Excusas para no pensar (2 page)

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Authors: Eduardo Punset

BOOK: Excusas para no pensar
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Más complejo resulta entender cómo pudo originarse. Sabemos que una mezcla de elementos químicos dio lugar a algo con vida. Se han realizado experimentos en el laboratorio para intentar reproducir esas condiciones, pero todos han fracasado, porque la vida no está hecha de nada especial. La célula viva no es materia mágica, sino un superordenador, un sistema de procesamiento y reproducción de información tan avanzado que nuestros ordenadores resultan patéticos en comparación. La naturaleza ha producido una máquina de procesamiento de información inigualable: la célula viva.

El secreto de la vida no estriba en el
hardware
, sino en el
software
. Nuestros genes son conjuntos de instrucciones que nos ayudan a hacer cosas y a llevar a cabo proyectos. La complejidad basada en instrucciones es la clave de la vida.

El físico británico Paul Davies lo resume muy bien. Dice que cuando abordamos el problema del origen de la vida, hacemos frente a tres grandes misterios. Queremos saber cuándo se estableció la vida por primera vez en la Tierra; queremos determinar dónde sucedió y, por último, queremos descubrir cómo pasó: cómo un conjunto de sustancias químicas inertes pudieron transformarse en algo con vida. Hemos avanzado mucho en las primeras dos cuestiones. Por ejemplo, mediante el registro fósil, encontramos rastros muy antiguos de vida en la Tierra. En Australia hay rocas que datan de hace 3.500 millones de años, en las que aparecen signos de fósiles microscópicos. Se calcula que la Tierra tiene unos 4.500 millones de años, y durante los primeros 700 millones de años, estuvo sometida a un bombardeo constante de cometas y asteroides: las condiciones de la superficie de la Tierra eran realmente hostiles y esta situación se prolongó hasta hace unos 3.800 millones de años.

Así pues, parece que la vida en la Tierra surgió con bastante rapidez en cuanto las condiciones empezaron a ser favorables, lo que apunta a que tal vez no empezara en la Tierra, sino que llegara a nuestro planeta procedente de algún otro lugar.

En busca de otras formas de vida

Según Davies, la manera más directa de responder a estas preguntas no es sólo seguir reflexionando sobre ellas, sino descubrir otra forma de vida, ya sea creándola en el laboratorio o buscándola en otros planetas. Veríamos un único árbol de la vida, no otro distinto. Davies no cree que estemos solos en el universo; piensa que hay vida en muchos planetas y, por eso, para descubrir el principio de la vida hay que buscarla.

Si resultase que la vida surge con facilidad y que está extendida por el universo, posiblemente haya surgido más de una vez en la Tierra. Si volvemos a las primeras fases de la evolución terrestre, cuando el planeta estaba sometido a un auténtico bombardeo de meteoritos, sin duda hubo períodos entre los grandes impactos en los que la vida podría haber surgido y, posteriormente, haber sido aniquilada, por alguna gran colisión. Así que podemos imaginar una amplia sucesión de procesos de génesis. Esta idea plantea la posibilidad de que tal vez alguna de estas formas de vida no haya sido totalmente aniquilada, sino que haya sobrevivido en lugares recónditos, tal vez bajo tierra…, y podría seguir allí todavía.

Un descubrimiento de este tipo sería sensacional: otra forma de vida aquí en la Tierra supondría una respuesta a los sueños de los biólogos. Sería, probablemente, el descubrimiento más importante en la historia de la biología. Quizá podamos encontrar un tipo de vida que pueda vivir a una temperatura superior incluso a la de los hipertermófilos (organismos que viven en ambientes de temperatura extrema) y los extremófilos (organismos que viven en ambientes de condiciones extremas: acidez, presión, radiación, etc.), que ya conocemos. Así que es posible que haya formas de vida extraterrestre mucho más cerca de lo que imaginamos.

Últimas noticias desde el Universo

El gran divulgador científico y astrónomo Carl Sagan murió de tristeza —dicen las buenas lenguas— al descubrir que no había rastro de vida en el universo, salvo la nuestra en el planeta Tierra. A diferencia de lo que hoy en día cree Paul Davies, Sagan aseguraba que estábamos solos y no podríamos jamás compartir con otros nuestras vivencias. Es más, no sabríamos nunca lo que realmente somos, puesto que al ser el único ejemplo de vida en el Universo no íbamos a poder compararnos con otras formas de vida. De esta manera sería imposible definirnos a nosotros mismos. De ahí arranca, con toda probabilidad, el lío en el que sigue metida una buena parte de la humanidad cuando se pregunta cómo empezó todo.

