Y ella ya no era la misma. Confiaba en un hombre, lo quería y adoraba con todos sus sentidos, en silencio, calladamente, temerosa de que algún día él pudiera descubrirlo. Sabiendo a ciencia cierta que jamás utilizaría su amor contra ella, pero aun así temiendo el día en que él se fuera y ella tuviera que volver a su antigua soledad. Soledad en la que no sabía que vivía hasta que él llegó.
Todo era tan complicado y tan sencillo a la vez. Suspiró. Sólo tenía que dejar fluir el tiempo, esperar los acontecimientos y rezar para que él la llegara a querer algún día. Y, mientras tanto, callaba. Callaba y soñaba con una vida juntos, una vida entera, completa. Porque ahora vivía a medias. Existía entre dos mundos.
Su mundo, en su casa, con sus animales, sus fotos, sus muebles viejos y todos sus recuerdos.
El mundo que había creado con Alex, en su ático, con paredes semivacías que iban llenado de fotos, dibujos y recuerdos comunes, con muebles nuevos en los que iban colocando retazos de su vida en común y, sobre todo, su rincón privado en el ático, ahora con sillas, armarios y una caja de velas bajo la mesa.
Su mundo, en el que vivía media semana, durmiendo en su propia y diminuta cama de lunes a jueves, esfumándose al llegar el viernes y regresando esporádicamente a mediodía en fin de semana para alimentar a sus niñas y jugar con ellas.
El mundo creado con Alex, durmiendo abrazada a él, compartiendo cama, cuerpo y corazón de viernes a domingo. Despidiéndose cada lunes al llegar al trabajo, para reencontrarse cada mediodía durante la comida y volver a despedirse hasta la tarde, cuando él iba a visitarla a su pisito pequeño y abarrotado de cosas, para jugar como un niño con ella y sus animales y acabar quedándose a dormir apretujado en su cama, ligado a su vida.
Habitaba a medias en dos mundos, ambos eran suyos y ella se sentía dividida en dos. No podía continuar así.
Cuando estaba en el ático echaba de menos a sus niñas, las añoraba con tanta fuerza que no podía evitar regresar a su pequeño piso un par de veces al día para comprobar que la seguían queriendo, que tenían comida y que eran felices.
Cuando estaba en su propia casa, con sus animales, anhelaba el tacto de su amante, su sonrisa ágil y sincera, su presencia alegrando el ambiente, y deseaba con todo su corazón que él acudiera a ella, que la visitara y que se quedara a pasar la noche entre sus brazos.
No podía continuar así. Incluso dejando de lado añoranzas y anhelos, esa media vida era demasiado complicada. Tenía ropa, champús, peines y demás enseres repartidos en ambos domicilios, se pasaba el día con la mochila a cuestas llevando cosas de una casa a otra, quedándose sin ropa limpia sin darse cuenta y teniendo que correr hasta la otra casa para poder ir al trabajo vestida pulcramente. Era un lío tremendo.
¿Pero qué podía hacer? ¿Llevar a sus niñas al ático de Alex? ¿Pedir a Alex que se fuese a vivir a su minipiso? Ambas posibilidades eran inviables. ¿Cómo pedir a Alex que aceptara introducir en su hogar unos animales que hasta hacía pocos días apenas soportaba? Aunque, pensó esperanzada, últimamente parecía que hombre y reptiles se llevaban más o menos bien. Pero aun así, ¿cómo compaginar sus salidas de los viernes con Pili y los domingos de Mar, si vivían juntos y compartían casa? Al principio todo sería miel sobre hojuelas, lo sabía, ya había pasado por eso, pero después comenzaría a pedirle explicaciones, a hacerla sentir mal por "dejarlo abandonado a favor de sus amigos", ella comenzaría a buscar excusas, él empezaría a no creérselas... y al final todo se iría a la mierda. Mejor dejarlo todo como estaba, mientras ella mantuviera parte de su vida en su piso, él no podría pedir explicaciones ni exigirle nada, pero... ¿y si se arriesgaba a dar un paso más? Tendría que dar un gran "paso de fe", fe en él. ¿Confiaba en él lo suficiente como para dar ese paso? Sí. Siempre tendría su piso y su trabajo, sus amigos y su familia. Confiaba en él, pero no era idiota, y era mejor tenerlo todo bien "hilado".
