Además podríamos comparar los valores morales con actitudes agresivas o violentas y observaríamos que uno de los factores diferenciadores tiene que ver con el uso del tiempo. Tranquilidad, bonanza, calma, orden, sosiego, serenidad, templanza, persistencia, paciencia e incluso paz tienen que ver con la ausencia de estrés, con la ausencia de prisa, con dedicar suficiente tiempo a las cosas. Violencia, agresión, nerviosismo, irritabilidad parecen más vinculados a la falta de dedicación de tiempo a las cosas.
Ahí es a donde conduce nuestra obsesión por la rapidez y el ahorro de tiempo. La rabia flota en la atmósfera: rabia por la congestión de los aeropuertos, por las aglomeraciones en los centros de compras, por las relaciones personales, por la situación en el puesto de trabajo, por los tropiezos en las vacaciones, por las esperas en el gimnasio… Gracias a la celeridad, vivimos en la era de la rabia (Honoré, 2005: 20).
Disponer de tiempo es condición necesaria para el buen carácter. «En un mundo donde nadie sea obligado a trabajar más de cuatro horas al día […] habrá felicidad y alegría de vivir, en lugar de nervios gastados, cansancio y dispepsia» (Russell, 1986: 24). Al tener la oportunidad de una vida feliz, los seres humanos podremos ser más bondadosos y menos inclinados a mirar a los demás con suspicacia y competitividad. Incluso según Bertrand Russell trabajar menos horas y disponer de más tiempo haría posible que la afición a la guerra desapareciera, tanto porque seríamos más felices y tranquilos y en parte porque la guerra supone un largo y duro trabajo para todos (1986: 25).
Por otro lado en el binomio
tiempo y ética
sucede un fenómeno que podríamos calificar de esquizofrenia cognitivo-práctica. Por un lado si nos preguntan qué valoramos hablaremos de la amistad, la familia, la atención solidaria, la transformación pacífica de los conflictos, la compasión, pero si nos preguntan en qué invertimos el tiempo hablaremos de trabajo, estudio y competitividad. Es decir, no dedicamos tiempo a aquello que valoramos, o bien aquello que hemos dicho valorar fue una afirmación políticamente correcta o hay un gran desajuste entre nuestros valores y la utilización que damos al tiempo del que disponemos. Tenemos que re-educarnos en nuestra concepción y gestión del tiempo ya que hoy en día podemos encontrar un abismo entre «lo que vale la pena, pero no se le encuentra tiempo […] y lo que no vale tanto, pero sí se le encuentra tiempo» (Cortina, 2007: 36).
Además de para nuestra capacidad moral, el tiempo es necesario para nuestra capacidad comunicativa, detener la velocidad y dedicar todo el tiempo necesario es la base para el diálogo. «Así como Jake confía en que el juez convendría en que robar es lo que Heinz debe hacer, así Amy confía en que, “si Heinz y el farmacéutico hubiesen hablado bastante tiempo, podrían llegar a otra solución, en vez de robar”» (Gilligan, 1986: 57).
Pero no sólo para dialogar, también para escuchar. Escuchar con el interés de comprender al otro y ponerse en su lugar. Fuente del auténtico diálogo, no es amigo de prisas o estrés. Cuando dialogamos con prisas tratamos al otro como un medio, no escuchamos sus palabras, sólo nos interesan las nuestras. Este es el camino más fácil para la incomprensión y la aparición del conflicto.
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El tiempo es la clave fundamental que garantiza una escucha de calidad, sincera, volcada en el otro y no sólo en sí mismo. Es de hecho la primera destreza que requiere la capacidad de escucha «Tiempo para escuchar. No interrumpa o piense una respuesta antes que la otra persona termine de hablar» (Jares, 2006: 169). Una buena actitud de escucha puede tener unos efectos muy beneficiosos. Podríamos distinguir dos efectos importantes que puede producir un buen
escuchador
en sus interlocutores: aumenta la confianza y la autoestima de quien habla y, por otro lado, contribuye a la regulación pacífica de conflictos interpersonales e intrapersonales (Comins Mingol, 2004: 142). Cabe delimitar qué es una buena actitud de escucha, podríamos definir una buena actitud de escucha como aquélla que se mueve por el afán de comprensión. Pues lamentablemente muchas veces no escuchamos el mensaje del otro, meramente oímos sus palabras. Ofuscados por nuestras ideas y por querer estar en posesión de la verdad no escuchamos lo que otros aportan. Si queremos que un diálogo tenga como objetivo la comprensión será necesario que aprendamos a escucharnos unos a otros. La condición previa para el diálogo radica en la concepción antropológica del ser humano como interlocutor válido. Así por ejemplo podemos ver la importancia del tiempo en los diálogos de las negociaciones de paz, donde el diálogo se tiene que construir, a partir de generar confianza primero y de ponerse uno en la relación, no participando sólo como si de un mero teatro se tratara.
