La expresión de Rob, en cambio, era de preocupación.
—Si Kreesor recupera el duodécimo huevo y lo lleva con los demás, habrá reunido los doce huevos áureos y entonces…
—Y entonces la Hermandad de los Magos Hirsutos será todopoderosa y dominará Fabuland —continuó Imi—. ¡Guau! Quien posea los doce huevos tiene derecho a deseos ilimitados. Podrá cambiar todas las reglas. Eliminar todos los seres y razas que no le sean favorables. ¡Guau, guau! Y hay algo todavía más grave. Aquel que consiga reunir en un solo lugar los doce huevos áureos, podrá desbancar al actual Amo y Señor.
Aquella idea bastaba para suscitar pesadillas horribles durante toda la vida. La Fuente de las Tres Bocas restringió el flujo de agua durante unos segundos debido a un atasco en las cañerías. Lo mismo les ocurrió a Rob y Naj, que se quedaron paralizados ante tal horror.
—La Hermandad se ha creado enemigos por todo el mundo, y eso ha provocado que estemos al borde de la guerra —dijo al fin el baktus—. ¿Os imagináis un Fabuland dominado por la magia y las artes tramposas de esos hechiceros peludos? No se me ocurre una dictadura más cruel e indeseable.
La boca de la izquierda se entreabrió para decir algo pero se arrepintió antes de hacerlo. Aquello era demasiado terrible como para frivolizar.
Rob permaneció pensativo unos momentos antes de volver a dirigirse a Imi.
—¿Por qué dices que debemos olvidarnos del huevo de Jungla Canalla? Tendríamos que impedir que los magos hirsutos lo recuperaran.
—Hay un plan mejor —dijo Imi—: Recuperar, ¡guau!, los once huevos restantes. De esa manera, en vez de pedir un deseo al Amo y Señor, podremos pedirle once. Tú dejarás de ser un baktus y Naj…
—Ya lo sabemos todos, Imi… Puedes ahorrarte los detalles. —Le exigió el gregoch.
Rob solía mostrarse conforme ante la sabiduría de Imi, pero esta vez no estaba demasiado convencido.
—Creo que es mejor que nos cuentes cómo te las arreglaste para enterarte de dónde tiene Kreesor los huevos áureos.
—Y sobre todo dónde los tiene —añadió Naj.
Ambos estaban seguros de que, como perrito versado en el arte de las lenguas y los textos antiguos, Imi habría descifrado algún pergamino secreto que le había dado la clave. Pero la realidad no pudo ser menos romántica.
—Tengo un conocido en la Hermandad. Uno de los mangos menores y yo estudiamos lenguas turnitas en la misma escuela.
—Pues menudo bocazas —murmuró Naj—. Deberían echarlo.
—Si Kreesor se entera, no te quepa duda de que lo echará igual que echó a ese memo del aprendiz Melquíades. El caso, ¡guau!, es que Kreesor estuvo mandando armadillos mensajeros a sus aliados con los últimos planes de la Hermandad, ¡guau!, y el bocazas de mi amigo se confundió y me reenvió uno a mí.
—Jajajajá. ¡Qué cretino! —rió la boca de la derecha.
—Y que lo digas —asintió la boca del centro.
—De manera —continuó el perro lingüista sin hacer caso de la doble interrupción— que ahora sabemos que esos huevos, ¡guau!, se encuentran escondidos en algún lugar al oeste de Efatel, más allá del Río Nudoso y su desembocadura en el Mar de los Cenizos… ¡guau, guau! En un tenebroso promontorio de roca que surge de entre las aguas y aparece en los mapas mágicos con el nombre de Isla Neblina.
—¡¿Isla Neblina?! —exclamaron al unísono las tres bocas de la Fuente con incuestionable horror.
—¿Qué ocurre en Isla Neblina? —quiso saber Rob—. Nunca he oído hablar de ella.
