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Authors: Irene Comins Mingol

Tags: #Filosofía, Ensayo

Filosofía del cuidar (18 page)

BOOK: Filosofía del cuidar
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3.3.3 EL TRABAJO NO REMUNERADO DE LA MUJER

Muchas teóricas feministas han alertado del peligro que las tareas de cuidado ejercen para la liberación de la mujer, Bubeck (1995) argumenta que el cuidado posibilita la explotación por género dada la división del trabajo de cuidado. Según Bubeck el cuidado crea las condiciones para la explotación. Es parte de la práctica del cuidado el centrarse en las necesidades de los otros, ser atentos y desinteresados. Así la ética del cuidado, según Bubeck mantiene a las cuidadoras vulnerables a la explotación porque no tienen recursos morales en su perspectiva como cuidadoras para afrontar la distribución desigual de las cargas de cuidado (Bubeck, 1995). Porque se considera que entre sus rasgos como cuidadoras se incluye el auto-sacrificio. Bubeck considera el cuidado un asunto de justicia social y no como algo desligado o indiferente de aspectos de justicia. El cuidado puede ser distribuido más equitativamente y tanto el estado como las instituciones privadas tienen responsabilidad en esto. En lo que Bubeck no entra es en el reparto de las tareas de cuidado dentro del hogar, entre hombres y mujeres (Tronto, 1999: 115). La alternativa sería que el cuidado no implicara el total olvido de uno mismo, sino como hemos apuntado en el apartado sobre destinatarios implique también el cuidado hacia uno mismo y no el auto-sacrificio.

No todas las tareas de cuidado se realizan por igual en todas las culturas, aunque el hecho de que sean las mujeres las principales cuidadoras sí es una característica en todas las culturas. En las comunidades afro-americanas las tareas de cuidado de los niños se comparten entre las madres biológicas y otras mujeres (Hill Collins, 1995). En estas comunidades el cuidado de los hijos es una tarea más comunitaria que individual. A diferencia de la expectativa tradicional según la cual la madre biológica es la que debe cuidar de sus hijos, en la comunidad negra resulta tradicional el compartir el ejercicio de la maternidad con otras madres negras o con otras mujeres negras que no son madres, tanto si son familiares (hermanas, primas, abuelas o tías) como si pertenecen al vecindario. El origen de estas comunidades se rastrea en la ayuda mutua frente a la opresión racial (los niños huérfanos por venta o muerte de sus padres bajo la esclavitud, niños concebidos por violaciones, niños de madres jóvenes o nacidos en condiciones de extrema pobreza que no podían ser criados por sus madres biológicas eran acogidos y criados por otras mujeres de la comunidad).

Las mujeres se han encargado tradicionalmente no sólo del cuidado de la infancia, sino en general de los miembros más débiles de la familia: ancianos, enfermos, discapacitados, etc. Así como también del cuidado del entorno o ambiente familiar: la alimentación, el hogar, la salud, etc. Cada una de las tareas de cuidado requiere de unos conocimientos y supone un importante esfuerzo y una importante inversión temporal y emocional. Este es, por ejemplo, el caso del cuidado de los enfermos, una de las tareas más extenuantes y que se agrava según la duración de la enfermedad. Las mujeres que cuidan enfermos dentro del hogar pueden perder el sentido de tener una vida propia, viviendo por y a través del otro, con todos los resentimientos y sentimientos de culpabilidad que esto puede generar (Davies, 1998: 130).

Muchas mujeres occidentales sufren la llamada
doble jornada laboral
. Y en los países del tercer mundo todavía son las mujeres las que cargan con todo el peso de las tareas de atención y cuidado. Además en estos países se carece de servicios públicos que ayuden en esta tarea. La sobrecarga de tareas que se produce en las mujeres del tercer mundo provoca el fenómeno denominado
feminización de la pobreza
. La incorporación de la mujer al mundo del trabajo

No ha supuesto el abandono de las importantes responsabilidades que las mujeres aún asumen en el hogar (maternidad, cuidado de los hijos, labores domésticas), por más que sus maridos o compañeros en la actualidad les estés prestando ya algún tipo de colaboración. Esas cargas son aún mayores en determinadas formas familiares cada vez más frecuentes, como los hogares monoparentales, en que los hijos están a cargo exclusivamente de la mujer (Flaquer, 1999: 112).

