Expatriados (41 page)

Read Expatriados Online

Authors: Chris Pavone

Tags: #Intriga

BOOK: Expatriados
9.43Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿Y borraste los registros?

—Eso es. Y, llegado ese punto, el administrador del sistema se dio cuenta de que había un intruso y cerró el sistema y el edificio. Para entonces yo había transferido el dinero a docenas de cuentas repartidas por todo el mundo, cada una con una suma diferente y, después, desde todas esas cuentas, a una mía, en Luxemburgo.

—¿Y qué hacías en el despacho cuando te quedabas a trabajar hasta tarde, los fines de semana? ¿Qué era lo que te tenía tan ocupado?

—Tenía que hacer un montón de análisis de sistemas del ordenador del coronel, y también de SwissGeneral. Entrar en ordenadores ajenos lleva mucho tiempo. Un trabajo monótono y de lo menos imaginativo detrás de una cantidad de teoría tremenda.

—¿Y tenías que hacerlo por la noche?

—Casi todas las noches estaba ocupado en otra cosa. Vigilar con quién se comunicaba el coronel, por correo electrónico o por teléfono, para estar al día de sus negocios. Muchas veces también me tenía que esperar para averiguar en qué quedaban conversaciones que terminaban con «Te llamo en unas cuantas horas». Esperando.

—¿Solo esperando?

—Sí. Pero ese tiempo lo aproveché para hacer otras cosas. Es una especie de afición que tengo, investigar un tipo de valores especialmente complejo.

—¿Por qué?

—Deduje que si estos valores se habían diseñado de manera tal que un lego en la materia no los comprendiera, era porque los banqueros estaban ocultando algo de lo más lucrativo. Y la lógica circular de esas transacciones, que, estoy convencido, estaba hecha a propósito para no ser comprendida, atraía al ingeniero que hay en mi interior. Y, en cualquier caso, es otra forma de especulación. En los últimos dos meses hemos ganado un cuarto de millón de euros con estas inversiones. Así es como me gano la vida ahora.

—Creía que te la ganabas robando.

—No —dijo Dexter—. Eso lo hago para divertirme.

Kate trajo dos tazas de café humeante cuya espuma enseguida formó coágulos blancos en el aire gélido que precedía al amanecer. Se sentó y se envolvió de nuevo en la manta gris de lana trenzada.

—¿Cómo te pueden descubrir?

Seguía intentando enfocar con pragmatismo la logística del plan de Dexter. Dejando de lado factores más abstrusos —la moralidad, la honestidad, su matrimonio, el delito— para centrarse en los aspectos prácticos. Al menos aquella noche. Por el momento.

—No pueden.

—¿No? ¿No es posible?

—No.

Kate estaba sorprendida —impresionada en realidad— por la enérgica confianza en sí mismo de su marido. ¿De dónde la sacaba?

—¿Y qué pasa si el FBI encuentra el dinero?

—No importa. Es imposible que rastreen cada transacción, cada cuenta corriente. Los bancos comerciales, los privados, en países con cuentas anónimas y paraísos fiscales, el hermetismo de Andorra, Suiza, la Isla de Man, las Islas Caimán y, por supuesto, Luxemburgo. Y además, Kate, esas cuentas ya no existen; he borrado los rastros de todas las transacciones; es imposible que sepan que yo las hice.

—¿Seguro?

—Segurísimo.

—Pero ¿y si encuentran el dinero, como me pasó a mí? ¿Cómo explicarías por qué tienes todo ese dinero?

—No tengo que hacerlo. Por eso lo tengo aquí, en Luxemburgo, amparado por el secreto bancario.

—¿Por eso estamos aquí?

—Básicamente.

—Y ahora que hablamos de ello, ¿no podríamos volver a casa? ¿A Estados Unidos?

—Claro.

—¿Pero?

