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Authors: Mira Grant

Tags: #Intriga, Terror

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La votación finalizó a medianoche. Todas las pantallas del salón tenían sintonizadas las principales cadenas de televisión, y en ellas aparecían una docena de analistas, que se contradecían entre sí mientras trataban de alargar el suspense y subir unas décimas la audiencia. No podía culparles por ello, aunque eso no significaba que tuviera que gustarme.

Mi anilla de la oreja pitó.

—Adelante.

—Georgia, soy Buffy.

—¿Resultados?

—El senador Ryman ha ganado las primarias con una clara mayoría del setenta por ciento de los votos. Después de que publicaras tu artículo subió once puntos.

Cerré los ojos y sonreí. Uno de los analistas acababa de dar la misma información, o al menos similar; los gritos y las ovaciones estallaron en el salón.

—Di las palabras mágicas, Buffy.

—Iremos a la convención nacional del Partido Republicano. A veces, la verdad sí te hace libre.

La importancia del caso Raskin-Watts y el fracaso de los intentos posteriores de invalidar el fallo, se han pasado por alto ante incidentes más recientes y más sensacionalistas. Después de todo, ¿qué relevancia pueden tener dos chiflados ultrarreligiosos de Indiana muertos hace años en la política moderna del país?

Pues mucha. Por un lado, la tendencia actual de tildar a Geoff Raskin y Reed Watts de «chiflados ultrarreligiosos» es tan simplista que borda lo criminal. Geoff Raskin era licenciado en psicología por la Universidad de Santa Cruz y se había especializado en el control de masas. Reed Watts era un sacerdote que trabajaba con adolescentes conflictivos y había sido una pieza clave en «devolver al seno de Dios» a algunas comunidades. Ambos eran, en resumen, hombres inteligentes que veían el potencial de volver en su propio beneficio y en el beneficio de su fe los cambios sociales que peligraban debido a los efectos indirectos del Kellis-Amberlee. ¿Trabajaban Geoff Raskin y Reed Watts para el bien común? Leed los artículos sobre lo que hicieron en Warsaw, Indiana, a ver si sacáis esa conclusión. Setecientas noventa y tres personas murieron sólo en la primera fase de la infección, y la limpieza de los estragos que causó la segunda fase duró seis años, un tiempo que Raskin y Watts pasaron confinados en una celda de máxima seguridad a la espera de juicio. De acuerdo con sus propios testimonios, pretendían utilizar a los muertos vivientes como arma para convencer, primero a los habitantes de Warsaw, y luego de toda la nación, de su teoría: que el Kellis-Amberlee era el castigo del Señor al hombre y que todos los comportamientos impíos muy pronto serían borrados de la faz de la tierra.

El tribunal decidió que el uso del Kellis-Amberlee en su estado activo, mediante zombies capturados, se consideraba un acto de terrorismo, y que todos los individuos responsables de tales actos serían juzgados de acuerdo a la Ley de Terrorismo Internacional de 2012. Geoff Raskin y Reed Watts fueron condenados a morir por inyección letal y sus cuerpos entregados a las autoridades competentes para que fueran utilizados en los estudios del virus que habían ayudado a propagar.

La moraleja de esta historia, más allá de la obviedad de «no juguéis con los muertos», es que algunas fronteras no deben cruzarse por muy buena que pueda parecer la causa que nos empuja a ello.

Extraído de
Las imágenes pueden herir tu sensibilidad
,

blog de Georgia Mason,

11 de marzo de 2040

Once

-¡G

eorgia! ¡Shaun! ¡Qué alegría veros! —Emily Ryman era toda sonrisas mientras se acercaba con los brazos abiertos. Miré de refilón a mi hermano y vi que daba un paso adelante para lanzarse a los brazos de la señora Ryman y de paso evitar que Emily pudiera abrazarme. No me gusta el contacto físico de los semiextraños, y Shaun lo sabe.

Si Emily se dio cuenta de nuestra maniobra, no dijo nada al respecto.

—Me cuesta creer que hayas sobrevivido a todos esos reportajes que haces. Estás como una cabra, muchacho.

—Yo también me alegro de verla, Emily —repuso Shaun, estrechándola entre sus brazos. Mi hermano se desenvuelve mejor que yo en este tipo de situaciones. Para mí que se debe a que es de ese tipo de personas que prefieren introducir la mano en un agujero oscuro y tétrico que no hacerlo por sensatez—. ¿Qué tal estas últimas semanas?

—He estado muy ocupada, como siempre. La época de cría de los caballos nos ha mantenido atareados, pero ya casi ha acabado, gracias a Dios. Este año he perdido dos buenas yeguas, pero menos mal que andábamos todos con cuatro ojos y no llegaron a la reanimación.

Se apartó de Shaun sin perder la sonrisa y se volvió a mí ofreciéndome la mano (no un abrazo, simplemente la mano); se la estreché y le hice un gesto de aprobación con la cabeza. Su sonrisa se ensanchó.

