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Authors: Chuck Palahniuk

Tags: #Terror

Fantasmas (14 page)

BOOK: Fantasmas
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El jefe de sección me dice:

—Mejor todavía, encuéntralo con todo eso que te he dicho y, además, encuéntralo muerto.

La semana siguiente, mi perra se bebe un charco de anticongelante. Mi perra se llama Skip como el perro de
Mi vecino Danny
, el perro que tenía Danny. Mi querida Skip es blanca con manchas grandes y negras y un collar rojo igual que el perro de la televisión.

La única cura para lo del anticongelante es hacerle un lavado de estómago a la perra. Luego llenarle la tripa de carbón activado. Encontrarle una vena y ponerle un suero de etanol. Alcohol etílico para limpiarle los riñones. Para salvar a mi perrita querida tengo que emborracharla como una cuba. Eso quiere decir otra visita al doctor Ken, que me dice: Claro, la semana que viene me va bien para la entrevista. Pero me avisa de que su vida no es muy emocionante.

Yo le digo: Confíe en mí. El talento periodístico consiste en coger datos normales y transmitirlos de forma atractiva. No se preocupe por la historia de su vida, le digo: Eso es trabajo mío.

Hace tiempo que ando necesitado de que me encarguen una buena historia. Ya llevo un par de años haciendo de periodista freelance. Desde que me quitaron de hacer reportajes para la sección de ocio. Aquello sí que lo pagaban bien, los viajecitos pagados, hinchar citas para promocionar películas, compartir a una estrella de cine con una mesa llena de otros periodistas durante diez minutos, todos esforzándose por no bostezar.

Estrenos de películas. Lanzamientos de discos. Lanzamientos de libros. Era un flujo constante de trabajo, pero de pronto das una opinión indebida y te quedas sin chollo. Un estudio cinematográfico amenaza con retirar sus expositores de las tiendas y —abracadabra— tu firma desaparece.

Ahora estoy sin blanca porque intenté avisar a la gente. Refiriéndome a cierta película, escribí que la gente haría mejor gastándose el dinero en otra cosa y desde entonces estoy fuera de circulación. Bastó con una película de terror de esas que se estrenan en verano y el poder que había detrás de la misma, y ahora ando suplicando que me dejen escribir necrológicas. Escribir pies de foto. Lo que sea.

Es una estafa pura y simple que te dejen construir un castillo de naipes y luego te quiten la opción de derribarlo. Te pasas un montón de años acumulando nada, creando una ilusión. Convirtiendo a un ser humano en una estrella de cine. Cuando tu verdadera recompensa está al final del camino. Es entonces cuando puedes tirar de la manta. Enseñar las cartas. Mostrar al atractivo mujeriego metiéndose un jerbo por el culo. Revelar a la vecinita de al lado robando en una tienda y colocada con calmantes. A la diosa pegando a sus hijos con una percha de alambre.

El jefe de sección tiene razón. Y Ken Wilcox también. Su vida es una entrevista que no compraría nadie.

A modo de deberes, durante toda la semana antes de que hablemos, me dedico a navegar por internet. Allí encuentro una clase distinta de estrella infantil: escolares rusos sin vello púbico que se la chupan a viejos gordos. Niñas checas a las que todavía no les ha venido la primera regla y que son folladas por el culo por monos. Guardo todos los archivos en un fino disco compacto.

Otra noche, le pongo una correa a Skip y me arriesgo a dar un largo paseo por mi vecindario. Al regresar a mi apartamento, tengo los bolsillos llenos de bolsas de plástico de bocadillos y de sobrecitos de papel. Cuadrados de papel de aluminio doblado. Cápsulas de Percodan. De OxyContin. De Vicodin. Ampollas de cristal de crack y heroína.

Escribo todo el texto de catorce mil palabras de la entrevista antes de que Ken Wilcox abra la boca. Antes de que nos sentemos juntos.

Con todo, para mantener las apariencias, llevo conmigo la grabadora. Llevo un cuaderno y finjo que tomo notas con un par de bolígrafos gastados. Llevo una botella de vino en la que he echado Vicodin y Prozac.

En la casita que tiene Ken en los suburbios, uno esperaría una vitrina atiborrada de trofeos polvorientos, fotos satinadas y premios al civismo. Un memorial de su infancia. Pero no hay nada así. Si tiene algo de dinero, está en el banco, produciendo intereses. En su casa no hay más que alfombras marrones, paredes pintadas y cortinas a rayas en todas las ventanas. Un baño con azulejos de color rosa.

Le sirvo vino tinto y le dejo que hable. Le pido que haga pausas y finjo que estoy cogiendo todas las citas al pie de la letra.

Y tiene razón. Su vida es más aburrida que una reposición estival de una serie en blanco y negro.