Una concepción del tiempo distendida es importante para nuestra actitud moral y para nuestra capacidad de diálogo, pero también para la reflexión crítica. La reflexión crítica necesita reposo, tiempo y dedicación, sin embargo «la reacción, más que la reflexión, está a la orden del día» (Honoré, 2005: 104). La alternativa es lo que Kundera denomina
la sabiduría de la lentitud
, para describir cómo la desaceleración de la mente puede redundar en una mayor capacidad de concentración y en un modo más creativo de pensamiento (Honoré, 2005: 105). El psicólogo británico Guy Claxton diferencia al respecto entre dos formas de pensamiento:
fast thinking y slow thinking
.
El primero es racional, analítico, lineal y lógico. Es lo que hacemos bajo presión, cuando el reloj hace tictac; es la manera de pensar de los ordenadores, la manera en que funciona el lugar de trabajo moderno, y aporta soluciones claras a problemas bien definidos. En cambio, el pensamiento lento es intuitivo, borroso, creativo. Es lo que hacemos cuando desaparece la presión y tenemos tiempo para dejar que las ideas ardan a fuego lento y a su ritmo en el fondo de la mente. Aporta unas percepciones abundantes y sutiles (Honoré, 2005: 105).
Tanto nuestro sistema educativo como los medios de comunicación promueven más el registro inconexo de datos que la libre reflexión. Cientos de hechos dispersados y sin relación son amontonados en las cabezas de los estudiantes; su tiempo y energía se consumen aprendiendo más y más datos de tal modo que queda poco tiempo para pensar. El pensamiento pierde su estímulo esencial, los deseos e intereses de la persona que piensa, que se convierte en cambio en una máquina de registrar datos (Fromm, 1941: 248).
No hay tiempo para leer el periódico y las noticias son cortas y con poco análisis. Esto provoca una despreocupación y desconocimiento de los problemas sociales y del planeta. Los periodistas hacen noticias poco reflexionadas. Además de conmover y crear un vacío sentimentalismo, el tratamiento poco reflexivo de las noticias también crea un conformismo con el
status quo
de las sociedades occidentales, al pensar: ¡que bien estamos aquí! No será éste uno de los objetivos de los medios o ¿es simplemente un efecto secundario? Para ahorrar tiempo, como tenemos poco tiempo, las noticias son cortas y rápidas. Recibimos más datos pero menos análisis, lo que impide la creación de un pensamiento crítico, y la existencia de compromiso y solidaridad por los problemas mundiales. Como mucho desemboca en un mero sentimentalismo a través de imágenes. Y nos hace conservadores queriendo mantenernos como estamos. En lugar de despertar el análisis, el pensamiento crítico, la responsabilidad y la solidaridad. El sujeto tiene tan poco tiempo que ya tiene bastante con atender sus propios problemas, y las noticias de otros lugares y de otras culturas le parecen muy lejanas. No puede permitirse malgastar más tiempo, de su escaso tiempo diario, en esta tarea. Sin embargo necesitamos tiempo para pensar en los otros, en los que sufren, en los silenciados. Nuestras vidas ocupadas, ajetreadas y nuestros horarios repletos de actividades no nos acercan a las auténticas necesidades de los seres humanos en otros lugares, más bien nos aleja de esa realidad y nos aliena en un diminuto aunque aparentemente inmenso universo ególatra.
Esta falta de tiempo para la reflexión crítica es según Kundera muchas veces inconscientemente buscada, de forma que la vida acelerada que nos construimos nos ayuda a bloquear el horror y la aridez del mundo moderno. Según Milán Kundera «Nuestra época está obsesionada por el deseo de olvidar y, para realizar ese deseo, se entrega al demonio de la velocidad; acelera el ritmo para mostrarnos que ya no desea ser recordada, que está cansada de sí misma, que quiere apagar la minúscula y temblorosa llama de la memoria» (Honoré, 2005: 36). Así pues la velocidad es según Milán Kundera la forma de éxtasis que la revolución técnica ha brindado al hombre actual (Kundera, 1995: 10). El desarrollo técnico parece ser junto con el sistema capitalista de producción y consumo los factores principales que han generado esta concepción escasa del tiempo. El desarrollo de la técnica ha hecho peligrar en el ser humano la consciencia de su propia dignidad. No encuentra tiempo para preguntarse por sí mismo y, cuando lo hace, se encuentra ocupado o excesivamente preocupado en detalles técnicos que le alejan del núcleo constitutivo de su existencia (Cabedo Manuel, 2002: 198).