En los países occidentales no sólo encontramos el fenómeno de la doble jornada laboral, recientemente también se ha detectado el
síndrome de la abuela esclava
. Según el jefe de cardiología del hospital clínico de Granada Antonio Guijarro las mujeres mayores dañan su salud con la sobrecarga de responsabilidades. Se trata de una forma aún poco conocida de maltrato femenino pero que ya figura en la bibliografía básica del Instituto de Investigación y Capacitación de las Naciones Unidas para la promoción de la mujer. El cuidado de los nietos, las comidas para los hijos, las compras para las hijas que están trabajando, sumada a las habituales responsabilidades familiares agotan a muchas mujeres entre los 50 y los 70 años. La generalización del trabajo entre las mujeres, y la dificultad de pagar a una empleada del hogar, ha hecho que las abuelas maternas asuman crecientes responsabilidades familiares. María Ángeles Durán también hace referencia a las abuelas como cuidadoras es su último libro sobre
El valor del tiempo
y nos aporta algunos datos interesante sobre su contribución a la economía familiar, ya que en las rentas medias y bajas es frecuentemente el único cuidado accesible (2007: 76-77, 177). Una encuesta del Ayuntamiento de Barcelona indica que «en días laborables, los hijos pasan el mismo tiempo con los padres que con los abuelos» (López Puig, 2007: 23-24). Sin embargo las abuelas y/o abuelos no deberían ser los responsables de la conciliación de la vida laboral, familiar y personal de sus hijos/as. Ejercer de abuela o abuelo debería ser una relación familiar construida desde la libertad.

Desde mediados del siglo pasado el fenómeno de la
maternidad intensiva
ha agudizado aún más si cabe la desequilibrada distribución del cuidado y la crianza de los hijos en los hombros de las mujeres. El fenómeno de la
maternidad intensiva
ha sido analizado por Sharon Hays y refiere al contexto socio-cultural que vivimos desde mediados del siglo pasado por el que se ha pasado de una crianza centrada en el bien de la familia y de la nación a una crianza centrada en «el desarrollo natural del niño y el cumplimiento de sus deseos» (Hays, 1998: 119). Este cambio se produjo entre otras cosas por la reducción de la descendencia y la creciente generalización de la familia nuclear. «Los métodos de crianza infantil ahora se intensifican: no sólo pasan a ser guiados por expertos y a centrarse en el niño o la niña, sino que además son intensivos, más absorbentes desde el punto de vista emocional y más caros que nunca» (Lozano Estivalis, 2007: 217-218). Esa idea de
maternidad intensiva
absorbe la subjetividad de las mujeres-madres y se convierte en una pesada losa que deben sostener. Para Sharon Hays en la medida en que este tipo de crianza se vincula con la responsabilidad de la madre, se convierte en una nefasta ideología que exime a los padres y al mundo público de la responsabilidad de atención abnegada. Así el mantenimiento de esta cultura sobre la crianza beneficia a quienes ostentan las cotas más altas de poder, entre estos beneficiarios podemos destacar al estado y los hombres. «La lógica de la maternidad intensiva le sirve al Estado para garantizar que la educación de los futuros ciudadanos se realizará con todo tipo de garantías y sin hacer necesariamente demasiados gastos» (Lozano Estivalis, 2007: 218). A los hombres la cultura de
la maternidad intensiva
les libera del trabajo relacionado con la crianza (Hays, 1998; Lozano Estivalis, 2007: 218).

Diferentes autoras han denunciado esta cultura de la
maternidad intensiva
que exige de la mujer una dedicación absorbente y abnegada al cuidado de la infancia. La antropóloga Margaret Mead afirma que la imagen de la maternidad intensiva es un modelo históricamente establecido que obedece a una construcción cultural pero que no tiene basamento ni justificación biológica. Según esta autora «no hay una conexión natural entre las condiciones de gestación y parto humano y las adecuadas prácticas culturales […]. El establecimiento de vínculos de cuidado permanente entre una mujer y el hijo que tiene depende del modelo cultural» (Mead, 1962: 54; Lozano Estivalis, 2007: 219). Por otro lado, y desde mi punto de vista, la
maternidad intensiva
tiene unos efectos perversos también para los que reciben el cuidado y no sólo para la mujer cuidadora, efectos que se podrían añadir a los mencionados ya cuando hablábamos de las necesarias interdependencias entre el cuidado y la justicia, y que habíamos denominado como
patologías del cuidar
. La maternidad intensiva se caracteriza por multiplicar los cuidados sobre la infancia y la crianza en general, este cuidado cuando llega a ser excesivo puede tener consecuencias contraproducentes que podríamos resumen en dos. 1. Desempodera a los jóvenes y adolescentes, al restringuir las esferas de autodesarrollo y responsabilidades. 2. Puede desembocar en un desprecio del cuidado y del cuidador o cuidadora, un cuidado que se consigue sin contraprestaciones y que se entiende como un deber para el otro y como un derecho para sí. Sin embargo, el cuidado, valga la redundancia, merece ser merecido.

