Collins se quedó atónito; esta mujer, que parecía tener como mucho sesenta años, debería haber empezado a trabajar aquí cuando era una adolescente, y aun así eso supondría que estaría cerca de cumplir ochenta años. Jack se paró a pensar el número de años que llevaba allí trabajando.
—Disculpe, ¿ha dicho en 1947?
—Así es, comandante; vine aquí con dieciocho años, después de perder a mi marido en la guerra. Estar aquí ha sido muy agradable; siempre temí echarlo de menos si me marchaba, así que me he quedado. El senador, que se encuentra retirado del Grupo, está aquí como consejero especial del doctor Compton, y siempre me ha dicho que me avisará cuando ya lo único que haga aquí sea estorbar, pero no me fío de ese viejo chocho. La verdad es que me gusta estar donde está la acción —dijo, juntando las manos.
A continuación se quedó callada un momento y se dirigió luego al hombre que tecleaba en la mesa más cercana a la suya.
—John, ¿serías tan amable, ahora que te toca hacer el descanso, de bajar la bolsa del comandante a sus nuevas dependencias?
El hombre se levantó sonriendo, se acercó y cogió la bolsa del comandante. Luego se puso firme y dijo:
—Bienvenido al Grupo, comandante, lo vimos en el canal por cable del Congreso el otoño pasado y nos pareció admirable la forma en que defendió sus argumentos.
Collins se quedó sorprendido con la mención a su comparecencia ante el Congreso, miró de nuevo a Alice y dijo:
—No imaginaba que alguien como yo pudiese servirles de ayuda aquí. ¿Qué es esto? ¿Una especie de
think tank
?
—¿Un
think tank
? —La mujer se quedó pensando un momento y frunció el ceño, como si estuviera reflexionando acerca del concepto.
—Sí, supongo que somos algo así. Eso y muchas cosas más, comandante. —Volvió a obsequiarle con su espectacular sonrisa y se dirigió hacia las enormes puertas—. El senador y el doctor Compton le están esperando y estarán encantados de contestar a todas sus preguntas. —Alice cogió los dos picaportes y abrió las puertas con facilidad, al tiempo que se apartaba hacia un lado para dejar pasar al comandante.
La oficina era espaciosa; las paredes circulares estaban llenas de monitores de televisión instalados sobre lujosos paneles de madera. Detrás de la mesa de caoba había otro cuadro de Lincoln; en este posaba sentado con un libro cerrado en su regazo. Al lado, había un retrato de grandes dimensiones de Woodrow Wilson en el que aparecía sosteniendo una pluma estilográfica.
En el extremo de la enorme mesa permanecía sentado un hombre que leía unos papeles que sujetaba con la mano extendida cuando se percató de la presencia de los recién llegados. Se puso en pie con la ayuda de un bastón, arrojó los papeles sobre la mesa y se dirigió hacia Jack y Alice. Un segundo hombre, algo más pequeño, sentado en una silla de gran tamaño, se levantó también y siguió los pasos del primero, deseoso de recibir al nuevo invitado.
Collins tenía delante a uno de los hombres más imponentes que había visto en su vida. Jack medía un metro ochenta y siete centímetros, y aun así aquel hombre le superaba en altura. Debía de medir por lo menos un metro noventa y ocho y aparentaba unos ochenta y cinco años de edad. Llevaba un traje negro de raya diplomática de tres piezas y una corbata roja; tenía el pelo cano, peinado hacia atrás y quizá algo largo. Pero desde luego lo que más llamaba la atención era el parche de color negro que cubría su ojo derecho. Una larga y sinuosa cicatriz le recorría el rostro, desde la mandíbula hasta la frente, pasando por debajo del parche. El otro hombre era bastante más pequeño. Usaba gafas, tenía unas prominentes entradas y llevaba al menos cuatro bolígrafos sujetos del bolsillo de la camisa.
