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Authors: Mira Grant

Tags: #Intriga, Terror

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—Asma. Podría fumar si quisiera. Y también podría desplomarme en mitad de la calle agarrándome el pecho, y no sé por qué esa posibilidad le quita algo de diversión al fumar. —Señaló hacia el final de la fila de stands—. Allí está el Starbucks. ¿Qué la ha traído aquí?

—Lo de siempre. Sigo al senador como un perrito obediente. ¿Y a usted?

—Más o menos lo mismo, aunque en mi caso quizá sea por un motivo más general. —No había cola en el Starbucks, sólo tres empleados con cara de aburrimiento inclinados sobre la barra, tratando de parecer muy ocupados. El señor Stahl se acercó a ellos—. Un café sólo grande, por favor, para llevar.

Los empleados se miraron, pero era obvio que ya habían alcanzado el cupo de discusiones con tipos con pases de prensa en la solapa. Uno de ellos se movió para preparar el pedido.

El señor Stahl se volvió a mí.

—¿Quiere algo?

—Sólo un botellín de agua, gracias.

—Vale. —Cogió su café y me pasó el agua. Luego entregó la tarjeta de crédito al empleado de la caja.

—¿Qué le debo? —pregunté dirigiéndome al señor Stahl mientras rebuscaba en el bolsillo.

—Olvídelo. —Cogió la tarjeta que le devolvía el empleado y dio media vuelta para ir hacia una mesa casi en el extremo de la hilera de stands—. Considérelo un regalo por el número de ejemplares del periódico que vendimos gracias al pequeño incidente que sufrió su convoy tras el mitin hace unas semanas. ¿Lo recuerda?

—¿Cómo podría olvidarlo? —Saqué un bote de analgésicos fuertes, de los que sólo se consiguen con receta médica, de la mochila que llevaba colgada del hombro y levanté la tapa con el dedo pulgar—. Ese «pequeño incidente» ha marcado mi vida estas últimas semanas.

—No tendrá algún detalle jugoso para un viejo amigo, ¿verdad?

Había resultado imposible evitar que se filtrara la noticia del sabotaje del chivato. Y aunque hubiésemos querido arruinar nuestros índices de audiencia de esa manera, las familias de las víctimas podrían habernos demandado por interferir en un caso federal si hubiéramos intentado ocultar ciertos detalles.

—Nada que no haya aparecido ya en los medios.

—Los peligros de bombardear las fuentes —señaló Stahl—. Ahora en serio, ¿cómo están las cosas en el campo del senador? ¿Todo tranquilo?

—Relativamente —respondí, haciendo bailar cuatro pastillas en la palma de la mano; me las metí en la boca y las tragué ayudada por un trago de agua helada—. Hay tensión, aunque contenida. No se han hallado pistas claras sobre la identidad de los saboteadores. Eso provoca algunos conflictos internos; ya sabe a qué me refiero, ¿no?

—Sí, por desgracia lo sé. —El señor Stahl meneó la cabeza—. Quienquiera que haya sido, ha tenido cuidado de no dejar pistas.

—Por un buen motivo: murieron personas en el ataque. Eso lo convierte en un homicidio, de modo que podría utilizarse el precedente Raskin-Watts contra él. La mayoría de la gente no comete actos terroristas pensando que la van a pillar. —Di otro trago al botellín de agua mientras esperaba que los analgésicos hicieran efecto.

El señor Stahl asintió con la cabeza, apretando los labios.

—Lo sé. Carl Boucher era un fanfarrón y un cabrón cabeza cuadrada, pero no merecía morir. Ninguno de ellos merecía morir. Por muy buena o mala persona que se sea, nadie merece una muerte así. —Se separó de la mesa con el vaso de café en la mano—. Bueno, tengo que reunirme con mi equipo de fotógrafos. Entrevistamos a Wagman dentro de media hora y le gusta que la prensa sea puntual. Cuídese, señorita Mason, ¿de acuerdo?