El hecho de que las mujeres carguen con la mayoría de las tareas de atención y cuidado produce en el mundo occidental el fenómeno de la doble jornada laboral y en los países en vías de desarrollo la feminización de la pobreza.

3.3.3.1 FEMINIZACIÓN DE LA POBREZA

A la hora de definir el concepto de feminización de la pobreza tenemos que aclarar también a qué nos referimos con el término pobreza. Vivimos en un mundo en el que algo más de la mitad de la población es pobre y sin embargo casi no existen discursos ni opiniones sobre la pobreza. Es la gran desconocida. Los que pertenecemos afortunadamente a la parte de los no-pobres preferimos muchas veces desconocer que los pobres existen, nos parece molesto, preferimos no mirar, nos sentimos incomodados.

La
pobreza
es un concepto que existe en casi todas las culturas, cada sociedad entiende con unas connotaciones específicas qué es la pobreza, pero más allá de todas las diferencias, la pobreza tiende a indicar en todas las culturas el límite a partir del cual empieza lo insoportable.

Se tiende a afirmar en la opinión común que la pobreza forma parte de la condición humana, que es algo inevitable y que siempre ha existido y siempre existirá. Este discurso tiene mucho que ver con aquel que vimos que afirmaba que los seres humanos son violentos por naturaleza y no tiene remedio. Debemos deconstruir y denunciar este discurso, ya que tras él se esconden dos premisas muy cuestionables:

  1. Invita a la no acción, a no tratar de solucionarlo: como siempre ha existido y siempre existirá es una pérdida de tiempo que tratemos de solucionarlo.
  2. Oculta la responsabilidad que los no-pobres tenemos con respecto a este gran problema de la humanidad. Además de que no tenemos que solucionarlo tampoco debemos sentirnos culpables por ello.

La pobreza puede solucionarse,
[23]
tiene remedio y todos tenemos un cierto grado de responsabilidad en tratar de que así sea. Todos los seres humanos tienen derecho a su dignidad. Permanecer en niveles de pobreza involuntaria durante largos periodos socava nuestra dignidad como humanos, de los que la padecen y todavía más de los que la permitimos. En los últimos años se ha producido un aumento de la pobreza, lo que resulta curioso cuando estamos llevando a término políticas de desarrollo y existe todo un discurso sobre la cooperación, las ONGDs y la eliminación de la pobreza. Pero en los últimos tres decenios la diferencia de ingreso entre el quinto más rico del mundo y el quinto más pobre se ha doblado con creces hasta llegar a 74 a 1 (PNUD, 1999). La razón es que aún y con los discursos sobre el desarrollo y la importancia de la cooperación, la ayuda al desarrollo ciertamente se ha visto reducida en los últimos años. La ayuda oficial para el desarrollo (AOD), se ha reducido casi en un quinto en términos reales desde 1992 (PNUD, 1999).

El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo estableció en 1999 (PNUD, 1999: 130-146) dos Índices de Pobreza Humana: el IPH-1 y el IPH-2. El Índice de Pobreza Humana sub-uno se refiere a la pobreza que sufren los 92 países que se encuentran en vías de desarrollo, mientras que el Índice de Pobreza Humana sub-dos se refiere a los niveles de pobreza que hay dentro de los países industrializados. El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo también ha analizado la pobreza desde tres perspectivas distintas (PNUD, 1998: 18): la perspectiva del ingreso, la de las necesidades básicas y la de las capacidades humanas. Aunque la perspectiva más utilizada ha sido la del ingreso. Una persona se considera pobre cuando su ingreso es inferior a la llamada línea de pobreza. La línea de pobreza según el Banco Mundial se refiere a todo lo que se puede comprar con 1 dólar de 1985 por día, y sirve de comparación entre unos países y otros.
[24]

Muchos de los estudios que se han hecho sobre la pobreza estaban encaminados a estudiar ese fenómeno como una amenaza al sistema de los ricos, de los del Norte. Eran estudios reactivos, de defensa ante una posible amenaza. Su principal interés no era altruista, pro-positivo sino escudriñar y
controlar
cuántos pobres hay en el mundo y cómo podemos apartarlos del sistema.