—Senador, doctor Compton —comenzó Alice Hamilton—, les presento al nuevo miembro del Grupo Evento, el comandante Jack Collins, del Ejército de los Estados Unidos. Procede del 5.° Grupo de Fuerzas Especiales; su último destino fue Kuwait, donde trabajó con el 9° Equipo de Operaciones Especiales. —Alice le dio un pequeño golpe con el codo para que se adelantara mientras seguía la presentación.
—Jack, le presento a Garrison Lee, senador retirado del gran estado de Maine, antiguo general de brigada, miembro del Servicio de Inteligencia del Ejército de los Estados Unidos y fundador de la Oficina de Servicios Estratégicos; y este es el doctor Niles Compton, el director de nuestro departamento.
—No hacía falta dar la clase de historia para presentarme —dijo el senador Lee mirando a Alice y luego al comandante—. ¡Comandante Collins! —lo saludó un tanto efusivamente el senador, pasándose el bastón de la mano derecha a la izquierda para poder estrechar la mano del comandante. Collins aceptó el saludo pero no dijo nada—. Hemos leído mucho acerca de usted, muchacho —continuó el senador—. Nos alegramos de que haya podido unirse a nuestra pandilla de chalados. —El hombre se apartó a un lado para que Jack le diera también la mano al doctor Compton, mientras este asentía con la cabeza y volvía luego a colocarse bien las gafas.
El senador se quedó mirando a Alice.
—Imagino que ya habrá firmado los documentos de confidencialidad y de revelación de secretos.
—Sí, de eso ya se encargaron en Fort Bragg —contestó frunciendo el ceño al reparar en que al senador le flojeaban un poco las piernas desde que se había levantado a saludar al recién llegado.
—Gracias, Alice. ¿Serías tan amable de traernos un poco de café?
Con un elegante gesto, Alice señaló una credencia situada junto a la pared, donde humeaba un juego de café bañado en plata.
—¿Cuándo demonios lo has traído? —farfulló al tiempo que levantaba las cejas.
—Mientras estaban inmersos, como de costumbre, en alguno de esos apasionantes informes —dijo con ironía mientras le guiñaba un ojo al comandante.
—Gracias entonces —refunfuñó Lee como si se estuviera aclarando la garganta—. Y ahora ya te puedes ir —dijo mirándola con el único ojo que llevaba destapado.
Ella le hizo un saludo de burla, con la palma de la mano mirando hacia fuera.
—Así es como saludan los ingleses, a ver si lo aprendes de una vez.
Ella no hizo caso del comentario y se marchó, cerrando tras de sí los gigantescos portones.
El senador se quedó un momento mirando la puerta y le hizo un gesto a Collins para que se sentara en una gran silla forrada de piel situada frente al no menos enorme escritorio donde trabajaba Compton.
—Por favor, comandante, siéntese. Estoy seguro de que tendrá cierta curiosidad por saber algunas cosas acerca de nuestro negocio. —Los dos fueron caminando hacia el fondo de la habitación—. Sé que, según los papeles, esta es una misión temporal, y también sé que no fue usted el que se presentó voluntario —le dijo mientras sonreía—. Nos debían un favor, y ese favor es usted.
Antes de que el senador pudiera proseguir, Niles Compton lo interrumpió.
—Comandante, me temo que debo atender un asunto de máxima importancia. Volveré en cuanto me sea posible. Me va a tener que disculpar, mis deberes desde que ocupo el puesto de director me obligan constantemente a estar en cuatro sitios a la vez.
Jack vio a Compton salir a toda prisa de la habitación.
—Niles es seguramente la persona más inteligente de todo el país, por eso el presidente lo eligió para ser mi sucesor, pero se preocupa demasiado por las minucias; no es que controle en exceso a la gente, pero sí dedica demasiado tiempo a asegurarse de que tienen las herramientas necesarias para triunfar. Siéntese, comandante, póngase cómodo —propuso Lee.
