Fabuland (7 page)

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Authors: Jorge Magano

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil

BOOK: Fabuland
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—Muy bien. Entonces no puedo sino aconsejarte y tratar de protegerte para que lleves a cabo tu misión con la mayor seguridad posible.

El Sabio Silvestre aprovechó el movimiento de la mecedora para ponerse de pie y dirigirse a un enorme arcón situado bajo la ventana. Regresó al poco portando un objeto pequeño y brillante con forma de aro.

—Esto perteneció a tu padre —explicó el Sabio colocando con solemnidad el anillo en el dedo anular de Rob—. Tiene un trozo de caparazón de armadillo mensajero, el material más duro que se conoce. Te dará suerte y te ayudará en tu búsqueda.

Rob examinó el pequeño adorno en forma de flecha y preguntó:

—¿Esto era de mi padre?

—En realidad no. ¿Pero qué más da? Vamos, Rob, sólo trato de ayudarte. Colabora un poco.

A continuación le entregó un pequeño trozo de cartón de forma ovalada en cuyo centro, con elaboradas letras de color verde, podía leerse:

EL PALANTIR

POSADA RESTAURANTE

BODAS, CELEBRACIONES, FESTEJOS

—¿Qué es esto, Sabio Silvestre? ¿Quieres invitarme a comer para que olvide mi plan?

—Un plan tan chiflado como el tuyo bien merece una comilona que podría ser la última. Pero no es eso lo que quiero sugerirte. Dirígete al Oeste, hacia la comarca de la Noche Caprichosa. Aproximadamente a tres jornadas de aquí hallarás esta posada. El propietario del establecimiento es Willie Mojama, un viejo camarada de mis tiempos en la escuela de Ricenville. Hacía los mejores bocadillos de anchoas a este lado del Río Nudoso. Dile que vas de mi parte. Yo le enviaré un armadillo para ponerlo al corriente de tu llegada.

—Te lo agradezco de veras. Pero ¿cómo podrá ayudarme un posadero a…?

—Willie es mucho más que un posadero. Una vez, hace ya mucho tiempo, también pensó que sería capaz de recuperar los huevos áureos. Como puedes imaginar, no tuvo éxito, pero él posee algo que tú necesitas. Y ahora es mejor que te largues, pequeño baktus. Es mi hora de la meditación.

Cuando Rob salió por la puerta de la choza, el Sabio Silvestre roncaba como un tronco sobre su mecedora.

—Buenas tardes. ¿Podría hablar con Rob McBridge, por favor?

—Es McBride. Y te he reconocido.

—¿En serio? ¿Quién soy?

—La rubia pecosa devoradora de libros y enemiga de la tecnología.

—Frío, frío. Esa sería una respuesta correcta para Kevin Dexter, pero no para un intrépido guerrero baktus de un metro de altura.

—Muy bien. En ese caso soy Kevin Dexter.

—Y yo Martha Sheridan. Oye, me está encantando el libro. Entre esta noche y mañana me lo acabo. Tienes que prestarme otro.

—Cuando quieras. Tengo uno que se llama La magia de Fabuland. No es novela, pero creo que podría gustarte.

—Genial. ¿Qué tal mañana por la mañana? Podríamos dar un paseo y así me enseñas el pueblo. Aún no conozco mucho.

—¿Sabes dónde está el parque de Frog Island?

—No.

—Es ideal para pasear. Si llevas tu bicicleta roja, yo llevo mí patinete.

—Vale, entonces llevaré también tiritas y desinfectante. ¿A qué hora paso a buscarte?

—No muy pronto. ¿Qué tal sobre las once?

—Dormilón… De acuerdo, allí nos vemos. Ah, y dile a Rob que vigile su retaguardia. Le sigo los pasos.

—¿Qué…? ¿Qué has dicho?

—Hasta mañana, Kevin —se despidió ella entre risas.

The Day. Edición digital.

Lunes 31 de marzo de 2008

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La hora del café
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Esta mañana en «La hora del café», los internautas han tenido la ocasión de conversar con el señor Darius Grunion, creador de Fabuland, el fenómeno que ha revolucionado los juegos de rol en red.

Darius Grunion (Boston, 1939) publicó su primera novela en 1963, creando un mundo de fantasía que más tarde daría lugar a Fantastic World y luego a Fabuland. La serie de libros sobre este universo mágico que bebe de la mitología y la religión de varias culturas le proporcionó un gran número de lectores entre las décadas de los sesenta y los setenta. A principios de los ochenta se retiró de la literatura y centró su actividad en escribir guiones para series de televisión. En 1999 la empresa de videojuegos Virtual Software compró los derechos de sus obras y creó el primer juego inspirado en Fabuland. Con el desarrollo de Internet, la última versión permite participar a varios millones de jugadores conectados en red al mismo tiempo.

Señor Grunion, devoré sus libros en mi juventud y hoy, a mis cincuenta y cuatro primaveras, soy un adicto al juego en red. ¿Cuál es el secreto para mantener a su público pegado a todos los proyectos que emprende, por dispares que éstos sean?