—Mejor que sea así —respondió la boca del centro, aún temblorosa—, pues no existe en todo Fabuland lugar donde se halle concentrada tanta maldad junta. Isla Neblina es el lugar donde el malvado brujo Gelfin fue apresado y quemado vivo. Sus cenizas aún reposan en esa tumba de roca y lava, protegidas por las almas atormentadas de aquellos que una vez le sirvieron. La isla es inconquistable debido a los escarpados acantilados que la protegen; pero mucho más temible es el ejército de tuétanos que ronda a su alrededor, tanto por tierra como por mar. Algunos barcos que se han acercado demasiado han desaparecido sin dejar ni rastro.
Mientras hablaban, los tres caños empezaron a soltar chorros de agua que, al juntarse en la pileta, formaron una mezcla verdosa y burbujeante. Como atraídos por un hechizo, Rob, Naj e Imi se acercaron despacio y contemplaron aquel extraño líquido que muy pronto reflejó una serie de imágenes espeluznantes. Las escenas se sucedían tan rápidamente que apenas daba tiempo a asimilar una cuando la siguiente ya asaltaba las retinas de los tres asombrados espectadores. Vieron una pelea con un monstruo descomunal, una huida precipitada en mitad del bosque, un lugar donde reinaba la oscuridad más absoluta, una loca travesía por un río, una sangrienta batalla… y al fin, entre las procelosas aguas, se empezó a dibujar el perfil rocoso de algo parecido a una isla. Tenía una forma extraña, como de tres tortitas superpuestas con un montón de nata coronando la cima. Pronto se dieron cuenta de que la nata no era sino una espesa bruma que cubría toda la isla. Y de repente vieron algo que les provocó tal horror que no tuvieron ánimo ni para asustarse.
Justo antes de que pudieran asimilar lo que acababan de ver, el burbujeo del agua cesó y todo volvió a la normalidad. Todo menos los agitados corazones de un guerrero baktus, un gregoch afeminado y un perro lingüista, que aún tardaron varios segundos en recuperar su nivel normal de pulsaciones.
Rob fue el primero en hablar.
—¿Qué fue eso?
—El Mal —la Fuente de las Tres Bocas había abandonado por completo su actitud chistosa y ahora hablaba a tres voces en un tono de máxima solemnidad—. Si pensáis viajar a Isla Neblina con la intención de robar esos huevos, será mejor que os preparéis para lo peor. Porque allí ni las armas más poderosas os servirán de ayuda. Muchos son los que han muerto al intentar alcanzar sus costas. Recordad que la prudencia es siempre vuestro mejor seguro. Y recordad también que el agua de esta fuente no es potable. ¡El Oráculo de Leuret Nogara ha hablado!
En la esquina inferior derecha del monitor de Kevin apareció un mensaje en español.
Poder_de_Gregoch
dice:
Bueno, tío. Me voy con mis padres a dar un paseo y a comer un helado. Te veo por la noche.
Da recuerdos a la señorita Ávila de mi parte Y aprovecha el tiempo, cazurro, que el español no es tan difícil.
Kevin cogió su diccionario español-inglés y buscó la palabra «cazurro». Cazador, cazar, cazuela, cebada… No venía, al igual que muchas de las palabras que empleaba Chema con él. Le respondió:
He entendido todo menos lo de «cazurro», pero puedo hacerme una idea. Disfruta del helado. Te veo después.
Kevin sonrió al imaginar al fornido Chema Rufete chupando un helado por el paseo marítimo de Torrevieja, en la costa española, acompañado por sus amorosos padres, a quienes sacaba una cabeza. Se habían conocido en el foro oficial de Fabuland, un lugar virtual al que acudían miles de aficionados para resolver dudas sobre las misiones del juego, consultar las reglas y conocer a otros jugadores. Kevin había entrado en un hilo titulado «¿Se puede dar de baja un personaje?», y allí había coincidido con Chema. Al darse cuenta de que era español, le había agregado a su messenger para practicar el idioma, y desde entonces Chema siempre le ponía alguna palabra que no aparecía en los diccionarios pero que a Kevin no le costaba trabajo comprender, pues casi siempre se trataba de alguna grosería.