Collins esperó a que Lee sirviera dos tazas de café, luego se sentó en la silla que había frente a la mesa, le pareció que tenía demasiado relleno. Después de tenderle la taza y el platito, el senador fue cojeando hasta el otro lado del escritorio.
—¿Qué es lo que esperan ustedes de mí? Llevo veinte años de servicio y nunca había oído hablar de esta operación, y eso en el Ejército no es nada común. —Collins dejó el café sobre la mesa sin probarlo, como si este gesto significara que no quería tener nada que ver con aquello hasta que el hombre que tenía enfrente le hablara con claridad.
Lee apoyó el bastón en el borde de la mesa, le dio un sorbo al café, dejó la taza, cerró el ojo que tenía bueno y se reclinó en la silla al tiempo que comenzaba a hablar.
—Jack Collins, comandante del Ejército de los Estados Unidos, segundo de su promoción en West Point en el año 1988. La primera vez que entró en acción fue en Panamá, por lo que tengo entendido fue uno de los primeros en intervenir. —El senador alzó la mano cuando notó que Collins estaba a punto de decir algo—. Después de Panamá, pasó dos años trabajando en su máster en el Instituto Tecnológico de Massachusetts. Después de eso, y para disgusto del Ejército, se reincorporó al grupo de Operaciones Especiales. Luego pasó por el campo de pruebas de Aberdeen, con la plana mayor, y supongo que pensando que había llegado donde quería llegar. Solo que no era así. Creo que usted estaba molesto con el equipo de Operaciones Especiales y quería saber por qué las cosas nunca funcionaban tal y como deberían, así que trató de arreglarlas desde la perspectiva civil y empresarial en Aberdeen. —Lee abrió su único ojo y miró a Jack—. Luego, de nuevo para disgusto de los altos mandos del Ejército, volvió a unirse a Operaciones Especiales, y entonces fue cuando de verdad Jack Collins se fue a la guerra. Empezó en la operación Escudo del Desierto, infiltrándose en territorio iraquí y kuwaití en misiones de carácter secreto. Combatió en la operación Tormenta del Desierto y ganó la medalla al honor del Congreso. Y finalmente, se embarcó en la operación Libertad Iraquí.
—Parece que sabe mucho más de mí que yo de usted, senador —dijo Collins.
Lee sonrió y continuó diciendo:
—Con anterioridad a su vuelta a Iraq, había planeado una operación secreta en Afganistán. Pero, antes de que pudiera desplegar a su equipo en una misión de máximo riesgo, el Ejército lo sacó de allí, poniendo al mando a un comandante inexperto. Cuando llegó a Iraq le notificaron que todos habían muerto durante la operación debido a un error cometido por el mando. No voy a entrar ahora en su declaración ante el Congreso. Para resumir un poco, le diré que el presidente de los Estados Unidos, que no estaba de acuerdo con el trato que le dispensó el Ejército después de la comparecencia ante el Congreso, vio conveniente su traslado aquí. Fui yo quien le pedí a Niles que lo reclamara.
Collins se mantuvo en silencio. Recordó cómo la misión que había planificado hasta el último detalle había sido desbaratada en el último momento por esos burócratas del Ejército. Nunca olvidaría el dolor y la rabia que lo inundaron al enterarse de que todo su equipo había caído en un valle pedregoso en un lugar perdido del mundo.
—¿Que me reclamara para qué? —preguntó por fin.
Los dos hombres levantaron la vista hacia Niles Compton, que ya estaba de vuelta y que los saludó sin decir nada. Después le hizo un gesto a Lee para que continuara.
—Comandante, exceptuando algunas partes de la Agencia de Seguridad Nacional, acaba usted de entrar en el complejo de más alto secreto de todo el gobierno de nuestro país. Llevamos funcionando, entre unas cosas y otras, desde 1863. —El veterano político hizo una pausa para resaltar sus últimas palabras, y luego continuó—: Supongo que habrá reparado en los retratos de Lincoln y Wilson.