Creo que el secreto está en el propio mundo de Fabuland. He trabajado durante años para que algo que no existía existiese de manera coherente y eficaz. De otro modo esto no habría funcionado.

Buenos días, señor Grunion. Soy Max desde Hartford, CT. Me gustaría saber cuál es su grado de implicación en los juegos de Fabuland, y más concretamente en el MMORPG. Gracias.

Mi implicación es absoluta en el proceso creativo, aunque tengo menos que decir en las cuestiones técnicas. No se hace nada sin mi autorización y todas las ideas pasan por mis manos antes de ser incorporadas al juego. Disculpen la brevedad de mis respuestas, pero hay muchas preguntas.

Dicen que el famoso Amo y Señor de Fabuland es usted mismo y que hasta tiene su rostro. ¿Es cierto?

No puedo responder a esa pregunta, ya que nadie, ni siquiera yo, ha visto al Amo y Señor. (Risas).

Mi hijo me ha metido el gusanillo en el cuerpo y quiero felicitarle por la riqueza de su imaginación. Me surge una duda: ¿todos los personajes de Fabuland son jugadores reales o hay algún
bot
, ya sabe, un personaje programado?

No me gusta pensar en mi mundo en términos informáticos. Digamos simplemente que detrás todos los personajes de Fabuland existe una mente inteligente.

¿Por qué no escribe usted mismo los libros del universo expandido? Gus, de San Diego.

Creo que todo lo que pude aportar a la novela fantástica lo hice durante casi veinte años.

Ahora Fabuland se ha convertido en mucho más que una serie de libros, y supervisar todo esto me ocupa las veinticuatro horas del día. Los autores que escriben las nuevas novelas son de toda confianza y conocen a la perfección las características de este universo. Y nuevamente, no ponen ni una coma sin mi aprobación. (Risas).

¿En qué consiste el sistema
Artelligence
incorporado a la última versión de su juego?

Está bien informado. Básicamente es una tecnología que permite a un personaje de un juego pensar, percibir y actuar por sí mismo a pesar de que haya un jugador que toma las decisiones finales. Cuanto más tiempo pasa este personaje «viviendo» en el juego, más aprende y más desarrolla su inteligencia. No puedo darle todos los detalles técnicos, pero lo encuentro fascinante y las primeras pruebas nos han dejado boquiabiertos. Me cuesta imaginar lo que depara el futuro a los juegos de ordenador, pero no me cabe la menor duda de que será un prodigio. Lamentablemente, no creo que viva lo suficiente para verlo, aunque a la velocidad que va todo esto nunca se sabe.

Su universo mezcla todas las tradiciones fantásticas y de aventuras de la literatura y el cine: desde las historias de magia, capa y espada a las de piratas y las guerras espaciales. ¿No cree que tal vez se haya excedido la hora de querer abarcarlo todo?

Fabuland es un universo múltiple en el que tienen cabida todos mis sueños de infancia y juventud. Pero soy consciente de que no todos s jugadores tienen las mismas aficiones, algunos les gusta más la fantasía épica, a otros las naves espaciales. Yo les doy a elegir entre una y otras. Recuerde lo que decía Michael Ende: «Fantasía no tiene fronteras».

Capítulo 6

El padre de Kevin había llamado la noche anterior desde Quebec para confirmar que el avión no se había estrellado y que ya estaba en casa de tío Alain y tía Catherin. Anunció a Kevin que al día siguiente ingresaban a la abuela y que los primos Sean y Henry (dos diablos rubios de tres y cuatro años que dominaban el inglés y el francés mejor que sus padres) le enviaban recuerdos.

Kevin sentía una envidia que picaba. Ojalá él tuviera la misma facilidad para los idiomas que esos dos mocosos, aunque según la señorita Ávila no era ese el problema, sino su falta de interés. La prueba era que dominaba el élfico y el turnita, pero el español se le había atragantado. Aquella tarde, la señorita Ávila lo había encontrado más distraído de lo habitual.

—¿En qué estás pensando? —había preguntado con su delicioso acento hispano. La señorita Ávila le sacaba al menos quince años, pero para Kevin era la encarnación de la mujer ideal: dulce, simpática, sensible e inteligente. Con su piel morena, sus ojos negros y su perfecta sonrisa se daba un aire a aquella actriz latina… Eva Mendes.

Sin embargo Kevin estaba ahora pensando en una mujer muy distinta, concretamente en una rubia pecosa con vaqueros gastados, y en las inquietantes palabras que le había dedicado por teléfono: «… dile a Rob que vigile su retaguardia. Le sigo los pasos».

—En nada, señorita Ávila. Estoy concentrado en la segunda conjugación.

—Seguro —dijo ella con una de esas sonrisas perfectas. Era imposible engañarla. Había demasiada confianza entre ellos.

La señorita Ávila tenía un novio mexicano con quien las cosas no iban bien de un tiempo a esta parte, y hacía un mes que había empezado a desahogarse contándoselo a Kevin después de las clases. Él, por su parte, le hablaba de sus problemas con su padre, y entre los dos se había alimentado una relación de amistad y confianza muy poco habitual entre una profesora y un alumno.