Desgraciadamente para ellos, la triste respuesta a la consulta era que no se podía dar de baja un personaje, pero eso no había hecho sino unir aún más a los dos jugadores, que habían congeniado casi en el acto, sobre todo al descubrir que sus respectivos problemas eran consecuencia de su torpeza con el idioma.
Fabuland disponía de un traductor automático en más de cuarenta lenguas que estaba presente desde el menú de registro. En la casilla de «Sexo», Chema había creído que H significaba «Hombre» cuando en realidad quería decir «Hembra», y por ese motivo ahora se veía condenado a jugar con un horrible gregoch de dos metros de altura disfrazado de ratita presumida. Su impaciencia le había hecho aceptar su alar antes de darse cuenta de su error, y en Fabuland no había vuelta atrás una vez efectuado el registro. Sólo un avatar por usuario, eran las normas.
El caso de Kevin se debió también a la impaciencia, la confusión idiomática y un repentino corte de luz. Había seleccionado la lengua española para practicar, y sabía bien lo que significaba «Guerrero», nadie le había dicho que un «Enano» era el equivalente español a un «Dwarf», es decir, una persona de muy baja estatura. Cierto era que una vez seleccionadas las características del avatar aparecía en pantalla una imagen previa de éste; pero Kevin se registró en plena tormenta, temía que se fuera la luz en cualquier momento, como llevaba sucediendo a lo largo de todo el día, y en la vista previa no había modo de saber la estatura real del personaje. Cuando aceptó, no pudo volver atrás.
Así que Kevin Dexter, con residencia en la calle Westmooreland de Ypsilanti, Michigan, Estados Unidos, y Chema Rufete, nacido en Madrid pero veraneando en Torrevieja, España, habían desarrollado una relación tan sólida como la de Rob McBride y Naj la… el gregoch.
Eran las 12:30 del mediodía. Kevin bajó a la cocina, se sirvió un zumo de naranja y volvió a su habitación. La señorita Avila no vendría hasta las cuatro. Era un momento tan bueno como cualquiera para ir a charlar con el Sabio Silvestre.
Isla Neblina, ¿eh? No encontrarás en Fabuland un lugar más maligno que ése.
—Eso mismo dijo el Oráculo.
Rob sostenía en sus manos una taza de té de roca mientras el Sabio Silvestre se balanceaba suavemente en su mecedora. El anciano, el último de los sabios del Consejo de Leuret Nogara, iba vestido con su túnica dorada y lucía su característico peinado oriental. Sus cejas blancas sobresalían a ambos lados de la frente, a juego con una barba blanca y algodonosa de la que tenía por costumbre tirarse cuando se encontraba pensativo. En aquellos momentos estaba tan pensativo que Rob temió que se fuera a arrancar la barba en cualquier instante.
—Imi opina que haciéndonos con los once huevos áureos lograremos más que recuperando el que falta —concluyó el baktus.
—¡Vaya! —tronó el Sabio—. No sabía yo que ese perro lingüista fuera además matemático. ¡Darse cuenta él solo de que once huevos valen más que uno! ¡Debería presentarse a alcalde! ¡Qué digo a alcalde! ¡A Amo y Señor!
Rob esperó a que el ataque de sarcasmo del Sabio Silvestre se aplacara para responderle en un tono que revelaba un profundo respeto:
—No se trata sólo de una cuestión numérica. Como sin iluda sabes, cada huevo recuperado equivale a un deseo. Naj y yo tenemos ciertas necesidades que atender, y esos huevos podrían ser la solución.
—Ya, esa absurda manía vuestra de querer convertiros en quienes no sois. De todos modos, para eso únicamente necesitáis dos huevos.
