobre la subida de las aguas que estaba expulsando al pueblo de Vanuatu de su tierra ancestral, poniendo de relieve la tragedia de los niños cuyo patrimonio se veía arrasado por la impetuosa ola que había provocado el insensible gigante industrial del norte.
—Por una cuestión de justicia para con el pueblo de Vanuatu, y por el futuro de toda la humanidad ahora amenazada por una climatología extrema, anunciamos hoy esta demanda.
A continuación abrió la tanda de preguntas. La primera fue:
—¿Cuándo presentarán la demanda exactamente?
—El caso es muy complejo desde un punto de vista técnico —contestó Balder—. En estos momentos trabajan en nuestras oficinas cuarenta científicos día y noche. Cuando culminen sus esfuerzos presentaremos la solicitud de imposición de medidas cautelares.
—¿Dónde la presentarán?
—En el juzgado del distrito federal de Los Ángeles.
—¿Qué indemnización solicitarán? —preguntó otro.
—¿Cuál es la respuesta de la administración?
—¿Verá la causa el tribunal?
Las preguntas se sucedían con mayor rapidez, y Balder estaba en su elemento. Evans miró a Jennifer, al otro lado del estrado. Ella se tocó el reloj. Evans asintió con la cabeza, consultó su propio reloj, hizo una mueca y abandonó el estrado. Jennifer lo siguió.
Entraron en el almacén y dejaron atrás a los guardias. Evans miró asombrado.
Las luces estaban apagadas. La mayoría de la gente que Evans había visto antes se había ido. Los que quedaban vaciaban las salas, amontonaban los muebles, guardaban los documentos jurídicos en cajas de almacenamiento. Los hombres de la compañía de mudanzas acarreaban pilas de cajas en plataformas rodantes.
—¿Qué pasa? —preguntó Evans.
—Expira nuestro contrato de alquiler —contestó Jennifer.
—¿Y os trasladáis?
Ella negó con la cabeza.
—No. Lo dejamos.
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir que lo dejamos, Peter. Buscaremos otros empleos. La demanda no se presentará.
Por un altavoz oyeron decir a Balder:
—Tenemos el firme propósito de solicitar una imposición de medidas cautelares en los tres próximos meses. Confío plenamente en los cuarenta brillantes hombres y mujeres que nos ayudan en este innovador caso.
Evans se apartó cuando dos hombres pasaron con una mesa junto a él. Era la misma en la que lo habían entrevistado hacía solo tres horas. Los seguía otro con cajas de equipo de vídeo. —¿Cómo va a salir bien esto? —preguntó Evans mientras oía a Balder por el altavoz—. La gente se enterará de lo que está ocurriendo…
—Lo que está ocurriendo es totalmente lógico —respondió Jennifer—. Presentaremos una solicitud para una imposición de medidas cautelares preliminar. Nuestro alegato tiene que seguir el proceso burocrático de costumbre. Prevemos que lo rechace el tribunal jurisdiccional del distrito y entonces lo llevaremos al Circuito Noveno, y luego esperamos elevado al Tribunal Supremo. El litigio no puede llevarse a efecto hasta que se resuelva la imposición de medidas cautelares, lo que puede tardar varios años. Por tanto, muy sensatamente, dejamos en espera a nuestro numeroso equipo de investigación y cerramos nuestras caras oficinas, manteniendo entretanto un equipo legal básico en funcionamiento.
—¿Existe ese equipo legal básico?
—No. Pero me has preguntado cómo iba a tratarse este asunto.
Evans observó mientras las cajas salían por la puerta trasera.
—Nadie ha tenido en ningún momento intención de presentar la demanda, ¿verdad?
—Digámoslo de esta manera. Balder tiene un notable historial de victorias en juicio. Solo hay una manera de forjarse un historial así: hay que desechar los casos perdidos mucho antes de que lleguen a los tribunales.
—¿Y está desechando este?
—Sí. Porque te aseguro una cosa: ningún tribunal va a conceder una imposición de medidas cautelares por el exceso de producción de dióxido de carbono de la economía estadounidense. —Jennifer señaló el altavoz—. Drake lo convenció para que pusiese de relieve el cambio climático abrupto. Encaja bien con su congreso, que empieza mañana.
—Sí, pero…
—Oye —dijo Jennifer—, sabes tan bien como yo que el objetivo de este caso era generar publicidad. Tienen su rueda de prensa. No hay necesidad de seguir adelante.
Los hombres del servicio de mudanzas preguntaron a Jennifer dónde debían colocar las cosas. Evans entró en la sala donde se había realizado la entrevista y vio en el rincón la pila de gráficos sobre placas de espuma de poliestireno. Se había quedado con las ganas de ver los que ella no le había enseñado, así que sacó unos cuantos. Mostraban los datos de estaciones meteorológicas de todo el mundo.
Fuente:
giss.nasa.gov
Sabía, por supuesto, que estos gráficos en particular se habían elegido para demostrar los argumentos de la oposición. Así pues, reflejaban un calentamiento escaso o nulo. Aun así, le preocupó que hubiese tantos, de todas partes del mundo.
Vio una pila con el rótulo
EUROPA
y los hojeó rápidamente:
Fuente:
giss.nasa.gov
Había otra pila bajo el rótulo
ASIA
. Echó un vistazo.
Fuente:
giss.nasa.gov
—¿Peter?
Jennifer lo llamaba.
Su propio despacho ya estaba recogido. Quedaban solo unas cuantas cajas de objetos personales. La ayudó a llevarlas a su coche.