—Haré lo que pueda —respondí, asintiendo con la cabeza—. Ya tiene mi dirección de correo electrónico.

—Seguiremos en contacto —me aseguró. Dio media vuelta y se metió con paso firme entre la multitud, que fue cerrándose tras él hasta engullirlo.

Yo me quedé un rato más, bebiendo traguitos de agua y meditando sobre el ambiente que se respiraba en el centro de convenciones. En cierta manera era como un cruce entre el carnaval y una fiesta de fraternidad universitaria, en la que se entremezclaba gente de todas las edades, ideas y credos, con ganas de pasarlo bien hasta el último segundo antes de tener que regresar a lugares menos seguros. Del techo colgaban carteles que indicaban a los votantes de los distintos distritos adonde debían dirigirse si querían votar a la manera tradicional, es decir, depositando la papeleta con su voto en una urna, en vez de hacerlo por el moderno método electrónico, que contabilizaba los votos en tiempo real. Por el poco caso que les hacía la mayoría de los asistentes, deduje que casi todos habían votado por la red antes de salir hacia el centro de convenciones. Hoy en día, las urnas son poco más que una curiosidad, que se mantiene porque la ley insiste en que todo aquel que no desee utilizar medios electrónicos debe poder depositar una papeleta con su voto. En realidad, esto significa que no se conocen los resultados definitivos de unas elecciones hasta que las papeletas se han contabilizado, pese a que el noventa y cinco por ciento de los votos hayan sido enviados por medios electrónicos.

Las compañías tabaqueras no eran las únicas que recurrían al consabido poder de las féminas semidesnudas para promocionar sus productos. Unas jóvenes sonrientes y cubiertas únicamente por lo que a duras penas podía llegar a definirse como un bikini correteaban entre la multitud, regalando chapas y banderines con eslóganes políticos. Más de la mitad de esos obsequios acababan en las papeleras o directamente en el suelo. Me di cuenta de que la mayoría de las chapas que llevaba la gente apoyaban al senador Ryman o al gobernador Tate, quien definitivamente se postulaba como el contrincante más peligroso del senador dentro del partido. La congresista Wagman había sacado partido de la única bala en su recámara, pero todos los rumores decían que ya no le serviría para llegar más lejos. Uno puede utilizar la plataforma de «soy una estrella del porno» para darse a conocer, y luego exhibirse por las calles todo lo que quiera, pero esa actitud nunca le conducirá hasta la Casa Blanca. Todo indicaba que el candidato del Partido Republicano a la presidencia saldría de la pareja Ryman y Tate.

Probablemente, los resultados de la votación de ese día fortalecerán la posición de uno de ellos y convertiría la convención en una simple formalidad. Yo había tenido la esperanza de que apareciera un tercer candidato para animar un poco las cosas, pero durante la campaña electoral no se había dado ninguna sorpresa. Los votantes republicanos, e incluso los demócratas y los independientes, veían el asunto como una elección entre el estilo sosegado y tranquilo del «todos hemos de llevarnos bien mientras convivamos en este mundo» de Ryman y el estilo de fuego del infierno y condenación de Tate, que tanta atención estaba captando, y por lo tanto, posibles votos, de casi todo el mundo.

Di unos golpecitos en mi reloj para activar la función de grabación, levanté la muñeca y susurré: «Nota: Intentar conseguir una entrevista con algún miembro del equipo de Tate tras las primarias, sean cuales sean los resultados».

Técnicamente, Shaun, Buffy y yo somos «periodistas rivales», ya que nos dedicamos a seguir la campaña de Ryman. Sin embargo, al mismo tiempo, hemos hecho votos públicos de integridad periodística, lo que significa que (por lo menos en teoría) se puede confiar en que nuestros artículos serán imparciales y justos, a menos, claro está, de que se trate de un editorial claramente de opinión. Acercarme a Tate para averiguar cómo es el hombre que se esconde detrás del político podría hacer que me cuestionara mis objeciones cada vez mayores a sus ideas políticas. O tal vez no, y en ese caso se reafirmarían mis razones para apoyar a Ryman. De cualquier modo conseguiría material para un buen artículo.