—Pero no hay dos. Hay uno u once. Podemos volver a Jungla Canalla a recuperar el huevo que la Hermandad no logró arrebatar a los monos resinosos, con lo cual tendríamos derecho a un deseo… o viajar a Isla Neblina, hacernos con los once huevos y usarlos para restablecer la prosperidad de Leuret Nogara. Desde que Kreesor ejerce sus malas artes por estas tierras, la vida aquí es mucho más difícil.
—¿Me lo dices o me lo cuentas, pequeño baktus? Cada veintiocho lunas, ese mago malvado envía un emisario para cobrar lo que él llama «Impuesto de Buena Fe». La ciudad es cada vez más pobre, ya no queda casi nadie, y si nos negamos a pagar, las consecuencias son todavía peores. Acuérdate de la granja de Tom Marotti. Todavía sale humo de sus restos, y eso que aquello ocurrió hace seis semanas.
—Precisamente por eso, Sabio Silvestre. Con los once huevos, además de impedir que Kreesor termine de hacerse todopoderoso, podremos reforzar la defensa de la ciudad. Con unas murallas y un ejército en condiciones, ni siquiera la Hermandad tendrá poder sobre nosotros. Volveremos a ser lo que una vez fuimos: la gloriosa capital de Mundomediano.
El Sabio Silvestre se meció un poco más, sin dejar de mirar a Rob, sopesando en su cabeza las palabras de su amigo. Había acogido a Rob como a un hijo desde el momento en que éste abandonó su hogar en el poblado de Esnas, junto al yacimiento fosilífero en el que la mayoría de los baktus de Fabuland tenían su residencia. Sus padres habían muerto en un accidente dentro de los túneles, una tragedia que les libró de sufrir un destino mucho más espantoso, ya que al poco tiempo un ejército de tuétanos invadió las minas, esclavizó a sus habitantes y asesinó a todos aquellos que se atrevieron a rebelarse. Cuando, aprovechando un descuido de sus captores, Rob logró huir de Esnas, se topó por casualidad con el Sabio, que lo tomó como pupilo.
Había sido el Sabio Silvestre quien, tras consultar el Oráculo, comprendió que los magos hirsutos buscaban el duodécimo huevo; y también fue él quien envió a Rob y a Naj en su busca. Pero una cosa era Jungla Canalla y otra muy diferente Isla Neblina, un lugar tan terrible que nadie que se hubiera aventurado a pisarlo había regresado con vida.
—Pequeño baktus, te conozco lo suficiente para saber que harás lo que se te antoje sin que yo pueda intervenir para disuadirte. Sin embargo debo insistir: Isla Neblina no es una buena idea. Hace algunas semanas, nuestros observadores en Port Varese vieron que un barco tuétano zarpaba de la isla hacia las tenebrosas aguas del Oeste. Kreesor está preparando algo y no quiero que te veas involucrado. Olvídalo.
—No lo haré, Sabio. Tengo buenas razones.
—¡Baktus cabezota! Te recuerdo que tanto tú como Naj e Imi sois aún seres fabulosos de primer nivel. Vuestras peripecias a lo largo y ancho de Mundomediano son ya legendarias; pero sabes mejor que nadie que vuestra suerte y vuestro talento no os servirán tan bien fuera de sus fronteras. Isla Neblina está en mitad del Mar de los Cenizos, a pocas millas de la costa de Mundomarino. Allí hay peligros dificilísimos de afrontar incluso para seres de los niveles dos o tres.
—Eso mismo dijiste cuando Naj y yo fuimos a ayudar al ejército del Este contra aquel dragón. Y vencimos.
—No es lo mismo.
—No. Esto es más importante.
El Sabio Silvestre expulsó una nube de aire caliente por la nariz. Veía en la mirada de Rob la fiera determinación de los McBride de Esnas y sabía que nada de lo que dijera le haría cambiar de opinión.