La confusión impera tanto en la versión religiosa del origen del mundo como en la de aquellos convencidos de que todo se habría iniciado con el Big Bang hace catorce mil millones de años. Si fuera cierto que Dios creó el mundo, ¿dónde estaba el Creador antes de la creación? Si, por el contrario, toda la materia que vemos a nuestro alrededor procede de la bola de fuego que surgió con el Big Bang, ¿de dónde vino esa bola? ¿Se creó el universo a partir de la nada?

Hay grandes novedades en este campo que no habrían calmado totalmente la curiosidad de Carl Sagan, pero que, a buen seguro, no le habrían sumido en la tristeza. Hasta hace muy poco, gracias a las investigaciones de científicos como Edwin Hubble —detrás de nuestra galaxia hay millones de otras galaxias— o como Alan Guth —la teoría inflacionaria del Universo— sabíamos con una exactitud pasmosa todo lo que ocurrió después del primer segundo del comienzo de todo, hace casi 14.000 millones de años. Eso sí, no sabíamos nada de lo que había un segundo antes: estábamos convencidos de que no había nada.

Esta teoría del origen del Universo la compartíamos también con la Iglesia, a la que convenía mucho —era compatible con las Sagradas Escrituras— que el Universo tuviera un comienzo. Antes no había nada de nada y luego Dios creó el mundo. Por una vez, científicos y místicos estaban totalmente de acuerdo: en un momento dado se produjo la expansión de una partícula que inició el tiempo y creó el espacio de materia y energía. Éstos se expandieron a velocidades y temperaturas increíbles para enfriarse luego paulatinamente a lo largo de los últimos trece mil millones de años. Si ha existido una convicción consensuada, plasmada incluso en los libros, ésa era la historia del cosmos. Sobre todo, desde que dos ingenieros de una multinacional, Arno Penzias y Robert Wilson —buscando dónde instalar una antena que no sufriera interferencias—, descubrieron la llamada radiación cósmica de fondo: aunque te colocaras en el lugar más enrevesado del planeta, seguirías recibiendo la radiación cósmica de fondo que dejó el Big Bang. Obtuvieron el premio Nobel de Física por su descubrimiento.

Como dice el astrofísico Rafael Rebolo, del Instituto Astrofísico de Canarias, «para el astrónomo, mirar el cielo es mirar hacia el pasado». El Universo nos proporciona rastros de cómo fue su origen. Y construimos telescopios e instrumentos complejos para tratar de descubrir esas huellas que a lo largo de la historia del Universo han quedado impresas en fenómenos que hoy podemos registrar, medir. Igual que un arqueólogo entra en una pirámide y encuentra los vestigios intactos de una civilización pasada, en el Universo encontramos huellas intactas de cómo pudieron ser sus primeros instantes.

¿Qué pasó antes del inicio?

Pero, al igual que en el cuento
Los siete cabritillos y el lobo
, cuando el lobo muestra la pata rebozada en harina por debajo de la puerta para esconder su identidad, esta radiación cósmica de fondo testificaba el fenómeno previo del Big Bang que inició al universo.

Ahora, de pronto, unos físicos que están en la vanguardia del pensamiento científico han sometido al escrutinio de sus colegas una teoría sobre el origen del cosmos totalmente distinta e igualmente plausible. Tanto los científicos laicos como los místicos interesados en la ciencia se habrían equivocado. Lo que unos y otros consideran el momento preciso de la creación no sería más que la repetición de un ciclo infinito de colisiones colosales entre nuestro mundo y un universo invisible y paralelo.

Paul Steinhardt, físico teórico de la Universidad de Princeton, es el padre de uno de esos modelos que buscan simplificar la explicación del origen del Universo. Steinhardt explica cómo durante los últimos cincuenta años hemos estado convencidos de que el Universo tuvo un principio bien definido; que pasó de la nada (ningún espacio, ningún tiempo, ninguna energía, ninguna materia) a algo a través de procesos que nunca acabamos de entender completamente. Y que todo lo acaecido en el universo sucedió a partir de ese momento inicial.

Ésta ha sido la idea predominante, pero ahora empezamos a cuestionárnosla. Lo que este físico apunta es que puede ser que lo que conozcamos como el Big Bang no fuera realmente el principio; tal vez en ese momento sucediera algo drástico que diera lugar a mucha materia, tal vez la materia que nos conforma se creara entonces, pero pese a todo el Big Bang no fue el principio.

Quizá el espacio y el tiempo existían antes, y los acontecimientos cruciales que dieron lugar a todo lo que observamos en el Universo actual no sucedieran después del Big Bang sino antes, y todo lo que vemos en el Universo son las huellas, los vestigios de acontecimientos que sucedieron antes de ese gran fenómeno. Ésta es la idea que están investigando ahora.