Por otro lado, el artículo que ya he escrito es genial. Mi versión trata íntegramente de la larga decadencia del pequeño Kenny desde la fama hasta la mesa de autopsias. De cómo perdió la inocencia con una larga lista de ejecutivos de la cadena de televisión a fin de convertirse en Danny. Para tener contentos a los patrocinadores, se lo prestaban para que se divirtieran teniendo relaciones sexuales con él. Tomaba drogas para mantenerse delgado. Para retrasar el inicio de la pubertad. Para mantenerse despierto toda la noche, mientras filmaban una escena tras otra. Nadie, ni siquiera su familia y sus amigos, conocía lo enorme que eran su adicción a las drogas y su necesidad perversa de atención. Aun después de que su carrera se hundiera. Hasta el hecho de hacerse veterinario no fue más que una treta para obtener drogas de calidad y sexo con animales pequeños.

Cuanto más vino bebe Ken Wilcox, más dice que su vida no empezó hasta que se canceló
Mi vecino Danny
. Ser el pequeño Danny Bright durante ocho temporadas solamente es real del mismo modo que los recuerdos de segundo curso de escuela primaria le parecen a uno reales. Al final no quedan más que momentos borrosos e inconexos. Día tras día, cada línea de diálogo no era más que algo que se aprendía solamente el tiempo suficiente para aprobar un examen. La bonita granja de Heartland, Iowa, no era más que una fachada falsa. Al otro lado de las ventanas, detrás de las cortinas de encaje, no había más que polvo sembrado de colillas. La actriz que interpretaba a la abuela de Danny, si estaban hablando en la misma toma, lo rociaba de saliva. Una saliva esterilizada: tenía más ginebra que saliva.

Mientras da sorbos de vino tinto, Ken Wilcox dice que ahora su vida es mucho más importante. Curar animales. Salvar perros. Con cada trago que da, su discurso se va descomponiendo en palabras sueltas y cada vez más alejadas entre sí. Justo antes de cerrar los ojos, me pregunta cómo está Skip.

Mi perra Skip.

Y yo le digo que bien, que Skip está de maravilla.

Y Kenny Wilcox dice:

—Bien, me alegra saberlo…

Está dormido, sin dejar de sonreír, cuando le introduzco la pistola en la boca.

Un tipo «feliz» no le sirve de nada a nadie.

Una pistola sin registrar a nombre de nadie. Mi mano enguantada, la pistola en su mano con el dedo apoyado en el gatillo. El pequeño Kenny en su sofá, desnudo, con la polla untada de grasa para hornear, y un vídeo de su vieja serie puesto en el televisor. El factor decisivo es la pornografía infantil que tiene descargada en el disco duro de su ordenador. Y las impresiones de fotos de niños siendo follados que hay pegadas con cinta adhesiva a las paredes de su dormitorio.

Las bolsas de calmantes están escondidas debajo de su cama. La heroína y el crack, enterrados en su lata para el azúcar.

En el curso de un solo día, el mundo pasará de amar a Kenny Wilcox a odiarlo. Danny el pequeño vecino pasará de icono de infancia a monstruo.

En mi versión de esa última velada, Kenneth Wilcox va por la casa con la pistola en la mano. Gritando que a quién le va a importar. Que el mundo lo ha usado y después se ha librado de él. Se pasa toda la tarde bebiendo y tomando pastillas y dice que no le da miedo morir. En mi versión, muere después de que yo me vaya a casa.

La semana siguiente vendo el artículo. La última entrevista con una estrella infantil amada por millones de personas en todo el mundo. Una entrevista hecha horas antes de que su vecino lo encontrara muerto, víctima del suicidio.

La otra semana me nominan para el premio Pulitzer.

Y unas semanas después, lo gano. No son más que dos mil dólares, pero la verdadera ganancia llega a largo plazo. En adelante, ya no pasa un día sin que tenga que rechazar encargos. Sin que mi agente rechace ofertas para mí. No, solamente hago encargos muy importantes y que den mucho dinero. Historias de portada para revistas de primera fila. Nada de medios locales.

En adelante, mi nombre significa Calidad. Mi firma significa la Verdad.

Si miras mi agenda de teléfonos, son todos nombres que conoces de los pósters de películas. Estrellas del rock. Autores de
best sellers
. Todo lo que toco se vuelve famoso. Me mudo de mi apartamento a una casa con jardín para que Skip pueda correr. Tenemos jardín y piscina. Pista de tenis. Televisión por cable. Pagamos la deuda de mil dólares que tenemos por la radiografía y el carbón activado.

Por supuesto, todavía se puede encender alguna cadena de televisión por cable y ver a Kenneth Wilcox, de niño, silbando y lanzando pelotas de béisbol, antes de convertirse en un monstruo con la cara cubierta de saliva mezclada con ginebra. El pequeño Danny y su perro, caminando descalzos por Heartland, Iowa. Su fantasma en las reposiciones mantiene viva mi historia, aunque sea por contraste. A la gente le encanta conocer la verdad sobre aquel niño que parecía tan feliz.

«Die reinste Freude ist die Schadenfreude.»

Esta semana, mi perra desentierra una cebolla y se la come.

Yo me dedico a llamar a un veterinario tras otro, intentando encontrar a alguien que la salve. Llegado este punto, el dinero no es problema. Puedo pagar cualquier cosa.