Y eso lo reducía todo a una sola pregunta. ¿Le amaba lo suficiente como para compartir su vida con él? Categóricamente sí —con las condiciones antes expuestas.
Bien. Al menos una cosa tenía clara, ahora sólo hacía falta que sucediera un milagro y él le pidiera que vivieran juntos... lo cual no creía que fuera a suceder en un futuro cercano. Luka sonrió para sí misma, tantas dudas y preguntas para nada. En fin... así es la vida.
—Luka, estás en las nubes. Te he llamado varias veces. —Alex la abrazó por la espalda atrayéndola hacia su pecho.
—Ah, Alex, perdona, estaba pensando en mis cosas. —Y tanto, ni siquiera lo había oído.
—Te veo melancólica, ¿algún problema? —preguntó acariciándole las mejillas con su barba de recién levantado.
—No, ninguno.
—No estarás asustada, ¿verdad? —Enarcó una ceja a la vez que recorría con las manos la tripita que tanto adoraba.
—¿Por qué iba a estar asustada? El que vaya a venir tu familia para comer mi estupendo cochinillo no es motivo suficiente para estar nerviosa... ¡Qué va! —comentó con una risita nerviosa.
—No te quejes. Tú te ofreciste. —Deslizó las manos sobre la cinturilla del pantalón del pijama, abandonando la tripita y buscando otra clase de dulzura.
—No, señor, no. Yo no me ofrecí a preparar cochinillo asado, fue un caso claro de acoso y derribo por parte de mis padres, contigo como elemento instigador.
—¿En serio? No me había percatado. —Rió en su oreja—. Vamos, seguro que no es tan malo como parece.
—¿Cocinar para unas personas a las que no conozco y a las que quiero causar la mejor impresión? Nooo, por supuesto que no me siento presionada, ni asustada, ni nerviosa...
—¿Así que quieres crear buena impresión? ¡Vaya! —Lamió la vena que latía acelerada en el cuello, inhaló su esencia y se sintió enloquecer por ella—. No te preocupes, les impresionarás tanto como a mí.
—¿A ti te he impresionado?
—Cariño, te has metido dentro de mi piel, has rodeado con tus dedos mi corazón haciendo que se agite con cada una de tus sonrisas y miradas. Si eso no es impresionarme... —terminó la frase con un beso dulce y apasionado que la hizo olvidar que era una entidad aparte de él.
Se dejaron llevar por la pasión, olvidando el día que era, la noche que los esperaba y al resto del mundo hasta que sonó el teléfono. Alex contestó entre jadeos, asintió y le pasó el auricular a su mujer, su amiga, su amante... Luka contestó, asintió y frunció el ceño... Era su madre ultimando los detalles de la cena.
—¡Demonios! —exclamó cuando por fin pudo colgar—, ¿Por qué nos hemos dejado liar de esta manera?
—Sinceramente, querida... no tengo ni la más remota idea. —Aunque lo cierto era que si su "suegro" no hubiera puesto la idea en las cabezas de todos en Nochebuena, él se las hubiera apañado para liarla de algún modo... Luka no era la única que sabía trazar planes "sinuosos".
La mañana pasó rápidamente entre compras, preparativos y limpieza de última hora.