Los estudios sobre la feminización de la pobreza, son muy recientes y no pertenecen a esa tendencia de estudios reactivos frente a la pobreza. La feminización de la pobreza puede observarse en los países en vías de desarrollo muy pobres y en general en todos aquellos países donde se están llevando a cabo programas de ajuste estructural. En general, la situación de la mujer ha empeorado a causa del ajuste estructural (Zábalo y Unceta, 1994: 37). Podríamos hablar aquí de tres razones: los servicios sociales, el trabajo y la situación familiar.

  1. Los servicios sociales. Una de las primeras medidas de los países que siguen programas de ajuste estructural consiste en reducir el gasto público en servicios sociales. Esta reducción del gasto público representa para las mujeres dedicar más horas de trabajo, intentando suplir con su esfuerzo doméstico la falta de provisión pública de muchos servicios sociales. Resulta curioso ver como esta reducción de los gastos en servicios sociales no sólo ocurre en los países con ajuste estructural o en vías de desarrollo, la tendencia neoliberal predominante en los países en desarrollo también está produciendo una reducción de los servicios sociales. El trabajo de suplir los servicios sociales en los países con ajuste estructural no es fácil. Se trabajan largas horas y el trabajo es físicamente difícil –acarrear agua y leña, por ejemplo-, especialmente en las zonas rurales de los países en desarrollo. En Nepal las mujeres trabajan 21 horas más por semana que los hombres, y en la India, 12 horas más. En Kenya las niñas de 8 a 14 años de edad dedican cinco horas más a las tareas del hogar que los niños.
  2. El trabajo. La pérdida de ingresos de los cónyuges, debido al aumento del paro o a la congelación salarial, ha hecho que muchas madres de familia hayan entrado al mercado laboral en condiciones muy precarias ya que sus responsabilidades domésticas y su escasa educación formal dificulta su acceso a empleos mejor remunerados. Eso hace que atendiendo a la perspectiva del ingreso las mujeres sean más pobres todavía que los hombres (feminización de la pobreza). La mayor libertad de comercio ha aumentado la participación que corresponde a las mujeres en el empleo remunerado. Las empresas que producen para la exportación dan ocupación a más trabajadoras, con frecuencia en funciones calificadas. Pero el aumento de la participación no significa siempre menor discriminación. Las mujeres constituyen un gran porcentaje de los trabajadores de la subcontratación del sector no estructurado, con frecuencia en industria del vestuario, con salarios bajos y malas condiciones. En los mercados internacionales altamente competitivos de esa industria el trabajo es volátil, con contratos que se desplazan con pequeños cambios en el costo o en la regulación del comercio (PNUD, 1999: 80). Un examen de las encuestas de uso del tiempo en el Informe sobre Desarrollo Humano 1995 revelaba una tendencia general a una mayor igualdad de género en cuanto al trabajo remunerado en los países de la OCDE, pero ninguna igualdad en los países en desarrollo. Esta participación de la mujer en el trabajo remunerado no reduce las horas al trabajo no remunerado, con lo que las horas de trabajo totales de las mujeres son desorbitadas. Las mujeres dedican como promedio 31 horas por semana al trabajo no remunerado: cocinar, cuidar de los niños, recoger leña, alimento y agua. Los hombres dedican 14 horas a actividades como la reparación de la casa (PNUD, 1999: 81).
  3. La situación familiar. Los problemas económicos provocan un incremento de los conflictos familiares, generando en ocasiones la aparición o el aumento del maltrato doméstico a las mujeres. En diversas zonas del mundo se ha apreciado un aumento del número de divorcios y abandonos masculinos de los hogares, reflejado en el creciente número de hogares encabezados por mujeres. Y estos hogares resultan mucho más afectados por la pobreza que los que cuentan con dos cónyuges
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