—Georgia, nunca podré agradecerte lo suficiente tu cobertura de la campaña de mi marido.

—No ha sido sólo cosa mía. —Recuperé la mano—. Hay muchos reporteros que no quitan ojo del senador. Corre el rumor de que esta noche recibirá la designación del partido como candidato. —El resto de los periodistas políticos empezaban a oler a «Casa Blanca» y estaban amontonándose como tiburones alrededor de Ryman, con la esperanza de sacar algo de provecho. Buffy se pasaba la mitad del tiempo deshabilitando cámaras y micrófonos colocados por blogs rivales, y la otra mitad, escribiendo tórridos relatos porno con los asesores del senador como protagonistas y liada con Chuck Wong, que últimamente estaba pasando una gran cantidad de tiempo en nuestra furgoneta, aunque eso era asunto suyo.

—Sí, pero tú eres la única que escribe sobre él, y no sobre los interesantes asuntos que su campaña saca de debajo de las piedras, ni relatos de ficción sobre los líos de sus asesores —respondió Emily irónicamente—. Sé que puedo creer lo que escribes. Eso ha significado mucho para mí y para las niñas durante el tiempo que Peter ha estado fuera, y va a significar mucho más a partir de ahora.

—Ha sido un honor.

—¿Qué quiere decir con «y va a significar mucho más»? —inquirió Shaun—. ¡Eh, George! ¿Por fin vas a aprender a escribir? Lo digo porque eso sería increíble. Ya sabes que no puedo cargar contigo eternamente.

—Desgraciadamente, Shaun, es algo que no tiene que ver con el talento de tu hermana para la escritura. —Señaló la señora Ryman, meneando la cabeza—. Se trata exclusivamente de la campaña.

—Entiendo —respondí, mirando de reojo a Shaun—. Cuando su marido acepte el nombramiento, suponiendo que lo nombren candidato, todo esto empezará de verdad. Hasta ahora ha sido como unas vacaciones de verano un poco raritas. —Tras los nombramientos empezaba la campaña en serio. Habría debates, reuniones y noches interminables, y sería un milagro que Emily viera a su marido antes de la investidura. Siempre y cuando todo el trabajo realizado y por realizar no fuera en vano; siempre y cuando ganara las elecciones.

—Exacto —dijo Emily. Su rostro adquirió una expresión de hartazgo—. Ese hombre tiene suerte de que lo ame.

—Al oír declaraciones como ésta, Emily, desearía que mi ética periodística no fuera tan firme —repuse en un tono afable, aunque la advertencia no era tan inocente—. ¿Está diciendo que no es feliz con su marido? Esto se va a convertir en un filón para ambos partidos.

La señora Ryman meditó unos instantes en silencio.

—¿Estás diciéndome que debo tener cuidado?

—Estoy diciéndole algo que ya sabe. —Sonreí y cambié el tema de la conversación por uno que esperaba que no le resultara tan incómodo—. ¿Van a venir sus hijas? Todavía tengo que conocerlas.

—A esta convención estúpida, no —respondió—. Rebecca está haciendo los preparativos para ir a la universidad, y no tuve el coraje de alejar a Jeanne ni a Amber de los potros para que un centenar de desconocidos estén todo el día haciéndoles fotos. Yo misma no estaría aquí si no fuera absolutamente necesario.

—Es comprensible —afirmé. La tarea de la esposa de un candidato en una convención del partido es bien sencilla: dejarse ver mostrándose elegante y atractiva, y decir algo ingenioso si le ponen un micrófono en la boca. Eso no deja mucho tiempo para la unión familiar ni para proteger a los niños de los periodistas, locos por encontrar algún escándalo sobre el que lanzarse como aves de rapiña. Todo lo que sucede durante la convención de un partido aparece en los medios, si los periodistas logran enterarse. Emily estaba haciendo lo correcto.

—¿Le importa si me acerco luego para hacerle una entrevista? Le prometo que no sacaré el tema de los caballos, siempre y cuando usted prometa no arrojarme objetos contundentes a la cabeza.

Los labios de Emily se estiraron en una sonrisa.

—Mi… Peter no bromeaba cuando decía que la convención había sacado tu lado caritativo.

—Está guardando toda su mala baba para la entrevista con el gobernador Tate —señaló Shaun.

—¿Ha accedido a concederte una entrevista? —inquirió Emily—. Peter me decía que había estado dándote largas durante todas las primarias.

—Quizá por eso al final ha dado su brazo a torcer —respondí sin molestarme en disimular la irritación de mi tono de voz—. Hasta ahora no tenía importancia. Es decir, después de todo, ¿qué iba a decir yo sobre él? ¿Que el gobernador Tate está tan ocupado intentando ganar unas elecciones que no tiene tiempo para sentarse a hablar con una mujer que declara públicamente su apoyo a su oponente dentro del partido? No sería precisamente una acusación demasiado mordaz. Ahora nos encontramos en la convención, y si se niega a hablar conmigo cuando está concediendo entrevistas a todo el mundo, parecerá un acto de censura.