—Pero no podremos meter demasiado dinero en un banco americano y tampoco deberíamos pasar más de diez de los grandes de una cuenta a otra. Tampoco deberíamos comprar ninguna propiedad en Estados Unidos, ni gastar sumas importantes de dinero. Claro que allí no tendríamos una renta, así que no deberíamos vender la casa de Washington, solo alquilarla. No deberíamos hacer nada que llamara la atención del Departamento de Tesorería.

Kate comprendía: tenían que evitar llamar la atención del Departamento de Tesorería, que a su vez podría alertar a los federales.

—El hombre al que robaste, el coronel —dijo—, ¿tiene forma de localizarte?

—No me está buscando, porque le he cargado el mochuelo a otro, de manera que parezca que fue él quien robó al coronel. Otro matón serbio veterano del ejército.

—¿Y qué ha sido de él?

—Otro canalla que se ha llevado su merecido.

¿Qué más necesitaba saber?

—La cuenta, la de los veinticinco millones, es una cantidad fija que no genera intereses.

—No.

—Porque no te interesa declararla. Ni siquiera aquí.

—Exacto. Porque tenemos que declarar nuestros ingresos, incluso aquí.

—¿Para siempre?

—Para siempre. Mientras seamos ciudadanos americanos, tenemos que pagar impuestos en Estados Unidos.

—Y entonces ¿qué podemos hacer?

—Declarar como renta solo lo que yo gano con mis inversiones legítimas. Pero eso no quiere decir que tengamos que limitar nuestros gastos.

—¿Está en tus planes gastarte el dinero robado? ¿O lo robaste solo para quitárselo a alguien a quien odias?

—Mis planes son gastarlo.

Kate dejó que la afirmación se le asentara en la boca y la paladeó, como si fuera vino tinto.

—¿Cuándo?

—Cuando sea seguro. Supongo que cuando el FBI nos deje en paz.

Este comentario tenía sentido entonces, con la sobrecarga de información que contenía la confesión de Dexter. Pasaría bastante tiempo antes de que Kate reparara en lo imperfecto de la lógica por la que se guiaba este razonamiento, a saber, que si Dexter había estado esperando a que el FBI le dejara tranquilo, eso quería decir que ya sabía que le estaban vigilando. Antes de que Kate se lo contara.

—Háblame de la casa de campo.

—Es una dirección postal. En un sitio alejado imposible de rastrear.

Desde luego, sería un buen escondite si se daba el caso. Pero Dexter estaba pensando en términos de evasión fiscal, no de pisos francos. Esa era la especialidad de Kate.

—Alquilaste un coche para ir hasta allí. Cuando dijiste que ibas a Bruselas. ¿Por qué?

—El trato estaba a punto de cerrarse, así que abrí un puñado de cuentas nuevas, solo para esa semana, para ir moviendo el dinero. La documentación de las cuentas la enviaron a la casa y tenía que ir a recogerla. Para destruirla.

—Entiendo. Eso fue cuando escondiste el número de cuenta dentro del escritorio del cuarto de los niños, ¿no?

Dexter pareció avergonzado al saber que Kate estaba al corriente de aquello.

—Eso fue después de la…, ejem, de la transacción. Cuando era todavía más importante mantener la cuenta en secreto.

Kate se acordaba muy bien de aquella noche.

—Entonces fue también cuando apareció el supuesto padre de Julia, ¿no? Cuando cenamos con él.

—¿Ah, sí? No me acuerdo de esa parte.

Esto parecía improbable. Imposible. Kate notó cómo volvían las dudas, las sospechas, la desconfianza.

—¿De verdad?

Dexter se encogió de hombros.

—¿Y quién crees que era? —preguntó Kate—. Se llamaba Lester, ¿no?

—Probablemente su jefe. O un colega.

Permanecieron sentados en silencio, cada uno haciendo sus propias —pero paralelas— conjeturas.

—¿Por qué no escondes los datos de la cuenta en tu despacho? ¿O en la casa de campo?