Promover la reflexión crítica y la preocupación y conocimiento de los problemas sociales y del planeta es el primer paso para la participación de la sociedad civil. Pero la falta de tiempo repercute en la implicación social y política de los individuos (Bellah, 1996: 178-179). El trabajo, la casa y los hijos absorben gran cantidad de tiempo, reduciendo el tiempo dedicado para actividades sociales, políticas y culturales. El tiempo libre que finalmente nos queda se ha convertido en un tiempo de ocio pasivo dedicado a ver películas o presenciar partidos de fútbol, entre otras ocupaciones similares debido a que las energías activas se consumen en el trabajo. Si tuviéramos más tiempo libre, de forma que no llegáramos a él completamente agotados, podríamos ocuparnos en actividades en las que hubiéramos de tomar parte activa. De esto ya nos avisó Bertrand Russell en
El elogio de la ociosidad
. Para promover una democracia más participativa en la que los individuos participen en su municipio o a través de ONGs se necesita no sólo despertar el interés por el otro y el sentimiento de responsabilidad por las cosas que ocurren en el mundo. También debe modificarse el uso del tiempo tal y como lo conocemos hoy en día. Necesitamos tiempo no sólo para cuidarnos unos a otros sino también para pensar, para hablar, para participar en nuestra comunidad. En definitiva para construir una Cultura para la Paz.
Es interesante el análisis que Kenneth Boulding realiza sobre las
tres caras del poder
y su relación con el tiempo (1993: 99-100). Según este autor existen tres clases de poder: destructivo, productivo e integrador (28). De estos tres, tanto el poder productivo como el poder integrador requieren de tiempo y paciencia, son el resultado de muchos actos pequeños. Sin embargo, el poder destructivo requiere de menos tiempo y dedicación. Así por ejemplo «una persona puede destruir en un instante otra vida que ha necesitado de un proceso largo y complejo para formarse a partir de un embrión fecundado, o bien volar en un instante un edificio cuya construcción ha costado años de paciente trabajo» (Boulding, 1993: 100). El poder destructivo resulta muchas veces también más espectacular por este cambio repentino que no paulatino que ejerce en la realidad. Todas estas razones: facilidad, rapidez y visibilidad hacen que aumente la tentación de recurrir a él. Desde mi punto de vista sería conveniente repensar el reconocimiento que damos a estos tres tipos de poderes y su vinculación con el tiempo, en una sociedad en que se prioriza, lo fácil, rápido y visible es sencillo que el poder destructivo encuentre espacios para desarrollarse, aquí de nuevo hablamos de un cambio de perspectiva en el que la dedicación, la paciencia y el tiempo invertido sean puestos en valor.
La paz y el cuidado comparten la necesidad de vivenciar una concepción distendida del tiempo. He aquí algunos de los aspectos que hemos abordado en este epígrafe: 1. Necesitamos compartir las tareas de cuidado para distribuir más equitativamente nuestro uso del tiempo. 2. El cuidado de otros y de nosotros mismos requiere de más tiempo del que actualmente le dedicamos. 3. El tiempo constituye un elemento clave y definitorio de los valores que constituyen los cimientos de una cultura para la paz (valores morales, reflexión crítica, diálogo, participación social). 4. Tiene un papel fundamental la educación en el cambio de prioridades. Si cambiamos nuestras prioridades también modificamos nuestro uso del tiempo.
Una posible propuesta para una reconstrucción de la noción de tiempo en una cultura para la paz sería reivindicar un tiempo más colectivo y menos agobiante, más distendido. El tiempo en la sociedad actual occidental sufre de un reduccionismo en dos sentidos: por un lado resulta agobiante, sentimos que no tenemos tiempo, y por otro lado, y también vinculado con el primer punto, es un tiempo más
privado
. Podríamos rastrear ejemplos de otras culturas y de otras épocas con una concepción del tiempo menos agobiante y más
colectivo
(Savater, 2000a). Esto puede apreciarse en el denominado tiempo libre. En la actualidad el tiempo libre está monopolizado por los medios de comunicación audiovisuales, algunos teóricos proponen alternativas para crear un tiempo libre más comunitario. La recuperación de las fiestas populares, es por ejemplo una de esas propuestas. Las fiestas populares representan el reencuentro (a veces la primera posibilidad de encuentro) de pobladores (seria erróneo decir vecinos) de un sinfín de barrios suburbiales. Las fiestas populares como espacio de interrelación de la comunidad. Además de las fiestas populares podemos encontrar otras formas de ocio colectivas, como las colonias para los jóvenes. Pero sobre todo recuperar ese tiempo para cuidar de nuestras relaciones interpersonales, con la familia, amigos o vecinos. Esas relaciones interpersonales que son fuente de estabilidad emocional y riqueza vital, y que tienen su fundamento en el mutuo cuidado.
La publicidad incita al ser humano a hacer del derecho al tiempo libre un deber a consumir. Una línea concreta de educación en el tiempo libre es la del
contraconsumo
. Consiste en ayudar a la infancia y a la juventud a que se diviertan con elementos naturales, con objetos muy sencillos, y no con productos o necesidades creadas; en definitiva enseñar a divertirse de otra manera. Esto haría del tiempo algo menos agobiante, pues son las ansias de consumo las que terminan muchas veces por agobiar incluso nuestro tiempo libre.