—¿Es guapa? —preguntó ella viendo cómo Kevin se sonrojaba.

—Guapísima —respondió con timidez. Nunca antes había hablado de chicas con la señorita Ávila, y de alguna manera sentía que la estaba traicionando. Notaba una incontrolable excitación al pensar en la posibilidad de que Martha se hubiera registrado en Fabuland y en que dentro de poco podrían compartir aventuras. Pero aún era mucho más excitante saber que también podrían compartir experiencias en el mundo real—. He quedado mañana con ella para enseñarle Ypsilanti.

—Cuánto me alegro, Kevin. Al principio esas cosas son tan bolillas… Además, te vendrá bien salir un poco, tener una parcela de vida fuera de esta casa, que te vas a enmohecer de permanecer tanto tiempo encerrado.

Kevin asintió, aunque no le gustó la insinuación. Para reproches si ese tipo ya tenía a su padre, y ahora él no estaba en casa.

Esa noche, después de cenar, se conectó a Fabuland y acompañó a Rob en la primera fase de su viaje a Isla Neblina. No hubo muchas novedades, pero se sorprendió a sí mismo fijándose en todos los seres que encontraba a su paso, como si cualquiera de ellos pudiera ser Martha Sheridan. Estuvo tentado de llamarla por teléfono para preguntarle, pero pensó que ella no confesaría. Ya trataría de sonsacarla mañana.

Después de atravesar el valle de las Sombras, el desfiladero de Riu Kandar y pasar junto a la laguna verde de Chon, recibió un mensaje instantáneo de Chema.

Poder_de_Gregoch
dice:

Bueno, tío. Aquí son las cinco de la mañana y me piro a la piltra. Mañana más.

Tras buscar sin éxito «me piro a la piltra» en el diccionario, Kevin guardó la sesión, apagó el ordenador y se tiró vestido sobre la cama. Los Doce cuentos peregrinos de García Márquez le observaban desde la mesilla, pero él alargó la mano hasta alcanzar su reproductor de CD y pulsó el botón de play. Al instante empezó a sonar el volumen uno de la banda sonora de Fabuland, compuesta por el músico francés Jean du Guillaumes, en una grabación de lujo para coleccionistas. Existía también un disco titulado Música y canciones inspiradas en Fabuland, integrado por temas clásicos del rock gótico, pero ése apenas solía escucharlo. Se adormeció con el suave sonido de arpa que abría el tema «Bienvenidos a Leuret Nogara» mientras pensaba feliz en la cita que tenía con Martha Sheridan en apenas unas horas.

—¡Se nota a la legua que naciste en Detroit! —gritó Martha mientras admiraba la destreza de Kevin sobre el patinete eléctrico. Habían ido por la calle Cross hasta la torre del agua y el busto de Ypsilanti, el general griego que daba nombre a la ciudad, y luego habían bajado hasta la orilla del río Hurón. El día no se había levantado demasiado caluroso y el parque Frog Island estaba lleno de paseantes y deportistas.

—¿Cómo lo sabes?

—Por el único objeto «no de Fabuland» que había en tu habitación —respondió ella pedaleando hasta ponerse a su altura—. Una taza de desayuno del Museo Henry Ford.

—Viví allí hasta los cinco años. Mi padre trabajaba en el hospital. Pero no te creas tan lista. La taza podía haber sido un regalo.

—Ah, ah. Tu afición por todo lo que tenga motores te delata. He visto que hasta tenéis aquí un museo del automóvil.

—Habló la señorita de Kentucky, la patria de los caballos.

—Pues de hecho tenía uno. Se llamaba Seabiscuit, en honor a un caballo que fue una leyenda viva. Hasta hicieron película.

—¿Y qué le pasó? ¿Dieron las doce y se convirtió en una bicicleta?

—Tuvimos que venderlo. La verdad es que le echo muchísimo de menos.

Martha estaba preciosa con el pelo recogido en una coleta y un peto vaquero. La nostalgia que había teñido su permanente sonrisa al acordarse de Seabiscuit la hacía aún más guapa a ojos de Kevin. Aquél era el día perfecto, y lo sería aún más cuando resolviera la duda que le quitaba el sueño:

—Te registraste en Fabuland, ¿verdad?

—Este parque es precioso —le ignoró ella contemplando los árboles que rodeaban el campo de fútbol. Según le había contado Kevin, se llamaba Frog Island (parque de las ranas) en honor a una legendaria especie de rana del Ártico que, en teoría, habitaba en el río Hurón Desde donde estaba, Martha podía oír el rumor del agua—. Creo que Seabiscuit es lo único que voy a echar de menos de mi tierra.

—¡Venga ya! ¿No me lo vas a decir?

Martha frenó en medio del camino, obligando a Kevin a hacer lo mismo.

—Creo que te tomas eso de Fabuland demasiado en serio, ya te lo dije.

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