Otros universos

El universo visible no es más que una pequeñísima parte de una realidad más amplia que no podemos ver porque existen otras dimensiones: siete, más allá de las tres espaciales a que estamos acostumbrados. Según una nueva hipótesis cíclica del Universo, no es cierto que el tiempo se iniciara con el último Big Bang. El tiempo ya existía porque es infinito y preside una serie consecutiva de colisiones cada trillón de años entre nuestro mundo y los otros universos.

A raíz de esa conflagración nace un universo, diminuto al comienzo, que se expande porque la fuerza del impacto conlleva la expansión continuada del espacio. Bancos de gas dibujan galaxias y otras estructuras cósmicas mientras el espacio continúa expandiéndose.

Varios científicos apuntan a que todo lo que vemos en el Universo pueden ser huellas de lo que sucedió antes del Big Bang.

© NASA

Éste es, más o menos, el momento en que nos hallamos ahora. Después de un billón de años desde el último Big Bang se habrán extinguido casi todas las estrellas y se habrá vaciado el universo. Pero quedará suficiente energía para una nueva colisión que se repita eternamente.

La pregunta es qué sucederá ahora con el Universo según esta nueva teoría. Steinhardt cree que para responder a esta cuestión es necesario ir hacia atrás, hace cuatro mil millones de años, cuando el Universo consistía básicamente en materia. Fue entonces cuando se produjo un cambio fundamental, y esta materia se transformó hasta llegar a estar dominada por una nueva forma de energía que llamamos energía oscura, y que tiene un tipo de fuerza gravitatoria muy peculiar: en vez de atraer, repele. Se ha descubierto que, en realidad, la mayor parte de lo que hay en el Universo hoy en día es de tipo autorrepulsivo. Así que esta energía no solamente se está separando mediante su gravedad, sino que está haciendo que el Universo se separe, que la expansión se acelere, de modo que se está convirtiendo en un espacio más y más vacío. Su tamaño se está doblando. Así pues, hay cosas que vemos ahora que perderemos de vista en el futuro. El Universo se parecerá cada vez más a un páramo yermo.

Este proceso se repite aproximadamente cada billón de años, por eso lo llamamos modelo cíclico: esta energía, más la gravedad, se transforma nuevamente en un gas muy denso de materia, y el proceso vuelve a empezar. Empieza de nuevo con un gas muy caliente, que luego se expande y se enfría para formar nuevos átomos, y polvo y planetas y estrellas.

La idea es que el Big Bang no sucedió una sola vez, sino que se repite a intervalos regulares, y que esa huella, formada en la radiación de fondo de microondas, esas arrugas que fueron tan importantes para configurar la estructura del universo, fueron arrugas que se crearon en lo que desembocó en el Big Bang, antes del Big Bang, que correspondieron a acontecimientos anteriores, y que acabaron determinando la evolución de la estructura en el siguiente ciclo. Cada ciclo deja una huella en el inmediatamente posterior, y todos están vinculados entre sí. El cosmólogo Alexander Vilenkin también cree que hubo muchos Big Bang, y asegura que habrá un número infinito de ellos en el futuro que darán lugar a regiones como la nuestra, que él define como burbujas en expansión.

¿Por qué es tan atractiva la idea de un cosmos cíclico que se repite? En la literatura hindú, por ejemplo, la cosmología estaba ya basada en un universo cíclico; y tampoco faltan ejemplos en el pensamiento occidental. Si el Universo tiene un comienzo, tienes que explicar cuándo y cómo empezó. Un Universo cíclico, en cambio, es eterno y su comienzo no requiere explicación.

La evolución de nuestro planeta

La vida viaja sobre las placas tectónicas, que se mueven a la velocidad que crecen nuestras uñas. Sabemos, desde hace muchos años, que nuestro interior alberga un inconsciente que en multitud de ocasiones es el responsable sigiloso de nuestras decisiones. Lo que no nos imaginábamos, hasta hace muy poco, es que el planeta Tierra también tiene un inconsciente que define los grandes hitos de la vida terrestre.

Durante los siglos XIX y XX, los geólogos acumularon datos para trazar el mapa del planeta y sus recodos, pero no existía una teoría para explicarlo todo. Eso convertía a los geólogos en poco más que coleccionistas de sellos. Y de pronto, una teoría simple —la interacción de unas pocas placas tectónicas que se mueven sobre un océano de magma— explicó todos los fenómenos geológicos. Por fin había un modelo para la Tierra.

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