Emily se quedó mirándome unos instantes. Luego, muy lentamente, una sonrisa se le dibujó en los labios.

—¿Por qué, Georgia Mason, me da la impresión de que ese hombre ha caído en tu trampa?

—Se equivoca, señora Ryman. Yo me he limitado a seguir los procedimientos periodísticos estándar. Él mismo se creó la trampa.

Seis semanas antes de la convención, el gobernador Tate podría haber ocultado o comprado una exclusiva para que no se publicara. No habría importado lo buena que hubiera sido; a menos que me las hubiera ingeniado para sacarle la confesión de un escándalo sexual o de un pasado de abuso de drogas, nunca habría conseguido mancillar la pureza cegadora de su título de «campeón de la derecha más conservadora y ultrarreligiosa». El senador Ryman es de ideología moderada tirando a liberal, pese a su estrecha filiación al Partido Republicano y el afecto que siente por él. El gobernador Tate, por el contrario, se encuentra en un extremo tan a la derecha que corre el peligro de llegar al borde del precipicio y despeñarse del mundo. Hoy en día apenas hay gente que defienda la pena de muerte ni la anulación de la sentencia de Roe contra Wade, pero el gobernador es uno de ellos, al mismo tiempo que aboga por una diminución de las restricciones de la Ley Mason sobre la presencia de pequeñas granjas operativas en un radio inferior a los ciento cincuenta kilómetros de las principales áreas metropolitanas, y defiende una interpretación más rigurosa del caso Raskin-Watts. De acuerdo con los cambios que propone en las leyes, dejaría de ser un delito poseer una vaca en Albany y sin embargo se consideraría un acto de terrorismo intentar salvar la vida de un individuo que sufre un ataque al corazón, antes de realizarle los pertinentes análisis de sangre. ¿De verdad quería yo compartir un rato a solas con él, en una entrevista grabada, y comprobar lo hondo que podía llegar a cavar su propia tumba cuando se enfrentara a las preguntas adecuadas?

¿De verdad lo quería?

—¿Cuándo es la entrevista?

—A las tres. —Eché un vistazo a mi reloj—. De hecho, si no le importa que Shaun la escolte solo, a mí me iría perfecto. Debería ir yendo para no hacer esperar al gobernador.

—Pensaba que tu intención era precisamente hacer esperar al gobernador —dijo Shaun.

—Sí, pero tengo que hacerlo a propósito.

Hacerlo esperar porque quería era la prueba de que tenía una estrategia. Hacerlo esperar porque no había llegado a tiempo a su despacho me convertía en una «descuidada», y yo tengo reputación de muchas cosas (después del artículo en el que llamaba a Wagman «una prostituta en busca de publicidad que se había puesto a bailar en la barra americana de la constitución por un puñado de monedas», «cabrona» había permanecido en lo más alto de la lista), pero «descuidada» no se encuentra entre ellas.

—Claro —dijo Emily—. Gracias por venir a saludarme.

—Ha sido un placer, señora Ryman. Shaun, no te lleves a la potencial primera dama a apalear muertos antes de conducirla a un lugar seguro.

—¡Nunca me dejas divertirme! —refunfuñó en tono burlón mi hermano, y le ofreció el brazo a Emily—. Si me hace el honor de acompañarme, creo que puedo prometerle un viaje tranquilo, aburrido y sin incidentes entre los puntos A y B.

—Suena fantástico, Shaun —repuso Emily. Sus guardaespaldas, tres caballeros fornidos que tenían exactamente el mismo aspecto que todos los escoltas de las empresas privadas de seguridad que se encontraban en la convención, los siguieron mientras Shaun la conducía por el pasillo.

En el correo electrónico que Emily nos había enviado para pedir que nos viéramos, también nos había informado de que entraría en el centro de convenciones por una de las puertas de servicio y no por los accesos dispuestos para los personajes destacados. «Quiero evitar a la prensa» había sido su pretexto, quijotesco, aunque perfectamente comprensible. A pesar de las insinuaciones maliciosas de varios colegas míos, mi equipo y yo no somos unos perritos falderos de lo que esperamos que se convierta en la administración Ryman. Somos el doble de críticos que nadie cuando el candidato mete la pata, porque, francamente, esperamos más de él. Ya gane o pierda, él nos pertenece y, como cualquier padre orgulloso o accionista avaricioso, queremos ver cómo nuestra inversión alcanza su meta. Si Peter la fastidia, Shaun, Buffy y yo estaremos allí, señalando directamente el desaguisado y gritando a la gente que se apresure y traiga las cámaras… pero también seremos la parte victoriosa. No tenemos ningún interés en dejar en evidencia al senador hostigando a su familia ni arrastrándola de mala manera bajo los focos.

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