Comieron sobras de la cena anterior y Luka se puso inmediatamente con su especialidad, el cochinillo asado. El día anterior lo había limpiado, quemado todos los pelillos que pudiera tener y untado la piel de mantequilla. Le había dado masajes para conseguir la piel más crujiente y jugosa y lo había dejado macerando en ajo machado regado con limón y aceite de oliva virgen. Y ahora estaba listo para meterse en el horno. Mientras comprobaba una y otra vez que todo fuera perfecto, fue cociendo el marisco, lavando las copas y platos que iban a usar para que no tuvieran ni la más mínima imperfección, planchando mantelería, recolocando los adornos y fotos que habían ido comprando para rellenar el mueble vacío del salón... en fin... todas esas cosas que hacen las madres de casa nerviosas ante una inminente cena familiar con sus supuestos suegros. Antes de que pudiera darse cuenta eran las seis de la tarde.
—¡Madre mía! —exclamó echándose las manos a la cabeza.
—Tranquila, respira hondo. No pasa nada, todo está perfecto. —Alex no se había separado de ella en todo el día, pendiente de cada uno de sus movimientos, cooperando en cada operación que ella llevaba a cabo y asustándose al ver cómo poco a poco se iba poniendo más nerviosa, más pálida...
y,
por qué no decirlo, más histérica.
—¿Cuándo llegarán tus padres? —preguntó agarrándole por la pechera de la camiseta con ojos desorbitados.
—En una hora y media más o menos —contestó él, posando sus manos sobre las de ella, acariciándole los dedos hasta que los sintió relajarse—. Han salido de Barcelona poco después de las dos, en cuanto han cerrado la empresa, y el viaje no creo que dure más de cinco horas.
—¡Ay, Dios! —gritó ella agarrotando los dedos otra vez—. ¡Se me han olvidado totalmente y ahora no me puedo ir! Señor, señor, señor... ¡No hay tiempo!
—Tranquila. ¿Qué se nos ha olvidado? —La vio sonreír cuando él usó el plural—. Seguro que no es tan grave.
—¡Mis niñas! Se me han olvidado mis niñas... no las he dado de comer desde esta mañana. —No habían ido a comer a casa y por tanto no habían puesto comida en los cuencos de los animales.
—No pasa nada. Vamos ahora a darles de comer y ya está. No es tan grave. Tranquila —repuso él viéndola realmente alterada... frenética.
—¡No lo entiendes! Está todo a medio hacer. El marisco, el cochinillo... ¡ahora no puedo irme! —Lo miró durante un segundo y después salió corriendo hacia el aparador de la entrada, cogió las llaves de su casa, esas que ella había cambiado desconfiada el día después de la primera noche que pasaron juntos, y se las puso entre las manos—. Ve tú, sabes dónde está todo, pon mucha comida en cada comedero y espera —corrió hacia la cocina, sacó un plato de gambas crudas y comenzó a pelarlas—, pelo las gambas y te las llevas para Clara y Lara, les encantan las gambas, ¿sabes?
—Ey, deja eso —le agarró las manos haciéndola soltar las gambas y besó tiernamente su boca—, ya las pelo yo cuando llegue a tu casa.
—Gracias, gracias, gracias. —Le pasó las manos manchadas por detrás del cuello y le fue dando besos en la comisura de los labios con cada "gracias", hasta que Alex se impacientó y la agarró de la cintura metiéndole la lengua hasta el paladar, pegándose a ella, haciéndola sentir lo duro que se había puesto.
—En fin —suspiró Alex sobre los labios de Luka—, mejor me pongo en marcha o no seré capaz de irme.
—¿Te he dicho alguna vez que eres un sol?
—No. Me has dicho que soy un semental, que te vuelvo loca, que soy "enorme", pero no que sea un sol... Parece que vamos ampliando cumplidos —contestó guiñándole un ojo desde la puerta mientras salía.
—¡Tonto! —exclamó riendo a la vez que tiraba el paño de cocina que llevaba enganchando en el delantal contra su cabeza.
—Cuando estás cerca... siempre —rio esquivando el proyectil de tela.
En el momento en que Alex insertó la llave de Luka en la cerradura de Luka, en la casa de Luka, sintió que su pecho reventaba. Cerró la puerta con el pie, fue totalmente absorto hasta el comedor y se dejó caer sobre el sillón. Enredó las llaves entre sus dedos y alzó la mano, dejando que éstas colgaran frente a sus ojos. Una sonrisa se fue formando tímida en sus labios para acabar convertida en una enorme e histérica carcajada.