—No quiero tener que desplazarme a ninguna parte si alguna vez tenemos que salir huyendo.

—¿Por qué tendríamos que hacer eso?

—Si estuvieran a punto de cogerme.

—Pero acabas de decir que eso es imposible.

—Pero de todas maneras tengo que tomar precauciones.

Kate no podía evitar pensar que la principal precaución que había estado tomando Dexter era contra ella. Y aquello le hizo recordar lo de la cámara de vídeo. No conseguía decidir hasta qué punto debía forzar las cosas. Estaba loca por saber si Dexter había visto la grabación de su despacho. Y si, a partir de ahí, había seguido el hilo a sus innumerables mentiras. Continuaba aferrada a sus secretos.

—¿No es segura tu oficina? —dijo forzando un poco las cosas.

—Mucho.

—¿Y tienes alguna clase de vigilancia? —Ahora que había empezado, se sentía incapaz de parar.

La cara de Dexter seguía sin revelar nada.

—Compré una cámara de vídeo.

Kate contuvo la respiración.

—Pero nunca llegué a conectarla al ordenador.

Dexter no lo sabía.

¿Cuántas cosas no sabía Dexter?

No sabía que Kate le había robado el llavero. No sabía que había entrado en su despacho y rebuscado entre sus cosas. No sabía que Kate sospechaba de él mucho antes de hablar con Julia y Bill. No sabía que Kate había entrado en la falsa oficina de Bill y que había contactado con un antiguo colega de la Compañía en Múnich y con agentes nuevos en Berlín y Ginebra. No sabía que, escasas semanas atrás, Kate había pensado que quienes le investigaban eran asesinos a sueldo.

Dexter no sabía que él —que toda la familia— había estado recorriendo Europa persiguiendo su propia sombra.

Y tampoco sabía que su mujer había sido agente de la CIA.

Aún no había indicios de la aurora en el cielo, pero empezaban a circular más coches, camiones y autobuses. No parecía que hiciera falta la luz para que fuera ya de día.

—Tu último viaje a Londres, ese que hiciste justo antes de Navidad, ¿fue para pagar a Marlena?

—Sí.

—¿Cuánto le pagaste?

—Veinte mil libras.

—No me parece mucho.

—No es mucho, pero está hecho a propósito. Le pagué lo suficiente para que hiciera el trabajo, pero no tanto como para que sospechara que estaba metido en algo grande. No creo que de haber pagado más dinero hubiera corrido menos riesgo, al contrario.

A Kate le sorprendió la inteligencia de la lógica de su marido.

—¿Y qué pasó con ella después de tu…, cómo podemos llamarla?

—¿Transacción?

—Vale, después de tu transacción. ¿Qué pasó con ella?

—Fue a su cita con el coronel aquella noche, pero canceló la de la semana siguiente. Se escondió, pero sin salir de Londres. Por si algo salía mal y fuera necesario que se acercara otra vez al coronel. Tenía preparada una historia sobre un cliente que la había atacado y sobre estar asustada. Localicé a un tipo al que podía acusar.

—Pensaste en todo, ¿eh?

—Pues sí.

—Y entonces ¿ya no tienes más tratos con ella?

—No.

—Pero ¿está viva?

—Sé lo que estás pensando.

—¿Y?

—En primer lugar, no es consciente de todo lo que ha pasado; solo conoce algunas piezas del rompecabezas.

—De todas maneras.

—Tengo un montón de pruebas que podría utilizar en su contra. Pruebas de que cometió múltiples delitos.

—Pero podría testificar contra ti a cambio de impunidad, ¿no?

—Es una lista bastante larga. Y los delitos son graves.

—Incluso así.

—Vale —dijo Dexter en tono exasperado—. Tienes razón. Hay una minúscula posibilidad de que un día se vuelva en mi contra. —Miró a su mujer a los ojos y le sostuvo la mirada—. Pero ¿qué quieres que haga?