—Sí, señor, no es fácil pasarlos por alto —contestó Collins, mirando los dos enormes cuadros que había detrás del senador.
Lee sonrió.
—El señor Lincoln, durante la guerra civil americana, sentó sin saberlo las bases de lo que sería el Grupo Evento. —Lee sostuvo la mirada de Jack. Le gustaba que el comandante mantuviera sus dudas—. Hace mucho que los historiadores llegaron a la conclusión de que el viejo Abraham era un adelantado a su tiempo. Muchos estudiantes de primaria se lo podrán decir, pero seguimos trabajando en secreto porque a veces sacamos a la luz cosas que no serían muy populares para el resto del mundo, o para nuestros propios conciudadanos. Deambulamos por los pasillos oscuros de nuestro gobierno, más allá del auspicio de los Archivos Nacionales.
Collins escuchaba al anciano que tenía enfrente y le embargó la clara sensación de que le estaban tendiendo una trampa, pero era completamente incapaz de saber en qué consistía.
Lee miró a Niles y el director asintió con la cabeza. El senador habló pausadamente, siendo consciente de todo lo que decía.
—Jack, Estados Unidos es un país muy particular. Sus ciudadanos proceden de todos los países del mundo y tienen derecho a saber la verdad de la historia, y nuestro trabajo es encontrarla, procesarla y transmitirles los hechos que nos han traído hasta donde estamos; proporcionar la información a aquellos que puedan usarla, para que tomen las mejores decisiones para todos. La información es el arma del futuro y nunca ya nos podrán coger desprevenidos por no haber entendido las lecciones del pasado, ya que esas lecciones son las que nos han moldeado tal y como somos ahora. Distintos eventos cruciales han ido configurando el mundo a lo largo de la historia, han sido los causantes de que sucedieran cambios no solo destinados a la supervivencia de la especie, sino cambios que alterarían el rumbo de la civilización. En el grupo tratamos de identificar esos instantes en los tiempos actuales, contribuyendo a conformar los cambios de criterio que definirán nuestro futuro. Los eventos del presente nos ayudarán a saber qué será aquello en lo que nos convertiremos. Nuestro trabajo es descubrir la verdad histórica para nuestro país, para sus ciudadanos, y después quizá, solo quizá, este mundo empiece a conocerse a sí mismo, y ese conocimiento contribuya a que la comprensión y la verdad reinen entre los pueblos. La seguridad de la nación es de una importancia primordial. La CIA, la Agencia de Seguridad Nacional y el FBI pueden reunir información de Inteligencia, pero a nosotros se nos deja investigar en el pasado todas las cosas que las otras agencias ni siquiera tienen la oportunidad de imaginar. Aquí aprendemos todo lo que es posible aprender acerca de las cosas.
—Sí, señor, entiendo.
Niles Compton sonrió y dijo que no con la cabeza.
—No, comandante, todavía no lo entiende.
—Son muchas cosas juntas —dijo Lee mientras se incorporaba para pulsar un botón situado en el lado derecho de la mesa. Accionó el mando y uno de los monitores se puso en funcionamiento—. Este es nuestro Centro Informático. Si entiende de ordenadores, comandante, sabrá que la unidad que ve ahí detrás es un prototipo de la Cray Corporation, donación de… bueno, de uno de nuestros muchos y dadivosos amigos del sector privado. Es la unidad más potente del mundo a la hora de procesar datos. Si me lo permite, estamos
hackeando
(yo, personalmente, detesto el término) la información de casi todas las universidades y grandes empresas del mundo, y también de la mayoría de los gobiernos. Los presidentes de varias de las compañías más importantes de software de la zona noroeste y de Texas nos ayudan en esta tarea. Ah, y a menudo tienen rifirrafes con el gobierno, pero les gusta mucho lo que hacemos aquí y contribuyen generosamente a nuestro presupuesto. Esos presidentes son mucho más patriotas de lo que la gente se cree.