Casi me había acabado el agua y no había ido al centro de convenciones para observar a la gente y conseguir que un periodista local me pagara las consumiciones, por mucho que eso significara una mejora sustancial de la vida que había llevado últimamente como integrante del convoy del senador. Di unos golpecitos a mi anilla de la oreja.

—Llamar a Buffy.

Un silencio precedió a la conexión, y a continuación sonó la voz de Buffy en mi oído.

—¿Qué extraordinario servicio puede prestar esta humilde sierva a su majestad en esta tarde gloriosa?

—¿Interrumpo tu partida de póquer?

—En realidad estábamos viendo una película.


Risitas
Chuck y tú estáis intimando demasiado, ¿no te parece?

—No te metas en mis asuntos y yo no me meteré en los tuyos. Además, estoy en mis horas libres —respondió Buffy en tono mojigato—. No hay nada que editar y toda mi parte del material para el resto de la semana está subida al servidor programable.

—Me parece genial —respondí. Contrariamente a mis temores iniciales, los analgésicos habían evitado que mi incipiente dolor de cabeza se convirtiera en algo más que unas molestas punzadas en las sienes—. ¿Puedes decirme dónde se halla exactamente el senador? Estoy en el centro de convenciones, y este lugar es una locura. Si me pongo a buscarlo por mi cuenta, es probable que nunca más vuelva a saberse nada de mí.

—Y podré rastrear el paradero de un funcionario del gobierno porque…

—Sé que por lo menos le has colocado un micrófono, y siempre sigues el rastro de tus juguetitos con un dispositivo de rastreo.

Buffy guardó silencio unos instantes.

—¿Tienes cerca un puerto de datos? Miré alrededor.

—Hay una entrada de conexión pública a unos diez metros.

—Genial. Se ha bloqueado el acceso inalámbrico público a los mapas del centro de convenciones para «preservar la seguridad del centro» o algo por el estilo. Acércate a la entrada, conéctate y podré enviarte la situación actual del senador Ryman, siempre y cuando no se encuentre a menos de diez metros de un emisor de interferencias.

—¿Te he dicho últimamente lo mucho que te quiero? —Me puse en pie, lancé la botella de agua a una papelera de reciclaje y fui hacia el dispositivo de entrada—. Así que Chuck, ¿eh? Supongo que es mono, si es que te gustan los frikis esmirriados. Personalmente, los prefiero un poco más altos, pero para gustos, colores. Sólo asegúrate de averiguar de qué va.

—Sí, mamá —respondió Buffy—. ¿Sigues ahí?

—Estoy conectándome. —Enchufar mi dispositivo portátil a la entrada en la pared fue cuestión de segundos. La estandarización de los puertos de datos ha sido una auténtica bendición para los usuarios ineptos de ordenadores del mundo. Mi equipo tardó unos segundos en tramitar la conexión con los servidores del centro, y buena parte de ese tiempo la empleó en verificar la compatibilidad de los programas antivirus y antispam que tenía instalados. Enseguida emitió unos pitidos, que informaban de que ya estaba operativo—. Estoy conectada.

—Genial. —Buffy se quedó callada. Yo oía de fondo el ruido de las teclas bajo sus manos—. Lo tengo. Tú estás en la zona de expositores de la primera planta, ¿verdad?

—Correcto. Cerca del Starbucks.

—Especifica; hay ocho stands de Starbucks sólo en esa planta. Por cierto, cuando vuelvas tráeme un moca de vainilla y frambuesa sin azúcar. El senador se encuentra en la planta de conferencias, tres pisos por debajo de ti. Te envío un mapa. —Mi dispositivo portátil emitió unos pitidos informando de que había recibido el archivo—. Con eso no deberías necesitar nada más, siempre y cuando el senador no se mueva.