Mi perra y yo tenemos una vida magnífica. Somos muy felices. Es mientras estoy al teléfono, hojeando las páginas amarillas, cuando mi querida perrita Skip deja de respirar.

6

—Empecemos por el final —diría el señor Whittier.

Diría:

—Empecemos contando el final.

El sentido de la vida. Una teoría de campos unificada. La gran razón de todo.

Estamos todos sentados en la galería estilo mil y una noches, sentados con las piernas cruzadas sobre los cojines de seda y los almohadones tachonados de manchas de moho. En sillas y sofás que apestan a ropa sucia cuando uno se sienta en ellos y les saca el aire de dentro. Allí, bajo la cúpula alta y llena de ecos, pintada de colores resplandecientes que nunca verán la luz del día y que nunca palidecerán, entre las lámparas de metal que cuelgan, cada una con su bombilla roja o azul o anaranjada brillando a través de la jaula de dibujos tallados en el metal, el señor Whittier está sentado, comiendo algo desecado y crujiente a puñados de una bolsa de Mylar.

Como él diría:

—Desvelemos la gran sorpresa de una vez y acabemos con esto.

La Tierra, diría él, no es más que una gran máquina. Una gran planta procesadora. Una fábrica. Esa es vuestra gran respuesta. La gran verdad.

Imaginaos un pulimentador de piedra, una de esas muelas, que gira y gira, que gira veinticuatro horas al día y siete días a la semana, llena de agua y de rocas y de grava. Moliéndolo todo. Dando vueltas y vueltas. Puliendo las feas piedras hasta convertirlas en piedras preciosas. Eso es la tierra. Y la razón de que gire es que nosotros somos las piedras. Y lo que nos pasa a nosotros —el drama y el dolor y el placer y la guerra y la enfermedad y la victoria y los malos tratos—, pues bueno, no es más que el agua y la arena que nos erosionan. Que nos muelen. Que nos pulimentan hasta que resplandecemos.

Eso es lo que diría el señor Whittier.

Brillante como el cristal, así es nuestro señor Whittier. Abrillantado por el dolor. Pulimentado y resplandeciente.

Es por eso que nos encantan los conflictos, dice. Amamos odiar. Para detener una guerra, le declaramos la guerra. Tenemos que aniquilar la pobreza. Tenemos que combatir el hambre. Hacemos campaña y desafiamos y derrotamos y destruimos.

En tanto que seres humanos, nuestro primer mandamiento es:

Algo tiene que pasar.

El señor Whittier no tiene ni idea de cuánta razón tiene.

Cuanto más habla la señora Clark, más claro vemos que esto no puede ser la Villa Diodati. La chavala que escribió
Frankenstein
era hija de dos escritores: profesores famosos por libros de gran influencia en su tiempo como
La justicia política
y
Reivindicación de los derechos de las mujeres
. Tenían gente famosa quedándose a dormir en su casa todo el tiempo.

Nosotros no somos ninguna reunión estival de cerebritos y ratas de biblioteca.

No, la mejor historia que sacaremos de este edificio es la historia de cómo sobreviviremos. De lo loca que ha muerto la Dama Vagabunda en nuestros brazos desconsolados. Con todo, esa historia tendría que bastar. Tendría que ser lo bastante emocionante. Dar el bastante miedo y resultar lo bastante peligrosa. Tendremos que asegurarnos de todo eso.

El señor Whittier y la señora Clark están demasiado ocupados charloteando. Necesitamos que se pongan duros con nosotros. Nuestra historia necesita que nos azoten y nos golpeen.

No que nos maten de aburrimiento.

—Todo llamamiento a la paz mundial —diría el señor Whittier— es mentira. Una mentira muy bonita… nada más que otra excusa para luchar.

No, nos encanta la guerra.

La guerra. Las hambrunas. La peste. Nos llevan a la iluminación por la vía rápida.

—Intentar arreglar el mundo —suele decir el señor Whittier— es señal de un alma muy, muy joven. Intentar salvar a cualquiera de la ración de tristeza que le pertoca.

Siempre nos ha encantado la guerra. Nacemos sabiendo que la guerra es la razón de que estemos aquí. Y nos encanta la enfermedad. El cáncer. Nos encantan los terremotos. En este parque de atracciones que llamamos planeta Tierra, el señor Whittier dice que nos encantan los incendios forestales. Los vertidos de petróleo. Los asesinos en serie.

Nos encantan los terroristas. Los secuestradores. Los dictadores. Los pederastas.

Joder, cómo nos gustan las noticias de la televisión. Las imágenes de gente haciendo cola al lado de una fosa enorme y abierta, esperando a ser ejecutados por un nuevo pelotón de fusilamiento. Las fotos en revistas satinadas de más gente normal y corriente hecha pedacitos sanguinolentos por un suicida cargado de explosivos. Los boletines de la radio sobre choques múltiples en la autopista. Los corrimientos de tierras. Los hundimientos de barcos.

BOOK: Fantasmas
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