Kate le devolvió la mirada. Había algo en los ojos de Dexter que parecía un desafío, una provocación como diciendo: la persona que era antes Kate diría en voz alta lo que piensa.

Esa persona diría: «Mátala». Pero esta no.

Así que la cuestión se quedó flotando en el aire y Kate era consciente de que se trataba de una nueva oportunidad de hablar de su pasado secreto. Pero la dejó pasar, como todas las demás. Y, en lugar de ello, se puso a pensar en una nueva contraofensiva, en cómo darle la vuelta a la tortilla, algo que hacía siempre cuando sentía que tenía que defenderse. ¿Por qué no le había contado Dexter nada de todo aquello?

Pero, claro, ¿quién era ella para poner en duda los motivos de nadie para mantener algo en secreto? Se le ocurrían unas cuantas razones —buenas razones— por las que Dexter no le había contado nada. No tenía derecho a preguntar.

Pero ¿acaso no era eso el matrimonio? ¿Preguntar cosas que no tienes derecho a preguntar?

—¿Por qué no me contaste nada, Dexter?

—¿Cuándo? —preguntó él—. ¿Cuándo tendría que habértelo contado?

Kate había ensayado esta misma argumentación para su caso una y otra vez.

—¿Cuando se me ocurrió un plan tan ridículo? —preguntó Dexter—. ¿Cuando contraté a una prostituta de Londres para que sedujera a un viejo criminal y así poder intervenir su ordenador portátil? ¿Cuando nos vinimos a vivir a Luxemburgo para que yo pudiera aprovecharme de una compraventa de armas en África? Me habrías dejado.

Kate negó con la cabeza. No, eso no era verdad. ¿O sí? Nunca se le había pasado por la cabeza que Dexter pudiera saberlo todo sobre ella. Pero aquella noche, por primera vez, tuvo dudas. Porque resultaba que Dexter era mucho más listo, mucho mejor actor y mucho más retorcido de lo que ella le había creído capaz. Todo aquel tiempo había estado equivocada respecto a él. Pero ¿cómo de equivocada?

—Entonces, ¿qué crees que debemos hacer con lo del FBI? —preguntó Dexter.

En aquel momento Kate no se dio cuenta de lo intencionada que era aquella pregunta. Miró al vacío, intentando pensar cómo resolver aquello.

—Por la mañana llamaré a Julia —dijo mirando el reloj: los niños estaban a punto de levantarse— y organizaré un encuentro.

—¿Por qué?

—Porque estoy convencida de que me van a pedir que les ayude. Seguramente llevando un micrófono. Así que fingiré indignación, pero ellos insistirán, me amenazarán con hacernos la vida imposible si no coopero. —Ahora que Kate estaba describiéndolo en voz alta, el plan cada vez le parecía más acertado—. Así que les diré que sí.

Dexter arqueó las cejas y se inclinó hacia delante.

—¿Y luego?

—Luego tú y yo iremos a algún sitio más o menos público, como si estuviéramos tratando de asegurarnos de que nadie nos vigila. Un lugar neutral, que no se esperen. Un restaurante, seguramente…

Kate se interrumpió e intentó imaginar el lugar adecuado en un intento por resolver todos los problemas y al mismo tiempo.

—Muy bien, ¿y luego?

—Luego haremos un poco de teatro. Con ellos de espectadores.

30

Por fin se había terminado el teatro. El coche circulaba a gran velocidad en la noche, por una carretera de doble carril solitaria y sin iluminar, las ruedas vibrando contra el pavimento, un zumbido que atravesaba la campiña hacia la luz de un cielo lejano sobre la ciudad, sobre su hogar y sus hijos, el regreso a la vida normal o el comienzo de una nueva.

Other books

High Crimes by Joseph Finder
Avenger by Andy McNab
Time's Up by Annie Bryant
Murder in the Air by Ellen Hart
Restoring Harmony by Joelle Anthony
Wicked Neighbor by Sam Crescent