—Joder, joder, joder —les dijo a los animales, aunque éstos no le prestaron ni la más mínima atención.
Mientras conducía el coche hasta la casa de su chica no se había permitido pensar en ello por temor a acabar chocando contra alguien. Cuando subía en el ascensor sus dedos habían apretado las llaves con fuerza, haciendo que éstas se le clavaran en la palma, intentando por todos los medios no ponerse a gritar como un desequilibrado, no fuera a ser que la Marquesa saliera para llamarle la atención. Pero ahora estaba solo en casa, él y sus pensamientos. Nadie más. Y, joder, iba a hacer lo que necesitaba hacer. Se levantó de un salto del sillón y comenzó a recorrer el reducido espacio sin mirar a nada en particular mientras sus dedos se cerraban en un puño sobre las llaves y su brazo subía y bajaba en el gesto universal de "toma ya".
—¡Sí, señor! —Se volvió hacia la tortuguera y preguntó a Clara y Lara—: ¿A que no sabéis quién confía en mí? ¿A que no os imagináis quién me ha dado las llaves de su casa? —dijo enseñándoselas a las tortugas mientras éstas estiraban el cuello y volvían a encogerlo al ver que no era nada comestible—. Sí, Luka. ¿Sabes lo que eso significa? —preguntó a la que antaño fuera su principal detractora, la iguana Laura—, Significa ni más ni menos que las barreras han caído, que Luka es MIA.
Porque esa era la realidad, se diera cuenta ella o no. Luka era suya. Su mujer, su amiga, su amante, su todo. Acababa de darle las llaves de su casa, de su corazón, de su alma, y él no pensaba dejar pasar la oportunidad. Era suya, eterna e irrevocablemente. Había llegado la hora. Antes de lo esperado, sí. Pero era el momento. Miró a los animales fijamente.
—Necesito vuestra ayuda.
Y les contó su plan mientras ellas lo miraban indiferentes, si no había comida en mano, no tenían ningún interés.
Luka miraba el reloj impaciente, esperaba que aún faltase un buen rato para la llegada de los padres de Alex. Lo esperaba con todas sus fuerzas, porque si llegasen en ese momento se iban a llevar una pésima impresión de ella. El pelo recogido con una cinta tipo "Rambo contra el polvo" una camiseta de Alex que le llegaba escasamente por encima de las rodillas y unos calcetines gruesos de lana... Esa era toda su indumentaria. Había pensado en vestirse de manera más o menos adecuada, pero qué narices, hacía un calor insoportable en la cocina y al final se decidió por acabar de preparar la cena —más o menos— y cambiarse cuando regresara él. La cuestión es que Alex no había regresado todavía y su histérica mente no hacía más que decirle que él había calculado mal el viaje y que sus padres se presentarían antes de que él llegase y la pillarían en bragas —en todos los sentidos— y que directamente le pondrían mala cara, y que... ¡ALTO! Se regañó a sí misma; no iban a llegar. Aún.
—Por favor, por favor, por favor, date prisa, cariño —rogó en silencio a Alex... aunque éste estuviera a miles de kilómetros —trescientos metros escasos— y no pudiera oírla.
Volvió a mirar el reloj, se había ido hacía media hora... tenía que estar a punto de llegar. En ese momento sonó el timbre y ella dio un respingo.
¡Ay, Dios!
Sus temores se habían hecho realidad. ¡Ya estaban ahí sus futuros suegros! Porque Alex no podía ser. El tenía llaves, pensó histérica, no llamaría. Echó a correr hacia el dormitorio de arriba y el timbre volvió a sonar insistente en una rápida sucesión de timbrazos que le pusieron los pelos de punta. Paró en seco y volvió a la puerta, no había tiempo de cambiarse. ¡Que sea lo que Dios quiera! Respiró hondo y abrió la puerta.