—Gracias, Buffy. Pasadlo bien. —Me desconecté de la entrada de la pared.

—No vuelvas a llamar hasta dentro de una hora por lo menos. —La comunicación se cortó.

Sacudí la cabeza y me concentré en el mapa que ocupaba mi pantalla. Era bastante simple; el centro de convenciones estaba representado con unas líneas nada complicadas que no dejaban lugar a la confusión. El último paradero conocido del senador estaba marcado en rojo, y una delgada línea amarilla lo unía al punto blanco que representaba el puerto de datos que yo había utilizado para descargar la información. Buen trabajo. Me ajusté las gafas de sol y me abrí paso por la sala de expositores.

La densidad de gente había aumentado durante el descanso que me había tomado para beberme el agua. Pero eso no era ningún problema, pues el programa de orientación de Buffy proporcionaba una información completa de las rutas habilitadas para el tránsito de los asistentes por todo el centro de convenciones; además había sido programado para sugerir la ruta más rápida, que no era necesariamente la más corta, entre dos puntos. Después de realizar una estimación de los niveles de congestión, el programa me ofreció una ruta que atravesaba pasillos poco frecuentados, atajos semiescondidos y un montón de escaleras. Como la gente prefiere usar escaleras mecánicas siempre que es posible, optar por las escaleras normales siempre es la mejor elección para evitar perderse entre la multitud.

La tendencia humana hacia los ilusorios aparatos que supuestamente ahorran tiempo ha sido objeto de multitud de estudios desde el Levantamiento. Durante una crisis viral en un enorme centro comercial del Medio Oeste, se estimó que habían muerto seiscientas personas por no querer utilizar las escaleras normales. Las escaleras mecánicas se bloquean si se sobrecargan. La gente se queda encerrada en los ascensores o es acorralada por los zombies que se las han ingeniado para mezclarse con la marabunta que trata de abrirse paso a empellones por las escaleras mecánicas. Así son las cosas. Uno pensaría que después de un suceso así, la gente empezaría a ver con buenos ojos hacer un pequeño esfuerzo y utilizar las escaleras; sin embargo, se equivocaría. A veces, la costumbre más difícil de romper es la de no hacer nada más que lo imprescindible.

Me llevó casi un cuarto de hora descender tres plantas y pasar el sencillo control establecido entre las plantas de los expositores y el piso de conferencias, de acceso exclusivo de los candidatos, los familiares cercanos, los funcionarios y la prensa. El control se limitó a escanear mi pase de prensa para comprobar que no fuera falso, cachearme en busca de armas para las que no tuviera licencia y someterme a un análisis de sangre básico con una unidad portátil barata de una marca de la que sé a ciencia cierta que tiene una tasa de error del treinta por ciento. Supongo que una vez que pasas las puertas de sitios como ése, ya no se preocupan tanto por tu salud. El silencio que reinaba en el piso de conferencias supuso un cambio brusco del ajetreo de las plantas superiores. Ahí abajo, el negocio de esperar los resultados era exactamente eso: negocios. Siempre hay un par de candidatos que no se marchan pese a que los sondeos no daban un duro por ellos. Sin embargo, el hecho es que los candidatos de los partidos casi siempre acaban siendo los tipos que salen vencedores del supermartes, y sin el apoyo del partido las posibilidades de hacerse con la presidencia del país son nulas. Se recibe de buen grado a todos los aspirantes, pero probablemente nunca ganarán. Nueve de cada diez tipos que llevaban estos últimos meses pateándose las calles, estarían de camino a casa después de las primarias. Hasta dentro de cuatro años hasta que volvieran a tener otra oportunidad de saltar al estrellato, y algunos de ellos no pueden esperar tanto tiempo. Muchos de los candidatos que se jugaban ese día su futuro nunca volverían a presentarse. En días como ése se cumplen y se rompen los sueños.

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